Arrow el cómic pertenece a DC, y la serie pertenece a Greg Berlanti, Marc Guggenheim y Andrew Kreisberg, la imagen de portada la encontré en google pero no tengo idea del autor, si alguien sabe favor de aclarármelo para agregar sus créditos.

Esta es una adaptación del libro Breakable de la autora Tammara Webber. Pueden descargar el libro traducido al español muy fácilmente y es totalmente recomendado. Errores de escritura favor de decírmelo para modificarlo.


Two Shot

Breakable.

Sinopsis

Estaba perdido y solo. Entonces la encontró. Y el futuro parecía más frágil que nunca. Cuando era un niño, Oliver Queen creía que su vida era perfecta y anhelaba un futuro lleno de promesas, hasta que una tragedia rompió su familia y lo hizo dudar de todo lo que creía. Lo único que quería era dejar atrás el pasado. Cuando conoció a Felicity Smoak, su deseo de ser todo lo que ella necesitaba fue tan fácil… Tan fácil como podría ser para un hombre que aprendió que el alma es quebrantable y que todo lo que deseas puede ser arrancado en menos de un latido del corazón.


Capitulo 1

Ocho años atrás.

Me desperté de un salto, gritando.

—¡Enfermera! —exclamó alguien—. ¡Enfermera! —un rostro se inclinó sobre mí. Mi media hermana, Thea—. Está bien. Estás a salvo. Mamá está en camino.

¿A salvo? ¿Dónde? Sentí sus dedos fríos sobre mi brazo y traté de concentrarme, mientras sus ojos enrojecidos se llenaban de lágrimas. Se mordía el labio inferior tan fuerte que quedó sin color y tembloroso. Todo su rostro estaba arrugado, como un papel que se aprieta y luego se vuelve a alisar.

Una enfermera se materializó al otro lado de la cama con una jeringa enorme, pero antes de que pudiera alejarme, la metió en una bolsa suspendida de un soporte metálico. Un cordón transparente se extendía desde la parte inferior de la bolsa enrollado hasta abajo.

Supe que estaba unido a mí cuando sentí lo que acababa de inyectarle, como si hubiera recibido un disparo con un arma tranquilizante. Arma. Papá.

—¡Papá! —dije, pero mi boca no cooperó y mis ojos seguían tratando de cerrarse.

Thea no pudo morder su labio lo suficientemente fuerte como para ahogar el sollozo que se le escapó. Las lágrimas se desbordaron y bajaron por sus mejillas. Ya no podía sentir su toque mientras todo se volvía más borroso hasta desvanecerse por completo, y no pude mantener los ojos abiertos.

¡Papá! Grité su nombre en mi cabeza. Pero ya sabía que no me escucharía, ni aunque mi voz fuera tan fuerte como un motor de reacción.


Presente.

En un auditorio de ciento ochenta y nueve estudiantes, es raro que uno de ellos destaque el primer día, y es por lo general a causa de algo negativo. Como hacer preguntas estúpidas. Hablar durante la conferencia, y recibir la mirada de odio de la profesora. Olor corporal excesivo. Ronquidos audibles. O mi anatema personal: ser un imbécil a la moda.

Así que no me sorprendió mucho cuando noté a un tipo así durante la primera semana del semestre de otoño. Típico rey de su instituto, acostumbrado a los arrastrados aduladores. Chico de fraternidad. Ropa casual pero pudiente, corte de pelo costoso, sonrisa engreída, dientes perfectos y la requerida novia bonita. Me molestó a la vista.

Prestó atención en clase e hizo preguntas competentes, por lo que era improbable que necesitara tutorías, aunque eso no le impidió presentarse a las sesiones de estudio que yo administraba para el Dr. Merlyn tres veces a la semana. A menudo, los estudiantes más brillantes formaban la mayor parte del grupo.

El primer semestre hice enseñanza suplementaria —el otoño antepasado— y presté mucha atención durante las conferencias de Merlyn. Saqué excelente en su clase, pero pasó dos años desde que lo tomé, y economía no es un campo inactivo. No quería que un estudiante me preguntara algo en una sesión de tutoría que no pudiera responder.

Para el quinto semestre —mi sexto en esa clase— no necesitaba estar ahí, pero la asistencia a clases era parte del trabajo de tutorías, y era dinero fácil. Aunque no es que realmente lo necesitara. Había demasiado de la fortuna de mis padres guardado en el banco como para preocuparme. Igual lo hacía, porque tocar ese dinero ahora, se sentía demasiado mal. Sucio.

Así que allí me encontraba sentado; muy aburrido en la última fila, trabajando en las asignaciones de mis cursos avanzados, o esbozando ideas para futuros tatuajes, manteniendo un oído en la conferencia así podría seguir el tema durante mis sesiones, e ignorando decididamente mi desagrado sin sentido por el engreído estudiante de primer año sentado en el centro de la clase con su accesorio de novia.

Pero para el final de esa primera semana, mi atención se desviaba hacia ella.

Entrando y saliendo de clases, su novio a veces tomaba su mano. Pero era como si estuviera sosteniendo una correa, no la mano de una chica que le importaba. Antes de clases, él hablaba de fútbol, política, música y detalles de la fraternidad, como reclutar miembros nuevos o las próximas fiestas con otros tipos como él y chicos que querían serlo. Las chicas cercanas le otorgaban miradas de reojo que pretendía ignorar pero que en realidad no lo hacía.

De alguna manera, mientras se preocupaba por todo y todos a su alrededor excepto ella, de repente yo no podía ver nada más. Era hermosa, claro, pero en una universidad con treinta mil estudiantes de licenciatura, apenas era fascinante. Si no fuera por mi molestia inicial con su novio, podría nunca haberla notado.

