«El bosque de las luciérnagas»

Personajes de Hajime Isayama.

Summary:
Cada verano Mikasa viaja a Shiganshina para quedarse en casa de su tío Kenny y visitar a Eren, un espíritu inmortal que habita en el bosque. Tan solo hay un problema: ella ni ningún otro humano pueden tocarlo, de lo contrario, él desaparecerá para siempre. One-shot. Eremika.


#Notasquetodosaman(?):

Lloren, perras. LLOREN.


—o—

—¡Mikasa! ¿Llevas tus bufandas? ¿Y el abrigo que te di?

—Sí, mamá, no te preocupes. ¡Llegaré tarde, te llamaré una vez que llegue al pueblo!

Así, sin preámbulos y conversaciones absurdas, Mikasa abandonó su casa para tomar el autobús más próximo y así marchar a Shiganshina, el pequeño pueblo al que viajaba cada verano para quedarse en casa de su tío Kenny. Aquello no le molestaba, ambos se llevaban muy bien y se había convertido en una especie de tradición, una que Mikasa no se atrevería a romper jamás, y no a causa de su tío, al que tanto quería.

Era por él.

Lo conoció cuando tenía tan solo seis años. Se había perdido en el bosque luego de una divertida caminata en la playa principal del pueblo. El bosque era enorme y, además, los rumores aseguraban que allí habitaban temibles espíritus con los cuales no era conveniente toparse. La pequeña había recorrido las extensiones con temor, intentando encontrar una salida pero cada vez tenía la sensación de perderse más entre esos inmensos arboles que la rodeaban.

Cansada y agotada de tanto buscar sin encontrar, se sentó sobre el césped y se echó a llorar, hasta que una voz cálida le hizo comprender que no estaba sola.

—Eh, tú —habló esa voz, haciendo eco entre el silencio del bosque—. ¿Estás bien?

Mikasa parpadeó, limpiándose las lágrimas y olvidando por un momento su miseria. Se volteó y vio a un muchacho. Un muchacho alto y delgado, vestido solamente con una camisa blanca y unos pantalones oscuros.

—¿Por qué lloras?

La niña se incorporó, emocionada, había alguien allí. Una persona mayor que podría sacarla de su aprieto. Chilló, extasiada, y corrió hacia él para pedirle ayuda. Su madre le había dicho que jamás hablara con extraños, pero aquella era una situación especial. Estaba sola, en un bosque, perdida y asustada, alguien tenía que sacarla de allí cuanto antes.

El muchacho, al ver que la niña se abalanzaba hacia él, se apartó con brusquedad y cierto temor. Mikasa cayó boca abajo contra el suelo, sorprendida. Se incorporó, malhumorada, y le dedicó una mirada fulminante.

Curiosamente, el muchacho —no debía de rondar más de dieciocho años— llevaba una máscara de lobo sobre su cara, así que fue imposible para Mikasa poder ver su rostro. El muchacho se apartó del árbol al que se había aferrado para escapar de ella.

—L-lo siento... —se disculpó—. Tú... eres una niña humana, ¿verdad?

Ella no respondió. ¿A qué se refería con humana? ¿A caso él no lo era tampoco?

—Yo... si un humano me toca, desapareceré —murmuró él, demasiado bajo.

Mikasa se sentó sobre el césped, frunciendo el ceño, repleta de confusión.

—¿No eres humano?

—Soy... algo que vive en este bosque.

La niña encaró las cejas, todo tenía sentido ahora.

—¡Oh! —casi gritó, sorprendida—. Entonces... ¿eres uno de esos espíritus de los que todos hablan? Pero, ¿qué quieres decir con desaparecer?

Tal vez no era cierto. Tal vez era un muchacho estúpido que se había cruzado en su camino para tenderle alguna especie de broma, había mucho de esos en Shiganshina. Su tío como policía oficial del pueblo tenía que lidiar con ellos todo el tiempo. Estiro su brazo para tocarlo, intentando averiguar si aquel cuento era cierto, pero el muchacho se apartó y Mikasa tropezó de nuevo, perdiendo el equilibrio.

Se incorporó, decidida, y volvió a correr hacia él con los brazos estirados, pero el muchacho volvió a apartarse. Mikasa correteó detrás de él, intentando capturarlo, mientras una risa infantil se apoderaba de su pecho, aquello parecía un juego y la niña lo estaba disfrutando, incluso pudo jurar oír una risa detrás de esa macara lobuna que él llevaba consigo.

