La ruta de las ferias del verano
(O, la historia de un príncipe que no tenía corazón y del viaje y los peligros a los que se vio obligado que enfrentarse para poder recuperarlo)
Kinney monta orgulloso su chiringuito de corazones de caramelo en la feria.
A casi primera hora de la mañana el inmenso recinto no es aún más que la sombra de la variopinta miríada de puestos, tenderetes y atracciones que en un par de horas atraerán a los habitantes de la ciudad como moscas a la miel; construidos a base de telas exóticas, voces endulzadas con la tonalidad de cientos de acentos extranjeros y raras mercancías llegadas de los más lejanos rincones del mundo.
Pero el puzle se articula ante sus ojos a pasos agigantados.
En el puesto de al lado un pequeño elefante blanco, no mucho más alto que un caballo, se entrega con ahínco a la difícil tarea de levantar su pequeña tienda de figuras de marfil. Lanza de vez en cuando una maldición ahogada en la antigua y enrevesada lengua de los elefantes, la piel brillante por el esfuerzo que le supone izar los pesados listones. Solo dos tenderetes más allá una anciana enjuta (una bruja, a jugar por la bola mágica que reposa frente a ella en una mesa circular) observa el trabajo del animal con ojo crítico, mascando con indolencia largas tiras de cáscara de fruta bañadas en azúcar y rumiando consejos de cuando en cuando, con esa desquiciante costumbre de aportar recomendaciones útiles y oportunas de las que, si hicieras caso, "Esa tienda tuya se montaría en un santiamén" que los viejos tienden a juzgar imprescindible.
Brian se estira bajo el sol que ya empieza a calentar, sus rayos dorados parpadeando intermitentemente entre las nubes que flotan a la deriva en el cielo. Cambia nervioso el peso de uno a otro pie, su puesto perfectamente montado ya, porque Hoy va a ser un buen día. Ese mago estúpido va a comprobar que soy un maestro de las ventas.
Y más vale que sea así. Cuando hace ya dos semanas dejaron atrás las puertas del castillo para iniciar el viaje que les llevaría a lo largo de las ferias del verano Brian pensaba que este asunto de la venta de corazones sería coser y cantar. Pero en la práctica resultó todo lo contrario. Consiguió vender un corazón en Guiona, justo al principio. Tres más en su recorrido por los pueblos del valle de Silvania. Pero eso fue hace ya varios días y desde entonces el único corazón que abandonó sus estantes lo hizo en circunstancias muy poco comerciales, robado por unos niños harapientos que desaparecieron entre la multitud como por arte de magia, antes incluso de que Brian se plantease siquiera la posibilidad de correr tras ellos para recuperarlo.
Aun así, había tratado de anotárselo como un tanto:
"Brian…" el mago había suspirado con derrota, como un padre que no sabe muy bien qué hacer con un hijo particularmente duro de mollera "Si te los roban, no cuenta"
"Eso no fue lo que dijiste. Dijiste, y cito textualmente: por cada corazón que se lleve otra persona recuperarás una parte del tuyo. Lleve. Eso fue lo que dijiste"
Las cejas del mago se juntaron, y una fina arruga vertical se formó sobre el puente de su nariz.
"Vale. Bien. Pongamos que sirve" rezongó, y Brian ya estaba a punto de cantar victoria cuando el mago hizo la pregunta, invirtiendo en su beneficio el curso de la conversación "¿Y exactamente por qué te robaron, Brian?"
Suspiró. Al menos lo había intentado.
"Les llamé andrajosos y les dije que dejaran de mirar los corazones como si se les fuera a salir la baba por los ojos. Estaban espantando a los clientes"
"Ya decía yo…" las manos del mago se juntaron formando un triángulo. Apoyó la barbilla sobre el vértice "Como sigas así no vas a conseguir venderle nada a nadie"
"Para tu información, te diré que a la gente siempre le ha gustado mucho cualquier cosa que yo ofrezca" replicó Brian, haciendo hincapié en el 'cualquier cosa'y ganándose por parte del mago una mirada poco impresionada, que no tardó en convertirse en una sonrisa, a todas luces, maléfica.
"Ah. Pero eso era antes"
Y sí, eso era antes. Ahora, cuando cada mañana Brian se mira al espejo, ve la misma cara de siempre. Ojos verdes, buena sonrisa, el pelo desordenado solo lo justo para dar rienda suelta a la imaginación; la piel clara, y marcada sobre los músculos en los lugares correctos. Un buen equipamiento. Lo que no sabe es lo que ven los demás. "Verán tu interior, Brian" le dijo el mago la noche en que se realizó el encantamiento, "Verán a un hombre sin corazón".
Maldito mago del demonio y sus malditos conjuros.
El resto de chiringuitos terminan de montarse por fin y poco después la feria comienza a llenarse con los primeros visitantes. Brian se ajusta el chaleco rojo, y echa un vistazo al puesto de enfrente, dónde una pared llena de espejos engarzados en marcos de piedras preciosas le devuelve la mirada, con la esperanza de que hoy sea el día en que los ojos que le miren vean algo más cercano a la imagen que le devuelve ese reflejo y, tomando uno de sus corazones de caramelo en la mano, se prepara para afrontar lo que queda de día.
"¡Se acabó!"
La puerta del cuarto de mala muerte en el que se hospedan percute un instante sobre sus gozones. El gemido de la madera, triste y hueco, resquebraja el silencio de la habitación, y Brian agradece el eco que el mundo hace de su propia agonía.
El mago levanta la vista del libro que tiene abierto sobre las rodillas. El pelo rubio que está pidiendo a gritos un buen corte le cubre parcialmente los ojos. Lo retira de un soplido.
"¿Perdona?"
"Que he acabado con esto. No pienso seguir. Devuélvemelo. Ahora"
El mago le sostiene la mirada un instante, sin inmutarse. Regresa su atención al libro.
"Ya sabes que esto no funciona así" dice con aire impasible.
"¡Soy tu príncipe!" se oye chillar, apretando los puños a ambos lados del cuerpo "Si no me lo devuelves YAalgún día no muy lejano pienso colgarte por esto" Ni siquiera tiene que esforzarse por sonar amenazante. Se siente amenazante. Saturado de ira y de desesperación. Ha pasado todo el día volcado en la tarea de vender los corazones. Incluso ha utilizado su mejor sonrisa con un par de lugareños medianamente aceptables que se han limitado a mirarle como si en vez de corazones de caramelo intentase venderles excrementos de tortuga confitados. No lo soporta más.
"Si te retiro el hechizo será tu madre quien me la corte" El mago se encoge levemente de hombros, dando la impresión de que en realidad la idea no le preocupa demasiado "Así que no te va a quedar otra más que aguantarte y seguir"
"¡Jodido mago de los cojones. Eres un—!" empieza y no para. El volumen de su voz asciende a un ritmo vertiginoso mientras enumera todas las cosas que se le ocurre que es, que no es, y hasta unas pocas que incluyen a su madre, su padre, y a un grupo de elfos con imaginativas habilidades de tortura sexual. El muy memo ni siquiera parece estar escuchándole, y después de un rato Brian pierde fuelle y se calla, exhausto.
