Izuku abrió sus ojos, sólo un segundo, para luego refregarlos con el dorso de su mano y bostezar de forma perezosa. Entonces lo recordó, y se incorporó de golpe.
Era el día. Ese era el día en que podría salir a recorrer lugares más allá de su aldea. Lo había acordado con su madre: a los diecisiete podría salir por su cuenta. Estaba emocionado, y su corazón latía con fuerza. Estaba listo.
Se quitó de encima todas las mantas de lana de oveja y se paró del suelo en el que se había improvisado un lecho con hojas. Le encantaba dormir así, en parte porque se estaba acostumbrando, y también porque desde niño dormir así siempre le hizo ilusión; para él, era como estar acampando en un lugar desconocido, y eso lo llenaba de emoción.
Corrió a la parte de atrás, se llenó la bañera con agua del río y se dio un baño. Mientras pasaba a buscar el agua, notó que nadie más estaba en pie. Tal vez era demasiado temprano.
Desde que era un niño soñó y se imaginó como sería cuando llegara este día, y ahora que por fin podría irse, casi no acababa de procesarlo.
Si tuviera que dar una razón por la cual siempre quiso irse, diría que no tiene la menor idea. Sólo sabe que, esa aldea en donde todo era pacífico y tranquilo y nada pasaba nunca, en la cual vivió toda su vida, no era para él. Si bien amaba ese lugar y a su madre, y todos sus amigos y toda la gente que era como una familia, siempre le había llamado la atención lo que los mayores decían sobre lo demás. ¿Reinos? ¿Monstruos? ¿Guerreros? ¡¿Dragones!? Era simplemente fascinante.
Tenía un montón de lienzos picados y en blanco que acarreaba siempre con él en un morral. Le encantaba dibujar aves, reptiles, insectos y todo lo que encontrara al comienzo del bosque y cerca del río. También tenía libros que le habían regalado a lo largo de la vida donde habían bocetos extraños de dragones, que eran parecidos a los reptiles que el dibujaba, pero mil veces más asombrosos. Sus colores eran siempre descritos como alucinantes, su tamaño era comparado al árbol más alto, y su fuerza…
Su madre le dijo cuando era niño que una vez un dragón atacó esa aldea. Voló por encima, atacó una vez y se perdió. Ella dice que algunos hombres de la aldea quisieron buscarlo para matarlo, pero ella aun creía que el dragón solamente iba pasando. Una cascada de fuego había caído sobre ellos, y a pesar de los daños, nadie había muerto. Ella estaba segura de que el dragón nunca quiso lastimarlos, e Izuku entendía de quien había sacado la parte emocional.
Salió de la bañera rápidamente y se secó. Volvió a su cuarto corriendo y se puso la ropa, seleccionada desde el día anterior. Su madre apareció en el marco de la puerta.
―¿Acaso no pensabas despedirte?
Volteó, primero sorprendido, y luego le dedicó una cálida sonrisa.
―¿Cómo podría? ―Se acercó a ella para darle un abrazo, viendo que sus ojos ya se llenaban de lágrimas. ―Sólo estoy muy ansioso.
Ella lo vio con ojos llenos de amor. Izuku estuvo seguro de que en ningún lugar se sentiría tan a gusto como en esa aldea.
―¿Quieres que te prepare algunos cereales y fruta para ahora? Luego de comer puedes irte.
―Claro. Gracias, mamá.
Ella le volvió a sonreír mientras lloraba y se fue. Él sintió pena por dejarla sola, pero sabía que ella no estaba triste. Al igual que él, también estaba emocionada de que cumpliera su sueño. Todos en la aldea sabían que quería irse. Algunos chicos más jóvenes decían que si volvía vivo harían lo mismo, otros de su edad le deseaban suerte. Uraraka, quien era algo así como su mejor amiga y futura novia según su madre, le decía que era torpe por irse así, y luego inmediatamente lo abrazaba y le decía que se cuidara mucho. La iba a echar mucho de menos. Y también estaban los mayores, quienes le advertían sobre los animales extraños y salvajes que se podía encontrar al entrar al bosque. Le contaron sobre los brujos, los dragones y los cazadores de dragones. También que en el otro extremo de la isla había un reino muy importante, pero demasiado serio y complicado como para que los de la aldea encajaran con ellos.
