Disclaimer: TMI es propiedad de la maravillosa Cassandra Clare, al igual que sus personajes. Yo solo los tomo prestados. Disfruten! (:
Never trust a duck
Clary tocó dos veces más a la puerta e inhaló profundamente, tratando de tranquilizar sus nervios. Se limpió las sudorosas palmas de las manos en los jeans y contó hasta diez, haciendo un enorme esfuerzo por no sonreír. »Concéntrate, Clary« se dijo mentalmente, y volvió a tocar de nuevo.
Pero siguió sin obtener respuesta. Comenzó a perder la paciencia.
— ¡Jace, abre la puerta! —exigió, alzando la voz, mientras comenzaba a dar golpes más fuertes e insistentes. Escuchó un estornudo dentro de la habitación. — Vamos, Jace, ¡Sé que no estás dormido! ¿Por qué no quieres abrirme?
Hubo otro momento de completo silencio y, cuando Clary se disponía a comenzar a patear la puerta, ésta finalmente se abrió un par de centímetros. Jace se asomó por el minúsculo espacio, mirándola con recelo y estudiando su alrededor.
— ¿Quién te manda? —preguntó finalmente, tratando de sonar amenazante, pero estaba tan congestionado que era difícil que Clary pudiese sentirse realmente amenazada por él.
— ¿Quién me manda? ¿Por qué tendría que mandarme alguien? —exclamó, indignada. — ¿Qué no puedo venir por mi propia cuenta cuando me entero de que estás enfermo?
—Podrías ser una espía en cubierto. Una sexy, sexy espía en cubierto.
—La fiebre te está friendo el cerebro, Jace. ¡Déjame pasar! —trató de empujar la puerta con sus menudas manos, pero Jace se mantenía firme y no permitía que la moviera ni un solo centímetro más. —Abre la maldita puerta o la tiraré sobre ti.
—Dime la contraseña. —exigió él, entrecerrando los ojos. Clary puso los ojos en blanco.
— ¿Podrías dejar de ser tan infantil?
— Contraseña.
Clary soltó un gritito de hastío. Miró a su alrededor, asegurándose de que no hubiera nadie cerca, y luego se inclinó hacia adelante.
— "Nunca confíes en un pato" —susurró, sintiendo cómo sus mejillas se ponían rojas de la vergüenza. La boca de Jace se convirtió en una afilada sonrisa, y Clary apenas y tuvo tiempo de reaccionar cuando él abrió la puerta y la atrapó entre sus brazos.
— ¡Sabía que podía confiar en ti, mi adorada manzanita! —exclamó Jace, y Clary pudo sentir el calor que emanaba de él. Tanteó a su alrededor torpemente en un desesperado intento por alcanzar su frente, tocando la ardiente piel dorada de sus brazos, y cuando finalmente logró sostener su cabeza lo obligó a inclinarse hacia abajo.
— ¡Estás que ardes! —chilló, horrorizada, después de haberle besado la frente. Jace meneó las cejas.
—Tú también estás que ardes, manzanita. —dijo, envolviéndola de nuevo con sus fuertes brazos. Clary se sonrojó, y soltó otro chillido al notar que Jace se inclinaba hacia ella con toda la intención de darle un pasional beso. Le cubrió la boca con las manos.
— ¡Gérmenes, Jace, gérmenes! —dijo, escandalizada, y forcejeó con él hasta lograr librarse de sus brazos. —No creas que no me he enterado de lo contagioso que es ese virus tuyo. Se lo contagiaste a Alec e Isabelle en menos de un día, ¡Y por eso ahora hasta Magnus está enfermo!
—Lo siento, no pude resistirme a la tentación de besarlos a todos. Menos a Alec, él se lanzó voluntariamente hacia mí. —respondió él, esbozando una sonrisita maliciosa. —Vas a terminar contagiándote de cualquier manera, ¿Por qué no me das un beso?
Clary amenazó con lanzarle una almohada.
—Bueno. Se lo pediré a Isabelle, entonces. —dijo, haciendo un mohín increíblemente infantil con los labios. Clary sintió que podía deshacerse con aquella mirada: Jace nunca hacía esas caritas de bebé. Tenía que estar verdaderamente mal para estar actuando así.
—No soy tan tonta como para no saber que ni a Alec ni a Isabelle les importa tomar del mismo vaso que tú. —dijo Clary, sin poder evitar sonreír levemente. —Aunque tengo que decir que eso no fue muy inteligente de su parte.