Decide cambiar de táctica.
"Oro. Te daré todo el oro que quieras"
"No veo para que me va a servir el oro si no tengo cabeza" contesta el mago rascándose la nuca con desapego, fiel a su línea de reventarle los nervios.
Brian bufa. Vale. Está bien. No pensaba tener que llegar a esto todavía, pero vale.
"U otras cosas" dice, arrastrando las palabras de esa forma que no le ha fallado nunca, acercándose al borde del sillón dónde el mago parece haber sido absorbido de nuevo por lo que quiera que sea que hace a ese estúpido libro tan interesante. Además, Brian se ha fijado en que cuando tiene la boca cerrada es bastante guapo. No es que resulte muy evidente, con esa túnica a la que le sobra tela por todos lados y su perpetua expresión de desapruebo-todo-lo-que-haces-y-te-miro-con-el-ceño-fruncido-porque-soy-mejor-que-tú, pero sí. Bastante muy guapo, en realidad. Brian puede hacer el sacrificio.
Encaja los pulgares en la cinturilla de su pantalón, estirando hacia abajo solo lo justo para que la tela revele una pequeña franja de piel en un gesto que espera que sea lo suficientemente poco sutil e invitador y que, aparentemente, funciona. Porque el mago clava la mirada a la altura de su estómago y se muerde el labio inferior, pensativo.
"¿Eso no está muy usado ya?" pregunta, moviendo el índice hacia arriba y abajo, señalando en la dirección más o menos central de su cuerpo y Brian, que no se desalienta fácilmente, va a contestar algo ingenioso (y con suerte sugerente), cuando se da cuenta de que lo que él mago quiere decir no es que el truco esté muy usado, sino que él…
"¿Insinúas que yo estoy muy usado?"
"Oh no. No concretamente tú, más bien cierta parte de tu anatomía" aclara y Brian. Brian—
Brian se enfada.
Más.
"Al menos yo follo, mago. No como tú, que por lo visto te pasas la vida con la nariz metida en esos libros de… de…" le quita el volumen de las manos y lo alza frente a sus ojos para leer el título en voz alta "Historia de la composición mágica. Artistas de todos los tiempos y disciplinas" hace una mueca "Vaya estupidez. ¿Qué cojones es eso?"
"Eso" responde el mago, incorporándose para arrancarle el libro de entre los dedos, fulminarle con la mirada y hundirse luego de vuelta en el sillón "Es mío. Y si no he observado mal, hace por lo menos dos semanas que tú no follas" Gruñe, dejando entrever por primera vez desde que Brian le conoce que no toda la sangre que tiene en las venas está en proceso de glaciación "Además, para tu información, tengo nombre"
Brian arruga la sonrisa.
"Oh, ¿y se puede saber cuál es, para que pueda insultarte más personalmente?"
"Justin. Me llamo Justin, y tú…" continúa, asiendo la cinturilla del pantalón como si fuera algo contagioso y levantándola unos centímetros para devolverla a su lugar "…deberías dejar de desperdiciar tu energía lloriquear como el crío consentido y repelente que eres y concentrarte en desarrollar una nueva estrategia empresarial, que no es que te sobre"
Brian le dedica una última mirada de desprecio y se aleja hacia su cama con dignidad, dónde se deja caer como un peso muerto.
Está exhausto. Agotado después de todo un día de trabajo. De poner buenas sonrisas y forzar palabras amables cuando todo lo que quiere es gritar y escapar de todo esto. Odia este conjuro, esta maldición que arrastra como una losa tras su espalda, y odia al mago y odia a su madre por hacerle esto. Solo acaba de empezar y no cree que vaya a poder soportarlo: recorrer casi medio mundo de feria en feria. Montando y desmontando su circo de corazones para terminar con un encantamiento estúpido que se supone servirá para enseñarle algo que no entiende. Terminar cada día exactamente igual que lo empezó, a la misma distancia de recuperar su vida, de regresar a casa. Está harto de volver cada noche a la posada cochambrosa en la que les ha tocado hospedarse y enfrentarse a la cara del mago, que le mira siempre con la misma reprobación, la misma expresión de Eres un inútil y estoy harto de tener que hacerte de niñera.
El puto, puto mago de los cojones.
Le observa leer cerca de la luz de la vela, enfrascado siempre en sus libros como si no existiera nada más alrededor. Brian está casi seguro de que eso es todo lo que hace mientras él está fuera tratando de vender su mercancía. Quedarse ahí y rumiar volumen tras volumen encogido bajo ese pelo idiota y esa túnica tan inmensa y….
Bastante guapo cuando tiene la boca cerrada.
…desarrollar una nueva estrategia empresarial…
Es entonces cuando se le ocurre la idea.
ºººº
Ionamar, una de las principales ciudades del reino de Babilonia, cuelga hacia el mar como una galería caótica mostrándose al viento. De las fachadas teñidas de verde, amarillo y carmesí penden banderas ondulantes que se columpian en la brisa tranquila, dando la impresión de ir a desprenderse en cualquier momento, como si oculto bajo su apariencia sosegada albergasen el deseo de dejarse llevar y elevarse hacia el cielo que se abre, azul e infinito ahí arriba, curvándose hasta zambullirse dónde el mar acaricia la línea del horizonte.
La plaza huele a salitre, a pescado recién traído por los barcos que oscilan casi imperceptiblemente en el muelle; el rítmico crujir de sus pesados esqueletos de madera es una melodía átona que queda amortiguada bajo el sonido de las voces y las risas de los paseantes. Brian coge aire profundo, los ojos cerrados, y por un corto momento se concentra en ese sonido lejano, apartando de sus oídos todo lo que no sean sus quejidos tristes, la silenciosa canción de los barcos.
No es que sea fácil.
"Cuando dije Nueva estrategia empresarial no es que estuviese refiriéndome específicamente a mí. Pensaba más en algo como—, no gruñir a la gente, o componer una canción alegre y pegadiza sobre los dulces, el amor y, no sé, ¿los príncipes idiotas que deberían vender algo en vez de colocarse a base de brisa marina? Algo más así"
Por todos los dioses, que no empiece otra vez. No le hace falta mirarlo. Puede imaginarle perfectamente: los brazos cruzados y un mohín de fastidio mientras gimotea sin que prácticamente le haya traído a rastras hasta la feria y que hasta le haya obligado a cambiarse esa túnica suya por algo que permita ver lo que hay debajo de la ropa sin necesidad de seguir un mapa, pero lleva así ya una hora entera, y entre la innumerable variedad de atributos de Brian, bueno, la paciencia nunca ha sido uno de los más destacables.
