Título: Un castigo ejemplar

Número de palabras: 3.337

Rated: M

Este fic participa en el Reto "Parejas Extrañas" dentro del Reto #7 "Desempolvando Retos" del foro "Hogwarts a través de los años".

Todo el potterverso y cuánto le rodea pertenece únicamente a JK Rowling.

Pairing: James Sirius Potter/Dolores Umbridge

Beta-Reader: Mary Alice Friki-Bielinski

Dedicatoria: quiero dedicarle este premio a la academia por darme la oportunidad de conseguirlo y toda mi familia y todas las prostitutas que han creído en mí todos estos años... ¿eh? ¿Que esto no es un premio, que es un fic? Pues vaya... Pues entonces le dedico este Fic a Mary Alice, mencionada anteriormente, por corregirme y ayudarme con el fic; Lizzie Taiso-Friki, porque también me ayudó y porque le va a gustar; también se lo dedico a JessyRiddleFriki-Black, mi amada y queridísima Jessie porque sé que le va a encantar, ella es así; también se lo dedico a mi Patatita, porque es mi senpai; por último se lo dedico a mai veri fren forevah Nelia porque fue la que, como en otras ocasiones, me inspiró en el fic.


UN CASTIGO EJEMPLAR


Hogwarts, 1 de Diciembre de 2020

James Sirius camina a paso lento por los amplios y antiguos pasillos del colegio, arrastrando los pies como aviso al resto de estudiantes que le rodean, avisando a dónde se dirige y las pocas ganas que tiene de llegar allí.

Hace tan sólo tres meses que ha comenzado el curso y ya era la decimo quinta vez que tenía que recorrer ese tedioso pasillo camino a la puerta rosa de una de las profesoras más sádicas que había pisado nunca el colegio: Dolores Umbridge.

El porqué James está castigado y por ende tiene que ir a verla es obvio: al parecer la política del colegio impide que le prendas fuego a la ropa de otro alumno, sólo para demostrar que no llevaba ropa interior, en público. Pero el porqué Umbridge ha vuelto era aún más simple: los alumnos iban de mal a peor. Cada vez las gamberradas iban a mal hasta llegar el punto de que en algunos casos se les podía considerar bullying. En el colegio, si no eras Gryffindor era una escoria de la peor calaña; o un mortífago de Slytherin, o un soberbio de Ravenclaw o un vago de Hufflepuff. Y todos ellos recibían día a día las continuas burlas y novatadas de los leones. Así que la junta de educación del Ministerio de Magia, con el apoyo del líder de los Aurores, Harry Potter, y el Primer Ministro, habían decidido reintaurar como Subdirectora a Dolores.

Aunque en un primero momento la medida parecía innecesaria y extrema, pronto descubrieron que con Dolores dirigiendo a los estudiantes, como mano de derecha de la cada vez menos amigable directora Minerva, el número de "bromas", de acoso y, por qué no decirlo, de embarazos adolescentes había caído más de un 75%.

Pero claro, siempre hay quién se sale del redil, quién pese a los castigos cada vez más duros sigue en su empeño de impedir que cualquier persona que no piense como él, que no actúe como él y que no pertenezca a los grupos a los que él pertenece sea mínimamente feliz.

Potter toca con los nudillos un par de veces en la puerta rosa con florituras. Cuando la puerta se abre, siente la necesidad de entornar los ojos ya que de lo contrario, quedaría cegado por el resplandeciente rosado que emana del cuarto.

—Señor Potter, cuánto tiempo sin recibirle por aquí —sonríe con ironía casi diabólica al joven y hace un ademán con la mano, justo antes de que la puerta que se encuentra tras él se cierre de un portazo y haga un sonido metálico, el de cerrar con llave. La voz de Umbridge suena fría e infantil; con forme James ha ido yendo, su voz se ha ido agudizando y elevando en cada visita, llegando al punto de poder hacer explotar un vaso de vidrio con un simple saludo—. Dígame, ¿a qué se debe esta vez su visita? ¿Me trae bombones, rosas —sus ojos por un momento se vuelven rojos y felinos y ese rasgo infantil de su cara desaparece para dar paso a una cara roja de total furia; momentos después, vuelve a poner su sonrisa sardónica y prosigue la pregunta— o acaso me trae una razón más para lanzarle un Crucio?

