Nada me pertenece, todo es de BBC.

Probablemente no atiné a la personalidad de Susan, pero tenía muchas ganas de hacer esto :3

Well, solo me queda por decir que lo disfruten.


La presencia en su habitación no hizo ruido al materializarse (o lo que sea), el Doctor solo supo que estaba allí por una sensación extraña que recorrió su espina. No miró ni reconoció que la había sentido de inmediato, sino que se quedó lánguido en la cama, la cosa no se movió ni se desapareció, siempre esperaban a que él empezara. Sonrió. Ya era la cuarta en la semana.

Estas "presencias", como las llamaba él, lo atormentaban desde la primera noche que tuvo que quedarse en cama por culpa de ese extraño virus que había atrapado en un planeta que Amy, Rory y él mismo salvaron de un estricto régimen a manos de Sontarans. No sabía el cómo, el por qué ni el cuándo, solo que atacaba su cerebro. El Doctor, siendo tan avanzada su fisiología, pudo sacarlo de su cuerpo, pero quedarían todavía secuelas durante días, haciendo que Rory lo mandara a la cama como si de un niño castigado se tratase.

Así que refunfuñó. Y mucho.

Volviendo a los fantasmas. El primero apareció la primera noche. Era Susan. Su dulce Susan. Su primera acompañante durante los años que estuvo de exilio en la tierra, luego vendrían Ian y Barbara. No se puso triste, más bien se alegró de verla (aunque solo fuese una alucinación), estaba tan hermosa como la última vez que la vio: cabello corto, negro y brillante, tan joven y fresca como siempre había sido. La presencia le sonrió tentativamente, él le devolvió la sonrisa aun poco alicaído.

— Abuelo, has cambiado. Te ves más joven que nunca, un día de estos parecerás un niño y dirán que eres mi hijo —rió como si la idea de ella siendo madre le diera risa. Susan sería una madre grandiosa, pensó el Doctor.

— Sigo siendo aquel viejo de antes, Susan —el nombre de su nieta salió rodando como si solo ayer se hubiesen visto.

— No lo dudo. Cuando regeneras en realidad sigues siendo el mismo, tú me lo explicaste una vez, ¿recuerdas?

Sí, se acordaba. Se lo dijo cuando una huída de varios Daleks le hizo tener que descansar en el ala médica, Susan había estado tan preocupada por él, pensando que se regeneraría en ese momento que el Doctor la tranquilizó contándole eso.

— Te extraño —dijo después de un momento.

— Lo sé. Yo también, digo, lo haría si fuese la verdadera Susan Foreman —él la miró, pero fingió no oírla—. Lo siento.

Le escocía que aquella presencia no fuese su verdadera Susan. Le dolía no tener a nadie más en el universo que supiese de Gallifrey, seguro pasarían años y años antes de que se olvidara el nombre del planeta en donde los Señores del Tiempo entrenaban y vivían antes de salvar al universo de manos malévolas. Después de la guerra y que todo Gallifrey quedara en un candado temporal para arder, la sola persona que supo cómo se sentía ser el último de su especie era el Amo, y él Amo no era exactamente la mejor persona para compartir sus sentimientos.

Por eso se refugiaba en acompañantes.

Para ellos podía ser el gran Señor del Tiempo que no temía a nada y que a la vez todos temían. Con ellos, podía distraerse y no pensar. La carga de su raza era pesada, los gritos en su cabeza aun peores, pero alguien debía llevarla por el bien del universo y el responsable solo podía ser él.

Susan le miró con ternura, aplacando todos los pensamientos de Gallifrey ardiendo.

— Deja de torturarte. Lo que está hecho, está hecho. No es tu culpa.

La única que pensaba que nada era su culpa. Así era su nieta.

— ¿Te irás pronto?

— Sí.

— No te vayas, Susan.

— No soy real, abuelo. En algún instante me tendré que ir.

En un momento que pareció terriblemente corto, Susan ya no estaba allí.