Sé que voy un día atrasada y debería estar estudiando y son como las dos de la mañana y ja, no me importa. Quería participar y voy a participar, aunque probablemente no pueda estar al día con los días y me vaya al infierno –trabalenguas dónde, niñosss. Necesito que estos dos sean felices, urgente.
Renuncia: Todo del conocido sádico, Ishida Sui. (Y admito sin culpa que esto tiene inspiración en canciones de Of Monsters and Men, Florence and The Machine y la película Kill your darlings).
Prompt: Día 1. AU.
Let your colors bleed and blend with mine
1.
Hay gente. Mucha. Son fantasmas, de traje y corbata, de vestidos deshilachados. Las luces de colores van y vienen, van y vienen. Son azules. Son azules como el atardecer de esa tarde, invernal, opaco, amargo como un trago de whisky caliente. Y las voces, oh, las voces, que se elevan en un eco sordo y caen contra el pavimento, contra las lámparas, contra los árboles, contra el cielo. Hablan y hablan y hablan, y algunas voces le hacen preguntas que no tienen mucho sentido. Nada tiene sentido.
Sus manos, sus brazos, sus piernas, su ojo.
(Ese no es su cuerpo)
La sangre que se escurre de su rostro y se enreda pegajosa entre sus cabellos.
—Dicen que es un desastre, allá adentro.
—¡Y cómo! ¿Fue ella?
—Yo sabía que había algo raro con ellos, algo muy raro, sobre todo con él.
—No me extraña, no me extraña para nada.
Hablan y hablan y hablan y siguen hablando sin entender nada. Juzgan. Señalan con el dedo, esos dedos tan bien entrenados como soldaditos. Rechonchos y de uñas mugrientas. Pero a Mutsuki no le importa, no importa lo que piensen; sigue sin encontrarle sentido a nada. Al aire que le corta los pulmones –está frío,- a la vereda debajo de sus pies –está fría-, a los ojos que lo miran –tan fríamente. Sigue sin encontrarle sentido a su existencia, hueca, que esa noche decidió hacer algo más que matar a esas manos grandes y callosas que sólo servían para destruir. (Amar, amar es sinónimo de destruir, ¿no? ¿dónde lo había escuchado? ¿dónde?). Esa noche, esa noche era una curiosa. Esa noche cerró los ojos de alguien más que ese hombre aterrorizante que vivía al final del pasillo de sus pesadillas. Esa noche Mutsuki decidió extirpar algo más que a papá de este mundo.
Esa noche mató también a una niña.
(Pero no van a encontrar su cuerpo; no hay cadáver que buscar)
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William Butler Yeats, poeta y dramaturgo irlandés, creía que la vida era un círculo. Un círculo vicioso, infinito, que se repetía una y otra y otra vez, y que nosotros, pobres seres desgraciados, estábamos atrapados en él. Estamos atrapados en él. Que todo vuelve, que todo gira sobre el mismo eje, que todo va a parar siempre al inicio.
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1 (y medio).
Hay dos hombres de uniforme en la puerta.
Madre está llorando.
Urie deja su desayuno a medio camino y de pronto se da cuenta que ni el murmullo de la televisión es suficiente para lograr que ese sonido desgarrador se opaque. Uno de los hombres lo ve, uno de cejas prominentes que de ser otra situación habrían provocado en Urie una burla inocente y descarnada, y de pronto –otra vez- los doce años que lleva colgando del brazo no son suficientes para mantener el velo de la niñez sobre sus ojos. Se desmorona. Se desmorona con un sonido sordo, el mismo sonido de los llantos de madre.
Padre está muerto.
Se fue, su existencia evaporada de la faz de la tierra. Antes de salir corriendo por la puerta, antes de buscar con los pies que caminan solos un lugar donde odiar, antes de tirar el pote de los cereales al piso y que haga crash, antes de todo eso, Urie desafía al hombre de cejas prominentes y evoca a padre con fiereza. Lo ve la noche anterior, parado en el umbral de su puerta, creyéndolo dormido, con esa sonrisa que sólo sus labios podían dibujar. Podían. Ya no más pueden. Pasado, muchacho, ahora las cosas están en el pasado. Entonces ahí se levanta. Se va.