Abre los ojos y examina con exasperación un punto indeterminado sobre uno de los tejados, el cual que resulta ser una gaviota que, en vez de dignarse a parecer un ave más, agitando las plumas o haciendo cosas de esas que hacen las aves, le devuelve una mirada tan inteligente como perturbadora y que más o menos viene a traducirse como ¿Y qué cojones miras tú?.
Brian alza una ceja. Le enseña los dientes al bicho.
"¿Dices que quieres componer una canción alegre y pegadiza?" pregunta haciéndose el distraído, la mirada concentrada aún en el ave, la cual a partir de ese punto parece aburrirse, alzando el vuelo solo para desaparecer después, cayendo en picado tras el tejado de una de las casas colgantes.
"Que yo… ¿eh? ¿Qué? ¿Me estás escuchando siquiera?"
Se vuelve hacia Justin.
"Intento evitarlo en la medida de lo posible. Pero hay algo en tu voz que me taladra la cabeza ¿será porque te estás quejando todo el rato?" bufa, haciendo girar el índice contra su sien a modo de ilustración y espera antes de añadir, haciendo esa pausa de rigor que dicta la tensión dramática "¿Cómo un crío consentido y repelente, tal vez?"
El mago está apoyado junto a él en la barandilla, tan encogido sobre sí mismo que es increíble que no haya conseguido desaparecer a fuerza de replegarse. Se muerde el interior de las mejillas en gesto de profundo disgusto y lanza a Brian una mirada furibunda.
"Lo que pasa es que no entiendo qué hago yo aquí" dice, tratando de cerrarse sin éxito el cuello del chaleco.
Brian se inclina sobre uno de los corazones, cuyo envoltorio transparente −decorado con pequeñas gotas brillantes que imitan al cristal y descomponen la luz en minúsculos fragmentos de colores− ha empezado a ponerse mustio.
"No debería tener que recordarte otra vez que parte de tu misión es ayudarme en todo lo que necesite. Estás aquí porque formas parte de mi Nueva Estrategia Empresarial, como bien dijiste" contesta, estirando el envoltorio cuidadosamente con los dedos, devolviéndole en la medida de lo posible su apariencia inicial. Le costó cada segundo del trayecto hasta Ionamar convencerle, empleando al máximo su bien pulida estrategia de 'Insistir sin cerrar la boca hasta que tu adversario diga que si solo para no tener que oír una palabra más' que tan bien le ha servido durante toda su vida "Basada en la idea de que si te ven a ti, es más probable que me compren algo a mí. Por eso y porque no tienes absolutamente nada mejor que hacer"
Justin abre la boca para contestar pero su garganta se atasca en el momento en que coge aire, como si no fuese capaz de decidirse por qué exactamente empezar a protestar esta vez.
Por suerte para Brian, un hombre alto y atractivo, de pelo verde trenzado y barba recortada sobre las mejillas en un intrincado diseño que recuerda la ondulación de las olas, se acerca al puesto en ese momento, lanzando a Justin una mirada nada sutil por encima de la línea de corazones ensartados sobre el expositor de madera. Justin esconde la mirada debajo del flequillo y Brian inclina la cabeza para susurrar un triunfante "¿Lo ves?" añadiendo un pequeño codazo y se gira para atender al hombre con una de sus mejores sonrisas.
Esto va viento en popa.
"Pero es trampa"
"¿Cómo va a ser trampa? El tío que vende lanas de Sburgh al otro lado de la calle también está bueno y no por eso está haciendo trampa"
Eso hace que Justin se sonroje hasta las raíces del pelo, el color como una explosión bajo la piel que trata de ocultar tras un repentino interés en el contenido de su plato de verduras. A juzgar por su capacidad para lidiar con este tipo de cosas, parece que se hubiese pasado toda su vida metido debajo de una piedra.
La incomodidad del mago con todo este asunto es una bonificación extra. Brian se lo está pasando en grande.
Han hecho una parada para comer. El sol alto en el cielo. Y Brian observa divertido la forma en que revuelve las tiras de zanahoria, moviéndolas de un lado a otro con el tenedor hasta que su cara recupera poco a poco el blanco de nuevo, salpicado únicamente por tenues marcas rojizas dónde el sol ha quemado más fuerte.
"Solo digo que este es tú trabajo y que vender los corazones a mis expensas está fuera de las condiciones del encantamiento" Continúa el mago, que lleva toda la comida tratando de encontrar un motivo para escabullirse de su recién estrenado puesto como reclamo de ventas.
Para satisfacción de Brian, no suena especialmente convencido.
"¿Ah sí?"
"Sí"
"Si ese fuera el caso, no debería haber recuperado una parte de mi corazón con la venta de esta mañana, ¿verdad? Así que dime, oh tú que puedes ver las insoldables profundidades de mi alma, ¿lo he recuperado o no?"
"Pues…eh— En este caso. Pues supongo que. Ahm—"se atropella el mago, su cara la viva imagen de la elocuencia perdida.
"Ya me lo parecía. Supongo que no tuvisteis mucho tiempo para especificar la letra pequeña." comenta con satisfacción. Se recuesta en la silla, saboreando las dulces mieles de la victoria. Siempre ha tenido una habilidad natural para encontrar el punto exacto dónde un argumento hace click y puede desmoronarse o jugar un tanto a su favor, y desde luego le está sacando partido. También ayuda que la magia necesite de un sustrato verbal bien construido y afinado al milímetro para funcionar como se pretende que funcione. Y Brian ha visto quesos que tienen menos agujeros que este encantamiento. "Una pena. ¿Seguro que lo escribiste todo bien? Tal vez deberías revisarlo. Hasta es posible que en vez de esfumarme te hayas comido alguna coma y lo peor que me pueda pasar es convertirme en repollo"
"Lo que deberías hacer es concentrarte en un público un poco más amplio" se recupera rápidamente el mago, haciendo caso omiso de su comentario "Dejar de ir a por hombres que… te llamen la atención, o lo que sea. Así no necesitarías a alguien que esté—" se cala a media frase. Se frota la nuca, visiblemente incómodo "Sin necesitar dar una imagen para atraer a la gente"
Brian juguetea con uno de los botones de su chaleco. A su alrededor suena el repiqueteo constante de los cubiertos y los camareros corretean de aquí para allá con andares ajetreados. A no mucha distancia, en la entrada del puerto, un puñado de críos juega a lanzarse al agua desde el muro, riendo entre chapuzón y chapuzón.
"Ya me concentro en un público más amplio" dice, haciendo girar el botón hasta que el hilo forma un nudo apretado por debajo "La última mujer que vino. La que se llevó el corazón para su nieto, ¿te acuerdas? Ésa no podía quitarte los ojos de encima y seguramente decir que tendría unos ochocientos años es una estimación optimista"
La expresión de Justin salta del horror al ultraje más profundo.