Una vez que noté cuán a menudo se desviaba mi mirada hacia ella, luché conscientemente contra la inclinación, pero fue inútil. No había nada en la habitación tan interesante como esta chica. Lo que me fascinó en primer lugar fueron sus manos. Específicamente, sus dedos.

En clases, se sentaba junto a él, con una sonrisa débil, a veces conversando en voz baja con él u otras personas cercanas. No parecía infeliz, pero en ocasiones, sus ojos lucían casi vacíos, como si su mente estuviera en otra parte. Durante esos momentos, sin embargo, sus manos, sus dedos, se movían.

Al principio, pensé que tenía un tic nervioso, sin embargo, esta chica no daba golpecitos con los dedos de manera inquieta. Sus movimientos eran metódicos. Sentado lo bastante lejos a la izquierda de ella para estudiar su perfil, la vi sonreír, tan sutilmente que era casi indetectable, y en algún momento, me di cuenta que cuando su expresión era lejana y sus dedos se movían, parecía estar tecleando en un portátil imaginario.

Era la cosa más mágica que le vi hacer a alguien. De acuerdo a la lista de asientos de Merlyn —recibido con el resto de mis materiales de apoyo para las tutorías del semestre— el nombre del imbécil era Cooper Seldon, asumiendo que leía los garabatos de su impresión correctamente. Cuando leí el nombre de ella, cuidadosamente impreso en el asiento junto al suyo, contuve la intención de reírme: Felicity Megan Smoak. No podría salir con ella debido a su nombre. Nadie podía ser tan superficial.

Recordé esta mañana al final de la clase. Él le tendió su tarea y dijo—: Oye, nena, ¿llevarías esto a la parte delantera con la tuya? Gracias. —lanzándole una sonrisa para que fuera, se giró para continuar algún debate sobre si debería o no considerar los ritos de iniciación mientras ella colocaba su papel en la cima del suyo, rodando los ojos mientras bajaba los escalones al frente de la sala de clases.

Tal vez ella no estaba irremediablemente atrapada en su red. ¿Qué demonios pensaba? Esta chica era una estudiante en la clase que yo tutelaba. Se hallaba fuera de los límites, al menos por el resto del semestre. Lo cual era un tiempo malditamente largo, considerando que acababa de entrar en la segunda semana de clases. Y además del hecho de que no podía tocarla aunque estuviera disponible… lo cual no era así.

Me pregunté cuánto tiempo habían estado saliendo. Así que hice lo que haría cualquier acosador normal. La busqué en línea y encontré su perfil fuertemente bloqueado. Maldición. Pero el de él estaba muy abierto. Cooper Seldon. En una relación con Felicity Smoak. Sin ningún aniversario en la lista, pero había fotos etiquetadas de ella.

Comencé a buscar, molestándome cada vez más sin motivo. El verano antes de la universidad. La graduación de la secundaria. El baile de graduación. Esquí en las vacaciones de primavera. La foto más antigua de ella con él fue tomada en un carnaval de otoño hace casi dos años. Dos años. Ni siquiera podía pensarlo.

Un aullido en mi puerta marcó el regreso de Francis de cualquier problema en que se metió entre la cena y el sueño. Como cualquier buen compañero doméstico, puse mi portátil a un lado y lo dejé entrar. Cuando abrí la puerta, se sentó en la alfombra, lamiéndose una pata peluda.

—Vamos, entra —dije—. No voy a enfriar todo el vecindario.

Se encogió en una posición erguida, estirándose perezosamente como buen felino y se precipitó al apartamento mientras movía la puerta. Justo antes de cerrarla, escuché.

—¡Ollie! —Y la abrí.

Thea se encontraba a medio camino de las escaleras de madera que conducía a mi apartamento sobre la mansión Merlyn. Era tarde. Es mi media hermana cinco años menor —una niña. Hija del doctor Merlyn y mi madre, en una relación que jamás iba a entender ni quería hacerlo.

Me moví, tapando por completo la puerta.

—¿No debes estar en la cama?

Arrugó la nariz y frunció el ceño, insultada.

—Tengo diecisiete, no seis años. Demonios —cuando llegó al último escalón y se paró en el semicírculo de luz sobre el pequeño rellano, me di cuenta de que tenía un plato en su mano—. Hice galletas. Pensé que podrías querer algunas.

—Gracias —tomé el plato, pero no se movió. Arrastró un pie y metió las manos en los bolsillos traseros de sus pantalones cortos.

—¿Alguna vez vas a… tener una novia? O tienes una, ¿Pero no la traes por aquí?

Ahogué una risa.

—Si estás a punto de preguntar si necesito salir del armario, la respuesta es no. Lo habría hecho hace mucho tiempo.

Esa pregunta era, extrañamente, mucho más fácil de contestar que la otra.

—Me imaginé que tendrías una. Quiero decir, eres un tipo al que no le importa ser controversial.

Enarqué una ceja.

—¿Debido a los tatuajes?

Sus ojos se ampliaron al darse cuenta de lo que acababa de decir.

—Quiero decir, obviamente, tienes tus razones para esos. La mayoría de ellos… —cerró los ojos—. Dios, soy tan estúpida. Lo siento…

—Está bien. No te preocupes.

Hablar sobre mi padre fallecido hace más de ocho años era un tema escabroso. Hablar sobre mi madre, sobre la madre de ambos, que falleció hace un año a causa de cáncer, era un tema aun peor. Eso ya rayaba en tabú.