El pote haciendo crash calla a madre unos instantes.
(la infancia se muere entre sus lágrimas)
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William Butler Yeats, poeta y dramaturgo irlandés, creía que la vida era un círculo. Un círculo vicioso, infinito, que se repetía una y otra y otra vez, y que nosotros, pobres seres desgraciados, estábamos atrapados en él. Estamos atrapados en él. Que todo vuelve, que todo gira sobre el mismo eje, que todo va a parar siempre al inicio.
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2.
Se conocen en el examen de entrada en la Academia de Policía.
Lo primero que Kuki piensa de ese torpe muchacho-piel-de-canela cuando le sonríe sin más, sin razones más que la educación formal, es que personifica la imbecilidad. Y se lo dice, sin pelos ni tapujos, la lengua filosa como lo ha sido desde los doce años cuando su padre no volvió jamás a cruzar la puerta de entrada de su casa y su madre jamás volvió a mirarlo con los mismos ojos. Es que… te pareces tanto a él.
Tooru se queda pasmado, la sonrisa demasiado falsa al borde de los labios, pensando que por primera vez en su vida una persona ha sido sincera con él.
2 (y medio).
Pasan los dos, el examen, y lo que es peor –piensa Kuki- les asignan el mismo escuadrón. Que más que escuadrón parece una escuadrilla de circo: ahí no hay más que un tipo que tiene pinta de asesino en serie que no pisó un dentista en su vida, una mujer exasperadamente perezosa que debería cambiar su dieta y otro tipo con pinta de bipolar. Tooru tiene una idea muy diferente de sus compañeros y no duda en compartirla con Kuki: Saiko parece vaga pero es una luz con todo lo que tiene que ver con la tecnología, Shirazu tiene una memoria –y una sonrisa- envidiable y Sasaki es la plasticola que mantiene al escuadrón a flote.
—Y a mi qué me importa —le gruñe.
—Ah, ¿se conocen? —pregunta Sasaki.
Kuki y Tooru comparten una mirada. A ambos les basta un aleteo de pestañas para saber que no van a coincidir en la respuesta.
—No.
—Si.
Hay un silencio que lo rompe Shirazu, una mano bajo su mentón.
—Aquí hay demasiada tensión sexual.
(Más tarde los del escuadrón de Hanbee se quejan; uno de ellos es muy supersticioso y le asegura a Sasaki haber escuchado la risa de Yonebayashi desde el ascensor y eso sólo augura desastres en la zona linderas a la costa. Haise no tiene idea sobre qué le habla –pero admite, para sus adentros, que escuchar y ver reír a Saiko no pasa todos los días, no de esa forma al menos)
2 (y tres cuartos).
Es curioso, pero Kuki nota, pasadas unas semanas, que Tooru siempre es el último en irse, incluso más tarde que Sasaki.
Está a punto de tirarle un comentario salado para cerrar el día cuando se da cuenta que Tooru ni siquiera está en este mundo. Flota, tal vez, o vuela. Hay algo –algo sombrío- en sus pupilas, que titila, titila muy suave mientras mira por la ventana llover. La luz azul contrasta con la piel de canela y Kuki siente como sus dedos se flexionan y retuercen al compás de un pincel invisible. Es un cuadro espeluznante. Y absurdamente quiere pintarlo.
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William Butler Yeats, poeta y dramaturgo irlandés, creía que la vida era un círculo. Un círculo vicioso, infinito, que se repetía una y otra y otra vez, y que nosotros, pobres seres desgraciados, estábamos atrapados en él. Estamos atrapados en él. Que todo vuelve, que todo gira sobre el mismo eje, que todo va a parar siempre al inicio.
Sólo hay una forma de escapar de él.
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3.