—Verá, señorita —James sonríe con una inocencia similar a la de Umbridge, como una competición por ver quién puede sonar más infantil—. El señor Malfoy incumplió la ley de pudor número 43: los alumnos no pueden salir de sus habitaciones sin ropa interior, ya que de lo contrario podría poner en peligro la integridad de sus compañeros.

James sonríe con total satisfacción ante la cara de Umbridge. Umbridge, en una ocasión, le había obligado a copiar 50 veces las 365 nuevas normas que ha instaurado en la escuela. Con una pluma normal en un pergamino, pero sólo porque a James no le cabrían 18.250 normas en el cuerpo ni aunque se triplicara. James, ante lo interesantes que parecían —por supuesto como una escusa para poder joder al resto de alumnos y que no se llevase un castigo tan severo— las memorizó. Y ahora tiene 365 escusas para discriminar a la gente que le cae mal.

—Ya hablaré con el señor Malfoy al respecto, téngalo por seguro —Umbridge se pone en pie y comienza a caminar por la estancia, mirando los distintos cuadros con movimiento en los que hay los gatos más cursis que podías encontrar en ningún lugar moviéndose de manera adorable—. Pero es tan malo ir desnudo como desnudar, señor Potter.

Umbridge suspira por un momento antes de fijar su vista en el moreno. En los muchos años que lleva activa, tanto en el Ministerio como en el Colegio, ese muchacho es sin duda el mayor grano en el culo que jamás nadie se podría encontrar. De hecho prefiere tener una discusión sobre la importancia de vestir de rosa con 200 dementores y sin su patronus que verle esa cara de estúpida satisfacción en el rostro una vez más.

—Potter, ¡en pie! —James pone los ojos en blanco por un momento para acto seguido ponerse en pie como la bruja con el culo rosa le dice. Umbridge realiza un movimiento de varita y Potter cae con dolor de rodillas en el suelo. Sus rótulas amortiguan el golpe un gemido de dolor se ahoga en sus labios, esa maldita zorra no iba a recibir la satisfacción que tan ansiadamente busca de escuchar un sólo quejido de dolor, una sola mueca de sufrimiento—. ¡Ahora extiende los brazos en cruz!

James acepta de nuevo el encargo y levanta ambos brazos en ángulo recto con respecto a su cuerpo, con las palmas hacia arriba. Umbridge recorre con la varita la mesa y con un sordo "Wimgardium Leviosa" eleva seis libro de Historia de la Magia que tenía preparados y los acerca al chico hasta colocar tres libros en cada mano.

—Vamos a jugar a un juego, Potter —camina hasta colocarse frente a él y se pone de rodillas para quedar a la altura de la angustiada cara del joven—. Tres libros en la mano derecha, tres en la izquierda. Tus brazos tienen que estar en un ángulo de 90º —marca el ángulo con la varita, rozando la piel del joven en el proceso—. Si sube a 95º o baja a 85º te pondré un libro más EN ESA MANO —Se pone de nuevo en pie y comienza a orbitar al rededor de él—. Tienes que aguantar una hora así. Lo divertido es que si acaba la hora con más de diez libros en total recibirá un castigo ejemplar. Algo equiparable a lo que ha hecho a su compañero. No sé… igual pueda romper por usted las normas y colgarlo de la Torre de Astronomia por las orejas en calzoncillos —se enconge de hombros con diversión.

Camina hasta la mesa de escritorio y gira un reloj de arena algo antiguo que tiene sobre ésta; al hacerlo, granos verdes escarlata comienzan a caer lentamente, reuniéndose todos en el fondo del recipiente, amontonándose.

—Te quedan cincuenta y cinco minutos, mi perido Potter.

Según va pasando el tiempo, los musculosos brazos del joven empiezan a resentirse. Los libros luchan por bajar sus brazos aunque tan sólo sean 5º, haciendo que cada segundo que pase, el peso de los libros aumente en medio kilogramo.

