Capítulo 1: Varios desastres en un solo día.

Había escuchado hablar sobre los celos. Ese terrible sentimiento que siempre varias veces en la vida nos acechaba a cada uno de nosotros. Envidia pura y mala por algo que deseamos y no podemos tener. Los celos son muy poderosos cuando los sentimos en propia carne. Difícil no dejarse llevar por ellos, como la oscuridad, nos tienta a hacer cosas que nunca haríamos y que sabemos que están mal.

Y una de las muchísimas víctimas de este mundo se encontraba, sentada en un sillón de tapizado antiguo rojo oscuro, sintiendo el más intenso de los celos, el del amor.

Levantó ligeramente la cabeza para observar como la monotonía transcurría tan aburrida como siempre, con y sin la ayuda de ella. Algunos chicos apartados en coro contando chistes tan aburridos y machistas como ellos, otros preferían demostrar sus encantos y hablar con el sexo contrario, contándoles dulces mentiras al oído que eran recibidas con aceptación y sonrisas ingenuas.

Las chicas, por otra parte, eran menos alborotadoras que el género masculino. O al menos eso quería creer ella, que las chicas tenían ante todo un cerebro y sabían utilizarlo con madurez. Pero la escena que se desarrollaba ante ella desalentaba a cualquiera. Como un grupo de criaturas dulces y suaves se removían inquietas soltando agudos chillidos alrededor de una revista del corazón, dejando escapar exagerados suspiros por personas que nunca verían en el mundo real. Bueno¿qué sabía ella?. El mundo era un maldito pañuelo.

Una de aquellas chicas, rubia teñida, alta y delgada, soltó un comentario que no llegó a escuchar, la vio alejarse de sus amigas y acercarse a un chico un poco más alto que ella, quien la rodeó con los brazos con delicadeza, como si fuera una muñeca de porcelana. Aunque viéndolo desde un punto totalmente objetivo, dejando de lado los sentimientos, parecía una de ellas. Con sus rizos formando bucles perfectos desde la raíz hasta la punta del pelo, ojos claros de color azul, labios carnosos, cintura estrecha y largas piernas. Una chica del todo agraciada, con cara de ángel y de no haber roto un plato en su vida.

Con molestia escuchó como decía en voz alta y clara "Yo ya tengo a mi hombre de ensueño". El susodicho se rió y besó la boca de la rubia con anhelo. Al verlo reprimió una mueca de desagrado y volteó la cabeza hacia la pared del otro extremo de la sala, donde ellos no estaban.

Se dejó llevar por sus pensamientos hasta que escuchó levemente su nombre y por instinto dirigió con rapidez la mirada hacía la persona que la había llamado. Era una persona que conocía de vista, solía juntarse con aquellas chicas que se encontraban en la mesa ojeando la revista, armando en ese mismo momento un escándalo por los cotilleos.

¿Si?- solo atinó a contestar eso.

¿Puedes darme los apuntes sobre los que estás sentada? – ligeramente irritada e impaciente comenzó a dar pequeños golpes al suelo con el pie.

Avergonzada se levantó y cogió efectivamente los apuntes sobre los que había estado sentada sin darse cuenta, los tendió lentamente hacia la dueña y antes de darse cuenta ya no los tenía. Con un brusco manotazo se los había quitado de las manos y soltando comentarios ofensivos contra ella se había ido, seguramente a criticarla con sus compañeras pensó.

Cansada de estar sin hacer nada, subió a su habitación y cerro la puerta tras ella al comprobar primero que estaba sola, que el cuarto estaba desierto. Con lentitud se dirigió al baúl que tenía al pie de su cama, y sacó de él unas cartas que había recibido horas antes por su lechuza negra, Max. Un nombre corriente pero que tenía gran significado para ella, cuando era pequeña había tenido un perrito al que llamó Max, murió poco tiempo después.

Ojeó las cartas hasta decidirse por cual abría. Cogió la más gruesa sin sorprenderse de que fuera de sus padres, la abrió y vio que una ciertamente era de ellos, pero al lado había otra. Confusa la desplegó y comenzó a leer.

Querida hermana monstruosa:

Papá y mamá me han obligado a escribirte para que veas que me preocupo por ti. Sabes que no lo hago, ni me interesa saber como estás, ni nada de nada. Todo en casa va bien desde que te marchaste fenómeno, así que si quieres hacernos un favor a todos, sapo, no vengas este año a casa en Navidad.

Petunia.

Frunciendo el ceño volvió a leerla y con pesadez la arrugó para después tirarla dentro de su baúl. Continuó con las de sus padres, luego abrió la única carta que quedaba. Dos cartas sin contar con la de su hermana, qué vida social tan agitada.

Srta. Lily Evans:

Sintiéndolo mucho su petición de plaza en nuestra institución ha sido denegada por el Consejo Mágico Escolar de Beauxbaton…

Dejó de leer sintiéndose cada vez más abatida. Primero su hermana mayor con sus tonterías y ahora esto. ¿Qué más podía pasarle?. Las cosas no podían ir a peor, al menos eso creía ella.