"¡Claro que no! ¡Me dijo que le recordaba a su nieto!"
Brian se ríe con ganas, una carcajada larga y ligera que escala desde el centro del estómago.
Le guiña un ojo.
"Esperemos que fuera mentira"
Y solo por la cara de espanto con la que se termina el resto de las verduras ya merece la pena.
El resto de la tarde pasa despacio, aun cuando la presencia del mago atrae a un mayor número de posibles compradores con los que Brian hace su mayor esfuerzo de mostrarse amable. Para cuando empiezan a desmontar el chiringuito han conseguido vender cuatro corazones, dos más que en la mañana. Y no es que un total de seis en un día pueda considerarse una hazaña digna de escribir canciones, pero es muchísimo más de lo que ha conseguido vender hasta ahora en una sola jornada. Así que cuando cierran a eso de las nueve, con la gente retirándose a sus casas y los vendedores de expresiones cansadas comentando a voz en grito los pormenores del día de un puesto a otro, Brian concluye exultante que su estrategia ha resultado ser más que exitosa. A pesar incluso de que básicamente el único aporte de Justin haya sido "Quedarte ahí y hacer de figura humana".
"Ya estaba interfiriendo bastante" refunfuña el mago mientras le ayuda a recoger los corazones. Pero Brian está bastante seguro de que se lo ha pasado bien. Incluso le ha visto sonreír un par de veces. Una de ellas a una pareja joven que deambulaba sin prisa por los puestos entre besos y miradillas trasvoladas. Había insistido a Brian en que les hiciera gestos para que se acercasen porque "Están demasiado concentrados el uno en el otro como para mirarte mucho a ti" cosa que, para sorpresa de un Brian algo ofendido, resultó ser cierta. Casi no le prestaron atención mientras curioseaban entre sus mercancías, leyendo las diferentes dedicatorias escritas sobre las superficies de caramelo de los corazones, decidiéndose finalmente por uno que la magia de Justin dividió para ellos en dos mitades que encajaban a la perfección.
"Hay que predicar con el ejemplo, mago. Se supone que todo este rollo tiene como objetivo último ponerme en contacto con mi lado más humano, orientar mi alma en consonancia con las necesidades del pueblo, prestar ayuda a aquellos que lo necesitan, y blaa-blablablá, ¿verdad?" recita Brian, evocando la última conversación que mantuvo con la Reina antes de partir "Ser digno. ¿Cómo voy a hacer eso si no veo bondad a mi alrededor? ¿El prójimo acudiendo en mi ayuda?"
Justin le mira intensamente, el ceño tan fruncido que Brian teme por un instante que no vuelva a ser capaz de despegar las cejas en lo que le resta de vida.
"Odio cuando haces eso" El mago suelta un bufido largo, haciendo chascar los dedos para que el carrito que transporta mágicamente sus mercancías se ponga en marcha.
"¿Hacer el qué?" replica con aire inocente Brian, echando a andar en dirección a la posada.
El paso de Justin se acelera sobre los adoquines para seguirle.
"No hay pago en el mundo que compense este trabajo" le escucha mascullar entre dientes, a su espalda "Ni en un millón de años. Ni de lejos"
"¿Ves? Caridad. Es precisamente a eso a lo que me refería"
ºººº
Pero el caso es que, a partir de ese momento, las ventas empiezan a mejorar considerablemente.
Y eso ya es algo, porque lo que se dice lo demás -entendiendo por "demás" el que tenga que controlar las ganas de tirarle un zapato a la cabeza al mago cada dos segundos- está resultando un pelín más difícil.
Y es que el mocoso tiene un don natural para sacarle de quicio.
Venden cinco corazones más en Kuira a pesar de sus protestas: que si decir eso es de mala educación, que si no te cuesta nada sonreír un poco, que si a quien se le ocurre—
"Tirarle los trastos a un demonio, Brian. Un demonio. ¿No tienes un límite? ¿Una—" extiende mucho las manos, como intentando abarcar un espacio que no deja de crecer entre sus palmas "— línea de Por Aquí No Cruzaré ¿Algo así?"
Brian se encoge de hombros.
"El tío parecía dispuesto"
"¡Porque era un demonio!"
"Un polvo es un polvo, y me miraba como si tuviera ganas de…"
"¡No sigas!" Justin alza una mano frente a su cara a modo de defensa "¡No quiero escucharlo!"
"…ponerse de rodillas allí mismo y…"
"¡Si dices una sola palabra más te convertiré en sapo. ¡O en algo peor!"
"Lo dices como si el tío tuviera pintas de hacerle ascos a cualquier tipo de zoofilia"
"Merlín bendito"
Y es que el chaval no tiene ni un gramo de diversión en su cuerpo. Qué cruz.
En Ramoi se retrasan dos días la partida porque decide ponerse enfermo (¡Enfermo!) en mitad de ninguna parte y lo que es peor, resulta ser un convaleciente horrible.
"¿Y tú a esto lo llamas sopa?"
"Es líquida, ¿no?" Se defiende Brian con la segunda cucharada a medio camino de su boca porque Cómo no resulta que está "Demasiado débil" para tomársela él solito y si quiere atravesar el bosque a tiempo para llegar a las ferias de la ruta de Mara no le queda otro remedio más que hacerle de niñera.
"Sí. Sí. Esa parte la has entendido bien" estornudo "Lo que no entiendo es qué clase de experiencia previa has tenido con la sopa para que te parezca normal que sepa a agua caliente con sal"
¿Débil? ¿Dice que está débil? Y una mierda.
"Para tu información, lleva MUCHAS cosas" Es la primera sopa que hace en su vida y por alguna razón siente que es su deber defenderla. "¿Y si no te gusta por qué no te levantas y te la haces tú mismo?"
El mago le pone la versión ochocientos mil millones de su expresión de Tú es que eres idiota.
"¿Porque estoy tiritando en el bosque con treinta y nueve de fiebre?"
"Gilipollas"
"Inútil"
La última noche que pasan en Donúe discuten hablando el uno por encima del otro. El mago camina sin rumbo a través de la habitación, gesticulando mientras grita algo acerca de Brian siendo un egocéntrico y un egoísta que cree que su opinión es siempre más válida que la de los demás. Cuando se pasa la mano por la frente, retirando el flequillo hacia atrás durante solo el par de segundos que tarda en regresar a su sitio y cubrirle otra vez la cara, Brian decide que hasta aquí.
De esta no pasa.
"Siéntate en esa silla"
El mago tiene al menos la decencia de quedarse pasmado en medio de la habitación y parecer genuinamente confuso.
"¿Perdona?"