En un momento en concreto, como a la mitad del castigo, Umbridge se aburre de esperar; al parecer, había subestimado la fuerza física y su resistencia. O, más bien, había subestimado la fuerza que podía sacar de flaquezas sólo para salirse con la suya.

—¿Sabes por qué tu padre me deja estar aquí? —cuestiona al joven mientras se pone en pie y camina de nuevo hasta el chico, colocándose a su espalda. Se pone de nuevo de rodillas y pone sus manos en los hombros tensados del chico—. Porque tu padre está harto de ti —susurra en su oído, agudizando tanto como puede su voz hasta el punto de hacer que encoja su rostro con dolor—. Está harto de que te creas superior al resto de la humanidad y de que te creas con el derecho a juzgar al resto. Están todos tan hartos de ti —conpone una sonrisa de satisfacción mientras acaricia la espalda del joven con su espalda— que me han sacado de Azkaban para ponerte en vereda —en un momentuo dado, la caricia se convierte en un corte, que traspasa la capa y la camisa y deja un arañazo en la espalda del joven, del que comienza a brotar gotas de sangre—. Me ha dado carta blanca contigo. Siempre que no te mate o te lance un dementor a la cara, puedo hacer cuánto desee si consigo que vayas por el buen camino.

Recorre con la varita el enredado pelo del joven, asegurándose de pasar la varita por los mechones más rebeldes para que al continuar dejar algún que otro tirón.

—En realidad esos idiotas de Ravenclaw y Hufflepuff me dan igual… —quita la capa de los hombros del joven antes de realizar otro corte perpendicular al primero, de una longitud similar, marcando una X con sangre en su espalda—. Incluso dejaría que la mitad de los Slytherin fuesen lanzados a un Fuego demoniaco. Y los Gryffindors… la verdad es que tú los representas, o más bien los lideras muy bien —pincha con la punta de la varita durante un segundo el centro de la X, consiguiendo que por un momento la sala se inundase con un gemido de dolor del joven—. Suerte que insonoricé el cuarto. ¡Pero no puedo hacerlo! Porque estoy aquí para protegerlos, no para matarlos.

James alza su rostro perlado en sudor, con los dientes apredados y el rostro tan rojo como el pelo de un Weasley. Le había pillado por sorpresa el pinchazo, no se esperaba que pasase en tan sólo tres meses al daño físico tan agresivo. Aún con ésas y con el peso cada vez mayor en sus brazos, éstos no iban a decer ni un sólo centímetro. Sólo tenía que aguantar veinte minutos más así. Después, iría a su cuarto a aplicarse un poco de pomada con lágrimas de fénix sin alcohol en su espalda y lanzar maldiciones a muñecos de merchandising del Niño-que-vivió.

—¿Aún no te rindes, jovencito? —Umbriedge forma una mueca extraña en su rostro: una mezcla entre impotencia porque el niño le está superando y satisfacción, porque podía llevar a más la tortura hasta que los brazos no puedan más y dejen caer los libros al suelo, permitiendo que cuelgue las pelotas del Potter en lo alto de la mesa de Gryffindor como aviso a los demás—. ¿Crees que puedes aguantar durante 15 minutos más esos libros? Aún sabiendo que según vaya pasando el tiempo, tus brazos tendrán menos fuerza y los libros pesarán más… interesante.

Umbridge tamborilea con las uñas sobre uno de los montones de libros mientras hace una mueca de estar pensando.

—Jamás —gruñe James entre dientes y tensa aún más los brazos para impedir que el acto de Umbridge le haga bajarlos un solo centímetro.

Umbrisge los mira un momento y suelta también un gruñido. Esperaba no tener que hacerlo, no tener que hacer algo tan rastrero como eso, pero dado que el joven sigue tan terco y tan incapaz de aprender la lección, no le queda otra.

—Ponte en pie de nuevo —ordena cruzándose de brazos—. Y sigo vigilando, así que más te vale no bajar los brazos.

