Disclaimer: Los personajes aquí nombrados no me pertenecen.
Advertencias: Ninguna, quizá palabras mal sonantes.
#1.- 24 de Diciembre
Era una tradición en el mundo el pasar las navidades con sus respectivas familias; charlar, reír, dar y recibir regalos… no obstante, ellos, como la representación de un país, carecían de una extensa familia con la cual compartir aquellos animados momentos. Algunos simplemente decidían pasar esas fechas como cualquier otro día, otros se reunían con sus superiores — mejor conocidos como "jefes" o seres capaces de gobernar el país — mientras que el resto simplemente escogía pasar dichas fechas con sus seres más cercanos, importándoles poco o nada cuál tradición seguir; lo único que importaba era pasar una velada agradable en compañía.
Ese era el caso de España. Desde hacía ya algunos años todas las navidades se reunía con sus más queridos amigos en casa de uno o de otro, habían acordado que pasarían cada año en casa de uno distinto para poder disfrutar de las diferentes costumbres. El año anterior había tocado en Italia y, tras algunos años de espera, este tocaba en casa de España. Debido a su actual estado económico no podía montar un festín de ensueño, pero con un poco de empeño y ahorros escondidos había logrado al menos preparar una cena con la que sus invitados pudieran chuparse los dedos.
Las calles se encontraban llenas de gente pese a las bajas temperaturas y las amenazas de nieve en la zona, todos tenían el mismo objetivo y es que no todos empezaban a prepararse para las navidades con antelación, algunos esperaban a la paga de finales de Noviembre e incluso los había que no empezaban sus compras hasta el mismo día 24 de Diciembre. El ibérico hubiera preferido aguardar pacientemente hasta el último día para poder aumentar, por poco que fuera, sus ahorros pero sabía de antemano que podía arriesgarse a que los precios se dispararan a tal grado que debería servir gazpacho en navidad para poder comprar los regalos. Así pues, no queriendo arriesgarse a tal sorpresa y decepción, tomó su abrigo grueso negro, sus guantes rojos y bufanda del mismo color con la única diferencia de tener un tomate bordado en uno de los extremos — regalo por parte del Norte de Italia el año anterior, el cual le hizo mucha ilusión al saber que había sido hecho a mano por el mismo italiano — y se adentró en las calles comerciales atestadas de personas de pleno Barcelona.
Debía comprar lo justo y necesario en cuanto a la cena, podría servir algunos aperitivos que tenía ya en casa y echarle imaginación para poder aprovechar todo cuanto tuviera. Primeramente, decidió comprar los regalos para sus invitados y amigos. Debido a los diferentes tamaños de los regalos tuvo la urgencia de dar varios viajes hasta el coche para poder despejar sus manos y seguir con sus compras navideñas. Vamos, que todo lo que había engordado debido a la mala alimentación a base de comidas rápidas y pasarse el día con el trasero pegado a una silla lo había logrado adelgazar en cuestión de dos horas. Ramblas arriba, ramblas abajo. Incluso se había perdido en alguna ocasión entre las callejuelas buscando tiendas en las que poder encontrar lo que llevaba en mente.
Había conseguido comprar regalos para todos, la cena y como premio había conseguido un par de moratones en el costado, un pie pisoteado y de haberse descuidado un poco más seguro habría ganado un vale gratuito para una estancia indefinida en el hospital. ¿Qué tenía aquella anciana mujer con el pobre español? Vale que el castaño se había llevado la última caja de gambas más baratas que había en aquel amplio congelador, pero tampoco era como para que atentara contra su vida a cada momento que le veía. Ahora que lo recordaba, el último año que habían pasado la navidad en España lo habían celebrado tal cual se celebraba en Madrid ya que el ibérico se encontraba viviendo en aquella ciudad, pero desde hacía un par de años que vivía en una casa a las afueras de Barcelona, una más tranquilita y modosita ya que la anterior se le quedó demasiado grande para él solo, así que encontró interesante mostrarles cómo celebraban la navidad en aquella parte del país. Ya se había alejado de las calles más transitadas para cuando recayó en ese dato y con lo que le había costado salir de los atascos de seguro los congelados pronto dejarían de estarlo. Para su buena suerte vislumbró una pequeña tienda en la que posiblemente vendieran lo que estaba buscando, y es que sin "eso" no sería una navidad a lo catalán. Con la esperanza y una sonrisa que irradiaba felicidad a cualquiera con el que se topara aparcó el coche en doble fila, bajó rápidamente de este y salió corriendo hasta aquel pequeño establecimiento.
—Creo que China ya se está pasando un poco… - murmuró para sí mismo al percatarse de que aquella tienda era un nuevo bazar chino.
Por ahora no podría quejarse, si encontraba lo que buscaba de seguro lo encontraría mucho más barato pese a que de seguro en dos días acabaría con algo despegado. Fijo, ya que la primera y última vez que decidió comprarse algo en uno de esos bazares acabó con el pijama descosido por todos lados. Qué vergüenza había pasado a la mañana siguiente al recibir como saludo "de no ser por los calzoncillos podría verte un huevo" por parte de Prusia, obviamente acompañado por burlas por parte de sus dos amigos durante todo el resto del día, y de lo poco asombroso que era su persona al seguir usando ropa vieja y descosida. ¡No era vieja, ni siquiera hacía una semana que lo había comprado! Lo había arreglado únicamente porque era muy calentito y cómodo para dormir en esos días fríos pues caro no le había salido.
Rebuscó entre los pasillos la decoración de navidad ignorando un tenue sonrojo que adornaba sus mejillas por tal recuerdo. Dio por fin con su meta, encontrando aquel pedazo de madera con una cara pintada y una boina pegada a lo que representaba ser la cabeza. Era lo suficientemente grande y pesado como para replantearse dos veces, o más, el si decidirse por ese o por uno de los tantos que habían en tamaños más pequeños.
—Cuanto más grande, más bulto esconderá – espetó no queriendo darle más vueltas, sufriendo por los congelados y la multa que le caería si pasaban los mossos.