Las clases se habían desarrollado por dos semanas. Contra mi mejor juicio —lo que quedaba de él— estudié a Felicity. Su cabello rubio caía en ondas suaves varios centímetros más allá de sus hombros, a menos de que se lo retorciera en un moño con un lazo o un clip, o se hiciera una cola de caballo que la hacía lucir de la edad de Thea.

Tenía grandes ojos azul grisáceo detrás de unos lentes de montura cuadrada. Sus cejas se hallaban fruncidas profundamente cuando se encontraba molesta o concentrada, y arqueadas en reposo, lo que me hacía preguntarme qué hacían cuando se sorprendía. Altura promedio. Delgada, pero aun así curvilínea.

Sus uñas eran cortas y no las pintaba. Nunca la vi mordisquearlas, así que decidí que debía mantenerlas cortas intencionalmente, ya que eran mejores para dirigir lo que sea que pensaba en su cabeza y simular los movimientos con sus manos. Quería ponerme audífonos y enchufarlos a ella y saber que exactamente hacía cuando sus dedos se movían.

Quedaban quince minutos de la clase de Merlyn. Mis ojos se desviaron hacia Felicity, sentada varias filas más abajo, con la barbilla en la mano. La atrapé prestando atención a la lectura, o aparentándolo.

—Aquellos que no piensen en economía, deberían preguntarse "¿Por qué debo gastar mi tiempo estudiando economía?" —dijo Merlyn. Suspiré, sabiendo qué seguía. Me sabía toda su rutina al derecho y al revés—. Porque cuando estén presentando un formulario de desempleo, al menos sabrán por qué.

Unos predecibles gemidos se elevaron por la audiencia interesada. Admito que me contuve de rodar los ojos, debido al hecho de que ahora llevaba demasiados semestres familiarizado con esta perorata. Pero Felicity sonrió, sólo la esquina de su boca visible desde mi asiento en el fondo, junto con el arco ascendente de su mejilla.

Entonces, le gustaban los chistes malos. Y su novio fue uno de los que gimió.


Cuando Merlyn aplicó a la clase su primer examen, tuve un día libre. En lugar de dormir como un estudiante universitario normal, me inscribí estúpidamente para un turno extra en la policía del campus. Era como si no tuviera ni idea de cómo relajarme y no hacer nada. Entre trabajos remunerados, gimnasio, y estudiar, estaba ocupado todo el maldito tiempo.

Eso era mejor que permanecer en mi casa, y pensar.

Los cielos se abrieron cerca de las siete de la mañana, inundando el área con una tormenta sorpresa, justo a tiempo para anular la salida del sol, así que conseguí un aventón con Merlyn en lugar de soportar un viaje húmedo y miserable a la escuela en mi moto Sportster. Después de ayudar a cargar una caja de libros de su coche a su oficina y acordar una hora para irnos al final del día, me dirigí a la salida lateral.

El sol surgió en los pocos minutos que estuve dentro, concediendo un breve respiro de la lluvia, aunque los árboles y las salientes de los edificios todavía lanzaban gotas gordas a los estudiantes que caminaban penosamente a través de los charcos y saltaban encima de los arroyos en miniatura.

Considerando la acumulación de nubes grises visibles, sabía que el resplandor solar tendría una duración de cinco minutos como mucho, y esperaba poder llegar al edificio de la policía del campus antes del próximo aguacero.

Si la lluvia se mantenía, tal como dijeron todos los pronósticos, me encontraría atascado en el interior, contestando teléfonos y archivando montones de carpetas en la pared de archivadores del departamento en lugar de emitir citaciones de estacionamiento. Siempre se hallaban atrasados con los archivos. Estaba convencido de que el teniente Quentin Lance nunca archivó nada. Simplemente esperaba a los días de lluvia y descargaba la tarea de adormecerme la mente.

Extrañamente, preferiría desafiar a estudiantes furiosos y al personal en lugar de estar atrapado en el interior durante todo el día. Y no voy a ver a Felicity Smoak en todo el día. Deseaba que mi cerebro se callara.

Deslicé mis gafas de sol y sostuve la puerta abierta para un trío de chicas que me ignoró, continuando su conversación como si yo fuera un sirviente o un robot, instalado allí con el propósito de abrir la puerta para ellas. Maldito uniforme.

Entonces la vi, chapoteando en los charcos de agua en las botas de lluvia cubiertas de contornos de margaritas amarillas. Permanecí de pie como una estatua, todavía con la puerta entreabierta, a pesar de que se encontraba a metros de distancia y no me notó, ni a cualquier persona a su alrededor. Sabía que estaría entrando por esta puerta. Tenía un examen de economía en aproximadamente un minuto.

Cooper Seldon no se hallaba a la vista. La mochila amenazaba con deslizarse por su brazo, y se la enganchó a su hombro mientras ella batallaba con un paraguas poco cooperativo, el cual hacía juego con sus botas. Su agitado lenguaje corporal y el hecho de que nunca llegó tarde a clase, ni sin su novio, me dijeron que se le hizo tarde esta mañana. Su paraguas se negaba a cerrarse.

—Maldita sea, justo lo que me faltaba. La cereza del pastel de este día horrible —murmuró en un atropello apresurado de palabras, dándole un apretón mientras presionaba el botón de retroceso en varias ocasiones. Se plegó un momento antes de que levantara la mirada para verme sostener la puerta. Su cabello estaba húmedo. No llevaba maquillaje, pero las puntas de sus pestañas estaban de punta detrás de sus gafas, claramente fue atrapada en la lluvia en el camino de su dormitorio o del coche.