Pero Mikasa fue sorprendida cuando inesperadamente el muchacho cogió una rama de un árbol y le dio un pequeño golpe en la pierna, logrando que la niña volviera a caer. Lo peor de todo es que ese golpe de verdad había dolido, y por un momento sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿A caso eres tonta? —replicó el joven, algo malhumorado—. Te he dicho que no puedes tocarme, o desapareceré. Es... el hechizo que el bosque me dió. Si soy tocado por un humano... es el fin para mi.

Vaya, entonces de verdad era cierto. La niña agachó la cabeza, apenada de su terquedad.

—Lo siento —se disculpó.

El joven le acercó la rama.

—Eh, pequeña —dijo, para llamar su atención—. Sostén el otro extremo. Estás perdida, ¿verdad? Te ayudaré a salir.

Durante un rato y en silencio, ambos caminaron por los pasadizos del bosque con cuidado. Mikasa sostenía un extremo de la rama y el muchacho el otro. Intentando utilizar bien su tiempo, ella lo miró de reojo. No se había quitado esa máscara en ningún momento y Mikasa no deseaba preguntar por qué la llevaba puesta, pero lo cierto era que se moría de curiosidad por conocer su rostro. Sabía que era joven, el tono de su voz cálido como una tarde de verano eran indiscutibles y la forma de su cuerpo, su altura, y el color azabache de su cabello, que se agitaba con la brisa que golpeaba las hojas de los árboles.

¿Como podía ser eso un espíritu? Su apariencia era demasiado humana.

—Vaya —murmuró ella, el paisaje era demasiado bonito y se encontraba acompañada de alguien agradable—. Esto es como una cita.

—¿Una cita? —preguntó él, no muy seguro a qué se refería.

Mikasa bajó los escalones con pequeños saltitos.

—Mi mamá tiene muchas citas desde que se separó de papá. Toman un helado, se toman de las manos y caminan mucho. Esto es como una cita.

El joven no respondió. No había soltado la rama, pero constantemente dejaba escapar pesados suspiros, como si aquello no le agradara del todo.

—No pareces asustada —susurró, más para él que para la niña.

Pero Mikasa tenía oídos de halcón y sus ojos tan oscuros como el chocolate lo observaron curiosos.

—¿De qué? —preguntó, con aquella voz suya demasiado dulce e infantil.

Él se mantuvo en silencio durante unos segundos. Mikasa pudo notar que apretaba con fuerza su agarre sobre la rama.

—Olvídalo —murmuró. Luego de unos minutos llegaron a un largo sendero, el muchacho soltó la rama y Mikasa supo que ya era hora de decir adiós. Curiosamente, ella no quería hacerlo—. Allí está el sendero. Solo debes seguirlo, te llevará directamente hacia la playa. Adiós.

Mikasa bajó los escalones restantes hacia el sendero entrelazando sus manos con fuerza entre sí. Aquella había sido la despedida más fría de todas y una sensación terrible amenazaba a su corazón. Se volteó y el muchacho seguía allí parado.

—Tu... —empezó, dubitativa—. ¿Siempre estarás aquí? Si regreso... ¿podré verte de nuevo?

El muchacho suspiró.

—Este es el bosque de los espíritus. Pon un pie aquí, sola, y te perderás para siempre —aquello sonaba demasiado exagerado, y Mikasa tuvo la impresión de que solo deseaba espantarla—. No deberías venir aquí.

Pero a Mikasa no le importó. Había llegado a este bosque y había logrado salir viva de él, si regresaba de nuevo nada malo sucedería. Con algo de timidez llevó sus manos detrás de su espalda, ladeando el rostro y sintiendo sus rizos revolotear al compás del viento.

—Me llamo Mikasa. ¿Y tú?

Pero el muchacho no respondió. El viento agitó cada vez más fuerte y Mikasa se vio perdida entre los ojos de ese temible lobo que la observaba. Solo era una máscara, con la boca levemente abierta enseñando unos filosos colmillos de plástico, un disfraz muy propio de halloween. Pero ella no tenía miedo. No había nada que temer, él la había ayudado a salir de allí, si se tratara de una mala persona... ¿no habría intentado hacerle daño?

Sabía que él no respondería, así que simplemente sonrió.