"Que te sientes" acerca la silla hasta ponerla frente a él, haciendo que los bordes de la madera emitan un sonido rasposo al arañar sobre el suelo. Señala el asiento "A—quí"
"Porque tú lo digas"
Brian no contesta. Se da la vuelta y rebusca en su bolsa de viaje. Hace semanas que no se molesta en ordenarla, imposible como es mantener cierto grado de estructura entre tanto ir y venir. Encuentra la tijera bajo un par de camisas arrugadas y la agita en el aire ante la mirada perpleja del mago.
"¿Y bien?"
"No. Nono." Justin niega rápido y testarudo con la cabeza cuando comprende sus intenciones "¿Tú? Ni de coña"
"Es un milagro que no tengas que instalarle una ventana a ese flequillo para ver el suelo, Justin" lo dice de carrerilla, concluyendo la frase en un suspiro y el estómago le da un salto chiquitín pero imposible de ignorar cuando se da cuenta de cómo ha sonado eso. Como si… Como—.
Justin le mira muy quieto y a Brian le parece que sus ojos dicen muchas cosas a la vez, como si él también se hubiera dado cuenta y buscaran algo con rapidez, curiosos, perplejos, como si a él también le hubiera pillado igual desprevenido. Se muerde la cara interna de las mejillas, duda unos segundos, pero al final se sienta refunfuñando un "Pero más vale que tengas cuidado" y alisa los mechones con fuerza sobre la frente, como si intentara obligarlos a estirarse en el último minuto para evitar que le corte demasiado.
Brian hace lo mismo por la parte de atrás. Despacio y con cuidado. Acerca la tijera a las puntas que se ondulan sobre la nuca pero la retira enseguida. Los recoloca de nuevo. Corta –ahora sí- una fina línea que se desprende hasta deslizarse perezosa por el arco del cuello. Es normal, en realidad, piensa mientras sigue cortando cada vez con más firmeza. Pasa veinticuatro horas al día con este tío. Es normal cierta clase de… cercanía. No había pasado tanto tiempo seguido con nadie en su vida, excepto con Mike, Hon, o con su madre. En un momento u otro es inevitable acabar bajando la guardia. Aun así, es raro. Esta clase de confianza en que acaba cayendo lo cotidiano y que es algo que Brian suele rehuir. En su vida no le ha traído más que problemas. Gente que empieza a sentirse con derecho a exigirle cosas, creer que tiene que hacerlas solo porque sí. Brian se las ha apañado bastante bien para esquivar esa clase de situaciones. Dejar las cosas bien claras desde el principio. Y con razón. Solo hay que ver cómo ha terminado por no cumplir las expectativas de una de las tres únicas personas a las que ha permitido tener ese poder sobre él.
Están tan abstraído que no se da cuenta cuando la tijera se traba en una de las guedejas de pelo, emitiendo un click sonoro y metálico cuando resbala y se cierra de golpe, arrancándole al mago un "¡Au!" alarmado a la vez que pega un bote en el sitio.
"¿Vas a estarte quieto?"
"Oh. Perdona si no sé comportarme mientras te dedicas a blandir una tijera con manos temblorosas por encima de mi oreja. ¿Dónde estarán mis modales?" protesta, aunque estira la espalda, en un esfuerzo evidente por mantenerse lo más quieto posible, y Brian siente un fugaz y desacostumbrado ramalazo de culpabilidad por haberle gritado.
Vuelve a colocar el pelo en su sitio y se aparta unos pasos para valorar su avance. Quita un poco más sobre la oreja derecha hasta que decide que la parte de atrás se puede dar por terminada y entonces se coloca frente a Justin, agitando un poco las líneas lisas y finas de flequillo, tratado de decidir hasta dónde cortar.
"Mi madre solía cortarme el pelo. Supongo que por eso me olvido siempre. Era ella quien se acordaba" dice Justin de repente, una leve inflexión en su voz que es suficiente para que Brian se dé cuenta de que hay algo más ahí. Sopla un poco para apartar el mechón que cae sobre su nariz con el primer corte y Brian tiene que tragar saliva para no hacer la pregunta que inmediatamente le salta a los labios. Eso sería dar un paso en la misma dirección que trata de rehuir. Así que da un par de cortes más, esquivando la posibilidad en el aire, y anuncia que ya está. Que puede mirarse.
El mago se dirige hacia el espejo y no dice nada, más bien todo lo contrario. Se analiza con ojo crítico, moviéndose para apreciar los distintos ángulos, hasta que Brian tose para llamar se atención.
"¿Y bien?"
"Es el corte de pelo más horrible que he visto en toda mi vida" afirma al final. Y tiene hasta la insolencia de sonar resignado.
¿El mocoso? El mocoso es insufrible.
ºººº
"No pienso tolerar esto. Exijo que estos hombres me suelten ahora mismo o sino, madre, sino—"
"Oh, cállate ya"
La Reina Deborah le mira desde lo alto, sentada en su trono de madreperla. Hay preocupación en su rostro, pero también ese gesto firme en las líneas de la boca con el que Brian ha aprendido a tener cuidado con el paso de los años. A pesar de sus quejas, lo guardias que le retienen no hacen sino intensificar la presión que mantienen entorno a sus muñecas, y Brian suelta un bufido, dejando de resistirse.
"¿Te das cuenta de lo que haces?"
"Si con lo que hago te refieres a ir a—"
La Reina alza una mano y Brian vuelve a guardar silencio.
"Con lo que haces, me refiero a decepcionarme a mí y tu reino, Brian. Tu sitio hoy estaba a mi lado. Frente al pueblo. Un pueblo que necesita más que un príncipe ausente al que no le preocupa nada excepto sus propios intereses. Estamos en un momento difícil. Los Ura han regresado. Ganan terreno día a día. Conquistan cada vez más territorios. Tu hermano marcha hacia las tierras de Novenia con la esperanza de repeler su ataque ¿Y qué haces tú? Acudes a tus fiestas y olvidas tu deber para con aquellos que más te necesitan. Apartas la mirada, Brian. Siempre apartas la mirada."
La voz de la Reina hace eco sobre las paredes de piedra.
Brian dirige una mirada interrogativa al consejero real. Su maestro y el hombre que durante ha sido lo más cercano a un amigo. Hon observa la escena muy quieto, de pie, a la derecha del trono. No entiende a qué puede venir esto ahora y tal vez él sea capaz de explicárselo. Pero el consejero la esquiva, cruzando las manos por delante del cuerpo y sin muestra aparente de pretender ayudarle, así que Brian se yergue lo más que puede y se enfrenta de nuevo a la Reina.
Coge aire, y trata de sonar calmado cuando responde:
"Esa no es nuestra guerra"
"Eso nos gusta pensar, ¿verdad? Babilonia es demasiado fuerte para que los Ura supongan una amenaza" la sonrisa de la Reina es seca, turbia "Pero hay un mundo más allá de Babilonia, y la gente sufre, muere, pierde a sus seres queridos. Todo ello porque sus gobiernos no son lo bastante fuertes, o no saben, o no pueden protegerlos, ¿significa eso que tenemos que quedarnos de brazos cruzados?"