La combinación de su piel húmeda, su cercanía y el aliento que tomé mirándola a sus ojos casi me derribó. Olía a madreselva, un aroma que conocía bien. Mi madre había cubierto una pared con una vid en la pequeña casita del patio trasero de la mansión donde viví por años. Cada verano, las flores en forma de trompeta infundían el interior con su olor dulce, sobre todo cuando se abrían las ventanas.

Una sonrisa atónita apareció en el rostro de Felicity mientras me miraba, sustituyendo a la mueca que le dio a su caprichoso paraguas.

—Gracias —dijo, pasando a través de la puerta abierta.

—De nada —respondí pero ya se hallaba corriendo.

Hacia la clase donde yo era tutor. Hacia el novio que no la merecía. No me permití querer algo tan imposible en un tiempo muy largo.


Cenaba con Malcom y Thea una vez a la semana, o algo así. Siempre que él hacía barbacoa. Trataba de hacerme sentir que pertenecía allí, como si yo fuera uno de ellos. Podía fingir, por una o dos horas, que yo era su hijo. Él tuvo a Thea junto con mi madre apenas unos meses después de que ella y mi padre se separaran hace ya bastante tiempo, y eso era todo lo que podíamos estar emparentados.

Desde luego que en la cena no iba a mencionar a Felicity Smoak, estudiante de Malcom, y mía, que pasó de ser el motivo de mi atención durante la clase, a robar mis fantasías conscientes e inconscientes. Aquella mañana, mi alarma a todo volumen interrumpió un sueño sobre ella. Un detallado, vívido y poco ético sueño. Ella no tenía idea de quién era, pero ese hecho no impidió mi mente imaginara que sí lo hacía.

No detuvo la decepción cuando me desperté completamente y recordé lo que era y no real. Deliberadamente llegando tarde a economía, me deslicé en mi asiento, saqué mi programa y me obligué a leer (y releer y releer) una sección sobre funciones de transferencia, para no verla meter un mechón de pelo detrás de la oreja o acariciar sus dedos a través de su muslo a un ritmo mensurable que me volvía progresivamente loco.

Siempre definí a los celos como la codicia de lo que alguien más tiene. Como cuando deseaba a la novia de Cooper Seldon. Había una sola de ellas. Si era mía, no podía ser suya.

Nunca culpé a nadie por querer ser parte de un grupo. Sólo porque me rehusaba a las fraternidades y otras organizaciones del campus, a excepción de aquellas con potencial, no pretendía que otras personas sintieran lo mismo, y estaba bien con ello. Sin embargo, algunos en este campus no parecían poder vestirse en la mañana sin el escudo de su fraternidad o hermandad cosido o pegado a alguna prenda.

La chica que habla con Cooper Seldon antes de la clase era una de ellos. Se veía como una bonita muñeca, pero siempre llevaba una camiseta, pantalones de chándal, pantalones cortos, chaqueta o zapatos con las letras de su hermandad de manera destacada. Esa mañana era una gorra de béisbol con las letras y una elegante cola de caballo detrás.

Ella se inclinó para decirle algo, poniendo una mano en su antebrazo, y echó una mirada sobre sus compañeros de clase en las inmediaciones. La mirada de Seldon se deslizó hacia mí y todos los demás, así que supuse que buscaba a Felicity. Él la vio justo después que yo. En tanto se acercaba, ella reía con un amigo al otro lado del pasillo, fuera del alcance de mi oído. Se quitó la mano de la chica de hermandad de su brazo, pero se aferró a un grado más que inapropiado.

Había visto a esta chica hablando con Felicity. Tal vez ellas no eran amigas cercanas, pero tenía que saber que lo que hacía estaba fuera de línea. Al acercarme, su conversación se hizo audible.

—Vamos, Ivy —dijo Seldon, mirando hacia Felicity otra vez—. Sabes que tengo novia. —pero había una nota de pesar en su voz.

Arrepentimiento. Hijo de puta. La chica miró de reojo a Felicity y de regreso, antes de pestañearle.

—Ojalá no fuera así.

Tan mal como pensaba del tipo y por mucho que creyera que no era digno de la chica que no podía sacar de mi cabeza, esperaba que él me sorprendiera y dijera algo para desestimar explícitamente a esa chica mal educada. Pero no. Sus ojos la observaron de la cabeza a los pies.

—Sabes que eres demasiado dulce para mí —murmuró.

Sus ojos brillaban. Me volví bruscamente hacia el salón de clases y dejé caer mi mochila en el suelo. No es asunto mío. Apreté los puños y los aflojé, quería golpearlo. ¿Cómo podía ese bastardo con suerte tener una chica como Felicity comprometida con él y no viendo a nadie más, dejar pasar ese tipo de sugerencia?

Cinco minutos más tarde, él y Felicity entraron en el salón de clases juntos, Seldon con la mano en la parte baja de su espalda, a medida que avanzaban por las escaleras hacia sus asientos. Ivy se deslizó en su silla, a una docena de asientos de distancia y una fila frente a ellos, con la mirada demorándose en Seldon. Cuando Felicity giró para agarrar su libro de texto, él se volvió para sonreír por encima del hombro.

La expresión de Ivy cambió a una rápida y dulce sonrisa cuando sus ojos se conectaron. Volví mi mirada al cuaderno en el escritorio frente a mí. Hice todo lo posible para convencerme de lo que sabía que era cierto: el corazón de Felicity Smoak no era mío, por lo tanto no debía defender o protegerlo contra amigos traicioneros o novios desleales.

Nada acerca de ella, de hecho, era mi asunto. Aunque no pudiera olvidar aquel día lluvioso hace una semana, oyendo sus suaves gracias en mi cabeza toda la mañana, recordando su sonrisa.