Patrullar no se encuentra dentro de sus actividades favoritas. Durante la mañana es aburrido, por las tardes es más aburrido todavía y por las noches… a Tooru no le gustan las noches.
Por mera cortesía, y porque es una persona educada, pide dos cafés. La señora del carrito le agradece y desaparece por los callejones imposibles de la ciudad. Es una ciudad muy grande, Tokio. Kuki lo mira largamente cuando lo ve llegar con las dos tazas, y aún más largo antes de aceptar; y es raro, porque esta vez no hay algún comentario filoso. Quizá sea el frío de la noche, o las estrellas que brillan sobre ellos, o la luna, que amaina a las bestias. Tal vez. Se sientan los dos, sobre el capó del auto-patrulla, y absorben el calor tanto del motor apagado como de las tasas de cafés humeantes. El café es pura mierda, por cierto.
Kuki arruga la nariz.
—¿Qué mierda es esto?
—No sé —admite, huele la taza—. ¿Veneno?
Se miran, sus pestañas aletean, y ambos saben enseguida que ¡oh sorpresa! están de acuerdo.
La risa de Tooru rompe el aire y las estrellas tiemblan. Kuki es más reservado, y sólo comparte con la luna una sonrisa entre dientes. Las tazas tiemblan, como si las estuvieran arrasando terremotos, y un poco de café se derrama sobre el capó, sobre el piso y sobre la manga del uniforme de Tooru. Pega un salto y termina tirando toda la taza, parte a su manga parte al suelo; Kuki no puede creer que sea tan torpe.
—Quieto —le ordena. Deja su taza de café sobre el capó y toma el brazo de Tooru; quien se da cuenta demasiado tarde de apartar el brazo. Kuki deja su mano y sus ojos suspendidos en el tiempo, sobre el uniforme apenas arremangado. El brazo de canela de Tooru está pintando, pintado de finas líneas de azúcar blanca. Son muchas—. ¿Te duele?
Tooru no sabe si le pregunta sobre las quemaduras o sobre lo otro.
—N-no, no, estoy bien.
—Eres demasiado torpe, Mutsuki.
—¿V-verdad? —intenta no sonar tan nervioso—. L-lo siento.
Kuki no dice nada. Sólo asiente. Termina tirando el resto de su café-veneno a la calle con disgusto y ambos emprenden el turno de aquella noche. Kuki maneja. El frío, las estrellas y la luna quedan opacados por el silencio cómplice, un silencio que sabe que las preguntas deberían brotar como las raíces de las árboles cuando encuentran agua luego de una sequía.
No se dice una palabra sobre las líneas de azúcar. Nada. Cuando Kuki abre la boca es para decirle que la próxima vez que compre un café tan malo terminará bañándolo con él.
3 (y medio).
Al siguiente turno, Tooru lleva café hecho en su casa en un termo con dibujos de Mickey Mouse.
Kuki le sonríe.
(y algo se dispara… ¿el corazón, tal vez?)
4.
La tumba de padre es solitaria. Los cementerios lo son. Es todo gris, todo negro, todo silencio apabullante.
(Muerte, muerte, muerte muerte).
Kuki no se da cuenta que no está sólo hasta que es demasiado tarde; hasta que siente que la nuca la pica, que un taladro le perfora hasta el hipotálamo, que sus ojos se estampan con el único que le queda a Mutsuki y se da cuenta que claro, no debería extrañarle. Mutsuki tiene esa cualidad: taladrarte hasta el tuétano (todavía no llegó hasta su alma, pero casi, casi). Sus mejillas se tornan rojas al saberse descubierto. Todo lo que Kuki hace es rodar los ojos e ignorarlo, no tiene tiempo, ni ánimos –ni siquiera quiere saber por qué se encuentra en el cementerio- para enfrentarse con él. Por lo que le sigue dando la espalda.
La tumba de padre es solitaria. Pero de súbito los cementerios dejan de serlo.