Sin duda había sido un día para recordar entre las batallitas con aquella mujer, los sustos que se llevó al intentar salir de los atascos y el infarto que casi le dio al ver que justo cuando se subía al auto para dirigirse finalmente a casa los mossos se paraban cerca de su posición con la clara intención de ponerle multa por aparcar en doble fila. Claro que lo que esos hombres no esperaron es que en el último segundo encendiera el motor y acelerara tan rápido como pudo, casi impactando con un coche que pudo esquivar milagrosamente. De algo debía servirle las veces que se había montado en el coche con alguno de los dos italianos, ¡que uno no sufría por su vida por gusto!
El día 24 por la mañana se había levantado a pronta hora como casi todos los días, pero con la excepción de que en este lo hacía para poder tener todo listo para la noche. Quizá incluso demasiado pronto, pero quería asegurarse de tener tiempo para todos los recados, preparar todo e incluso tener tiempo para la siesta. No se dio el lujo de perder más de 10 minutos para desayunar, tan pronto se espabiló tras la ducha matutina corrió como alma llevada por el diablo a empezar con sus cosas. Casi a última hora de la mañana su jefe le había pedido que le llevara unos papeles al ayuntamiento, los cuales debería haber leído y firmado dos semanas antes pero que debido a varias cosas había dejado siempre arrinconados hasta ese momento. Firmó sin siquiera leer, quizá acababa de venderle su alma al diablo y él ni enterado. Había hecho lo que le habían pedido; firmar y entregar.
—Espero ya sí poder centrarme en preparar todo… - murmuró conduciendo de regreso a su casa. – Entre que Fran me ha llamado más de cinco veces para asegurarse qué traer y que me he pasado casi una hora al teléfono con Belbel ya he perdido la mitad de la mañana.
Suspiró empezando a perder la ilusión del día. Cualquiera la perdería si fuera el encargado de preparar una navidad inolvidable y en vez de eso solo surgieran inconvenientes en el último momento… aunque lo de haberse pasado casi una hora hablando con la belga había sido por un despiste suyo. Estando cerca de su casa vislumbró un coche aparcado en frente que no conocía de nada. Se veía bastante caro y por el brillo que desprendía casi diría que era nuevo. Aminoró la marcha del auto según se aproximaba hasta quedar completamente parado a un lado de aquel coche. ¿De quién era? Es más, fuera quien fuese el dueño, ¿qué querría a esas horas? Con la curiosidad a flor de piel aparcó en su lugar de siempre y bajó acercándose al coche extraño. Impecable, ni una sola rallada y, para que mentir, consiguió que Antonio disimulara la envidia. Tenía un deportivo aparcado frente a su casa y él tenía que seguir conduciendo un coche viejo y el cual por cierto necesitaba unas cuantas reparaciones pues se le paraba cada dos por tres.
—Veo que ya has visto mi coche nuevo – se escuchó una voz cercana a la puerta de hierro que daba a la casa del español.
El ibérico dio un respingo en primer momento al no esperarse que alguien le hablara tan de repente, mas al reconocer aquella voz buscó al dueño plasmando una sonrisa entre labios que conseguía poner de los nervios a su ahora invitado.
—¡Roma! – exclamó al encontrarlo apoyado contra el muro que limitaba sus terrenos, omitiendo por completo la expresión de pocos amigos del menor. - ¿Qué haces aquí tan temprano? Se suponía que no ibais a empezar a llegar hasta las 8 de la tarde. – Ladeó la cabeza, acercándose al ítalo y cruzar la puerta. Entonces recayó en la bolsa que cargaba sobre su hombro, era la que solía usar cada vez que iba a visitarle y se quedaba al menos una noche para no desperdiciar el vuelo. - ¿Has venido en crucero esta vez? Porque dudo te dejaran meter el coche en un avión.
El menor tan solo entornó la mirada y avanzó unos pasos hasta la casa del mayor.
—Es obvio. He venido en barco, y aunque me ha costado algo más que de costumbre ha valido la pena solo para restregarte mi nueva belleza – espetó como respuesta, torciendo el gesto en una sonrisa de superioridad. – Ya no habían billetes con los que llegar más tarde además, ¿qué más te da a la hora que llegue? ¿Tanto te molesta? – cuestionó frunciendo el entrecejo al encarar al mayor, quien le estaba siguiendo de cerca rebuscando las llaves en el bolsillo del pantalón.
—¡Claro que no, sino todo lo contrario! Solo me ha sorprendido, es todo. ¿Te vas a quedar? – señaló haciendo mención a la bolsa.
—En algún lugar debía esconder mis regalos. – Se encogió de hombros. – Pero supongo que es mejor quedarme en tu casa que pagar un hotel.
El español prefirió escuchar esas palabras como mejor se le apeteció "Obvio me voy a quedar en tu casa, pero mejor te digo que paso de pagar un hotel porque me da corte decírtelo directamente". Aunque no se iba muy lejos de la realidad, el italiano pensaba en otras cosas que, claramente, no iba a admitir frente al otro ni de cualquier ser vivo o muerto. Entraron a la casa y el italiano se sorprendió al ver un rincón del salón que al parecer el ibérico se había olvidado de limpiar. Estaba lleno de papeles de colores, botes de pegamento — algunos vacíos y otros llenos —, cajas vacías y otras que parecían estar llenas por estar ya listas de entregar. No sería él quien recogiera ese rincón, tan solo hizo lo que acostumbraba a hacer cada vez que llegaba de visita; adueñarse de la habitación de invitados.
—Vamos a ser varios invitados esa noche y no todos van a poder permitirse el lujo de regresarse a sus casas nada más termine la velada. Puedes invitar a los de más confianza a dormir a tu casa, haces que ocupen la habitación de invitados y Romano no tendrá de otra que dormir en tu cama a menos que prefiera dormir en el sofá. Hay que echarle cara al asunto, mon ami.
