Prefacio.
Una macabra y melanc lica sinfon a sonaba al final del gran pasillo. Una gran casa negra que parec a abandonada se abr a camino entre mucha maleza hasta dejar toda una calle, iluminada con bellas y l gubres luces. Gente interesada en ver que se coc a all iba andando sin saber lo que les esperaba. El amanecer le daba un color rojizo al tejado del caser n, que parec a elevarse kil metros sobre el suelo. Varias personas llegaban a la puerta del caser n. El circo de los horrores , se anunciaba en los carteles. Algunos j venes, acompa ados de sus est pidos amigos, se atrev an a acercarse a la puerta. No parec a que se tuviese que pagar nada. La m sica segu a sonando en una bella armon a, y el amanecer segu a su curso. Unos cuantos ni os jugaban en el terreno pr ximo a la casa con un bal n viejo y usado. De repente, la bella sinfon a se quebr en lo que pareci un grito desgarrador, y todo se qued en silencio. La puerta se abri por arte de magia y all apareci un hombre de estatura media, muy p lido, medio calvo, entrado en edad y con ojos violetas y penetrantes. Vestido de director de circo, pero con el lujoso y anticuado traje desgastado como si hubiesen pasado miles de a os. El hombre, con una dulce pero siniestra sonrisa, dijo algo as , con una voz desafinada y terriblemente grave:
-S , se ores, El Circo de los Horrores abre sus puertas para los curiosos humanos que quieran pasar.
