No entendía como sus amigas la habían convencido de salir de su casa.

Desde que Isabella se enteró que el chico que más había deseado en su vida jamás se interesaría en ella, no tuvo ningún deseo de salir de su casa, ni de hablar con nadie. Se la pasaba en su habitación, usaba su computadora, miraba la televisión o sencillamente se la pasaba recostada en su cama pero ese día sus amigas la convencieron de salir a dar un paseo por el centro comercial.

Se puso lo primero que encontró en su armario y se despidió rápidamente de su perro Pinky.

Mientras caminaban por la acera, charlaban alegremente, comentaban de las nuevas canciones que habían escuchado, de la ropa nueva que querían comprarse, algún lugar donde quisieran almorzar, entre otros temas. Parecían un grupo de alegres muchachas pero solo era una fachada, lo que ellas intentaban hacer era alegrar a Isabella, invitándola a sus conversaciones o simplemente romper el silencio incomodo que era causado por la mirada entristecida y seria de la morena.

Cuando llegaron al centro comercial, llevaron a Isabella a sus tiendas de ropa favoritas, encontraron muchos vestidos, blusas, faldas, pantalones, zapatos, sombreros y unas chaquetas. Todas las amigas de Isabella le dijeron que esa ropa le quedaba de maravilla, la alagaron por lo bien que combinaba con sus ojos, su piel, cabello. Era demasiado evidente para la ex líder de las exploradoras que sus amigas hacían y decían todo lo que se les ocurría para animarla pero nada tenía resultado. Un montón de ropa y bellos halagos no lograrían que Isabella olvide lo que ha perdido…. Pero…. Quizás no podía decir que lo perdió y es porque jamás lo tuvo.

Desde su niñez siempre ha amado a Phineas, estuvo locamente enamorada de el desde que lo conocía y siempre imaginó que terminarían juntos, tenía la seguridad de que Phineas algún día la amaría tanto como ella a él y como una niña pequeña, soñó con un final feliz.

Ahora se sentía una tonta.

Caminaron por el patio de comida, pensaron que pasarían un buen rato allí, pero luego de un rato Isabella se separó del grupo un segundo para ir hacia una gran ventana. Al ver hacia afuera, vio el cielo que ahora estaba lleno de nubes grises, muy pronto llovería. Ella se quedó contemplando esas espesas nubes por un minuto, no estaba preocupada por mojarse, ella y sus amigas volverán a casa antes de que la lluvia inicie. Además, la lluvia le gustaba, le gustaba sentir las suaves gotas de agua cayendo en su piel y cabello y por un momento sonrió levemente.

Fue caminando tranquilamente hacia sus amigas que se detuvieron por alguna razón, pensó que sencillamente la estaban esperando pero entonces vio algo que hizo añicos aquella pequeña felicidad que tuvo hace unos instantes. Delante de sus ojos, estaban los hermanastros Flynn – Fletcher, los dos estaban en la tienda de revistas, sonriendo y riéndose, como una clásica pareja de tortolitos.

Isabella pronto sintió la rabia hirviendo en su interior, odiaba esa sonrisa en el rostro de Phineas, esa es la misma sonrisa que ella tenía cada vez que estaba con él y la que soñaba que Phineas tuviera al estar con ella.

No sabía cuándo fue que se movió pero cuando lo notó, le había arrebatado un helado a una de sus amigas y la lanzo hacia la cabeza de Phineas, una sonrisa casi aparece en sus labios cuando dio en el blanco.

Rápidamente se formó un escándalo pero las chicas ya habían emprendido la retirada cuando se armó el jaleo, corrieron todas rápidamente, la única idea que tenían las chicas en la mente era alejar a Isabella de Phineas antes de que su líder hiciera otra locura como lo que acaba de pasar.

Sin darse cuenta llegaron hasta las escaleras eléctricas, que llevan al estacionamiento subterráneo.

-¡Isabella! ¡¿En que estabas pensando?! – Regañó una de las jóvenes.

Isabella no le respondió, solo mantuvo la mirada baja, sin desear hacer contacto visual con sus compañeras. No tardó mucho antes de que comenzara a caminar y pronto sus amigas la siguieran. No le importaba que tuvieran que decir las chicas sobre lo que hizo, no se arrepentía.

Con gusto lo volvería a hacer.