La isla era, prácticamente, un montón de aldeas pequeñas, la suya entre ellas, y luego un bosque en el que podías salir al rato o no salir nunca, y al final, un reino. Toda la otra esquina de la isla era un reino. Izuku no creía poder llegar hasta allí, pero le encantaría conocerlos un día.
A quienes nunca quería ver, en absoluto, era a los cazadores de dragones.
Para él, desde que era un niño y comenzó a acumular libros, los dragones eran las criaturas más asombrosas que jamás había visto, y no se podía imaginar que algunos hombres se dedicaran a asesinarlos.
Una vez vestido y con su bolso al hombro, fue a encontrarse con su madre abajo. Ella le preparó el desayuno y se sentó junto a él. Y le repitió lo mismo que le llevaba diciendo desde que acordaron aquel viaje.
"Cuídate mucho. Aprende todo lo que puedas. Acumula historias. No te metas en problemas. Vuelve."
Ese "Vuelve" siempre dolía. Porque, por más que no quisieran decírselo, el lo tenia muy claro. Uno de los maestros se lo había dicho hace tiempo, pues Aizawa era de los pocos que ya estuvo en el bosque cuando joven. Tenía cicatrices que espantaban a cualquiera que lo viera, y nunca le hablo a nadie sobre cómo se las hizo. Él siempre le dijo que las posibilidades de que muriera o lo asesinaran eran muchas, y que probablemente iba a morir. Y de todos modos, nunca lo detuvo. Izuku estaba seguro de que, por más peligroso que haya sido su viaje y por más mal que la haya pasado, valió la pena. Valió cada cicatriz. Porque de otro modo le diría que no tenía caso salir, pero no lo hizo. Nunca.
Al acabar de comer, recogió sus cosas y salió. Su madre salió a despedirlo a la puerta, y luego de despedirse con la mano y una amplia sonrisa, siguió caminando.
Llegó al límite de la aldea, y su corazón se removió cuando dio el primer paso fuera de aquella cerca. Por primera vez llegaría más lejos de lo que nunca había llegado. Estaba nervioso, ansioso, contento, eufórico. Dio un paso tras otro con convicción, y fijó su vista lo más lejos que le permitieran los árboles.
Caminó todo el día. Ni siquiera se detuvo a comer. Sólo unas cuantas veces a beber agua y a dibujar alguna planta o animal que no frecuentara la aldea. La comida que llevaba no le alcanzaría demasiado, y no le duraría mucho tiempo aunque quisiera guardarla. Así que se concentró en buscar algunas plantas que pudiera comer. Su idea era simple: buscar aquellas que se vieran mordidas en alguna parte, o encontrar a algún ciervo comiéndola. Sabía que habían un montón que eran venenosas, entonces se aseguraba de dibujar sólo las que estuviera seguro de que pudiera comerlas.
Llevaba su chaqueta verde ahora puesta sobre su cabeza, y las mangas de su camisa arremangadas. Estaba completamente sudado, y sabía que habían días mucho más calurosos que ese que lo obligarían a dejar de avanzar por el bosque en algún punto.
Cuando el sol por fin se estaba ocultando, decidió quedarse ahí. Aún estaba en el mismo extremo de la isla a pesar de haber caminado durante todo el día, pero supuso que descansar era lo mejor. No estaba tan cansado, y podría haber seguido durante la noche, lo cual incluso sería mejor sin el calor sofocante del día. Pero no conocía el lugar, y lo que más le dijo Aizawa era que si encontraba un lugar seguro durante el día, pasara allí la noche. Y si acababa el día en un lugar hostil, no cerrara los ojos ni siquiera para pestañar y siguiera avanzando.