"Significa que no es asunto nuestro"
"Si eso es lo que piensas…
La Reina asiente despacio. Parece más vieja, de repente, el brillo rojizo de su pelo apagado, el verde de sus ojos más débil, como si la tristeza que se refleja en su rostro se lo tragase todo desde dentro y por un instante Brian quiere retractarse de sus palabras, devolverle ese brillo, porque la Reina y su hijo son los únicos que le han amado siempre, a pesar de todo, y Brian, Brian—
…quedas desterrado de este castillo."
Las palabras retumban contra las paredes y estallan en pedazos, regresando a sus oídos como espuma desmenuzada sobre la arena: desterrado este quedas castillo quedas desterrado. Se desgranan en sus cabeza, cada significado claro y terrible y Brian se ve arrastrado por ellas, como si quisieran tragarlo entero de vuelta al océano.
"¡No! Madre, no puedes—"
"Está decidido"
"¡Hon!" grita en dirección al consejero "¡Dile algo! ¡No puede hacerme esto! ¡Haz que entre en razón!" pero el hombre sigue sin hacer nada, manteniéndose inmóvil, una estatua más entre las rostros silenciosos de los antiguos reyes, cuyos ojos de piedra juzgan vacíos los que ocurre en la sala.
Por el rabillo del ojo, una sombra oscura, una figura humana envuelta en una túnica que deja oculto el rostro, se acerca hasta cobrar forma, y Brian forcejea por liberarse del agarre de los guardias, manos que parecen tan inalterables como la piedra.
"Y ya que parece que no tienes corazón" continúa la Reina "el tuyo te será arrebatado. Solo cuando consigas recuperarlo, pedazo a pedazo, podrás volver a esta casa, con ese nuevo corazón. Si no lo consigues, te consumirás y desaparecerás como si nuca hubieses existido. Sin dejar una sola marca en el mundo. No se puede vivir sin corazón" Las palabras de la Reina aumentan de volumen, cada vez más alto, insoportable en el interior de su cabeza. En su pecho se posan los dedos del hombre de la túnica y un dolor cegador repta por su piel hasta invadirlo todo, cada centímetro, dentro, más dentro cada vez, como garras abriéndose paso en su interior "Lucha por recuperarlo. Y veremos entonces si ese corazón es digno de quedarse"
Antes de que el dolor lo envuelva todo por completo, Brian es capaz de entrever por última vez la expresión triste de su madre, las imponentes paredes blancas que ascienden hacia la bóveda de la sala del trono, un instante de sol, el atisbo de unos ojos azules.
"¿No puedes dormir?"
Justin está enfrascado en uno de sus libros. Un cuaderno de anotaciones asoma por debajo, posado sobre sus rodillas, en el que se adivinan letras garabateadas y esbozos de formas ondulantes.
Brian no contesta. Se deja caer pesadamente en el sofá a su lado, los pensamientos demasiado agitados para molestarse en responder. Justin alza una ceja, pero no insiste. Se encoge de hombros, regresando a su lectura.
Durante un rato, el rasgar de las páginas al pasar es el único sonido que atraviesa el espacio.
El sueño sigue vivo en su cabeza. Desterrado. Brian recuerda las horas que siguieron al encantamiento con nítida precisión. "El mago te explicará los pormenores. Necesitas entender por qué hago todo esto, Brian" repite la voz de la Reina "Tienes que comprender que el mundo no es como tú crees que es. Hay tristeza y necesidad y pena. La gente necesita algo en lo que creer y alguien que lo haga posible. Cien días. Cien corazones. Y entonces veremos". Brian se frota la cara con las manos y coge aire profundo. La sala está contenida en una esfera de cálida semipenumbra, alumbrada únicamente por la luz amarilla procedente de la mesa, junto a Justin, y pareciera que las sombras construyesen una barrera que no le deja escapar de la nube densa de sus sueños. Como cuando era niño y la única forma de alejar las pesadillas era llenar la habitación de luz.
Se levanta, exasperado. Da un par de zancadas largas. Acciona el interruptor.
"Cien corazones de caramelo. ¿A quién se le ocurrió una idea tan absurda?"
El mago le mira un instante. Enarca una ceja, molesto, como diciendo Ah, ahora hablas.
"No es más que un medio, para un fin"
"Pues seguro que había medios menos ridículos. Y no entiendo cómo ir por ahí vendiendo chucherías va a hacerme mejor persona o lo que sea que se os ha metido a los dos en la cabeza. Por lo que yo sé, puedo vender todas las reservas de azúcar de Babilonia y quedarme exactamente igual que cuando empezamos"
El mago abre la boca para responder. La cierra.
"¿Ves? Ni tú lo sabes"
Brian está enfadado. Enfadado con la estupidez de todo esto. Con no poder volver a casa. Con los corazones que se desprenden a cuentagotas de su puesto. Con todo y con nada en concreto. Con el mago. Con su madre. Tal vez consigo mismo.
"Ella no preguntó, ¿sabes? Nunca. Me acogió. Sin importar quién era. Y ahora no tiene derecho a exigirme que sea quien no soy"
Se lleva la mano al pecho en un acto reflejo, como tantas veces ahora, desde entonces, cuando alguien compra uno de los corazones, como si debiese sentir algo cada vez, ese pedazo pequeño regresando al lugar dónde corresponde; el lugar en el que antes estaba su corazón. Terminarías consumiéndote, encogiéndote dentro de ti mismo hasta convertirte en nada. No se puede vivir sin corazón. y Brian jamás pensó que lo echaría tanto de menos. Que lo necesitaría tanto, aún sin saber explicar por qué.
Necesita recuperar ese corazón, sentirlo de nuevo latiendo bajo su pecho. Ya no quema, como en los días posteriores al encantamiento, un dolor que se fue apagando con el paso de los días. Y Brian no siente el vacío, no siente nada, y en cambio hay veces, como ahora, que siente tanto dolor que es como si no se lo hubiesen arrebatado nunca.
"¿De verdad crees que no tiene derecho?" En la mirada del mago no hay reproche, solo franca curiosidad y Brian responde con lo que sabe, con lo que ha sabido siempre. Jamás una sola duda.
"Nadie tiene derecho"
ºººº
El sol calienta tan fuerte y tan alto sobre sus cabezas que es como si la misma tierra fuera incapaz de soportarlo, haciendo rebotar los rayos en su superficie reseca y proyectándolos fuera. El calor se concentra contra las suelas de Brian, que puede sentirlo en las plantas de los pies, en las raíces de las piernas. Por todos los dioses, si hasta tiene calor en el culo.
Nunca hubiera dicho que alguien pueda tener calor ahí.