Caminaron por unos minutos, sin un rumbo fijo, solamente caminaban detrás de su líder. Aquella muchacha de cabello negro y ojos azules, siempre las había guiado, no solo como líder de exploradoras cuando eran niñas, sino que en todo lo que hacían, ella las dirigía, daba las órdenes, hacia los planes. Era una líder por naturaleza y todas siempre hicieron lo que les decía, incluso cuando Isabella quiso que investigaran cual "Chica" era la que se había enamorado el joven Flynn pero en estos momentos, ya no sabían si podrían continuar de esa manera.

-Isabella, entendemos que ver esa escena fue algo doloroso pero ¿Por qué tuviste que hacer algo como eso? – Intento razonar Gretchen.

-No soportaba ver esa sonrisa – Dijo como excusa Isabella sin ver a las otras, no pudo evitarlo, esa expresión de felicidad de Phineas la irrito rápidamente.

-Isabella, por favor – Dijo otra de sus amigas – Esto ya es demasiado, una cosa es que estés enojada con Phineas y la otra es que te comportes como una niña berrinchuda – Dijo cabreada la chica, sin importarle la mirada dura y un tanto tétrica de la morena.

-¡¿Qué has dicho?! ¡Ustedes saben mejor que nadie lo que he sentido por Phineas! ¿Cómo puedes decir eso?

-¡Isabella! – Grito Gretchen – Escucha, sabemos bien que te sientes mal pero has estado así durante semanas, no puedes seguir así… O al menos nosotras ya no podemos seguir así – Declaro cabizbaja la chica de los lentes.

-¿De que estas hablando? – La voz de Isabella sonaba un poco ronca, más de una sabía que estaba conteniendo su ira.

-Veras… Somos tus amigas y queremos ayudarte pero ya no podemos hacer nada más por ti – Dijo la hermana menor de Stacy.

-Hemos intentado animarte de cada manera que se nos ocurrió.

-Intentamos animarte y que olvidaras todo sobre Phineas y Ferb, pero ya entendimos que es completamente inútil – Una por una, fueron alejándose de Isabella, la verdad no querían dejarla sola pero sencillamente no podían hacer nada por ella.

-¡Aguarden! ¿Adónde van?

-Ya oíste Isabella, es inútil seguir intentando. Nos rendimos contigo.

-¡¿Qué?! – Iba a seguirlas pero en ese momento, una de las chicas se detuvo y la confronto cara a cara.

-Escúchanos, hemos pasado estas semanas intentando hacerte feliz. Te hemos invitado no solo al centro comercial, también al cine, de compras, a comer en cafeterías, estuvimos contigo hasta el final pero ya no seguiremos con eso – Dijo cortantemente, todas estaban cansadas de seguir aguantando el mal carácter de Isabella, tratar de ayudarla en vano. Era casi irreconocible, ella ya no era la misma Isabella que las guiaba en la tropa de exploradoras, no era la misma chica que las ayudaba cuando tenían problemas, no era su amiga.

-Pero… Ustedes… ¡No pueden dejarme sola!

-¡Claro que podemos!

-Tranquilas – Dijo Gretchen poniéndose entre ambas muchachas – Lo lamentamos Isabella pero nos vamos – Las chicas fueron bajando por la escalera eléctrica – No quisiera dejarte sola, todavía eres mi amiga pero las demás tienen razón, esto es una causa perdida.

-Pero…. – Isabella no estaba segura que de emoción estaba haciéndose más fuerte en su corazón, la ira de que sus amigas le estén dando la espalda o la tristeza de que ahora estará completamente sola.

Gretchen fue la última en bajar por las escaleras.

-Lo sentimos Isabella – Se dio media vuelta y bajó las escaleras eléctricas, peldaño por peldaño. El sonido de sus pasos sobre los escalones de metal fue uno de los pocos sonidos que Isabella distinguió, era como un eco profundo y largo que penetraba sus oídos. Sus ojos azules miraba perfectamente como una de sus más cercanas amigas se dirigía con las otras, una vez que estuvo con el grupo, algunas pocas se dignaron en voltearse a verla antes de irse.

Cuando ellas ya no estuvieron al alcance de la vista de Isabella, la chica, al quedarse sola, ya no logro contener más sus propios sentimientos, unas lágrimas gruesas y largas fueron bajando por sus mejillas, mientras sus ojos brillaban de ira y furia.

-¡Malditas traidoras! – Salió corriendo rápidamente de allí, empujo a cualquier persona que se tropezaba en su camino, no le importaba para nada a donde iba o alguna persona que hacía a un lado se enfadaba con ella por la agresión, simplemente siguió corriendo, sin mirar atrás.