—Regresaré mañana.

Lentamente se dio la vuelta para marcharse. Mientras se alejaba a saltitos pudo jurar oír una voz retumbar entre los árboles, murmurando un tierno me llamo Eren.

Pero cuando Mikasa se volteó no había nadie allí.


Cuando su tío la encontró vagando por la playa se ganó una buena reprendida. Mikasa lloró, disculpándose dramáticamente, y Kenny la llevó a comer algo de pescado a casa. La niña no mencionó nada al respecto, si su tío se enteraba que había visto a un extraño en el bosque con una máscara de lobo no la dejaría regresar y Mikasa de verdad quería volver a verlo.

Durante toda la noche no pudo dormir. Se revolvía entre las sábanas, abrazando su peluche favorito mientras pensaba en el misterio escondido detrás de esa máscara de lobo. ¿Cómo era su rostro? ¿A caso usaba aquello para cubrir alguna herida, quemadura o cicatriz? Tal vez no tenía rostro, pensó. Muchas historias relataban sobre espíritus sin rostro que debían alimentarse del alma de los niños para poder sobrevivir. Aquello le hizo estremecer.

Al día siguiente regresó al bosque. Intentó memorizar el camino lo mejor que pudo, mientras sostenía entre sus manos una caja con pastelillos de chocolate que su abuela le había comprado, su intención era compartirlas con él, aunque no estaba segura si podría comerlas. Pero seria una buena excusa para obligarle a quitarse la máscara.

Cuando llegó a la entrada del bosque, la cual estaba decorada por un arco de madera que representaba el templo a los dioses, vio al muchacho sentado sobre los escalones. Sin razón aparente, su corazón latió demasiado rápido y sus mejillas se tiñeron de rojo.

La estaba esperando. A ella.

Él pareció notar su presencia, a través de su máscara él la miró.

—Vaya. No creí que vendrías.

Mikasa comenzó a sonreír poco a poco.

—Tu... ¡me estabas esperando! —chilló, emocionada, y corrió dispuesto a abrazarlo.

Segundos después, una rama se había estampado contra su cabeza y Mikasa había caído con fuerza sobre el suelo. El muchacho seguía sentado sobre las escaleras de piedra.

—Tu no aprendes, ¿eh? —suspiró.

El muchacho esperó a que ella se levantara, invitándola a dar un paseo por el bosque. Con nerviosismo, Mikasa le ofreció uno de sus pastelillos, él aceptó gustoso, pero no se quitó la máscara por completo, solo la subió lo suficiente como para que sus labios quedaran al descubierto. Caminaron y caminaron en completo silencio, comiendo los pastelillos mientras Mikasa intentaba —aprovechándose de su baja estatura— poder observar algo de su rostro detrás de su máscara. Pero nada. Solo podía ver su boca y su mandíbula fuerte. Era muy joven, pero Mikasa no podía evitar preguntarse cuanto tiempo llevaba allí en el bosque, solo.

El viento comenzó a agitar con fuerza, revoloteando su cabello, y Mikasa empezó a oír cosas.

No lo toques.

Ella alzó la mirada, levemente sorprendida, con sus ojos bien abiertos y su boca manchada de chocolate.

Nunca lo toques, niña humana. Si lo haces, desaparecerá.

—¿Q-ue...?

—Son los espíritus —advirtió Eren, recién ahora había recordado su nombre—. Están preocupados.

Entonces aquello era verdaderamente serio. Si lo tocaba, desaparecería. Pero, ¿a caso sería momentáneamente? ¿Solo por un corto período de tiempo? ¿O desaparecería para siempre? Algo así como... ¿morir? Mikasa se estremeció, no quería pensar en ello, se aseguraría de no tocarlo nunca. Pero, mientras tanto, insistiría en el tema de la máscara.

Se acercó un poco más a él, intentando caminar a su mismo ritmo.

—¿Por qué llevas una máscara? —preguntó.

Eren se encogió de hombros.

—No hay una razón en particular. Pero olvídate de mi, ¿qué hay de ti? Cuéntame sobre ti.

Mikasa soltó una risita infantil.

—Eres muy curioso.

—Por algo esperé por ti, ¿verdad?