James, con gran esfuerzo, consigue ponerse en pie aunque no sin llevarse un libro extra en cada lado por inclinarse como un avión al levantar el primer pie. Umbriedge hace un movimiento de varita, dejando caer los pantalones y la ropa interior del Potter al suelo, dejando a la vista su flácido miembro rodeado de una espesa capa de vello y su trasero lampiño y duro a causa de sus entrenamientos de Quidditch intensivos los últimos cuatro años.

—¡¿Se puede saber qué coño haces, vieja loca?! —el rostro de James se vuelve completamente rojo, aunque tan sólo un quince por ciento por la furia y un ochenta y cinco porciento por la vergüenza.

—Debería controlar su lenguaje, señorito —sin apenas inmutarse ante la nueva situación del chico, realiza un corte un poco más profundo en su brazo izquierdo—. Ya que puede que suba la apuesta dos libros más en el lado derecho.

Potter, que prefiere que sus genitales se vuelvan azules a causa del frío ambiente de Londres en Diciembre —que aún con la cursi chimenea encendida, se nota el frío—antes de acertar la derrota para taparselos, se pone lo más erguido que puede sujetando los libros, como si en lugar de avergonzarse estuviese presumiendo de genitales. Aunque el rubor escarlata que cubre casi por completo el rostro del joven deja claro que la vergüenza que siente tiende a infinito.

¡Wingardium Leviosa! —apunta con la varita a una taza blanca con un gatito peludo con el pelaje color rosa que está sobre la mesa totalmente vacía y la acerca hasta colocarla de manera horizontal, cubriendo por completo los genitales de James— ¡FLAGRATE!

James suelta un grito de dolor intenso que recorre todo su cuerpo y se deja caer hacia atrás, con lágrimas en los ojos y dejando que todos los libros que había sostenido durante practicamente una hora al suelo, haciendo un gran estruendo. Dolores Umbridge suelta una extruendosa risa sardónica al ver al chico lloriqueando mientras observa sus genitales completamente rojos y en carne viva.

—Vaya, vaya… parece que ahora no eres tan valiente y duro como cuando vas a lanzar huevos podridos sobre la entrada de Slytherin. ¡Ahora ponte en pie de nuevo ahora mismo y sigue aguantando, te quedan cinco minutos!

El moreno ruge con impotencia y se pone en pie de nuevo. Vuelve a poner los brazos en cruz; sus ojos empañados en lágrimas se achinan ligeramente mirando con odio a la mujer de rosa, que vuelve a colocar los libros. Esta vez no ocho sino once, cinco en el brazo derecho y seis en el izquierdo a causa de su caída. James siente cómo su cuerpo dece ligeramente hacia la izquierda a causa de que es diestro y tiene un mayor pero en ese lado. Aprieta los dientes con furia, pero también a causa del dolor insoportable que emana de su zona inguinal.

—Vaya, parece que al pequeño Potter le duele su cosita —arruga los labios con fingida inocencia y torciendo la cabeza como un cachorrito—. Por suerte para Jimie, tengo un remedio muy bueno para eso.

Se sienta en la silla y rebusca en los cajones hasta sacar una pomada de color blanco, con el envase prácticamente vacío. Se pone de nuevo en pie y se acerca al chico. Se arrodilla ante él y vacía parte del recipiente en su mano derecha, ante su atenta e inquisitiva mirada.

Con una suavidad casi irónica, extiende con la mano diestra la crema sobre el pene y testículos de James. James suelta un gemido gutural, producto de un placer indeseable para él y que desearía no haber sentido. Su pene comienza a hinflarse según las caricias se van intensificando. Su miembro se recupera por completo en apenas segundos, por lo que supone que será algún tipo de pócima mágica para esos momentos en los que lanzas tazas al rojo vivo a los huevos de tus alumnos y no quieres que sus progenitores se enteren.

Suelta otro gemido, en esta ocasión más lleno de placer que el anterior; el dolor que sentía al principio se ha mitigado y ahora ya no es una cura, es una paja. James se da cuenta de que todo ha sido un plan de Umbridge para que se le caigan los libros, ahora que sólo quedan tres minutos, y poder colgarlo de los pulgares de la Torre del Director.