Esas habían sido las palabras del francés el día que le comentó que quería invitar al sureño a pasar la navidad en su casa tal y como hacían cuando el italiano era un crío. Sacudió la cabeza dirigiéndose a la cocina dejando que el menor hiciera y deshiciera como si estuviera en su propia casa, después de todo sabía que una vez se acomodara en la habitación de invitados se apalancaría en el sofá y de ahí no se movería hasta que oliera a comida o, en esa ocasión, alistarse para la velada. No podía echarle /tanto/ morro al asunto. Estaba seguro de que el sureño preferiría compartir cama con su hermano menor antes que con él, y es que hacía ya mucho que había dejado de ser un crío al que le importa poco o nada dónde dormir siempre y cuando esté cómodo y no le molesten demasiado. Ahora ya era todo un adulto y le había dejado más que en claro su agrado por las mujeres en todas esas ocasiones que habían salido a tomar un par de tragos. No podía siquiera dar un paso hacia adelante, de seguro el menor retrocedería cien pasos más y capaz echaría a perder la amistad que habían trabado con el paso de los años.
—¡¿Pero qué mierda es esto?! – un grito sacó al español de sus pensamientos, pues se había quedado pasmado mirando por la ventana.
—¿Qué ocurre? – Corrió alarmado hacia el salón, donde le había parecido escuchar el grito.
El menor se encontraba con cara de horror viendo aquel pedazo de tronco con cara medio cubierto con una vieja manta. El ibérico soltó una carcajada y salió corriendo hacia la cocina para regresar con un pequeño plato lleno de pelas de mandarina.
—¿Acaso ya no te acuerdas de él, Roma? De pequeño solías amenazarlo para que te diera muchos regalos, te asegurabas de que la manta le cubriera bien y lo alimentabas todos los días.
En cuestión de segundos el ítalo enrojeció al recordar de qué se trataba. Pese a que tenía la excusa de que era un crío, y uno bastante incrédulo en ocasiones, era algo vergonzoso que había logrado borrar de su memoria.
—Maldito pedazo de tronco, nunca me traías nada de lo que te pedía – pese a nombrar al tronco, miraba de forma amenazante al español mientras este le dejaba el platito entre las piernas al "tió".
—Siempre pedías cosas imposibles, Roma… - se excusó el español al notar aquella mirada, sonriendo de forma nerviosa.
Corrió veloz hacia la cocina para evitar que el menor desahogara su posible ira contra él, habían sido momentos del pasado y de nada servía que ahora recibiera los gritos por no haberle podido regalar el amor de la belga, que hubiera dejado de viajar tanto, que le hubiera hecho más perfecto que a su hermano menor… eran los típicos regalos que nunca jamás hubiera podido ofrecerle, pese a que se había esforzado en sacar los dotes del ítalo para lo último. La comida fue algo bastante tranquila, había conseguido que el italiano accediera a ayudarle con los preparativos mientras él se encargaba de la cena con la condición de que él, Romano, iba a recibir su regalo el primero.
Tras la comida no pudo faltar su amada siesta, aunque en esta ocasión tuvo que tomarla en la cama ya que el menor se encargó de ocupar todo el sofá. Y a ver quién era el listo que lo despertaba una vez dormido. Con lo que no contó fue que su sueño sería incluso demasiado reparador, impidiéndole escuchar siquiera la alarma que se había preparado para levantar a cierta hora. Dio gracias a Dios cuando Francia llamó por sexta vez en el día, de no haber sido así los invitados habrían empezado a llegar y él seguiría con la baba colgando.
—Hora de ponerse manos a la obra – murmuró estirando todo el cuerpo para desperezarse aún tumbado en la cama. Miró la hora, todavía era pronto y si Romano de verdad le ayudaba tendría tiempo de sobras para todo. Si es que no había nada como hacer las cosas temprano… debería acostumbrarse a ello, siempre llegaba tarde a todos lados.
—¡CHIGIAAAAA! – De un brinco cayó de la cama ante tal grito, desorientado y como si se hubiera dormido otra vez. Miró la hora, efectivamente, se había dormido otros 30 minutos.
Corrió escaleras abajo hasta encontrarse con un sureño con cara de espanto mirando en dirección al ventanal del comedor y señalando como si se le fuera la vida en ello, no le hizo falta preguntar, se acercó y giró la mirada en la misma dirección. En ese momento incluso él pegó un grito de espanto al descubrir de qué se trataba.
—¡¿Pero qué estás haciendo ahí así, Prusia?! – exclamó el español llevándose una mano al pecho para asegurarse de que no le iba a dar un infarto.
El albino se encontraba literalmente pegado al ventanal, observando a ambos con una mirada de desquiciado que espantaría a cualquiera. Y aquellos cuernos de reno no ayudaban a aminorar el espanto.
—Kesesese~ ¡Tan solo vine a hacerte una visita antes de tiempo! Deberías alegrarte de que mi grandiosa persona ha osado venir a verte – espetó tras apartar el rostro del cristal y relamerse los labios para hacerlos entrar en calor nuevamente.
—¡Tú a lo que has venido es a espiar, sino no estarías ahí pegado como un pervertido observando a su presa! – vociferó el ítalo saliendo de su estado de shock. Encontrarse con esa visión nada más despertar no había sido para nada placentera.
—La madre que te parió, Gil… a la próxima avisa que casi me da un paro al verte ahí así – comentó suspirando aliviado. De seguro el albino no habría podido escucharle, pero le dio igual. Se encaminó a la puerta para dejarlo pasar. - ¿Y tus regalos?
—Oh, ¿te preocupa eso? – se señaló de pies a cabeza con la diestra, llevándose la siniestra a la cintura cual modelo. – Mi hermosa presencia es mi regalo para vosotros.