Ella sonrió, emocionada, y correteó a su alrededor, como quien carga con la energía de una niña de seis años. Durante las horas restantes Mikasa habló, y Eren simplemente escuchó. Escuchó sobre la separación de sus padres, preguntó sobre el nombre de éstos Le comentó sobre su mascota, un gatito muy simpático llamado Levi, y sobre esa niña irritante que la molestaba en la escuela. Le dijo sus colores favoritos, verde y azul, y se mostró sorprendida cuando él admitió no tener colores favoritos. ¿Cómo podía ser eso posible?

Pero Mikasa también aprendió algunas cosas de Eren. Le gustaban las fresas y las ciruelas, el aroma a pino y los atardeceres, además de pescar. Cuando llegó la hora de despedirse, Mikasa prometió que regresaría, y así lo hizo.

Regresó al día siguiente, y al día siguiente, y todos los días que quedaron restantes.

Se podía decir que, poco a poco, la pequeña comenzaba a memorizarse los caminos del bosque a la perfección. Conocía sus ríos, sus valles y oscuras cuevas, donde habitaban los murciélagos. Pero aquél día Eren le enseñó un lugar nuevo, era un prado muy grande en donde el sol caía con fuerza, iluminando un colchón interminable de flores que Mikasa se había encargado de arrancar con esmero.

Esa tarde, Eren había decidido recostarse entre el césped y como no emitía sonido alguno, Mikasa supuso que se había quedado dormido. Entonces la curiosidad la carcomió y se acercó a él, arrodillándose a su lado. ¿Qué pasaría su tocaba su máscara? ¿Desaparecería también?

Con cuidado y sintiendo sus manos temblar, Mikasa tomó la máscara de lobo y la quitó unos pocos centímetros de su cara. Eren tenía los ojos cerrados, pero Mikasa notó que era muy apuesto. Tan joven como había imaginado, sus pestañas eran abundantes y su nariz era recta y masculina. Lo observó por unos momentos, pensativa, cuando inesperadamente él abrió sus ojos y Mikasa dejó caer la máscara con fuerza sobre su cara, causándole un quejido.

Ella se apartó.

—¡Ouch! —se quejó él, acomodándose la máscara. Luego se sentó—. Asustar a alguien mientras duerme... eres escalofriante.

Mikasa rió con nerviosismo.

—Eh, lo siento... estabas fingiendo dormir, ¿verdad?

Eren suspiró y dejó descansar su mejilla sobre su puño.

—Me vi normal, ¿cierto?

Pero eso no fue suficiente para Mikasa. Nuevamente insistió con el tema.

—¿Por qué usas una máscara?

Él se encogió de hombros.

—Si no me pongo una máscara, no luzco como un espíritu, ¿verdad?

Ella hizo una mueca.

—Eres raro.

Cuando comenzó a oscurecer y se hizo la hora de ir a casa, Mikasa supo que era el momento adecuado para decírselo. Mientras descendían por las escaleras de entrada al bosque, ella habló en voz baja detrás de él.

—Mañana no podré regresar. Recuerdas que te hablé de eso, ¿verdad? ¿Que solo me estoy quedando en casa de mi tío durante el verano? Así que tengo que ir a casa mañana.

Por un momento creyó que se enojaría. Era un muchacho demasiado solitario, tal vez deseaba su compañía un poco más. Además, era algo inmaduro, en algunas ocasiones se había enfadado con ella por tonterías, a veces Mikasa creía que no era un adolescente y solo tenía seis años como ella.

Él se detuvo, mirando hacia el horizonte.

—¿Podrás venir el año que viene?

Mikasa asintió, feliz de que él deseara verla de nuevo.

Y así el tiempo pasó, y los veranos se habían convertido en algo que Mikasa deseaba con ferviente anhelo. Sus visitas al pueblo ya no solo se debían al tío Kenny, ahora se trataban de Eren. Los viajes largos y noches en autobús eran por él.

Y eran esas tardes junto a él lo que llenaba sus días de alegría.

(¡Oh, el agua está fría!

Eres muy rara. Por supuesto que lo está. Es agua.)

Pero aquel día tuvo miedo. Mucho miedo. Su impertinencia le había obligado a subirse a un árbol, con la intención de asustar a Eren, pero cuando él la encontró las cosas no resultaron tan divertidas como había esperado. Mikasa se había inclinado contra la rama y ésta se había partido en dos, enviándola directo al suelo.