(Muerte, muerte, muerte…)
—Sasaki-san me dijo que hoy estarías aquí —Mutsuki siente la necesidad de explicarse. Y no es que lo haga porque es una cualidad –defecto, más bien- inherente a su persona. Los cementerios son espacios personales, cerrados, reservados a aquellos que tuvieron la desgracia de perder a un ser querido –que los quería devuelta. Se siente un invasor. Lo es.
Kuki no responde por un largo silencio.
—¿Y?
—Y pensé…
(Muerte, muerte…)
—Y pensé que las soledades son mejores acompañadas.
Kuki esta vez no responde. Mete las manos en los bolsillos y exhala, siempre mirando a la tumba de padre, tan solitaria, tan solitaria que sin embargo ahora se ve acompañada por dos seres que no tienen nada en común –salvo las desgra-. Quizá no sea una buena compañía para un muerto, ¿qué compañía es bueno para uno? Pero decide enseguida que son meros eufemismos. Fallas del lenguaje. Pasan los minutos, y se quedan, y siguen sin decir nada, y el sol se oculta y los dedos de Kuki comienzan a moverse otra vez bajo el halo fantasma de un pincel que no tiene forma.
(Muerte…)
—Eres un imbécil, Mutsuki —habla finalmente, y lo mira. Mutsuki tiene las mejillas rosadas por el frío y mientras mira la tumba no-tan-solitaria-ya en el ojo titila una luz, una luz muy diferente de la usual. No es fría. Es cálida. ¿Qué puede tener de cálido mirar una tumba donde debajo yacen nada más que polvo?—. Vamos.
Y Mutsuki lo sigue sin protestar.
(¿desde cuándo es así entre ustedes?, le susurra una voz)
(¿Muerte?)
5.
No es mucho después que durante una redada se cuentan sus secretos. Tan al filo están de conocer a la muerte y la sangre es tanta y hay alguien que se ríe y se ríe y se ríe que terminan escupiendo los pozos profundos y negros que son sus almas al pavimento de un galpón oscuro y recreado como salón de maravillas ocultas. Kuki cae de rodillas, derrotado por un monstruo que lleva anidando dentro sus añitos y las rodillas se parten, se quiebran, el peso ya es tanto plomo que se acumula también en los pulmones y se ahoga. Basta. Todo lo que puede pensar es en basta. Basta, basta, bastabastabasta. Ya no quiere más. Ya no lo soporta. Ya no lo soporta y como se ahoga y le duelen las rodillas y la consciencia una piel de canela se ofrece a ser su soporte momentáneo; solo ratito, hasta que puedan volver a soldarse sus rodillas.
(Yo sólo quería ser grande, magnifico, quería poder tomar con mis manos el mundo entero y sostenerlo hasta que el blanco me pintara el cabello y los huesos se erosionaran, quería poder sostener la cabeza en alto, alto, tan alto como el rascacielos que desafía a la creación con su altura imposible y sus oscilaciones peligrosas; así, más alto todavía, así, más grande todavía. Yo sólo quería que te sintieras orgulloso, padre…)
Y una voz, una voz que le susurra bajito al oído:
—Está bien, Urie-kun, está bien soñar en grande. Shh, shh, tu soledad no estará sola nunca más.
Y llueve, llueve sobre su rostro.
(¿Mutsuki?)
Su soledad no está sola y entonces se da cuenta que entre tanta piel de canela y tantos ríos de azúcar blanca el imbécil llueve y absurdamente piensa en el color azul y en la ventana y en la luz que titila en un ojo único y en el pincel que todavía no se compró. A Mutsuki se le cae la máscara cuando la sangre forma un caudal natural y Kuki –hay que vendarte esa herida maldita sea deja de cubrirte cuál es tu jodido problema te vas a morir si no te hago un torniquete mutsuki que caraj- es su turno. Puede que él como soporte sea un poco desastre, esté cojo, o roto, o se tambalee, y le avisa porque el que avisa no traiciona. Todo lo que hace Mutsuki es reírse, entre dientes, porque la carne la tiene abierta y duele, pero se ríe y acepta al soporte, con todos sus defectos. Entre los dos puede que hagan uno.