El albino sonrió ladino adentrándose a la casa como si se tratara de la suya propia, seguido por una pequeña ave que pronto se posó sobre su cabeza. El italiano no tardó en estallar con una enorme lista de insultos y maldiciones tanto en español como en italiano dedicados única y exclusivamente para el alemán. De seguro aquella visión iba a provocarle pesadillas durante varias semanas. Mientras el albino se encontraba en la casa, el italiano se negó en rotundo en cooperar con los preparativos y en vista de que el alemán tampoco iba a hacer por ayudar el español no pudo más que pedirle a su amigo que se fuera a alistar para la cena. En un principio se ofendió por ser echado, pero el español supo como remediar aquel estado siguiéndole el juego.
—No creo que quieras que los demás vean a tu grandiosa persona vistiendo tus ropas del día a día, ¿no? Será mejor que vayas a arreglarte. ¿Quién sabe? Quizá e incluso consigas alguna mujer que admire tu belleza si te pones bien guapo-
—Corrección, más guapo – cortó al español moviendo el índice en negación. Si algo amaba el alemán es que alguien comprendiera su grandiosidad y que le subieran el ego.
—Eso… lo que sea – no obstante el español no las tenía todas, no era algo que acostumbraba a hacer y a lo que prefería no acostumbrarse.
No bien el alemán se marchó el italiano salió de su refugio improvisado dispuesto a ayudar por primera vez en mucho. Pero iba a valer la pena, iba a ser el primero en recibir su regalo. Al principio el italiano hizo algunos estropicios pero que con una escoba pudo remediar, en un par de horas tuvieron todo listo, incluso los aperitivos se encontraban ya sobre la mesa estratégicamente colocados para el italiano; aquello que más le agradaba cerca de su asiento, mientras que lo que más le desagradaba se encontraba cerca del posible asiento del macho patatas. De eso se iba a encargar Romano, y ya tenía incluso planeado el cómo. El primero en alistarse fue el español. Una ducha rápida y ropa algo elegante; unos pantalones negros ceñidos, una camiseta blanca algo ceñida, lo suficiente como para marcar su cuerpo bien formado y un chaleco negro. Si luego decidían salir de seguro en los pub tendrían la calefacción tan alta que uno sería capaz de pasearse por el lugar en ropa interior y seguir sudando. El italiano tardó más en asearse, no solo por casi dormirse bajo el agua caliente sino además por el extremo cuidado con el que lavó y cepilló su cabello. Por suerte se había cogido la ropa a usar esa noche, de haber estado en su casa estaba seguro que se habría tirado otros 30 minutos decidiendo qué ponerse. España bajó las escaleras para asegurarse de que estaba todo en orden mientras dejaba que el menor terminara de alistarse tranquilo, iba a comprobar la hora justo cuando el timbre sonó.
—Parece que la noche ya empieza – espetó para sí mismo sacudiéndose las manos en el pantalón antes de ir a abrir la puerta. - ¡Emma! – exclamó al abrirla y ver a sus primeros invitados; Bélgica y Holanda. La nombrada no tardó en extender sus brazos y abrazar a su antiguo jefe mientras el rubio cargaba con varias bolsas, su único saludo por parte del holandés fue una mirada recriminatoria. – Estás preciosa, Belbel~
Hizo un gesto de que pasaran y le pidió el abrigo a la rubia para poder llevarla a la habitación que había preparado para los abrigos y regalos. Una vez la rubia se lo ofreció, dejó a ver un vestido rojo por encima de las rodillas y una sola tira, dejando el hombro izquierdo descubierto, junto a unos zapatos negros de tacón de aguja. Había dejado su habitual diadema en casa, sin embargo había escogido un pequeño lazo del mismo tono que el vestido a un costado. El español en juego gruñó de forma perversa observando a la rubia de arriba abajo, al holandés no le agradó aquel juego sin embargo la belga le devolvió el gesto con una sonrisa juguetona.
—El jefe también está muy sexy – comentó la rubia.
Hubieran seguido con aquel juego de no ser porque el rubio que cargaba las bolsas amenazó al ibérico con darle una patada si no le indicaba rápido dónde dejarlas. Tan cariñoso como siempre él, pensó el moreno. Mientras aquel par fue a dejar las bolsas y el abrigo a su lugar, el timbre volvió a sonar. La belga iba a abrir la puerta, mas una voz le detuvo.
—Yo abro – espetó el italiano bajando las escaleras de brazos cruzados. Vestía unos pantalones negros un poco anchos para estar más cómodo, escondiendo los bordes dentro de unos botines negros. De la parte superior había escogido un jersey de mangas tres cuartos del mismo color que el resto de su ropa, fino para no pasar calor y de cuello abierto.
—Uy~ ¡Qué guapo te has puesto! – silbó la belga juntando las manos frente al pecho.
Ante aquel comentario no pudo más que desviar la mirada para disimular un leve sonrojo. Hubiera respondido con un "yo siempre", pero tratándose de la rubia sabía que era un alago y mejor no meter la pata. Abrió la puerta, arrepintiéndose enormemente de ser él quien lo hiciera pues pronto sintió un abrazo asfixiante.
—Buon Natale a tutti! – exclamó eufórico la parte norte de Italia.
—Frohe Weihnachten – respondió la belga.
El mayor de los italianos sintió un largo escalofrío al escuchar a la rubia pronunciar aquellas palabras en alemán. A veces se olvidaba de que ella igual hablaba aquel idioma del mal. Hubiera preferido que lo pronunciara en francés, ¡pero no en alemán! Pero entonces recayó que tras su hermano menor venía su peor pesadilla cuando se refería a Feliciano; Alemania. De un empujón se deshizo del menor y tan solo movió la cabeza como saludo, haciendo señas de que pasara o iba a dejarlo tirado en la calle. No tardó mucho en volver el español acompañado del hermano de la rubia, ambos parecían estar tensos pero aquello no extrañó a los demás. Aguardaron un rato a los demás invitados que a lo mucho tardaron media hora. Llegaron juntos, lo cual alivió al sureño pues empezaba a tener hambre.