Pero eso no era lo que importaba, muchas veces Mikasa se había caído, era algo normal, algo que cualquier niño experimentaba. Lo que la había aterrado de sobremanera era la forma en la que Eren había corrido hacia ella dispuesta a sostenerla en sus brazos para evitar que se lastimara en medio de su caída. Como por arte de magia, él se contuvo, recordando lo que sucedería si la tocaba de verdad.

Mikasa se estrelló contra el césped, asustada, y logró sentarse con dificultad. Eren se arrodilló frente a ella, aunque no podía ver su rostro su respiración era irregular detrás de la máscara.

—Maldita sea, Mikasa, lo siento... —se disculpó—. ¿Estás bien?

Mikasa se mantuvo en silencio durante unos pocos minutos, intentando recuperar la respiración y la horrible sensación que se apoderaba de su pecho. ¿Qué habría pasado si él la hubiera tocado? ¿Habría desaparecido... para siempre?

Con todo el auto-control del mundo se esforzó por alzar el rostro y dedicarle una sonrisa amable, pero se vio demasiado forzada.

—N-no importa lo que p-pase... —tartamudeó—. Nunca me toques, ¿si? S-solo... no lo hagas.

(Porque no soportaría perderte.)

Entonces, se echó a llorar.


Más veranos siguieron pasando. Dos veranos, luego tres, cuatro, cinco... y Mikasa fue creciendo poco a poco. Se había convertido en una especie de rutina: llegaba a casa de su tío al mediodía, almorzaba con él y se marchaba directo hacia el bosque, directo hacia Eren.

—¡Tadá! —exclamó, dando giros absurdos frente a él, enseñándole su nuevo uniforme escolar—. ¡Ya pasé a quinto grado!

Eren ladeó el rostro detrás de su máscara.

—Hmmf... de algún modo, ya empiezas a verte como una mujer.

Mikasa frunció el ceño, molesta.

—Ya soy una mujer.

Si había algo que realmente le molestaba era que siguieran tratándola como si fuera una niña pequeña. Poco a poco se adentraron en el bosque, aquel que ahora Mikasa ya conocía a la perfección. Con una sonrisa, comenzó a dar saltitos junto a él.

—Lo notas, ¿verdad? Ya casi alcanzo tu altura, ¡y nuestras edades también!

De alguna manera, Eren no era inmortal, solo crecía un poco más lento que los humanos. Pero a Mikasa le agradaba saber que ambos ya se encontraban al mismo nivel y que ya no solo era una niña pequeña para él. Aunque, en secreto, ambos seguían comportándose como dos niños pequeños. Mikasa le enseñaba como usar un barrilete y seguía subiéndose a las ramas de los árboles para asustarle, y Eren permanecía tan paciente como siempre, oyendo sus conversaciones y oyendo cada una de las palabras que ella tenía para decir.

Aquel día fue el último de ese verano. Mikasa fingía, pero siempre era difícil despedirse de él, aunque jamás lo demostrara. Esa mañana Kenny le había dicho que este invierno sería el peor, las nevadas iban a ser fuertes y entonces Mikasa pensó en Eren. ¿Tendría frío? Así que le entregó su bufanda roja como regalo de despedida. Si silueta parada junto a las escaleras sosteniendo su bufanda fue lo único que tuvo en mente durante su recorrido a casa.

Y durante su estadía en su hogar, no pudo evitar pensar cuan injusto era aquello. Sus compañeros de clase se sentían atraídos por ella, y tomaban su mano intentando impresionarla, acariciaban su cabello o le otorgaban codazos amistosos. Pero, ¿por qué? ¿Por qué ellos podían tocarla y Eren no? Deseaba... solo por una vez, poder tomar su mano, saber lo que se sentía el roce de su piel bronceada sobre la suya, que era tan pálida como la de su madre. Deseaba cubrir sus dedos con los suyos, sobre todo ahora que era invierno y tal vez él estaba muriéndose de frío, completamente solo en aquel miserable bosque, a kilómetros y kilómetros de distancia.

¿Pensaría en ella?

Cuando el verano llegó al fin, y ella regresó a visitarlo, Eren preguntó lo mismo de siempre:

—¿Es tu nuevo uniforme? El tiempo pasa volando, ¿huh? Ya estás en secundaria.

Sabía que aquello no lo había dicho con mala intención. Pero saber que el tiempo de verdad pasaba volando, le asustaba, retorciendo todas sus entrañas. Caminaron, como siempre, por el bosque, y se detuvieron a descansar frente al lago.