Incluso entonces, no podía olvidar su mirada brillante, tan cerca, o la expresión amable que pocas veces recibí de un estudiante al usar ese maldito uniforme. Cometí el error de mirar por la pendiente de escritorios a donde se encontraba sentada tres días a la semana, sin saber que yo la miraba. Sin darse cuenta de mi continua batalla interna para no hacerlo. Sin darse cuenta de mí.

Sus dedos acariciaron métricamente el lado de su pierna: uno, dos, tres, uno, dos, tres, y me imaginé que si yo fuera el que estaba sentado a su lado, abriría mi mano y le dejaría rastrear el sonido. Entonces Seldon se acercó y puso su mano sobre la de ella, deteniéndola.

Basta, articuló. Lo siento, respondió ella, consciente de sí misma y cerrando la mano en su regazo.

Mis dientes se apretaron y me concentré en respirar lentamente por la nariz. Estúpido, estúpido bastardo. Era bueno que tuviera una sesión de boxeo programada para esa noche. Necesitaba golpear algo. Duro.


Una semana o dos en cualquier semestre, la asistencia global de la clase cae, especialmente en los grandes cursos de introducción como historia o economía. Este semestre no fue diferente. A menos que se programara una prueba o examen, el aula exhibía un patrón siempre cambiante de asientos vacíos. Pero Felicity y su novio, lo admito a regañadientes, no faltaron a clase. Ni una sola vez en las primeras ocho semanas.

Lo cual hizo su primera desaparición notoria, y la segunda —el muy próximo período de clase— significativa. Durante un descanso de los deberes, comprobé el estado de la red social de Cooper Seldon, el cual ahora declara: soltero.

El perfil de Felicity ya no existía —o lo desactivó. Mierda. Ellos habían roto. Me sentí como un completo idiota por la sorpresiva y directa alegría que me dio, pero la culpa no me impidió hacer una hipótesis sobre un paso más: ella dejó de venir a clase. Tal vez tenía la intención de abandonar economía... y en ese momento ya no sería una estudiante de la clase a la que daba tutorías.

Para su tercera ausencia, Seldon coqueteaba abiertamente con las chicas que lo adularon en las últimas semanas. La siguiente semana, Felicity perdió la mitad del período.

Esperé por una actualización del estado que viniera a través del sistema, diciéndome que ella dejó oficialmente el curso, pero nunca sucedió. Si se olvidaba de dejarlo oficialmente a finales de mes, obtendría una F al final del semestre. Sabía condenadamente bien que no era mi responsabilidad ni mi preocupación… pero no quería que reprobara una clase, además de lo que sea que el imbécil le hizo por terminar su relación de años.

Pero después de más de una semana de escanear y descartar a todas las chicas en el campus remotamente parecidas a Felicity Smoak, empecé a creer que nunca volvería a verla.


Francis me dio una mirada de ¿Cómo llegó eso ahí? mientras alzaba su trasero peludo de mi teléfono zumbando. Era John Diggle, uno de los estudiantes de último año y además encargado de dar el curso de defensa personal del campus. Era mi único amigo, también, y me marcaba un ocasional ingreso extra, conmigo ayudándolo con las clases de defensa personal cuando estas eran especialmente grandes.

Esta vez, sin embargo, no me llamaba por trabajo. Sino para invitarme a una fiesta. ¿En serio, amigo? Ya deberías conocerme mejor.

—Si estás libre mañana por la noche, vamos a tener una fiesta de Halloween en la fraternidad —dijo. No jodas, pensé. Ya casi podía imaginarme Toda la casa estaría adornada con telarañas de imitación, luces negras, y todo el mobiliario empujado hacia las paredes, haciendo espacio para bailar o socializar en el centro de la sala principal—. Es técnicamente para los estudiantes de la fraternidad, pero es obvio que no eres viejo, y ésta no es una fraternidad exclusiva, así que ven si estás libre.

Con esfuerzo, me mantuve sonriendo durante el intercambio telefónico.

—Sí, claro.

Pero no, gracias. Luego, un destello fugaz en mi mente me hizo recordar. Cooper Seldon pertenecía a la misma fraternidad que John. Fue entonces cuando me di cuenta. Felicity podría venir a esta fiesta, a pesar de que hayan roto. Bueno, maldición. Supongo que iría a una fiesta de fraternidad después de todo.


Vi a Felicity en el momento en que entró por la puerta. Incluso con la oscuridad y la aglomeración de cuerpos, nunca la perdí de vista entre la multitud por mucho tiempo. Vestía de rojo. Brillante, y reluciente color rojo. Colocada en lo alto de su cabeza se encontraba una diadema mostrando dos puntiagudos cuernos rojos. Una delgada cola terminada en punta se hallaba en la parte trasera de su falda, y se balanceaba detrás de ella mientras caminaba o bailaba.

Sus piernas estaban lisas y desnudas, y parecían más largas de lo habitual. Geometría sugería que su falda corta y los tacones rojos tan altos eran los responsables de ese efecto, pero ninguna matemática podría disminuir mi reacción visceral de verla otra vez, especialmente en un disfraz ardiente que hacía explotar la cabeza. Ese disfraz en esta chica era fascinante para más hombres que sólo yo, como lo demostró la cantidad que la invitaron a bailar.

Ella no lo notó o no le importó, porque nueve de cada diez veces, se negó sacudiendo la cabeza. Ella y su ex —y me encontraba seguro ahora, que este era el caso— se mantuvieron aparte, como si estuvieran polarizados. Él tenía su corte a un lado de la habitación, y ella hizo notables esfuerzos para ignorarlo desde el otro. Yo en cambio, diseñé y descarté dos docenas de frases de entrada para acercarme a ella.