Lo último que quería en esos momentos era estar en compañía de alguien, corrió en el único lugar donde supo que podía estar sola. Se apresuró a una tienda de ropa y se encerró en uno de los probadores.

Se sentó en el suelo en posición fetal, ahogo muchos gritos y sollozos para que nadie lo escuchara. Estaba hasta reventar de ira, quería golpear, patalear, romper algo para desahogar toda esta frustración pero sabía que no podía hacer eso, por más molesta que estuviera, la echarían a patadas del centro comercial si por una estúpida cólera fuera rompiendo todo en las tiendas.

Ignoró cada vez que alguien llamaba a la puerta o le exigía salir, ella no les prestaba atención, sin querer, nuevamente fue sumergida en sus pensamientos relacionados con Phineas Flynn.

Recordar en todos esos años ayudándolo en sus proyectos, con el solo deseo de estar cerca de él, tener una plática o siquiera verlo. No le importaba cancelar alguna salida con sus amigas, olvidarse de sus tareas o negarse a acompañar a su madre a alguna salida con tal de ayudar a Phineas. La montaña rusa, el invierano, los viajes en el espacio y tiempo, el monte roshmore, tantos proyectos que ha participado y solo por ese chico de cabello rojos.

Lo hizo todo por él y ahora, terminaba así, llorando en un probador mientras él y Ferb viven la vida que ella siempre deseó.

Apretaba las uñas en la palma de su mano tan profundamente como podía, al igual como apretaba sus dientes. Todos esos años fueron directos a la basura, su esperanza y su paciencia fueron un desperdicio.

Su furia aumentaba con el recuerdo de todas esas aventuras que compartió con los hermanastros Flynn-Fletcher. Ferb era su amigo, uno de sus mejores amigos, ¿Cómo pudo hacerle esto? Sabiendo perfectamente lo que ella sentía por Phineas, se sentía traicionada.

-¡¿ACASO TODO EL MUNDO ME VA A DAR LA ESPALDA?! Phineas, Ferb, mis amigas, ¡Todos me han abandonado! – Golpeo la pared a un lado de un espejo de cuerpo completo una y otra vez. En esos momentos, olvido que alguien podría escucharla.

Pensó detenidamente en esa escena de hace rato, recordó esa radiante y tierna sonrisa en los labios de Phineas, esa sonrisa delataba tan obviamente la felicidad y el amor de Phineas al estar junto a ese muchacho de cabello verde que Isabella no logro controlar sus impulsos.

Su rabia emergió de entre las grietas de su corazón roto.

No quería volver a ver esa sonrisa, le dolía demasiado verla. Quería borrar esa dulce expresión en el rostro de ese chico. Un lado egoísta de ella no quería que esa sonrisa se le diera a alguien más, si no iba a ser para ella, entonces de nadie entonces, ni siquiera de Fletcher.

Celos, ira, traición, tristeza, soledad, dolor, todos esos sentimientos llenaban el maltrecho corazón de Isabella, eran tantos sentimientos negativo que sentía a la vez, que su cabeza estaba a punto de explotar.

Los golpes que daba contra la pared apenas y podía liberar toda la tensión que estaba sufriendo, siguió así hasta que sus nudillos tuvieron un tono rojizo y el dolor no solo se sentía en su piel, si no en los huesos de su mano. Al final, termino respirando rápida y entrecortadamente, sus manos le ardían, al igual que los ojos, las lágrimas todavía pasaban por encima de sus mejillas. Mantenía la cabeza agachada, ocultando su rostro por sus largos cabellos negros.

-Te odio… Te odio…. – Se fue agachando hasta que sus piernas cedieron ante su propio peso y cayó al piso – Phineas….

Dentro de dos horas, la morena salió del probador, caminó muy lentamente por entre las personas para salir de la tienda. Se sentía terriblemente cansada, después de descargar todos sus sentimientos en gritos y golpes, hora solo quería meterse en su cama y dormir, esperando ya no despertar al día siguiente.

Al salir, vio lo que se esperaba.

Lluvia.

Grandes nubes grises cubrían el cielo, billones de gotas de agua caían a la tierra a cada segundo. Las personas caminaban tranquilamente debajo de ella, protegidos por un paraguas, todos se veían tranquilos y algunos felices. También niños iban corriendo por allí, saltando sobre los charcos solo como juego pero a Isabella no le interesaba nada de eso.

Solo quería volver a casa.

