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Mayo de 1551, Castillo de Hever.

La joven princesa Elizabeth se sentía confundida, por un lado su conciencia le advertía que debía ser sumamente cautelosa con los acercamientos de Robert Dudley pero muy en su interior debía aceptar que aquel joven apuesto y emblemático le resultaba del todo confiable. Aquella mañana el sol resplandecía y el Castillo de Hever presumía de ser un lugar perfecto para los días soleados. Elizabeth se esforzaba por recordar la primera vez que piso ese castillo, el hogar de los Bolena. Solo se había permitido visitarlo en aquella ocasión, y nunca más se le permitió siquiera acercarse.

Su padre jamás le hablaba de su madre y estaba estrictamente prohibido mencionar su nombre en presencia de su padre o de algunas de sus muchas esposas. El rey Enrique VIII, se había unido en matrimonio con seis mujeres, Isabel era muy pequeña cuando conoció a la tercera esposa de su padre, Lady Jane Seymour. Al principio le había parecido de los más agradable, pero después de de que esta contrajera matrimonio con su padre, sé había tornado fría e indiferente para con Elizabeth, a menudo rechazaba su compañía y ordenaba que se retirara a sus aposentos. Poco después las cosas se complicaron para la joven princesa, ya declarada ilegitima y por lo tanto fuera de sucesión, a menudo la llamaban bastarda; ella no entendía porque se le trataba de esa manera pero una vez que creció lo comprendió todo.

La sola ausencia de su madre se significaba un gran dolor para Elizabeth, cuando era pequeña se preguntaba a si misma donde estaba su madre, al principio la ausencia de su madre no le resultaba meramente dolorosa, pero conforme fue creciendo empezó a extrañar irrefutablemente. No entendía que pasaba, porque su madre no estaba con ella. Apartando esos dolorosos recuerdos de su mente,Elizabeth decidió levantarse de la cama e ir a dar un paseo. El aire fresco era el mejor de los remedios contra la tristeza o la desesperación. Y esa mañana Elizabeth se había despertado ansiosa. Cuando se hubo levantado por fin, escucho como alguien llamaba tímidamente a la puerta.

-Lady Elizabeth, veo que se ha levantado-observo una joven dama.

-Hoy hace un día maravilloso-exclamo Elizabeth indicando a la doncella que pasara.

La joven mujer que no aparentaba más de veinte años, entro en los aposentos de Elizabeth con paso tímido, llevaba el pelo recogido y tenía unos hermosos ojos azules, piel blanca e iba ataviada en suntuoso vestido.

-Está lista para vestirse?-pregunto la joven dama.

-Por supuesto, ya no aguanto las ganas de salir a dar un paseo y tomar un poco de aire fresco-dijo Elizabeth con una sonrisa de oreja a oreja.

La joven dama se aproximo y con mucha delicadeza ayudo a Elizabeth a quitarse el camisón. A continuación, le ayudo a ponerse un vestido, con una hermosa gargantilla que resaltaba el largo y fino cuello de la princesa. Mientras la joven dama acababa de acomodar el vestido, Elizabeth la miro curiosidad.

-Cuál es tu nombre?-le pregunto Elizabeth y vio que la joven dama esbozaba una tímida sonrisa.

-Mi nombre es Catherine Belzer-respondió-Soy una dama, y mi deber es servirle mientras dure su estancia en el Castillo de Hever.

-Agradezco sus atenciones-dijo Elizabeth.

Catherine asintió.

Elizabeth se encamino dentro del castillo, a su lado iba su nueva dama, Catherine Belzer. Por algún motivo sintió que podía confiar en ella, y decidió tratar de conocer mejor su persona. A menudo se reservaba de conocer a las personas que le servían pero de cierta forma Catherine le inspiro confianza.

-Catherine estoy agradecida con todas tus atenciones-comenzó Elizabeth decidida a entablar una conversación amistosa con ella.

-Solo estoy para servir a su persona-dijo Catherine.

Ambas caminaban al lado de la otra, aunque Elizabeth se mantenía a tan solo un paso de distancia.

-Dime, te apetecería dar una paseo conmigo?-le pregunto Elizabeth esperanzada-No planeo ir muy lejos de aquí, es solo que deseo conocer los alrededores del castillo antes de marcharme pasado mañana.

-Seria un placer para mí acompañarla-exclamo Catherine entusiasmada.

-Me alegro-dijo Elizabeth.

Juntas salieron del castillo y se encaminaron al bosque cercano.

Catherine permanecía callada, a Elizabeth eso la desesperaba pero sabía que su dama era en extremo tímida, tendría que dar ella comienzo para que su acompañante perdiera su timidez. Elizabeth observo que la joven caminaba con la mirada perdida como si algo la atosigara.