Antes de tomar asiento en la mesa la parte norteña obsequió a los demás con un sombrero de Santa Claus; Antonio, Francis y Feliciano fueron los únicos en ponérselo, aunque Emma se excusó de que lo usaría después de la cena, que por mientras le sería molesto. Antonio guardó los demás regalos en su respectivo lugar… era un buen montón para ser ocho personas. Durante el aperitivo el español explicó su idea sobre el "Tió". A algunos les pareció una tontería mientras que a otros se les hizo divertido… siendo "divertido" la opción más votada.
—¿Después de la cena y de los regalos les parece si vamos a tomar un par de copas? – sugirió Emma alcanzando una gamba salada del platillo.
—Eso sería interesante y divertido – respondió el francés, apoyando el brazo izquierdo sobre el respaldo de la silla y jugueteando con una aceituna clavada en un palillo.
—¡Si decidís hacer eso mi grandiosa persona se apunta! – pareció molesto en aquel comentario, pero es que desde hacía rato que se estaba peleando en poder pelar una de las gambas saladas.
Los demás aceptaron gustosos en salir después, todos excepto el italiano que se había pasado todo el rato observando su copa de vino como si fuera lo más interesante del mundo.
—¿Estás bien, Lovi? – preguntó el español al percatarse de aquel trance del ítalo.
—¿Qué te tengo dicho de que me llames así? Si quieres llamarme por mi nombre humano es "Lovino". Y sí, estoy bien.
Tras ese par de preguntas el español y el italiano mantuvieron una conversa ajena a la de los demás, siendo cortada únicamente por la petición del primer plato. El primer plato consistía en la típica escudella i carn d'olla de Nadal, seguido por un plato de gorrino o gambas a la plancha, el español dejó escoger. De postre sacó los dulces navideños como el turrón, polvorones e incluso sacó una caja de bombones diversos. Al momento en el que el moreno dejó sobre la mesa un par de botellas de champagne y todos se sirvieron la parte norte de Italia se levantó de su asiento llamando la atención de los demás.
—Ve… Me hubiera gustado que más de mis compañeros estuvieran hoy aquí con nosotros, pero este año Japón no ha podido acompañarnos así que espero la esté pasando bien allá dónde esté.
—Joder, ni que la hubiera palmado – le cortó el sureño ante aquellas palabras.
—Hm… - se quedó pensativo unos instantes antes de proseguir, alzando su copa. – Me gustaría brindar. Por estas navidades y por todas las que vienen por delante.
—Que tengamos salud como hasta la fecha, brindemos por todos nosotros también – comentó levantándose elegantemente de su asiento el francés, alzando al igual que el norteño su copa.
—¡Sí! ¡Y para que podamos pasar el año nuevo juntos también! – exclamó animándose el español, levantándose.
—Eso ni de coña… - murmuró el holandés.
—¡Yo me apunto si van a pasar el año nuevo juntos! – intervino la rubia, imitando a los demás y provocando que su hermano soltara un suspiro cansado.
—¡Cuenten con mi maravillosa persona!
Finalmente todos terminaron en pie para desgana del holandés y Romano. Tras un simple "salud" brindaron por todo lo dicho y más. ¿De verdad iban a pasar el año nuevo juntos?
—¡Hora de los regalos! – exclamó la rubia dejando su copa sobre la mesa. Ninguno de los allí presentes se sorprendió al percatarse de que ella había sido la primera en terminarse su copa y de un solo trago. Aunque si se pensaba fríamente, era la única chica allí presente y había dejado a todos a la estacada.
—¿Cómo se hace esto, hermano España? – preguntó algo cohibido el menor de los italianos.
—¡Oh, eso es fácil! – Salió corriendo hacia la habitación donde se encontraban los regalos y regresó cargando una bolsa con palos. – Aquellos que no lo habéis hecho nunca iréis a la cocina a "rezar". Bueno, a decir verdad a lo que os dé la gana porque seguro rezar no lo haréis. – Soltó una risotada divertida dejando los palos sobre el sofá para poder apartar los muebles y posicionar aquel tronco en el centro del salón. – Cuanto más espacio mejor, no quiero heridos. Se supone que mientras estáis en la cocina se le reza al "tió" para que cague muchos regalos y, cuando vengáis, solo es cuestión de coger uno de los bastones y atizarle para que cague los regalos. ¿Se entiende?
—¿Necesitáis una demostración de cómo se atiza? – cuestionó Romano con cierto brillo en sus ojos. Pregunta cual fue ignorada.
—Suena bastante repulsivo eso de estar cagando regalos… - comentó el albino con cierta expresión de asco.
—Mon ami, creo que más repulsivo sería ver a alguien… defecando. Aunque en este caso sería algo sobre natural de que un tronco lo hiciera – comentó el francés como si nada.
—Dejad de quejaros. – El español hizo un puchero e hizo señas con ambas manos de que se fueran a la cocina. – Ea ea. ¡A la cocina! Belbel me ayudará con los regalos como antaño~ y Romano se encargará de que no miréis.
El italiano iba a reprochar por ser él quien tuviera que hacer de niñera pero fue arrastrado por su propio hermano, quien parecía tener una personalidad más infantil que de costumbre. Los demás los siguieron tras llenar sus bocas con algunos dulces. Una vez desaparecieron del salón, tanto la belga como el español se espabilaron a esconder los regalos bajo la manta.
—No entiendo porque debo participar en este estúpido juego… - se quejó Romano cruzándose de brazos.
—Ve~ ¡Vamos, será divertido fratello! – Extendió los brazos hacia los costados como si estuviera listo para lanzarse a abrazar al mayor.
—No le rompas la ilusión al pobre de Antonio. Además, como bien ha dicho el pequeño Italia será divertido – comentó aprovechando el momento para achuchar entre sus brazos al pequeño italiano.
—Es una buena forma de aprender otras celebraciones – añadió el rubio alemán, desviando su mirada hacia la ventana. – Algo infantil hay que añadir.
—¿Acaso los mayores no nos podemos divertir? – cuestionó el francés sin dejar de abrazar al menor, quien solo sonreía cual lelo.