—Ya no vienes corriendo hacia mi desde esos días —agregó él, de repente.

Mikasa encaró una ceja.

—Aprendí la lección después de todos esos golpes con las ramas —suspiró, mirando el lago—. De todas formas... en tres años, cuando me gradúe, planeo buscar trabajo aquí. Así podré pasar más tiempo contigo. En otoño, invierno, primavera... siempre.

Pero Eren no respondió. Durante un instante Mikasa creyó que se había enfadado, ¿había dicho algo malo? Pero su silencio fue interrumpido con algo que ella no esperaba:

—Mikasa... —empezó él—. Déjame contarte acerca de mi. No soy realmente un espíritu, pero tampoco soy más humano. Parece que yo fui humano, pero cuando era un bebé fui abandonado en este bosque, así que me crié sin ayuda. Debí morir en ese entonces, pero el bosque me otorgó un hechizo que me permitió seguir viviendo. Así que nunca crezco. Soy como... un fantasma —Eren la miró a través de la máscara—. Mikasa, está bien si me olvidas. Un cuerpo mantenido por la magia es muy débil, si toco un cuerpo de un humano real el hechizo se romperá y mi cuerpo desaparecerá. Es una cosa muy frágil.

Él hizo una pausa, tal vez esperando que Mikasa estuviera de acuerdo con él.

—Eren... pensé en ti durante el invierno. Incluso durante el otoño, y la primavera —ella lo miró—. No me olvides tú a mi. No lo hagas.

El tiempo los separaría algún día, eso era un hecho. Pero, hasta entonces, Mikasa deseaba estar junto a él siempre.


—¿Un festival de espíritus?

—No, un festival veraniego hecho por espíritus. Cuando eras pequeña pensé que te asustarías así que no te invité. Pero esta noche... eh, ¿crees que puedas salir de tu casa? He querido ir contigo desde hace un tiempo.

—Oh, vaya. Suena genial, claro que quiero ir. Reúnete conmigo en el lugar de siempre —dijo ella, emocionada. Eso sonaba como una cita—. Pero... ¿un festival de espíritus?

Él se quitó la máscara por un momento, y el corazón de Mikasa latió tan deprisa como las alas de un colibrí.

—No es la gran cosa, de alguna manera solo intentan copiar los festivales humanos. No debes preocuparte —luego de unos segundos, agregó—: Yo te protegeré.

Mikasa dejó escapar una risita tonta.

—Cada vez que dices cosas así me hace querer lanzarme sobre ti y abrazarte.

—Hazlo.

Ella lo observó con sorpresa. ¿De verdad había dicho eso? Frunció el ceño, intentando aportarle algo de humor a la escena.

—Ya, deja de bromear.

Pero, muy dentro de sí, supo que lo decía enserio.


La noche llegó y el festival comenzó. Era tan humano como se podía apreciar. Eren le explicó que, en realidad, se trataba de espíritus que tomaban la forma de humanos para intentar recrear los festivales originales. Las calles estaban repletas de juegos, tiendas con comida, luces, música y baile. Muchos llevaban máscara, y habían espíritus ancianos, jóvenes y niños. Mikasa se había arreglado mucho para la ocasión, no lo había hecho a propósito, pero muy en el fondo deseaba verse bonita para él.

Eren también llevaba su máscara, y la llevó por todas partes. Comieron unas deliciosas patatas con queso, probaron bebidas que Mikasa jamás había tomado en toda su vida, contemplaron los fuegos artificiales y se unieron a los juegos festivos. Poder compartir algo así con Eren era asombroso. Él le obligó a llevar una pequeña bufanda en su brazo, atada al brazo de él para mantenerlos unidos. Tristemente era lo más cercano a tomarse de las manos, lo más lejos que podían llegar.

Luego de un rato, ambos decidieron alejarse un poco de la feria para caminar por el sendero en silencio, bajo la luz de la luna. Definitivamente aquello era una cita, y eso le hizo sentirse más emocionada de lo que ya estaba.

—¿Cada verano hacen esto? —preguntó, curiosa.

—Sí, todos los años —luego suspiró, su voz bajando el tono—. Mikasa, de verdad no puedo esperar hasta el próximo verano para verte. Cuando estoy lejos de ti, incluso si no puedo estar entre multitudes, quiero ir a verte.