-Te preocupa algo?-pregunto Isabel, tocándole el hombro y sacando de su ensimismamiento a Catherine.

-No-respondió con un hilo de voz.

-Yo se que te preocupa algo-dijo Elizabeth.

-No es nada-negó Catherine con un temblor en su voz.

-Vamos puedes contarme-aclaro Elizabeth asintiendo enérgicamente-, claro si es que tu estas dispuesta a contarme lo que te tiene tan ensimismada, si no es así yo entenderé.

-No quisiera hacerle perder su tiempo-se excuso Catherine.

-Créeme tengo tiempo-exclamo Elizabeth- Además no es bueno que guardemos nuestros sentimientos, al final no hacen más que complicar más la situación.

-Coincido con usted-dijo la joven dama y se detuvo en seco.

Elizabeth se detuvo y se volvió a mirar a Catherine, vio que una gruesa lágrima resbalaba por su mejilla derecha. Le apretó el hombro y Catherine levanto la cabeza.

-Si quiere saber qué me pasa-exclamo su joven dama-, solo le pido que me escuche, no he hablado con nadie sobre esto pero coincido con usted en que no es bueno guardar los sentimientos, la angustia que siento. Estoy agradecida por este gran favor que me hace.

-No tienes que agradecerme-contrario Isabel-, es solo que se ve que necesitas hablar con alguien, ser escuchada. Si deseas decirme con todo gusto te escucho.

Catherine asintió pasivamente y se seco las lágrimas con el dorso de la mano.

-Hace dos noches falleció mi madre-explico aguantando las lagrimas.

-Lo siento mucho-dijo Elizabeth.

-No es un tema que quiera hablar a fondo-admitió Catherine-Yo quería mucho a mi madre, ella representa todo para mi, y ahora ya no va a estar más conmigo y es solo imaginarme que ya nunca más la voy a poder ver, ni poder conversar con ella, me va a hacer mucha falta.

-Como se llamaba tu madre?-le pregunto Elizabeth.

-Laurence Belzer-respondio con voz ahogada.

-Sé cómo te sientes-exclamo Elizabeth-Tu sabes que comprendo tu dolor y mejor que nadie.

-Sé lo que le paso a su…-no se atrevió a terminar, Catherine guardo silencio.

-A mi madre-completo Elizabeth y asintió-Prefiero no tocar el tema y entiendo si ya no quieres hablar más del tuyo.

-Yo deseo ser escuchada-repuso Catherine-Y me disculpo por mi comentario, de verdad perdóneme, sé que es algo de lo que no le agrada conversar.

-Está bien-acepto Elizabeth-Vamos, regresemos al castillo.

Y emprendieron el paso de regreso al castillo, habían pasado mas de veinte minutos en que solo permanecieron paradas en seco en medio del bosque. Catherine se desahogo con Elizabeth quien la escucho y la consoló.

-Laurence Belzer-termino Catherine-Era una gran mujer, una gran esposa y una gran madre, siempre me escuchaba y me aconsejaba. Eso extrañare, ya estoy mejor ahora gracias a su gratitud.

-Gracias a ti por permitirme-agradeció Elizabeth y entraron en el castillo.

La historia de Catherine y su madre era hermosa. Ella le había relatado como su madre le hacía vestidos y ambas jugaban a ver quien se ponía más rápido el suyo. Laurence Belzer fue una gran mujer sin duda alguna, por eso es que su partida dejaría un gran vacío en su hija. Isabel no pudo evitar no identificarse, y de pronto extraño profundamente a su madre Ana Bolena, si hubiera crecido Elizabeth con su madre a su lado y habiendo compartido juegos similares. Ana Bolena le sonaba algo remoto, aunque lo sentía demasiado apegado en su interior.

-Muchas gracias-dijo Catherine.

-Ya que tenemos más confianza-exclamo Elizabeth aparentando alegría aunque por dentro aun le atormentaba el recuerdo borroso de su madre como una sombra.

-Si

-Puedo llamarte Cate?-pregunto Elizabeth

-Claro, usted es mi amiga.

-Si quieres dirígete conmigo como tu-le propuso-Pero solo cuando no estemos, ante ya sabes a lo que me refiero.

-Por supuesto-dijo Cate satisfecha.

-Recuerda Cate: Debes seguir adelante porque es la única opción que nos queda y tu madre nunca te va a dejar, los que nos aman jamás nos abandonan-le aconsejo.

-Sí, lo sé-dijo con una media sonrisa.

Cate se retiro a hacer sus actividades y Elizabeth se alegro de haber hablado con ella. Su ahora amiga Cate estaba más tranquila. La joven princesa retornaría a conocer más el castillo.

La historia se desarrola en el Castillo de Hever, el hogar de la familia Bolena y donde la madre de Elizabeth paso su infancia.