"Ya debemos estar cerca. Según dice aquí, son siete kilómetros hasta conectar con el camino principal. Probablemente lo veamos al doblar ese recodo"
Brian no sabe si se trata de alguna clase de inmunidad mágica o de cabezonería pura y dura, pero a pesar del clima abrasador el mago sigue vistiendo su túnica negra como si no notase nada. Está más convencido de lo segundo, porque aunque llevan por lo menos una hora innegablemente perdidos sigue mirando ese mapa suyo sin dar el brazo a torcer, anunciando cada poco que "Ya verás, nos ahorraremos un montón de tiempo con este atajo" incluso cuando Brian siente que lo que han andado hoy hay gente que no llega a andarlo en tres vidas enteras.
"Reconócelo de una vez. No tienes ni idea de dónde estamos" dice, tirando de uno de los extremos del paño húmedo que lleva enroscado alrededor de la cabeza y enjuagándose el sudor que le gotea por la frente.
"No estamos perdidos" la respuesta llega muy rápida y muy seria, el mago ni parpadea, y Brian supone que al menos es una suerte que mentir se le dé fatal, porque a terco no le gana nadie. "Lo que pasa es que este mapa es algo antiguo y algunos detalles deben estar desactualizados"
"¿Cómo que teníamos que haber tomado la desviación de la izquierda y no la de la derecha, quieres decir?"
Justin gruñe, moviendo la cabeza alternativamente entre el mapa y el camino, en busca de alguna concordancia que Brian ya sabe que no estará ahí (Echó un vistazo a la ruta antes de que abandonaran Feera, pero claro, como Brian es un príncipe tonto e insoportable y con supuestas fallas de carácter pues, ¿quién le hace caso? Nadie) revolviéndose el pelo de la coronilla con aire reflexivo y dejándolo hecho un desastre para no variar.
"Avísame cuando lo encuentres" bufa Brian, hastiado, saliendo del sendero para resguardarse bajo la sombra de una mimosa. Los racimos de flores amarillas que se han desprendido de la copa se le pegan al sudor de las manos cuando se apoya para sentarse. Brian se los sacude a palmadas, arrugando los labios a causa de la textura. Cuando logra acomodarse por fin, el mago le está mirando con los ojos entrecerrados a causa del sol.
"Muy bien. Buena idea. Tú descansa mientras yo busco" dice con tono neutro, aunque Brian le tiene ya lo bastante calado como para saber que esa sonrisa de labios apretados es cualquier cosa menos jovial.
"Aquí te espero" asiente imitándola.
El mago se aleja con pasos largos e industriosos y Brian le observa hasta que se pierde entre el follaje. Cuando ya no le oye, se inclina hacia atrás, recostando la cabeza sobre las palmas de las manos. Se está bien bajo la mimosa. La poca brisa que sopla desde el este llega templada y densa, pero lo suficientemente fresca en contraste con la atmósfera como para ayudar a que se le cierren los ojos, relajando todo el cuerpo contra la corteza. Lo más seguro es que tenga para rato, así que nadie le quita de echar una cabezadita mientras espera. Es precisamente eso lo que se dispone a hacer cuando escucha la voz del mago, concretamente los gritos del mago y Brian está echando a correr antes de que pueda registrarlo del todo.
Justin está a pocos metros del recodo, agitando la mano en el aire, cómo Brian ha visto a hacer a su madre cada vez que perdía la paciencia cuando no se le secaban las uñas.
"¿Qué. Qué. Qué?"
"AU"
Brian se para en seco, apoya las manos sobre las rodillas para recuperar el aliento.
"¿Au? ¿En serio? ¡Au?" repite, jadeando, seguro de que uno de los pulmones, o los dos, se le van a salir del pecho en cualquier momento y decirle Mira, hasta aquí.
El mago estira el brazo para que Brian pueda verlo y entonces repara en las finas líneas de sangre que alcanzan hasta el antebrazo y en el denso zarzal a su derecha.
"¿Eso es todo?" escupe en una exhalación "Pues gritabas como si hubiera intentado comerte ¿Y qué narices hacías para acabar así?"
El mago tuerce el gesto.
"Estaba cogiendo unas moras y me he resbalado, ¿vale?" lo dice de tal manera que consigue que suene a insulto. Es una habilidad que tiene.
Brian respira hondo. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Estudia los arañazos con detenimiento. No son para nada preocupantes, pero deben escocer y si no hacen algo estará quejándose durante días.
"Vamos a curarte eso"
"¿Estás seguro de que eso va bien?"
Justin frunce los labios con disgusto, alejando el cuerpo todo lo posible y mirando la masa de tierra y hierbas que Brian extiende sobre sus dedos como si el potingue estuviera a un paso evolutivo de nada de cobrar vida y empezar a reptarle brazo arriba como un gusano.
"Oye. Si no te gusta usa la magia y ya está"
"No es tan fácil. La magia curativa es muy poderosa y compleja, si me equi —"
"Entonces no te quejes"
El mago pone los ojos en blanco pero deja que Brian siga aplicando la mezcla. Ha retirado lo mejor que ha podido los filamentos espinosos que habían quedado enterrados en la piel y los bordes de las heridas aparecen más hinchados en esos puntos. Administra una mayor cantidad ahí y en las rasgaduras de los nudillos. La pasta aliviará el picor, sobre todo y también ayudará a que la piel cicatrice. Vale que no es agradable de ver, pero tampoco están en posición de ponerse tiquis miquis.
"¿Dónde aprendiste a hacer eso?" El mago se inclina sobre sus piernas cruzadas para echar un vistazo a los restos de ingredientes esparcidos por el suelo. Parece sorprendido y eso no es algo que se vea habitualmente.
"Mi madre insistió en que tomara todo tipo de clases cuando era niño. Es una mujer muy precavida" Termina de cubrir la última parte y suelta el brazo del mago, que lo mantiene suspendido en el aire, esperando a que se seque. "Pensabas que era un inútil total, ¿verdad?"
"No es que tu buena reputación te preceda"
"Si lo hiciera, ¿dónde quedaría el misterio?"
El mago le lanza una de sus típicas miradas reprobatorias, pero Brian tiene la sensación de que es un poco más por el efecto que por verdadera intención. Con la mano sana tira de los pliegues de su capa, arrugada en el suelo, hasta alcanzar el bolsillo. Rebusca el interior hasta sacar el puño cerrado y cuando abre la palma, en su interior hay un puñado de zarzamoras.
"Veo que al menos no te peleaste con ese matojo por nada"
"Toma" dice, extendiendo el puñado hacia Brian.
"¿En pago por mis servicios médicos?"
"Si quieres verlo así…"
"No sé en el tuyo, pero en mi pueblo los favores clínicos tienden a pagarse con una oveja por lo menos"
"¿Tú ves alguna oveja cerca?" bufa el mago, alzando una ceja.
"Osea, que sí"
"Cállate y come" ordena, pero Brian está seguro de notar el atisbo de una sonrisa en su voz.
Las moras silvestres resultan estar exquisitas.