Arrepentida de esta salida, se fue directo a su hogar, sin importarle acabar empapada. Se preguntó un segundo si sus amigas estarían en sus casas o estarían en alguna parte, protegiéndose de la lluvia pero rápidamente se olvidó de eso. Si ellas ya no estaban interesadas en ella, entonces, ¿Por qué debiera estarlo por ellas?

Dentro de unos veinte minutos de caminata. Estaba a mitad de camino y estaba completamente mojada, al paso tan despacio que iba, llegaría a su hogar muy tarde.

Cansada, se detuvo en un parque cercano y se refugió debajo de un árbol, se quedó sentada a la base del tronco, abrazando sus rodillas, posó su frente sobre ellas y espero a que la lluvia cesara.

No le importo cuanto tiempo estuvo allí o que tan empapada estaba, no se quería mover de allí, no tenía fuerzas para seguir caminando y no tenía dinero para tomar un taxi, cuando se detuviera la lluvia seguiría caminando.

Sentía frio pero no le importó, la suavidad de las gotas al caer en su piel era casi un consuelo para ella, se sentían tan ligeras y tiernas como una caricia. Un tiempo debajo de ella, logro mojarla pero también logro calmar un poco su dolor.

Ya era tarde y el sol estaba poniéndose, la noche estaba casi encima de ellos e Isabella no se había movido de su lugar, la lluvia había tardado más en detenerse de lo que la morena supuso pero no le tomo importancia. Las últimas gotas de agua caían del cielo, mientras que las nubes, se abrían para dejarle lugar a la luna.

La joven despego un poco sus piernas de su torso, su cuerpo le dolía y temblaba por el frio que sentía, estaba segura que se resfriaría y aun más, que su madre estaría enfurecida con ella por llegar en estas condiciones y a esta hora a casa.

-¿Isabella?

Una voz masculina llamó rápidamente la atención de la chica de largo cabello, levantó su cabeza rápidamente para ver quien la llamaba.

A un lado de ella, un muchacho la veía preocupadamente, su cabello era de color café suave, sus ojos azules la veían fijamente, usaba un chaleco de color rojo y unos jens de color azul mar y un par de tenis. Sujetaba un paraguas cerca de la cabeza de la chica, al tiempo que se inclinaba un poco para verla.

-¿Estas bien? – Preguntó preocupado.

-Jango – Su voz sonaba un poco débil por haber estado gritando tanto – Estoy bien, ¿Qué haces aquí?

-Salí para hacerle un encargo a mi padre pero ¿Qué estás haciendo tú aquí? – Su compañera no le contesto, solo dirigió una mirada triste al piso antes de intentar pararse por ella misma.

-He tenido un mal día – Declaro una vez que estuvo de pie.

-Que lastima, será mejor que vuelvas a casa, ven, te acompaño – Ofreció amablemente el chico de cabello castaño a la dama.

-No es necesario Jango.

-Claro que lo es, es de noche y es peligroso que andes por allí sola – Explicó antes de sacarse su chaqueta y pasársela a la muchacha – Estoy seguro que debes de tener mucho frio.

Estaba confundida en un inicio por el amable ofrecimiento pero no se negó, lo cierto era que se moría de frio.

-Gracias Jango – Agradeció rápidamente antes de caminar.

Jango no era ajeno a lo que pasaba, conocía bien el profundo amor que tenía su amiga por Phineas y no dudaba que esta nueva relación le estaba causando mucho dolor, no se imaginaba como era aquello pero no dudaba que su querida amiga estaba pasando por algo sumamente difícil. Sabía bien lo sucedido gracias a Buford y Baljeet y quisiera hacer algo pero si todas las amigas de Isabella no consiguieron nada en semanas, ¿Qué podía hacer él?

-Jango – El mencionado se volteo rápidamente hacia aquella voz – No te he visto en esta semana, ¿Estuviste ocupado? – Isabella no tenía muchos deseos de conversar pero Jango era uno de los pocos amigos que aún tenía, al menos podía hablar con él mientras caminaban.

-He estado bien, estuve algo ocupado por ir a comprar mis nuevos útiles escolares, nuevos artículos de arte, entre algunas cosas para mí – Sonrió suavemente mientras se rascaba un poco la mejilla.

-Es cierto, las clases iniciaran dentro de poco.

-Así es, papá dijo que haría tiempo en su agenda para llevarme de ida y vuelta a la escuela – Mencionó pero antes de seguir, escuchó un fuerte estornudo de parte de la morena - ¿Te sientes bien?

-Estoy bien, solo fue un estornudo – Intentó calmar a Jango pero la verdad, comenzaba a sentirse verdaderamente mal. En su cabeza iniciaron unas palpitaciones dolorosas.