"Oye, Te he observado en clase de economía, y —no pude dejar de notar— que dejaste de asistir hace un par de semanas. Espero que estés pensando en darte de baja, porque de ese modo no violaré las reglas del campus sin mencionar la ética personal cuando te invite a salir." Brillante. Y no es del todo espeluznante.

"Creo que el rojo se acaba de convertir en mi color favorito." Lamentable.

"Te puedo decir la raíz cuadrada de cualquier número en diez segundos. Así que, ¿cuál es tu número?" Agh.

"Nunca he querido tanto ir al infierno." Paso.

"¿Está caliente aquí, o eres sólo tú?" Jesucristo, no.

Una pareja en la pista de baile divertía a todos con una demostración de un borracho baile erótico exagerado —la única vez que vi a Felicity sonreír en más o menos la hora que la estuve observando.

Mi visión hacia ella fue bloqueada cuando una chica con orejas de gato y bigotes pintados a lápiz se detuvo justo en frente de mí, mirando sobre el borde de su vaso. Cuando alcé una ceja, ella habló.

—¿Estás en mi clase de economía? —uno de los bailarines del baile erótico tropezó con ella, haciendo que derramara su bebida en su propia cara. Se tambaleó hacia delante y tomé su brazo para evitar que fuera directamente al suelo. Se volvió y gritó—: Atrás, basura —a la chica del baile, a pesar de que fue el hombre quien la empujó. Cuando se giró de nuevo hacia mí, se disipó la burla fea. Sonrió con gracia, como si los últimos diez segundos no hubieran sucedido. Aterrador—. ¿Qué decía? —se acercó más y solté su brazo—. Oh, sí. Economía. Con… no recuerdo su nombre...

Chasqueó los dedos un par de veces, tratando de recordar, mientras yo miraba por encima de su cabeza a Felicity, bailando con un chico que llevaba una capa larga y oscura. Él se rió de algo que dijo ella, mostrando sus colmillos de plástico blanco. Al menos una docena de vampiros se encontraban presentes esta noche.

—Dr. Merlyn —suministré.

Volvió a sonreír.

—Sí, es él —me dio un golpecito en el pecho con una uña plata metálico—. Te sientas en la última fila. No prestas atención.

Vaya. Tengo que liberarme de esta conversación.

—En realidad soy el instructor suplementario para esa clase.

—¿El quién de qué?

Bajé la mirada, frunciendo los labios. Cristo. Era demasiado tonta. O estaba ebria.

—El tutor.

—Ooooh... —luego me dijo su nombre, el cual olvidé de inmediato, y se lanzó a un monólogo sobre la enemistad en relación con la chica que la empujó.

No conocía a ninguno de ellos, y no me podría haber importado menos su disputa mortal, la cual se refería a un chico o a un par de zapatos, no pude definir cuál en mi estado de me importa una mierda. Cuando visiblemente localicé a Felicity de nuevo, tenía su bolso al hombro y se dirigía hacia la puerta trasera al estacionamiento compartido por varias de las casas de fraternidad.

Vine a la fiesta con la esperanza de verla, aunque no era quien para acosarla así. Fue bueno que no la invitara a bailar ni hablara con ella. Podía irme ahora, no pasaba nada. Sólo seguirla por la puerta e ir a casa. Excepto que estacioné mi moto en un pequeño espacio entre un par de coches enfrente. No tenía motivos para salir por la puerta trasera. El chico vampiro también miró la puerta trasera. Colgó la capa sobre una silla y escupió los colmillos de plástico, guardándolos en su bolsillo delantero.

Sin apresurarse, salió justo detrás de Felicity, pero tampoco perdió el tiempo —como si tuviera que irse a algún lugar. O a encontrarse con alguien.

Me quedé quieto, mis ojos en la puerta trasera, mientras mi conciencia y una obsesión que no podía controlar comenzaron a tener una batalla en mi cabeza. Esta podría ser mi única oportunidad para incluso hablar con Felicity. No la había visto —dentro o fuera del campus— en ningún momento desde que dejó de venir a clases. ¿Qué demonios le diría?

Y entonces había un chico que la seguía afuera. Ella claramente lo conocía. Tal vez decidieron encontrarse, lejos de las miradas indiscretas. O él esperaba una oportunidad con ella, y a diferencia de mi, la tomó… en vez de gastar su tiempo con absurdas discusiones internas. Tal vez ella decidió irse antes, y también él, sin ninguna relación entre ellos.

O tal vez simplemente yo gastaba valiosos segundos haciendo nada. Mi yo interno se enfurecía más ante mi resistencia. Baja ese vaso rancio de mierda, síguela afuera y di algo… cualquier cosa, maldita sea.

El primer pensamiento: podría decirle que era el tutor en clases, y noté que se perdió varios días de clases, incluyendo las de medio periodo, pero que no las reprobó. Justo después de seguirla a un estacionamiento oscuro. Tendría suerte si no me pegaba primero un rodillazo en las bolas, y hacía las preguntas después. Sin embargo, la última fecha de entrega fue hace tres días. La podría salvar de una mala nota en su expediente, como si no fuera nada.

Sacando mi culo de la pared, abandoné la supuesta conversación que tenía con la lastimera chica semi-borracha en medio de su rabieta.

Caminando directamente a la puerta trasera, me dije que si Felicity Smoak y el estúpido vampiro comenzaban a ponerse cariñosos —o peor—, daría la vuelta, subiría a mi motocicleta y olvidaría su existencia. Seguro que lo harás, dijo mi estúpida voz interna, Todos esos meticulosos detalles que has pasado analizando y quemando tu cerebro se disolverán. No es un gran problema.