(¿Por qué no me miras diferente, Urie-kun?)
—Cállate. O te vas a morir.
—¿Y eso es malo?
Kuki presiona la carne partida. ¡porqueestantalasangre!
—Por supuesto que lo es —y agrega—: Para mí, por lo menos. Para mi es malo que te mueras.
(Así que no te mueras, Mutsuki).
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William Butler Yeats, poeta y dramaturgo irlandés, creía que la vida era un círculo. Un círculo vicioso, infinito, que se repetía una y otra y otra vez, y que nosotros, pobres seres desgraciados, estábamos atrapados en él. Estamos atrapados en él. Que todo vuelve, que todo gira sobre el mismo eje, que todo va a parar siempre al inicio.
Sólo hay una forma de escapar de él:
Romperlo.
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5 (y medio).
Los hospitales son lugares tan odiosos como los cementerios.
A Mutsuki le terminaron sacando una bala entera del abdomen y haciendo diez puntos y otorgándole licencia de tres meses; lo que no le supone ningún problema en nada -¿quién se niega a un poco de vacaciones pagas?- salvo que luego de la licencia tendrá que acostumbrarse al cambio de categoría y deberá buscar un lugar para las medallas que ya le aseguraron van a darle. Medallas que Mutsuki siente que no se merece completamente, medallas que todos insisten en que fueron bien ganadas.
(La única medalla que le importa es la que le dio Urie: su confianza; lástima que esa no pueda colgarla en la pared).
—No necesitas venir a visitarme todos los días, Urie-kun. Ya estoy bien.
—No tengo nada mejor que hacer.
—Ah.
Los dos saben que es mentira. Mutsuki sonríe.
—Gracias.
5 (y tres cuartos).
El cambio es sutil. Nadie lo nota –Saiko, Saiko sí lo nota.
Son roces que antes no estaban ahí. Son miradas puestas en los lugares correctos. Son Mutsuki pidiendo –Urie-kun, ¿vas a buscar el expediente del caso Kamishiro, por favor?- y Urie respondiendo –¿y por qué rayos tengo que ser yo?– yendo. Son sesiones en el gimnasio juntos, salidas del turno al mismo horario, acompañamientos a las reuniones, al piso tres, a hablar con el jefe, a casa. Es invitarse a pasar –para repasar el alegato de mañana, claro, claro- tomarse un café, quedarse charlando hasta la madrugada, muy entrada ya que es inútil tomarse el tren. Tengo sábanas de más, y frazadas, y r-ropa y un futón. Para qué un futón, Mutsuki, si tu cama es grande. Es compartir. Es aprender. Prestar atención. Ver. Pedir la patrulla en el mismo momento, el mismo día, a la misma hora. Son silencios, palabras, acciones, que antes, hace miles de años, no estaban ahí.
5 (casi seis).
—No me gusta este tipo —admite a Shirazu.
—¿Quién?
—Karao Saeki.
—Es sólo un informante, Urie, no tiene por qué gustarte.
No insiste. No en voz alta. (No me gusta como mira a Mutsuki).
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William Butler Yeats, poeta y dramaturgo irlandés, creía que la vida era un círculo. Un círculo vicioso, infinito, que se repetía una y otra y otra vez, y que nosotros, pobres seres desgraciados, estábamos atrapados en él. Estamos atrapados en él. Que todo vuelve, que todo gira sobre el mismo eje, que todo va a parar siempre al inicio.
Sólo hay una forma de escapar de él:
Romperlo.
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6.
Mutsuki no lleva la cuenta del tiempo. Iba a reunirse con Urie para-
¿Para qué? ¿Y hace cuánto? ¿Ayer? ¿Ante-ayer? ¿Hace años?