Las piernas le tiemblan ligeramente al sentir la lengua de Umbridge por su glande. Consigue contenerse, al menos momentáneamente, y mantener los brazos en ángulo recto, aunque la profesora, vieja y algo decrépita, aunque increíblemente habilidosa y cada bombeo más sexy no se lo ponga nada fácil.

Siente cómo sus genitales se hinflan y cómo su abdomen se contrae; los gemidos se hacen cada vez más seguidos y altos, incapaz de contener el placer que siente; se siente Atlas, cargando en sus brazos tan pesados libros que parecen querer hacerle perder y que los deje caer de nuevo. Sabe que está muy cerca del orgasmo, que Umbridge está a punto de llevarlo al cielo para momentos después volver a mandarlo al infierno de una patada.

Umbridge retira su boca del miembro de James y bombea con rápidez con la mano derecha hasta que un chorro espeso y blanquecino sale disparado, salpicando y manchando la alfombra rosa y parte del escritorio de la profesora. James se contrae hacia delante al sentir el orgasmo; sus piernas tiemblan y acaban deciendo, haciéndolo caer de rodillas, con las manos en el suelo y los libros de nuevo desparramados.

James respira pesadamente, con su rostro y piernas perladas en sudor; aprieta los puños sobre sus piernas y alza la vista para ver cómo Umbridge sonríe con satisfacción. Finalmente, después de tres meses de clase y de 15 veces ser mandado a su despacho, finalmente se había salido con la suya.

—Potter, Potter, Potter —dice lentamente mientras niega con la cabeza mientras coge el reloj de arena, al que apenas quedaban granos que caer—. Has perdido por sólo 10 segundos. Aunque, técnicamente, hace diez minutos que cargas más de diez libros. Por lo que… sintiéndolo mucho…

James se pone en pie como puede, con su dignidad desparramada con el semen por la alfombra y se vuelve a subir los pantalones y a poner la capa. Al mover los brazos para colocarse ésta última, siente un enorme dolor en los cortes que la profesora se había aplicado con su varita.

—¿Y bien? —James alza las cejas con impotencia y frustración—. ¿Cuál será mi castigo?

A lo que Umbridge responde con una sonrisa maquiavélica y dantesca, que deja ver a su verdadero yo.

1 semana después

Harry eleva la vista por décima vez en dos minutos que lleva ahí para asegurarse de que lo que está viendo es real y no sólo un producto de su imaginación. James, su hijo mayor, está colgado de la Torre de Astronomía. Un gancho que sale desde el borde del tejado mantiene elevadas sus manos y, bajo él, una fila de ladrillos que sobresale ligeramente le sirve de suelo, aunque sólo le permita mantenerse en pie con los talones, teniendo las punteras en el aire. Está casi completamente desnudo, a excepción de su ropa interior, con los ojos vendados y una especie de trapo azul le sirve de mordaza. En el pecho y parte del abdomen, lleva escrito con tinta roja —Harry espera que sea tinta— "SOY ESTÚPIDO, NO ME LO TENGÁIS EN CUENTA". Harry gira el rostro hacia McGonnagal y Umbridge con la ceja alzada.

—¿En serio esto era necesario?

—Señor Potter —comienza Umbridge—. Desde que se le informó de este castigo, hace ya una semana, el señorito Potter no ha cometido ninguna infracción de las normas, ni las nuevas ni las antiuguas. Ahora, los jóvenes Slytherin, Ravenclaw y Hufflepuff pueden caminar libres por el campus sin temer llevarse una bola de pintura en la cara, una rata muerta en la mochila o, simplemente, una paliza —alza la vista hacia el Potter y en su sonrisa, no sólo hay satisfacción de victoria sino también ligera lascivia—. Aunque duro y humillante, es indudable que también es ciertamente… efectivo —vocaliza la última palabra mientras mira directamente a los ojos de Harry—. Al parecer un Potter ha aprendido por fin la lección.

—Harry… —interviene McGonnagal—. En dos horas tu hijo acabará el castigo y será bajado sin falta.

—En fin… —Harry suspira encogiéndose de hombros—. Parece que al final no fue tan mala idea sacarla de Azkaban para meterla a un colegio a imponer disciplina.


¡FIN!


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