Por unos cuantos segundos, tuve miedo de haberla perdido. Hubo alerta de tormenta y el viento soplaba las nubes que se juntaban, profundizándolas en sombras, provocando que las zonas iluminadas fueran poco frecuentes y breves. La localicé por su brillante teléfono. Le enviaba mensajes a alguien, serpenteando por los autos y camiones al otro extremo del estacionamiento.

Su amigo vampiro se hallaba en medio de ambos, y se aseguró de parecer como si estuviera siguiéndola. Sin embargo, no le advirtió, el imbécil. La asustaría completamente si salía de la nada. Respiré profundamente, arrastrando los pies, y empecé a caminar en su dirección, preparado para dar la vuelta en cualquier momento.

¿Probabilidad de que estaba a punto de arrepentirme de esto el resto de la noche? Noventa y cinco por ciento. En la última hilera, abrió la puerta de una camioneta oscura. Interesante. No la habría imaginado conduciendo una camioneta. Quizá un pequeño auto deportivo, o un descapotable. Su amigo vino detrás de ella y ambos se movieron al espacio al otro lado de la puerta abierta.

No podía ver a ninguno con claridad, y tenía ningún deseo de verlos revisar las amígdalas del otro. Tiempo de dar la vuelta. Excepto que, el hecho de que él nunca le advirtiera, me molestó. A lo mejor, creyó que era divertido asustar a las mujeres en un estacionamiento desierto. O peor…

Ella gritó. Una vez, interrumpida abruptamente. Me detuve. Y entonces corrí. Raramente dejaba que mi temperamento se deslizara en los pasados tres o cuatro años, porque sé muy bien las grandes consecuencias de hacerlo. Pero cuando vi su cuerpo encima de ella en el asiento y escucharla sollozar, rogándole que parase, me volví loco.

Ninguna cantidad de autocontrol me hubiera frenado, asumiendo que estuviera dispuesto a calmarme. Bueno, no lo estaba. Agarrándolo de su camiseta con mis dos puños, lo saqué de la camioneta. Se encontraba un poco bebido. Beber hacía a los idiotas pensar: soy genial. Sólo lo suficiente de arrastrar una palabra aquí o allá. Sólo lo suficiente para hacerlo inefectivo en una pelea contra cualquiera que sabía lo que hacía.

Yo sabía muy bien qué hacía. Iba a matarlo, y me preocuparía de las consecuencias más tarde. Esta no era una opinión o una esperanza. Era un hecho. Mis primeros puñetazos fueron, de algún modo, una sorpresa total para él. Su cabeza se echó para atrás, mientras yacía ahí, desconcertado por como el depredador se convirtió en la presa en cosa de dos segundos.

Pelea conmigo, imbécil. Adelante. Pelea conmigo, joder.

Finalmente, tiró un puñetazo, pero me eché hacia atrás, lo cual le hizo perder el equilibrio como resultado. Lo golpeé dos veces más, mis brazos calentándose por la adrenalina que corría por mi torrente sanguíneo. Un rayo de luz de luna alumbró la escena en blanco y negro por una fracción de segundo. La sangre salía de su nariz, oscura y gratamente abundante.

Sangra, imbécil. Se limpió la boca con su antebrazo, viendo el resultado. Con un rugido corto, inclinó su cabeza, y corrió en mi dirección. Le lancé un golpe con la derecha, justo debajo de su barbilla. Un codazo en la cabeza con la izquierda.

Sorprendido, se estrelló contra la camioneta, rebotando; el alcohol lo hacía tan estúpido para caer o correr. Se agitó hacia mí y agarré sus hombros, y le proporcioné un rodillazo desconcertante en la mandíbula. Tenía suerte. Pude haberle aplastado la tráquea muy fácilmente. Se estrelló, arrojando los brazos sobre su cabeza y empujando las rodillas en su pecho.

Levántate, levántate. Comencé a inclinarme para sacudirlo y golpearlo de nuevo, pero un sonido suave irrumpió la niebla de rabia. Levanté la mirada y miré directo a la camioneta, donde Felicity se encogía de miedo contra la puerta, elevando y bajando su pecho con cortos y superficiales respiros. Era una cosita aterrada, retrocediendo de él. De mí, quizá.

Sabía que no que era capaz de sentir el ritmo de sus latidos, de oler su pánico, pero juro que hice ambos. Mis puños estaban cubiertos por la sangre de su atacante. Limpié el reverso de mis manos en mis vaqueros, caminando con cautela a la puerta, sin movimientos repentinos. Sus ojos se abrieron, pero no movió ningún músculo.

—¿Estás bien? —fueron las primeras palabras que le dije a la chica que he observado, y después deseado, y con la que he soñado. No respondió ni asintió. Shock… se hallaba en estado de shock. Muy lentamente, saqué el teléfono de mi bolsillo—. Voy a llamar al 911.

Aún no respondía. Antes de marcar, pregunté si necesitaba asistencia médica o simplemente a la policía. No sabía qué le hizo en los segundos que me tomó cruzar el estacionamiento. El idiota todavía tenía puestos sus vaqueros, sin embargo, desabrochados… pero él tenía manos. Otra niebla roja amenazó con aparecer. Lo quería muerto, no sólo llorando y sangrando a mis pies.

—No los llames —dijo. Su voz era tan suave y diminuta que apenas pude escuchar las palabras. Creí que no querría una ambulancia. Pero no, puso en claro que no quería que llamase a la policía.