Por eso, dejó sus cosas apoyadas en un gran árbol y junto a ellas se acostó. Las mismas hojas caídas le ablandaban el suelo, y el ambiente seguía tan caluroso que no necesitaba cubrirse con nada ni armar una tienda. Se quitó los zapatos y sintió que sus pies dolían. Apenas les puso atención y cerró sus ojos, cayendo dormido enseguida.
Estaba seguro de que algo acababa de aterrizar en su cabeza. Sus ojos se abrieron lentamente y pudo ver una ardilla frente a él. De esas si que tenían en la aldea. Resopló al sonreír, por lo que la ardilla escapó subiendo el árbol.
Midoriya se incorporó y vio a través de los árboles hacia el cielo. El sol le llegaba de lleno en el rostro. ¿Acaso ya era medio día? Comió lo más rápido que pudo y siguió.
No se sentía adolorido por dormir en el suelo, y se sentía descansado. Por ahora, iba bien. Había sobrevivido al primer día y había hecho un montón de dibujos y anotaciones en su libreta. Tenía pensado encontrar un lugar en el bosque que estuviera cerca del río y tuviera todas las características como para quedarse un par de días. A pesar de ir a buen ritmo, sabía que no aguantaría mucho más que un par de días caminando de esa forma, así que esperaba encontrar pronto un lugar que lo convenciera de armarse una tienda y le dejara cocinar algo para los siguientes días de caminata.
Obviamente, la suerte no siempre iba a estar de su lado.
Atravesó un lugar repleto de árboles para llegar al río, y junto a él, un enorme dragón que parecía crecer unos tres metros más al tomar aire. Estaba enrollado y dormido, así que no sabia con seguridad el tamaño que tenia, pero era inmenso. Y sus colores… era cierta cada cosa en ese libro. El color rojo que tenia su piel solo era comparable al rojo vivo que tomaban las cosas al calentarse hasta su máxima temperatura. Puso ambas manos cubriendo su boca para evitar lanzar un grito y despertarlo. Pero… ¿qué hacia ese dragón durmiendo junto al río? Hasta ahora se había confiado de que los dragones habitaban los alrededores del volcán, y eso quedaba en la otra costa. Costa que Midoriya no había tomado, precisamente, para no encontrarse con los dragones.
Y tuvo la idea más estúpida de la vida: quiso dibujarlo.
Pensaba esconderse para hacerlo, en caso de que se moviera, salir corriendo hasta la aldea de ser necesario. Pero obviamente, su torpeza ganaba. Así que al sacarse el bolso repleto de cosas y sumamente pesado del hombro, este se le soltó, y al caer sobre las ramas secas hizo un ruido que Midoriya creyó que le detendría el corazón.
Lo siguiente pasó en un segundo, que para Izuku fueron horas.
Unos ojos amarillos enormes y brillantes se posaron sobre él, y los dientes de aquel dragón estuvieron de pronto a menos de un metro de su cuerpo. El aliento del dragón parecía envolver todo su cuerpo, haciendo que sintiera cincuenta grados a su alrededor. Ni siquiera podía respirar. Entonces un rugido salió de la garganta del dragón, e Izuku apretó los ojos.
―¡Atrás! ―gritó una voz desde la izquierda, y de pronto el calor que sentía desapareció.
Aún con la espalda pegada al tronco de un árbol y sin atreverse a respirar, abrió los ojos y buscó a quien habló, que en ese momento bajaba una flecha en un arco ya tensado que apuntaba en su dirección.
Era sólo un chico. Un chico que lucía de su edad, con un montón de collares de cuencas, aros, sin camiseta y unas coderas. Lucía bastante salvaje.
―¿Ibas a matarlo? ―le preguntó Izuku. Por fin su respiración se había regulado… en parte.