El sureño observó la puerta como si pudiera ver a través de ella como el español escondía los regalos feliz de la vida, sonriendo cual estúpido mientras ese par de hermosas esmeraldas parecían soltar chiribitas. ¡Momento, él no podía pensar que esos ojos eran hermosos! Si se quedaba embobado alguna vez observándolo simplemente era porque parecía más idiota que de costumbre. Solo eso. Curioso por saber qué estarían haciendo pegó la oreja a la puerta, logrando escuchar a los otros dos hablar entre ellos.
—¿Este paquete para quién es? – pudo distinguir la voz de la rubia riendo.
—¿No le he puesto el nombre a ese? Oh, oh… dame un segundo que se lo pongo en un momento. – Pudo escuchar pasos rápidos, a saber a dónde iría.
—¡wow! Parece que sigues teniendo la costumbre de el regalo más grande para Romano – Soltó una risita.
¿Su regalo era el más grande por parte de España? Inconscientemente su mirada se iluminó mientras en su interior bailaba de alegría soltando varios "¡joderos, el mío es el más grande!".
—Ha sido casualidad más que nada. Aunque ya puede ser grande ya, con lo que me ha costado esta cosa.
—¿Muy caro? ¿Qué es? – Se podía notar la curiosidad por su tono.
—Mis ahorros se han ido con esto. – Lo otro ya no lo escuchó. Maldición.
—¡Vaya! Entonces mejor no dejarlo bajo la manta o lo acabarán rompiendo a golpes.
Su regalo era el más grande y por lo visto el más costoso… algo delicado que podría romperse con los golpes. Algo en él se rompió. Antonio seguía haciendo todo por él pese a no ser su jefe ya y él no le daba nada a cambio. Seguro su regalo daría asco a comparación del que le diera. Suspiró y se apartó de la puerta dedicándoles una mirada amenazante a los demás, como si con la misma mirada pudiera decirles que el que osara romper su regalo terminaría con ambas piernas rotas.
—Cálmate, mocoso. Nadie va a tocar tu carbón – después de tanto rato finalmente el holandés habló mientras se prendía un cigarrillo.
Al poco rato la puerta de la cocina se abrió dejando a ver a la belga llevando puesto el sombrero de Santa Claus.
—¿Habéis rezado mucho? – cuestionó la rubia alegremente. – Mira que parece que el tió ha traído muchos regalos.
Pese a que el mayor de los italianos era el primero en quejarse de lo infantil de la situación fue el primero en salir corriendo a por un bastón, acompañado por su hermano.
—Eso fue rápido – soltó una carcajada el español situado en un punto con el que pudiera grabar bien todo. – Ni siquiera me ha dado tiempo a filmar vuestra salida.
—Cállate imbécil, quiero mis regalos. – Agitó el bastón en dirección al español.
—Sin duda mucho bulto hay, o son muchos regalos o son todos bien grandes.
Acorde iban llegando al salón tomaron un bastón cada uno, excepto el holandés que se negaba a ser partícipe de eso. Tras insistir un poco por parte de la rubia, finalmente accedió a ello, situándose algo apartado de los demás.
—Vamos, Lovi, canta la canción mientras aporreáis al tronco – comentó manteniendo su vista clavada en la pantalla de la cámara.
—¡¿Yo?! ¡Si ni siquiera me acordaba de que esto existía! Cántala tú, imbécil.
—¿Hay que cantar y todo? – cuestionó el menor de los alemanes empezando a dudar en su participación.
—Está bien, yo la canto. Caga tió, ametlles i torró, no caguis arangades que són massa salades, caga torrons que són més bons. Caga tió! – cantó mientras los demás empezaban a golpear aquel trozo madera. El más emocionado era Feliciano, seguido por Francis y Gilbert, mientras que los otros tres más que aporrear parecían estarle dando palmaditas. Les daba vergüenza ese plan infantil. El sureño creyó que ya había acabado y estaba dispuesto a tirar por ahí el bastón para poder lanzarse a por su regalo, pero el español prosiguió. - ametlles i torró si no vols cagaret donaré un cop de bastó. Caga tió!
Todos siguieron golpeando al pobre tió hasta que Antonio dijo que ya había acabado de cantarla. Los dos italianos se lanzaron a destapar el tronco, pudiendo ver los diferentes envoltorios de todos los regalos. Lovino buscó con la mirada el más grande de todos, pero parecían pequeños para lo que él se imaginaba. Los demás se quedaron de pie dejando que los italianos disfrutaran como niños chiquitos con los regalos.
—Romano, había dejado tu primer regalo en tu asiento por haberme ayudado con todo. Lo que habíamos acordado, pero has salido tan disparado de la cocina que ni cuenta te has dado – espetó el español antes de reírse.
Le hubiera golpeado con el palo de no ser porque lo había lanzado demasiado lejos y porque estaba demasiado emocionado por su regalo. Corrió cual rayo hacia su anterior asiento en la mesa, ahí estaba, perfectamente envuelto y bastante más grande de lo que había imaginado. Mientras Lovino se dedicaba a observar maravillado el regalo aún envuelto Feliciano repartía los regalos según iba leyendo los nombres, apartando un par con su propio nombre. Los demás tomaron asiento para poder abrir tranquilamente sus regalos, seguidos por un español y su cámara. El primero en abrir su regalo fue Lovino y su grito — que seguramente pudo escucharse desde la otra punta del vecindario — lo dejó claro por si nadie se había dado cuenta. La emoción pudo con él en esos momentos, había desenvuelto el paquete casi rompiendo hasta la caja y al ver de qué se trataba poco le faltó para poderse a saltar como un niño pequeño y su nuevo juguete.
—Parece que le gustó tu regaló – comentó la rubia aguantándose la risa por aquel comportamiento poco común en el menor.
—¿Te gusta tu regalo, Lovi? – preguntó, queriéndolo escuchar del mismo italiano.
—¡Ngh! – Se sentó en el suelo abrazando la caja de su nueva Play Station 3 con cuatro juegos incluidos. - ¡Estúpido, mierda! – soltó varios insultos más, provocando que los demás le miraran expectante.