Incrédulo, pregunté.

—Estoy equivocado, o este chico trató de violarte, ¿Y me dices que no llame a la policía? —se encogió, y quería sacarla de la camioneta y sacudirla—. ¿O interrumpí algo que no debí?

Maldito sea mi temperamento. ¿POR QUÉ dije eso? Sus ojos brillaron con lágrimas, y quise darme un puñetazo. Me forcé a calmar mi respiración. Tenía que calmarme. Por ella.

Sacudiendo la cabeza, me dijo que sólo quería ir a casa. Mi cerebro hizo un listado de cien razones de por qué debería discutir con ella, pero he estado en el campus lo suficiente para saber cómo saldría. La fraternidad podría bajarle rangos. Alguien juraría que fue voluntariamente.

Era una mujer despechada, intentando lastimar a la fraternidad de su ex. Era una mentirosa, una puta. La administración no querría dejarlo en el campus. Él no había triunfado, por lo que sería un "él dijo, ella dijo". Tirón de orejas para él. Exilio social para ella. Yo testificaría… pero tenía un antecedente menor por ataque, y acababa golpear a un chico. Un inteligente abogado me hubiese arrestado por atacarlo a él, descartando cualquier cosa que podría contribuir.

El pedazo de mierda en el suelo se volteó y maldijo, rodé mis hombros y respiré lentamente —inhalo, exhalo, inhalo, exhalo— intentando convencerme de no aplastar su cabeza con mi sólida suela de la bota. No ha sangrado lo suficiente para satisfacer a mi monstruo interno. Era algo cercano.

Ella respiró a la par conmigo, y me concentré en sus suaves respiros. Temblaba, pero no lloraba. Si comenzaba a hacerlo, no sabía qué haría.

—De acuerdo. Te llevaré —dije.

Sin un golpeteo entre mis palabras y las suyas, dijo que no, que se iría sola. ¿Cuántas impresiones podría aguantar en una noche? Al parecer, estaba a punto de descubrirlo. Como si fuera a permitirle irse sola. Claro. Me agaché, y tomé las llaves de los objetos esparcidos en el suelo. Su bolso se hallaba a su lado, tirado ahí, sin duda, cuando ese imbécil tiró su rostro contra la camioneta.

MIERDA. Nunca he querido que alguien saltara hacia mí, y me lanzara un puñetazo. Quería una excusa —cualquier tipo de excusa— para terminar con él. Acercándose, tendió su mano para obtener las llaves. Miré fijamente sus delgados dedos. Los que he observado desde la distancia por semanas. Temblaban.

—No puedo dejarte conducir —expliqué.

Aquellas palabras la confundieron. Reiteré mis justificaciones: el notable hecho de que temblaba, suficiente razón por sí sola. No sabía si se encontraba lesionada. Y asumí que probablemente había estado bebiendo, sin embargo, no vi una botella ni una copa en su mano.

—No —dijo, frunciendo el ceño, y su tono era de indignidad—. Soy el conductor designado.

No debí haber mirado sobre mi hombro y de vuelta, preguntándole por quién, exactamente, estaba designada. No debí haberla regañado por caminar sola por un estacionamiento sin prestar atención al resto, a pesar de que estas cosas eran ciertas. No debí haber sobrentendido que había actuado irresponsablemente, lo que era lo mismo que decirle que era responsable por el ataque.

Sabía quién era responsable. Yacía en un montón de sangre a mis pies, gimiendo como si a alguno de nosotros debería importarnos.

—Entonces, ¿Es mi culpa que me atacaran? —jadeó Felicity furiosa—. ¿Es mi culpa que no pueda caminar de una casa hasta mi camioneta sin que uno de los tuyos trate de violarme?

—¿"Uno de los tuyos"? ¿Me comparas con ese pedazo de mierda? —señalé al chico que noqueé en el suelo; mientras la indignación salía a la superficie como una reacción química, instantánea e imparable—. No soy como él.

Escuché mis palabras abrir paso al espacio entre nosotros; hostil y defensivo. Cuando las escupí, sus ojos se deslizaron a mi boca. Vi el miedo que intentó tragar antes de que pudiera verlo. Mi enojo no era por ella. Su miedo no debería ser por mí. Pero yo lo provocaba. Tendió la mano y pidió sus llaves otra vez, con la voz quebrada a media oración, pero me miró los ojos determinadamente.

Me sentía estupefacto por la valentía en su rostro. Y aquí me encontraba yo, otro hombre intentando intimidarla. La sensación que me abordó por esa comprensión no fue placentera.

—¿Vives en el campus? —pregunté, seguido por la amabilidad en mi voz que merecía. Esta era su elección, no mía. Salvarla no me daba el derecho a decidir por ella. Podría conducir al campus sin mí, a pesar de que preferiría que no lo hiciera—. Déjame llevarte —la persuadí—. Puedo regresar fácilmente.

El alivio me invadió cuando se rindió y asintió. Mientras recogía sus pertenencias del suelo de la camioneta, la ayudé, devolviendo sus cosas a su bolso, sintiendo una injustificada punzada de celos cuando le tendí un paquete de condón. Como si le hubiera tendido un escorpión en lugar de un inofensivo cuadrado de celofán, retiró su mano y dijo que no era de ella.

Así que, ¿él creyó que se mantendría "seguro" de evidencia? No te voltees. No lo mires. Ignorando la advertencia de mi mente, miré atrás para asegurarme de que seguía en el suelo. Y así era.


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La nostalgia del estreno de la temporada 7 me inspiró para hacer esto. Espero que lo disfruten. Me encantaría leer sus opiniones.

Besos, Higushi.

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