Disclaimer: Los personajes del universo Harry Potter le pertenecen a J.K. Rowling y asociados.
— ¿No hablas en serio, verdad? —me pregunta con incredulidad en la voz.
— Sí, hablo en serio. Quita tus cosas de la mesa —estoy empezando a exasperarme. Y tengo que admitir que conseguirlo no es fácil.
— La mesa no es tuya —me dice indignado. Já.
— No, pero estoy trabajando.
— Sigue sin ser tuya.
Ruedo los ojos "Infantil". — Estoy trabajando, ¿Qué tan difícil es entender eso para ti? Necesito terminar esto para mañana.
Suelta un grito de rabia, y sé que he ganado. Al fin agarra sus cosas y se va del salón. Tiene que hacerlo, lo sabe, después de todo, ¿quién es el que intenta trabajar aquí? Yo.
Pero no es el final de la guerra, oh no, ni por un minuto llegué a pensar eso.
Poco después regresa y pasa de largo hacia la cocina. Enciende la licuadora para preparar su "máscara de sueño", colocándola al máximo. No me deja pensar.
Me levanto y me dirijo a la cocina. Lo miro con enojo, y le hago señas para que apague de una vez por todas ese aparato del demonio. Me mira indiferente, fingiendo que no me entiende y formando con la boca una palabra, "¿Qué?".
Enojado, me acerco al tomacorriente y desenchufo la licuadora de un tirón.
— ¡Ey, ¿pero qué te pasa?! —me grita molesto.
— De nuevo. TENGO. QUE. TERMINAR. Y tú y tu bobo ritual de sueño me tienen hasta los cojones.
Me mira encolerizado. Vuelve a prender la licuadora, pero al nivel más bajo. En serio. No sé por qué sigue haciendo éstas rabietas cuando sabe que va a salir perdiendo.
Paso por su lado nuevamente saliendo de la cocina. A penas piso la sala cuando un nuevo sonido empieza nuevamente. Un mortero.
Diosito, llévaselo al diablo, te lo ruego.
Suspiro y me dirijo con renovada determinación hacia la cocina para detener tan estúpido espectáculo.
— ¿Qué sucede contigo? —le pregunto, cansado.
— ¿Ahora qué quieres? ¿Ya no puedo hacer nada aquí? —me dice deteniendo un momento sus intentos asesinos al pobre pepinillo, y mirándome enojado, debo decir.
— Llevas con estos arranques de infantilidad y rebeldía todo el día. Y también más días a la semana de lo normal —ruedo los ojos.
Me mira con más enojo que antes, para después ignorarme de nuevo y machacar con más fuerza al pobre pepinillo.
Suspiro. Por trigésima vez en el día.
— ¿Me dirás qué sucede?
Él se calma un poco al oír mi tono dulce en la voz. Pero sigue sin voltearse.
— Ey —insisto.
— Terminamos.
"¿Qué?"
— ¿Qué?
Suspira. — Sí, eso mismo que oíste. Se acabó.
Lo miro. Y pienso que debe ser uno de sus juegos.
Sonrío y me acerco de nuevo a él, conciliador. — Cariño. Deja de bromear.
Él me sonríe de vuelta burlón. Y sé que jugaba, de nuevo. Me acerco más y lo beso, haciendo que olvide sus máscaras una vez más.
