Lo odiaba, total y completamente. Vivir junto a él, vestir idénticamente y tener rostros exactamente iguales ya no se le hacía nada divertido. George era un papanatas. Un tonto papanatas.
"¿Por qué, George? ¿Por qué a mí?" parecía querer preguntarle Fred con la mirada, mientras cruzaba sus regordetes brazos y hacía un puchero.
"No, no es lo que parece" se leía en cara de George, más pálida de lo normal. Pero ya todo estaba hecho, no había manera de repararlo. Y George comenzaba a sollozar, mientras se secaba las lágrimas en silencio con las mangas de su chaleco azul de lana. "Yo... ¡yo no quería!"
Y ver a su hermano en aquel estado tan deplorable y patético, hizo que a Fred se le partiera el corazón. Así que se acercó a él como pudo, arrastrándose por el suelo como podía, mientras la luz del sol atravesaba por la ventana. Secó las lágrimas de su hermano y le abrazó cariñosamente.
"Calla de una vez, que eres mi hermano menor y no te puedo ver así" Le transmitía Fred. Porque sí, era el mayor. El que nació primero, el de los derechos. Y George había violado todas esas reglas y traicionado su confianza.
George lo lamentaba. Se sentía sucio y la peor persona del mundo. ¿Cómo, Merlín, cómo había hecho semejante aberración? Debía de ser un momento de los dos, y él lo había arruinado todo. Para siempre, y su hermano mayor se encargaría de recordárselo toda la vida.
"Pero aún así, no se me olvida qué has hecho" dijo Fred con una mirada dura.
¡El muy insolente había aprendido a caminar antes que él!
