Labera lege

Deneve no mira las tres espadas y a sus compañeras que están dispuestas a matarla antes de que mute en un yoma, claro que no, sus ojos se clavan en los de Helen y le sonríe como cuando amenaza a un tabernero que se ha negado a servirle su correspondiente cuarta ración de postre con salsa de chocolate a pedido amable. Porque ahora es ella la problemática y sus dientes vuelven a ser pequeños, a penas afilados si los observas con gran detenimiento, amparados por su mueca juguetona, la que suele ostentar cuando han acabado de hacer el amor y aún le queda fuerza suficiente como para correr una maratón.