Una vez empieza, la oscuridad se asienta rápida, como si alguien hubiese chascado los dedos haciendo cerrar los ojos al sol.
Reúnen un puñado de ramas cercanas y Justin junta las manos y murmura unas palabras, soplándolas a través de la concavidad y, como chispas invisibles, inflaman la madera hasta hacer la arder, cálida y sosegada en la noche de verano.
"Es posible que si estemos algo perdidos" admite el mago cuando terminan la cena, con cierta ligereza, como si no hiciera falta darle demasiada importancia. Remueve las ascuas con un palito y Brian piensa que es lo más cerca que ha estado nunca de darle la razón.
"Perdona. No te he oído" se coloca la mano detrás de la oreja, plegándola a modo de pabellón. El mago le lanza una mirada de soslayo, resoplando en dirección al fuego.
"Que Nos Hemos Perdido" repite, alzando la voz, recalcando cada palabra y a Brian la carcajada le sale ligera, propulsada desde el centro del estómago.
"¿Puedes volver a—?"
"Vete a la mierda"
Han perdido un día de viaje, pero a pesar del retraso, y de que perderán una jornada en Sakir, Brian está extrañamente contento, con el estómago lleno y la quietud del bosque rodeándolos como un paño caliente. Se inclina hasta quedar recostado de lado sobre la manta, apoyando la cabeza en una mano. El mago está concentrado en un gordo libro abierto sobre sus piernas cruzadas. Sigue con el dedo las líneas de algunos párrafos, dando golpecitos intermitentes cuando parece pensar el algo. El pelo que ha crecido algo ya se agita cuando agacha la cabeza, y el fuego que crepita en la hoguera baila en sus rasgos, alternando un complejo entramado de luces y sombras, dorado sobre las hebras finas y en las puntas claras de las pestañas.
"¿Por qué no me enseñas algo?"
"¿Eh? ¿De qué?" pregunta el mago, alzando la cabeza sobresaltado.
"Algo de eso que siempre estás leyendo. Algo de magia. Y también escribes cosas" añade, pensando en el cuaderno de anotaciones que el mago mantiene siempre fuera de su alcance "¿Son encantamientos? ¿Cómo el mío?" es difícil de decir con esta luz, pero Brian juraría que se pone rojo hasta las hebras del pelo.
"No—" empieza, encogiéndose de hombros, tratando a todas luces de parecer casual "Es solo algo que hago"
"Pero para algo servirá"
"Para algo. Sí" murmura, como si hablara también un poco para sí mismo, y Brian se pregunta no por primera vez que pasará dentro de esa cabeza suya. Justin cierra el libro y lo hace desaparecer en las profundidades de su bolsa de viaje "Si te aburres, puedo contarte una historia"
Brian no es tan tonto como para no darse cuenta de que intenta esquivar el tema. No obstante, no insiste. Está de demasiado buen humor. Busca su capa y se cubre con ella, arrebujándose en la tela basta que no tarda en atrapar el calor en torno a su cuerpo.
"Cuéntame una historia entonces"
"Muy bien" dice el mago, aclarándose la garganta. Señala hacia el cielo y Brian levanta la cabeza para mira el amarillo del fuego que se difumina contra las copas de los árboles y el cielo más arriba, vistiendo su manto de estrellas.
"Dicen que antes, hace mucho, mucho tiempo, solo la luna brillaba por la noche en el cielo" empieza el mago, y su voz es suave, calmada, entonando como si narrase una melodía estudiada, una historia conocida, sus notas y detalles aprendidos hace tiempo "Por aquel entonces los hombres no tenían dioses. Creían en la luna y en el sol, en el calor que daba vida y la luz que alejaba las tinieblas. Pero mientras el día era seguro, claro y libre del miedo, los hombres temían a las noche en que la luna se marchaba lejos"
"Pero la luna no—"
"Calla"
"Vale"
Brian se deja caer hasta quedar echado en la manta sobre la hierba, la mirada fija en la noche sin luna. Nota un movimiento a su lado y por el rabillo del ojo ve cómo el mago se recuesta también, las brasas de la hoguera crepitando a su lado, el humo ascendiendo y ensortijándose en el aire hasta desaparecer como un soplo de aliento.
"No nos dejes solos, pedían. No te marches. Pero la luna no podía quedarse. Debía irse y regresar, cómo había hecho siempre. Como hacía el sol, continuando cada día su viaje interminable. Pero los hombres tenían miedo. A la oscuridad y a sus misterios; a lo que ocultaba la noche. Ante todo, tenían miedo a estar solos, abandonados por la luna, en un mundo tan grande y tan pequeño a la vez, solos con lo que quiera que acechase ahí fuera, solos cuando al abrir los ojos, seguían viendo sus pesadillas."
"¿Y entonces qué?" Pregunta impaciente Brian cuando el mago se detiene.
"Espera"
"No me digas que no te acuerdas"
"Entonces" sigue Justin "los hombres decidieron que si querían que la luna se quedase todos ellos, sin excepción, deberían cantarle la canción de su desdicha. Las palabras viajaron en todas direcciones, atravesaron valles y ascendieron montañas, marcharon con las curvas de los ríos y alcanzaron cada boca, cada lengua cansada y rendida. Tardó largo tiempo, pero finalmente, en la noche señalada, el canto resonó al unísono en todos los lugares del mundo, escaló los peldaños de las nubes y llegó hasta el cielo, dónde su poder alcanzó los oídos de la luna. Infinitos pedazos estallaron en su corazón al escucharlo y lloraron desde el cielo como gotas de granizo. Muchos cayeron a la tierra, y hay quien dice que aún se guardan como tesoros secretos, único cada uno de ellos, tan hermosos como la propia luna. Pero otros quedaron prendidos del tejido del cielo e iluminan desde entonces, para que cada vez que abramos los ojos, sepamos que no estamos solos, que la luz nunca nos abandona del todo. Y es así como la humanidad entera tejió en primer encantamiento. Y es así como nació la magia"
El viento atrapa las últimas palabras, elevándose para susurrarlas entre las hojas, que se agitan y parecen repetirlas como un eco en la indescifrable lengua de los árboles. Brian mira las estrellas, lejanas, e incandescentes y le parece que es como si las viera por primera vez, blancas y titilantes, una historia entera tejida en el firmamento.
"Es una buena historia" le dice al cielo, y Justin suspira a su lado, desde la oscuridad de las brasas ya apagadas, en una noche que no parece tan oscura.
"Sí, sí que lo es"
Esa noche Brian tarda largo rato en dormirse, la mirada absorta en el cielo. La respiración de Justin se hace más tenue y regular a medida que va deslizándose hacia el sueño, tendido a su lado y cuando Brian comienza a dormirse por fin, lo hace prendido de ese arrullo suave y la sensación de que las estrellas ahí arriba, velan silenciosas sus sueños.