El joven artista, se apresuró un poco hasta llegar a delante de su amiga, agacho y puso sus brazos detrás de ella.

-¿Qué haces? – Preguntó.

-Si te cargo llegaremos más rápido. Si nos quedamos más tiempo aquí afuera te resfriaras – Una sonrisa suave pero amistosa apareció en sus labios – Permíteme ayudarte.

Isabella se quedó mirando a Jango. Tantas personas la habían ayudado y ahora se habían ido, pero no tenía opciones, tenía que regresar pronto a casa o su madre la castigaría duramente. Sin más discusiones, se subió a su espalda y el muchacho se la llevó corriendo.

La chica descanso la cabeza en la espalda de su amigo, el calor corporal de Jango le ayudo a olvidarse del frio momentáneamente, la cabeza le seguía doliendo y palpitando, sin mencionar que seguía aun algo cansada por el largo día que tuvo que enfrentar. Sus parpados se hacían pesados pero no podía quedarse dormida.

No se enteró exactamente cuando llego a casa, estaba medio adormilada cuando cruzó la puerta de su hogar, recordó que su mamá y Jango le ayudaron a caminar hasta su cuarto y una vez que su cabeza tocó la almohada, se quedó profundamente dormida.

A la mañana siguiente, despertó con el rostro de Pinky delante de su propia cara. Su chihuahua la miraba angustiado al inicio pero pronto pareció ponerse feliz cuando ella abrió los ojos.

-Hola Pinky - Se levantó lentamente de la cama, sentía curiosamente su cuerpo pesado, como si la gravedad hubiera aumentado - ¿Qué hora es? – Se volteo a ver el reloj. Fue entonces que su cara adquirió una expresión sorprendida- Cielos, son casi la una de la tarde, ¿En verdad he dormido todo este tiempo? – Se levantó de la cama y se fue de su cuarto, cerca de sus pies, la seguía Pinky.

-¿Mamá? ¿Estas por aquí? – Se asomó a la cocina y efectivamente su madre estaba allí, preparando la comida.

-Cariño, vuelve a la cama, estas enferma – Dijo algo exaltada la señora Garcia-Shapiro.

-Mamá, tranquila, estoy bien, solo es un refriado.

-Pues por el estado en el cual llegaste anoche jovencita, no lo creo, parecía que estabas a punto de desmayarte – Regañó – Ahora, devuelta a la cama jovencita, que yo te llevare una sopa para que te sientas mejor.

Sabiendo que no podía replicar con su madre, Isabella le hizo caso.

Cuando su madre llego a su habitación para darle la comida. Ella estaba acostada en la cama, con Pinky en sus piernas.

-Ya llegue, un poco de sopa te hará sentir mejor hija – Aseguró poniendo la bandeja a un lado de la cama.

-Gracias mamá.

-A quien debes agradecer es a ese joven que te trajo anoche, es una suerte que el té ayudara a volver a casa o quien sabe que te hubiera pasado.

-Lo se mamá, le daré las gracias a Jango cuando lo vea – Se acomodó en la cama para comenzar a comer la sopa.

-Muy bien quería, mientras comes, iré a hablar un segundo por teléfono.

-¿A quién llamaras? – Pregunto con un deje de curiosidad.

-A Linda – Mencionar el nombre de la señora Flynn hizo congelar a Isabella.

-¿A la señora Flynn?

-Aja, quiero felicitarla – Dijo felizmente.

-¿Porque? – Pregunto confundida y algo asustada.

-Quiero felicitarla por haber aceptado la relación de Phineas y Ferb – Anuncio sin darse cuenta de las emociones que pasaban por el corazón de su hija – En serio que me sentía mal por los chicos pero ahora me siento más relajada, sus padres les dieron sus bendiciones y ahora los dos están igual que cuando eran unos niños – Su voz ahora sonaba algo risueña al recordar cómo eran los hermanos cuando eran niños – O bien, tengo que ir a hacer esa llamara ahora mismo, disfruta tu comida querida, volveré muy pronto – Se despidió sacudiendo su mano antes de salir por la puerta y cerrarla.

Pinky agacho sus orejas al ver como su dueña poco a poco, volvían a llenarse sus ojos de lágrimas. Ella se engarbo muy lentamente. Tomó con fuerza las sabanas de su cama y jaló un poco de ellas. Nuevas lágrimas caían de su rostro y aterrizaban en su sopa.

Parecía que no tenía remedio, solo podía sentir una cosa desde ahora.

Dolor.