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Dos días. Dos días y a nadie en el edificio –excepto a su escuadrón- le preocupa la aparente desaparición de Mutsuki Tooru. No importó las veces que explicó, una y otra vez, ante su autoridad más cercana, Akira, y luego a los superiores, que iban a verse y que Mutsuki nunca apareció, que no contesta sus llamadas, que no está en su departamento, que definitivamente no es una persona que suele evaporarse de la noche a la mañana con un puff, y que en el camino encontró su parche tirado, a un lado de la vereda.
Urie lleva recolectando pistas desde entonces. No ha dormido nada. Vive a base de café.
(Y no importa lo que Saiko y Shirazu y Sasaki le digan, le rueguen, le supliquen -¡todos estamos en esto, Urie! ¡no eres el único que quiere encontrar a Mucchan!-, él no va a pegar un ojo hasta que colapse o encuentre a Mutsuki. Lo que venga primero será lo que lo consuma. Bienvenido sea)
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Le duelen los brazos. Y las piernas. Y hace frío, mucho frío, tanto frío.
Hipotermia. Si se aferra a cosas que sabe quizá no se vuelva loco(A). Hipotermia, ¿qué sabe de la hipotermia? La piel, es cuando la piel no retiene el calor, no lo recibe, porque está expuesta a una fuente de frío muy, muy fuerte. ¿Fuente? Agua helada, hielo, viento. Los labios comienzan a ponerse azules, violetas, cuando eso pasa. ¿Estaban violetas sus labios? Y los temblores, no debe olvidarse de los temblores. Eso sí puede comprobarlo. Tiembla, de hecho. Por eso le duelen tanto los brazos y las piernas. Tose. ¿Tos? ¿La tos era también un síntoma de la hipotermia? Tampoco recuerda si la fiebre lo es.
Oh, tiene fiebre.
.
Cuatro días. Tres horas de sueño en total. El colapso le sisea.
—Urie.
—¿Qué?
—Tenemos una pista –Urie se queda quieto, no es la primera ve—. Sólida. Y…
—¿Y qué, por los siete infiernos?
—Tenías razón. Ese tipo, Saeki, tenías, t-tenías… —la voz de Shirazu se quiebra. Qué le importa. Todo lo que importa es Mutsuki.
.
Ya no siente.
No es normal que no sienta; eso por lo menos lo retiene, lo sabe, se aferra –aférrate a lo que sabes, Mutuki, aférrate a lo que ves, piso, techo, tierra, mugre, aférrate a lo que oyes, el mar, el mar, se oye el mar y sus olas que rompen, y el viento que aúlla, aúlla como un lobo gris a la luna llena, aférrate a lo que sabes, Mutsuki, aférrate a lo que sabes… Saiko, Shirazu, Sasaki… ¿U-ri-e?... pero los pensamientos…
…desvarían…
(¿es porque te maté, papá? ¿es porque fui una niña mala, mala, y a las niñas malas las castigan? Pero yo no soy una niña, esa niña que tanto quisiste tan incorrectamente está muerta, contigo, se murió contigo, como querías… ¿ah? también la maté, si, con mis propias manos, fue más fácil que matarte a ti, no gritó, no lloró, no se arrastró por el pasillo patéticamente rogando piedad, se quedó quieta, quietecita, y murió y murió porque… ¿por qué?... porque se tiene que morir para… para…)
—Me quiero morir —susurra, bajito, las cuerdas vocales erocionadas.
(No te puedes morir)
—¿Por qué no?
(Porque es malo)
—¿Malo?
(Malo para una persona, ¿ya olvidaste a esa persona, Mutsuki?)
Si no te puedes aferrar a lo que sientes, debes aferrarte a lo que sabes. Y Mutsuki hinca la boca, los dientes, la mandíbula entera con todas las fuerzas que todavía tiene, las hinca bien profundo en lo que sabe, y lo que sabe es…
(Íbamos a ir… a ir a… arte, ¡a una galería de arte!)
…luz…LUZ… ¿el sol?
(¿Urie-kun?)
.
—Está bien, Mutsuki, está bien llorar. Tranquilo, tranquilo, ¿recuerdas? Tu soledad no estará sola nunca más.