―¿A él? ―el chico apuntó al dragón, que en ese momento se había vuelto a acomodar junto al río y los veía calmadamente. ―No. ¿No eres un cazador, verdad?
Izuku negó con la cabeza.
―Creí que iba a comerme.
El chico se rio.
―Me di cuenta. Sólo lo asustaste. Si no eres un cazador, ¿qué clase de idiota eres?
―Yo… no lo sé. Sólo llegué demasiado lejos de casa.
El chico parecía poco interesado realmente. La actitud que tenía era atrayente. La forma en que ignoraba por completo que hubiera un dragón junto a él, y la forma en que ignoraba a Izuku también, demostraban la confianza que tenía al estar en ese lugar. Algo completamente opuesto a él, que aún no se despegaba del árbol.
―¿Puedo saber tu nombre?
―Bakugo Katsuki. ―respondió, y la cara de Izuku debió delatarlo, porque agregó: ―A estas alturas, no es un apellido que tenga mucho peso.
El apellido Katsuki era conocido en su aldea. Se sabía que eran quienes cazaban dragones desde siempre, pero Bakugo…
―¿Entonces por qué ese dragón no nos está comiendo?
El chico sacó un pescado enorme del bolso a sus espaldas y se lo lanzó al dragón, el cual lo recibió y siguió ignorando su presencia.
―Porque le caigo bien.
Izuku trató de aclarar su mente. Un dragón acababa de aparecer y un chico misterioso lo salvó, como si no fuera la gran cosa, y le dio un pescado. ¿Por qué demonios ese chico estaba ahí en primer lugar?
―¿Quién eres? ―quiso saber. Bakugo lo miró como preguntándose qué tan idiota era. ―Me refiero a qué haces. Por qué estás aquí. Por qué me ayudaste.
El chico se puso serio de pronto.
―No es asunto tuyo. Y tengo unos bebés esperando por esos pescados, así que un gusto conocerte, como sea que te llames. ―hizo un gesto con su mano y se fue a donde estaba el dragón, ¡y se subió en su lomo! Izuku creyó que ese chico no podía ser más asombroso.
―¡Espera! Por favor… déjame ir contigo.
―¡No! ¿Por qué tendrías que venir conmigo?
Recogió su bolso del suelo y se acercó a él. El dragón ahora ni siquiera lo miró.
―Por favor. ―rogó.
Bakugo lo miró fijo hacia abajo, y sólo entonces Izuku notó que sus ojos eran de color rojo.
―Bien. De todos modos siempre vuelvo al río, y encontrar tu cadáver habría sido desagradable.
Le tendió la mano, e Izuku sonrió y la tomó, dejándose impulsar hacia arriba y sentándose detrás suyo.
El mismo Bakugo tomó sus manos y las puso alrededor de su cintura, para luego dar unas palmadas al dragón, quien enseguida se impulsó, abriendo sus alas y elevándose muy alto. Izuku ahogó un grito y cerró los ojos, afirmándose de Bakugo lo más fuerte que pudo y tratando de esconder su rostro en su espalda. Sintió que su estómago se saldría por su boca, al tiempo que sentía que saldría volando.
Entonces el vuelo fue parejo, como si estuviera planeando, e Izuku abrió los ojos, y no pudo evitar soltar un grito de exclamación. Todo era hermoso desde allí arriba. Podía ver la isla completa, pero estaban tan alto que nadie desde el nivel del mar podría verlos. Todo era tan hermoso… fijó su vista en el cabello rubio alborotado de Bakugo, y en todas las cicatrices que tenía en la espalda. Quería saber absolutamente todo sobre él, y sentía que en ese momento, en su segundo día, su viaje ya había valido la pena.
N.A: Ay no se que decir. Este fic les juro que va a tener final :^) me aseguré de eso antes de publicar el primer capítulo.
Review~ please~ al menos insultenme :^(
29/01/18
Santiago de Chile