—Si no te gusta estoy a tiempo de devolverla… - murmuró con cierta desilusión el español.
—¡Ni se te ocurra tocar MI play! – amenazó señalándole acusadoramente. - ¡Obvio que me ha gustado!
Los demás abrieron sus respectivos regalos, causando diferentes reacciones en cada uno. El primer regalo de Gilbert fue una camiseta blanca con la frase "Yo me amo" en negro, un regalo por parte del español, y el segundo fue un videojuego de muertos vivientes para el ordenador. Regalo por parte de su hermano. Los de Feliciano fueron unos pantalones y una camisa a juego, regalos por parte del francés y del español. Ludwig sin embargo recibió un solo regalo en esa ronda; un reproductor DVD. A Holanda su hermana le regaló una nueva bufanda y el alemán algunos utensilios para el jardín; Bélgica le había ayudado con ello. Para la siguiente ronda, Francia y Prussia mandaron a los otros dos con los demás, tenían una sorpresa cada uno y querían prepararla desde buen principio. No hubo Lovino en todo el rato, había abierto la caja para poder sacar los juegos y leer los libritos mientras estaba en la cocina, dejando que los demás hablaran entre ellos a la espera de poder ir a por más regalos. Sin duda, él ya estaba servido con su regalo. Unos cinco minutos después apareció el rubio por la puerta indicando que ya podían ir y de nuevo el menor de los italianos salió veloz, pero para sorpresa de los demás tuvieron que llamar varias veces al sureño para que fuera a por los demás regalos. Iba a ser la última vez que lo hacían así, los demás los iban a entregar a mano para poder ir rápido y así salir a tomar un par de copas como habían quedado. Antonio cantó la canción aporreando junto a Feliciano al tronco. Los demás hacían como que pegaban, pero en una de esas Gilbert terminó golpeando en la cara a su hermano.
—¡¿Estás bien, Alemania?! – cuestionó alarmado el norteño.
El nombrado afirmó con la cabeza para no preocupar al italiano, sin embargo dedicó una mirada sombría a su hermano. Esa se la iba a devolver. Tras aquel pequeño incidente se repartieron los regalos. Bélgica era quien sostenía la cámara en ese momento y Francia pidió amablemente que los demás aguardaran para abrir sus regalos, que España debía ser el primero en recibir su sorpresa. Anonadado por aquello pero sin borrar su sonrisa, tomó sus regalos y tomó asiento para poder abrirlos tranquilamente. Al desenvolver un poco el primero palideció y pareció que se le iba a resbalar de las manos pues empezó a hacer malabarismos con aquel paquete.
—¡¿Pe-pero qué es esto?! – Empezó a reírse, aunque en ese momento no sabía dónde esconderse. Es más, escondió el regalo cuando el sureño quiso ver qué era.
—Oh, mon ami. Eso es un regalo de mi parte, espero que lo dis-fru-tes~ - Sonrió maliciosamente el francés, provocando un escalofrío en el moreno.
—No creo yo que sea… bueno – murmuró para sí mismo, volviendo a mirar su regalo por sobre el hombro.
—¡Vamos, jefe! Enséñale tu regalo a la cámara – La rubia se acercó al ver que el italiano peleaba con el mayor para quitarle su regalo y poder verlo. Para cuando lo logró, se arrepintió.
—¡PEDAZO DE PERVERTIDO! – vociferó a los cuatro vientos, regresándole el regalo al español.
—Ya que nadie quiere jugar con él, deberá hacerlo por su propia cuenta. – Chascó la lengua clavando su mirada en el sureño.
—Esto es demasiado vergonzoso… - Finalmente dejó a la vista su regalo; un largo vibrador con anillas llamado "Love Sailor". – Fabricado en Italia… - leyó en voz alta una vez lo desenvolvió. Pasó saliva al caer en las intenciones de su amigo, mas no dijo nada para poder seguir con la fiesta. Temeroso, tomó el otro regalo y lo desenvolvió menos confianzudo. - ¡Wo, un disfraz de tore- - Enmudeció al obsérvalo bien de cerca. Parecía uno de esos disfraces preparados para juegos sexuales pues… tenía el trasero destapado. Tiró el regalo al otro extremo del sofá como si la tela quemara, provocando una sonora carcajada por parte del albino. - ¡Ya no os invito más! ¡Eso no son regalos para navidad!
Mientras el trió parecía discutir sobre los regalos la rubia prefirió no grabar eso y dejar que los demás abrieran sus respectivos regalos. Lo que más llamó la atención a los presentes, excepto a dos de ellos, es que uno de los paquetes se movía y parecía escucharse ruido de dentro. Feliciano llamó la atención del español, quien dejó su tonta discusión a un lado.
—Este regalo es de parte de Alemania y mío. Esperamos que te guste~
Al ver aquella sonrisa sabía que no podría ser un regalo mal intencionado pese a que podía desconfiar del rubio, después de todo era de la misma sangre que el albino. Al notar que se movía dudó por un momento en abrirlo.
—¿Acaso es otro vibrador gigante y se ha encendido? – cuestionó observando al alemán.
—Solo ábrelo, ¡es muy lindo!
Confió en las palabras del italiano y desenvolvió el regalo con cuidado, casi imaginándose qué era al percatarse de que el papel estaba muy agujereado y se podía ver algo peludo. Al estar completamente desenvuelto se pudo ver una bola de pelos dentro de una jaula. Por un momento tanto el español como el norteño se alarmaron al ver que no se movía, ¡le había puesto agujeros de sobras para que pudiera respirar y no lo habían metido ahí hasta el último segundo, además que hacía un momento la caja se había movido! Es más, la vez que se había excusado con ir al baño había ido al coche a por el animal que correteaba por los asientos a sus anchas, lo había dejado donde los demás regalos y a la siguiente lo "envolvió", de ahí que los agujeros se vieran mal hechos… ¡los había hecho con el dedo! Antonio abrió la jaula corriendo y cogió en brazos al animal.