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Romperlo.
Así es como escapamos del círculo.
CRASHH.
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7.
Urie pinta. Es otoño bien entrado, el frío raja en dos la tierra pero desde dentro de la casa no se siente; la calefacción está al tope y quizá debería bajarla un poco, esas gotas de sudor no están en su frente por casualidad. Entra mucha luz por la ventana, mucha luz y mucho mundo. Los árboles se pusieron colorados y el atardecer acompaña con su naranja. Pinta. Deja que sus dedos se flexionen y se muevan y dibujen el mundo que ve a través de sus ojos. Su mundo es un poco más sombrío que el real, el que hay afuera, la pintura tiene más sombras, los rojos son más espesos, los naranjas más pesados, hasta el marrón de los árboles es de una tonalidad por debajo de la natural.
Por lo menos de eso se queja Mutsuki.
—Deberías estar en la cama.
—Estoy bien.
Y lo está, realmente lo está. No miente –no como las otras veces, por lo menos. Aún necesita la silla de ruedas para moverse con soltura y el brazo izquierdo todavía reacciona yendo para donde no tiene que ir, pero se siente bien, realmente se siente bien. Tiene ganas de salir de la cama, de recorrer la casa, mirar las fotografías de Urie de niño con esas ridículas muecas que hacía porque incluso ya de niño parecía no gustarle que lo molestaran con nimiedades, ganas de preparar un café y voltearlo por pura costumbre en su termo de Mickey Mouse, ganas de mirar por la ventana como caen las hojas de los árboles, ganas de mirar a Urie pintar.
Le gusta ver a Urie pintar. Le gusta mucho. Mucho.
(—Mutsuki
—¿Si?
—¿Te gustaría que te pintara?)
Claro que esa respuesta no convence a Urie. Quien lo mira. Exasperado.
—¿No puedo verte pintar?
No.
—Harás lo que quieras de todas formas.
Le sonríe, como las primeras veces, como la primera vez, cuando Kuki le dijo que era un imbécil. Le sonríe como acostumbra, con una sonrisa paciente. Le sonríe como aprendió a hacerlo, despacio, bajito, con sinceridad. Le sonríe con cariño. Es un gracias que no necesita palabras, es un gracias mucho más complejo de lo que aparenta, un gracias como sólo Mutsuki sabe darlo –y Urie aceptarlo. Entonces Urie gruñe, se sacude un poco, y pinta, sigue pintando, con la sonrisa de Mutsuki ahora incorporada a su mundo.
—¿Por qué siempre pintas con tonos oscuros?
La respuesta tarda en llegar, Mutsuki está acostumbrado a esperar paciente por ellas, así como Urie está acostumbrado a que Mutsuki lo bombardee a preguntas mientras pinta. Es una especie de rutina que establecieron. Como las horas de gimnasio –rehabilitación, se corrige-, las tazas que se turnan para usar, los rompecabezas que arman cuando hasta la televisión falló en su misión sencilla de distraer o la cama que comparten. Una rutina para aferrar la realidad, para que se quede quieta en su lugar. La respuesta tarda, porque Urie podría darle miles, miles, y todas y cada una de ellas lo involucran. Involucran esa noche que vio a Mutsuki afuera del mundo, sintiendo la lluvia, y la noche que descubrió la raíz de ese titilar lento de sus pupilas y la primera vez que Mutsuki lo abrazó, la primera vez que se atrevió a besarlo, la primera vez que una pesadilla lo partió en dos, y todas las primeras veces que siguieron, y las segundas, y las terceras, y las cuartas. Todas las respuestas lo involucran.
Decide darle, entonces, la más sencilla de todas.
—Porque la canela es oscura.
(—¿A m-mi? ¿P-pintarme a mí?
—Ajá.
—¿P-por qué?
—Porque tienes piel de canela).
Tooru vuelve a llover y llueve más fuere cuando Kuki se le acerca y le besa la frente.
.
CRASH.
El círculo está roto.
.
...
...
...