El pecho de Mikasa se contrajo y con demasiado esfuerzo retuvo las lágrimas que amenazaban con derramarse de sus ojos. Bajó la vista hacia sus manos, tan cerca... y a la vez tan lejos. Tan solo un leve movimiento y podría tocarlo, aferrarse a él como tantas veces soñó. Pero no podía. Simplemente no.

Como pocas veces solía hacer, Eren se quitó la máscara. Ella lo observó, confundida, y él le colocó la máscara sobre el rostro. A través de los agujeros que habían sobre los ojos, el corazón de Mikasa latió demasiado rápido al observarlo inclinarse a ella para presionar sus labios sobre los de la máscara, sobre los suyos.

Pudo sentir la presión sobre el plástico tocando su propia boca. Innumerables veces se había preguntado como sería besar a Eren, a qué sabrían sus labios, su textura... su cálido aliento o el simple hecho de poder hacerlo. Aquel beso, incluso si un plástico los dividía, había sido el beso más puro y real que jamás había tenido. Y aunque sus manos tuvieron que quedarse rígida en sus costados, aunque no pudo deslizar sus dedos sobre su oscuro cabello y acercarlo hacia ella, le gustó. Aquel absurdo contacto le gustó de verdad.

Pero, por alguna razón, también deseó llorar.

Cerró los ojos durante un momento, deseando que su boca no se apartara de sus labios nunca. Pero lo hizo. Y cuando Mikasa abrió los ojos vio a Eren sonreír suavemente, tan cálido como esos veranos que ella tanto esperaba solo para verlo. Incluso si no podía tocarlo nunca, oír su voz y ver su rostro era más que suficiente.

—Esa máscara, tenla. Es tuya ahora.

Era amargo, el saber que un trozo de plástico era lo único que podía tener de él. Pero ese plástico había tocado su piel por muchos años, mantenía su esencia, su aroma, y ahora le pertenecía a ella.

Ambos rompieron el contacto visual cuando dos espíritus en forma de niños pasaron corriendo junto a ellos sin demasiada delicadeza. Uno de ellos tropezó y Eren se inclinó para sostenerlo por el brazo, ayudándole a incorporarse.

Mikasa se inclinó hacia él niño.

—Oh, ¿estás bien?

Éste sonrió, asintiendo.

—Sí, ¡gracias! —y se alejó corriendo.

Pero cuando Mikasa se volteó hacia Eren su corazón se detuvo. Una luz radiante comenzó a emanar de su piel, de su cabello, de todo su cuerpo.

No. No. No.

Ese niño no había sido un espíritu. Era un niño de verdad, un niño humano... y Eren lo había tocado. Ella lo observó, sus ojos tan abiertos como los de un búho y Eren observó su mano enviar pequeñas partículas de luz sobre el aire, expandiéndose como estrellas. Como luciérnagas.

—No... Eren...

Él sonrió, extendiendo sus brazos hacia ella.

—Ven, Mikasa.

Sollozando y con sus mejillas empapadas de lágrimas, sintiendo un fuego indescriptible en su pecho, Mikasa corrió hacia él para abrazarlo. Por primera vez lo haría, por primera vez lo tocaría de verdad... aunque presentía que sería la primera y última vez que lo haría.

—¡No, Eren! ¡No!

Eren la envolvió entre sus brazos, hundiendo su rostro sobre su cuello, y ella por fin pudo sentir su cabello entre sus manos, el aroma empalagoso a verano, pudo sentirlo a él. Pero el toque de sus pieles solo duró un segundo antes de que Eren se convirtiera solo en una luz que rápidamente se desvaneció en el aire. Sus ropas cayeron flácidas sobre el suelo y Mikasa se abrazó a ellas, llorando desconsoladamente.

No.. no... no...

Probablemente no regresaría el próximo verano, ni el siguiente, ni el siguiente a ese. Tomó la máscara que él le dio y con sus ojos cerrados besó los labios... besándolo a él.

—Eren, yo... te amo.

Te amo.


Esto es una adaptación de la película/anime/animada(?) japonesa Hotaburi no mori e. Es, realmente, la película más triste que vi. Srsly, estoy literalmente llorando mientras escribo esto XDDDDDD es que really, es demasiado triste.

En fin, gente.

¿Creen que merezca un review? :)

¡Hasta la próxima!

Mel.