—Oye, juraría que está babeando y todo… - espetó burlón el sureño.
El animal empezó a moverse. El moreno suspiró aliviado, solo dormía plácidamente. Lo abrazó contra sí, era un felino de un tono castaño claro con un par de manchas más oscuras. Llevaba puesta una correa con los colores de la bandera española y lo que parecía ser una pequeña cruz por placa.
—¡Es precioso! ¡Wah! ¡Muchísimas gracias! – El felino no pareció inmutarse hasta que el español lo dejó en el sofá, momento en el que se desperezó y caminó alrededor de la casa, seguramente investigando su nuevo hogar. – No sé cómo le voy a llamar.
—Bolita le quedaría de perlas, está rechoncho el gato – espetó el sureño algo molesto, ahora sí que su regalo para el español iba a ser una mierda.
—Cierto, quizá le ponga "Bola".
Continuaron dándose algunos regalos más hasta que la rubia entregó una bolsa con la palabra "Chicos" escrito con permanente en ella. Romano fue quien tomó la bolsa y entregó una pequeña caja a cada uno de los chicos.
—¿Calzoncillos… rojos? – el sureño podría jurar que su rostro estaba del mismo color que aquellos bóxer.
—¡Ya sé que calzoncillos me voy a poner para año nuevo! – exclamó el español agitando sus calzoncillos.
—¡Imbécil, a los demás no nos importa! – exclamó escondiendo aquella prenda.
—No seas tímido, Romano. Si te los pones en año nuevo te van a dar suerte para el 2013. – Le guiñó el ojo la belga, juguetona.
—¿También vas a llevar ropa interior roja, Emma? – preguntó curioso el español.
La rubia respondió con un simple 'obvio'. Aquella conversa al sureño se le hacía fuera de lugar, al igual que al hermano mayor de la rubia, quien parecía sufrir un notable tic nervioso. Feliciano se puso a jugar con el nuevo miembro del hogar mientras los demás guardaban sus regalos en bolsas para poder llevárselos al día siguiente. Antonio preparó algunos colchones en el salón con ayuda de la rubia para cuando regresaran de la fiesta no tener que preocuparse de hacer las improvisadas camas con una posible cogorza. El italiano había accedido a que la rubia usara la habitación de invitados para que no tuviera que dormir rodeada de hombres, lo cual alegró al español.
—¿Vas a querer dormir conmigo, Lovi? – preguntó ni corto ni perezoso.
—E-está bien – dudó en responder a la pregunta.
En cuestión de media hora habían dejado al gato durmiendo en una de las camas y se disponían todos a colocarse sus respectivos abrigos para salir, mas el español recayó en algo.
—Oye, Romano… - su voz sonaba distante, como si en el fondo se sintiera mal. - ¿Este año no me has comprado nada?
Oh, Dios.
—L-lo hice, pero… viendo lo que te han regalado el mío me parece basura.
—¡No digas eso! Anda, dámelo~ El jefe quiere saber que le has comprado – de nuevo aquella mirada que echaba chiribitas.
Los demás aguardaron mientras el italiano subía hasta donde se encontraba su bolsa y rebuscaba el regalo del español. Bajó llevando consigo una caja negra, la cual le extendió a desgana al moreno. No tardó más que segundos en abrirla; era un colgante de plata con un pequeño tomate hecho con piedritas chiquitas y brillantes. El italiano empezó a ponerse nervioso al no recibir comentario ni ver reacción alguna.
—Lo sab- - sus palabras fueron calladas por un fuerte abrazo por parte del moreno.
—¡Me encanta, Lovi! – exclamó casi dejando sordo al que tenía en brazos.
El italiano trató de soltarse del abrazo sin mucho éxito, pues hasta que no se quejó de la falta de aire el mayor no le soltó. Dejó la caja sobre uno de los muebles y sin pensarlo se colocó el colgante alrededor del cuello.
—¿Me veo bien? – preguntó juguetón, alardeando de collar.
—Muy guapo, ¡anda vámonos! – espetó el albino saliendo por la puerta.
El sureño salió con la mirada gacha, siguiendo a los demás en silencio. El español tardó más en salir pues tuvo que buscar las llaves de la casa y la cartera, asegurarse de que el gato seguía durmiendo y que no se había escapado y apagar todas las luces. Se quedó mirando por unos instantes aquella caja negra.
—¡España, o vienes o nos vamos sin ti! – exclamó uno de sus invitados ya algo lejos.
—¡Voy!
Cerró la puerta tras de sí para salir corriendo a seguir celebrando la navidad junto a sus seres más preciados. Aquel último regalo podía ser el más barato de todos, el más pequeño y lo que todos quisieran, pero había algo que hacía que el español prefiriera ese regalo por encima de todos los demás, que le hubiera tomado ya cariño nada más tenerlo entre sus manos.
Ese tomate, ese mismo collar, colgaba del cuello de Romano y había llamado su atención desde que estuvo a su lado en la mañana.
Le había regalado el mismo colgante, Romano quería que tuvieran algo igual. O al menos eso ilusionó más al español.
¿Qué tal estuvo? Es la primera vez que escribo algo relacionado con una fecha importante o evento especial, pero tenía la necesidad de hacer unas posibles navidades con el Tomato Gang y el BTT juntos. Feliciano y Ludwig son unos invitados especiales (¿).
Debo mencionar que pese a que haya colocado esta historia en "Completa" tengo pensado subir la parte del año nuevo, la cual tendrá Spamano.
Si alguien quiere saber más sobre el "Caga tió", aquí dejo un enlace directo a wikipedia, con la traducción de la canción del catalán al español ( Hay varias, pero es la que cantaban en mi casa cuando yo era pequeña ): wiki/Ti%C3%B3_de_Nadal
Buon Natale a tutti : Feliz Navidad en italiano
Frohe Weihnachten: Feliz Navidad en alemán.
Y sin más, me despido por ahora. ¡Felices fiestas a quienes lean esto!