—En realidad, Isabelle y yo tomamos del vaso de Alec a escondidas. El muy egoísta preparó café solo para él y, bueno, a los dos se nos antojó.
—En ese caso, eso fue muy patán de tu parte.
—Muchas gracias.
— ¡Pobre Alec! ¡Él cree que fue su culpa! Ni siquiera recuerda haber tomado de tu vaso, pero está casi seguro de que lo hizo y de que por eso se enfermó también. Se siente terrible porque Magnus ni siquiera tiene fuerzas para sanarse a él mismo. —le riñó Clary. Jace alzó ambas cejas, y se apartó de golpe.
— ¿Hablaste con Alec hace poco?
Demonios. Clary hizo su mejor cara de confusión, rezando por no parecer un búho.
—No, hablé con Isabelle hoy en la mañana. Estaba furiosa. Me dijo que estaba casi segura de que todo esto era tu culpa, y entonces me contó lo que pensaba Alec. —le explicó, y luego ladeó la cabeza. — ¿Por qué? ¿Hay algo que no quieres que sepa que Alec sí sabe?
Jace ladeó la cabeza, un retrato auténtico de confusión.
— ¿Ah? —balbuceó. Luego tuvo un ataque de tos, y soltó un gemido de sufrimiento. —Clary, todo mi bello ser sufre intensamente. Ayúdame.
—Pobre Jace. —murmuró Clary, sin poder evitarlo, haciendo un puchero enternecido. Tomó de la mano al muchacho y lo dirigió al baño con lentitud, acariciándole el cabello con la mano libre. — ¿Qué necesitas para sentirte mejor?
—Un beso. —respondió él de inmediato, llevándose un dedo a los labios. —Se me caerán los labios como sigan sin recibir afecto, Clary. Tú no quieres que mis perfectos labios se sequen por falta de amor, ¿O sí?
—Tus perfectos labios pueden esperar a que los gérmenes dejen de bailar sobre ellos.
Clary le puso el tapón al fregadero y abrió el agua fría, dejando que se llenara. Luego se acercó a Jace y le tomó el rostro entre las manos. Un nudo se le hizo en el estómago: estaba cubierto de perlas de sudor y sus labios permanecían entreabiertos en un agitado intento por conseguir aire. Debía de tener la nariz tapada. Sus ojos estaban febriles y acuosos.
Le tomó por los hombros y lo volteó para que quedara de espaldas. Luego lo dirigió con suavidad para que se inclinara y metiera la cabeza en el agua, sin dejar de sujetarlo. Jace se dejó hacer con docilidad, a pesar de la incómoda posición y de que el agua estaba helada. Cuando Clary terminó, le secó ella misma el cabello con una toalla.
—Esperemos que esto te refresque un poco. —dijo, y luego volvió a tomarlo de la mano y se lo llevó como a un niño pequeño hasta la cama. Lo ayudó a recostarse con cuidado. Se quedó mirándolo, pensativa. ¿Qué más se hacía cuando alguien estaba enfermo?
Jace había cerrado los ojos y aún respiraba con agitación. Su pecho ascendía y descendía rápidamente, y el sudor frío le empapaba la camisa. Clary se sintió frustrada cuando, al tocarle un brazo, notó que aún continuaba ardiendo. Un nudo se formó en su estómago.
Cuanto antes, mejor.
Se aclaró la garganta.
—Quítate la camisa. —ordenó, tratando de sonar autoritaria. Al principio funcionó, pero su tono ascendió y el final de la oración le salió como algo parecido al chillido de un hámster.
Jace abrió los ojos.
— ¿Abusando de los enfermos, Clary-bú? —inquirió, divertidísimo. Clary soltó un resoplido.
—Quítatela. Voy a buscar unos paños y una cubeta con agua y hielo. Te voy a dar un sensual baño que te dejará como un témpano de hielo y lloriqueando porque pare. —se dio la media vuelta y se dispuso a salir de la habitación. —Eso te bajará la fiebre. Y más te vale no volver a poner tu barricada, porque si está cuando vuelva, me iré directo a casa.
Señaló el montón de muebles que estaban a un lado de la puerta. Jace se mostró un poco nervioso, aunque asintió con la cabeza.
—Pero ponle seguro a la manija, ¿Sí?
Le volteó a ver extrañada, pero hizo lo que le pidió. "Le puso seguro" a la manija. Y se lo quitó antes de cerrar. Sintió un nudo en el estómago mientras corría a la cocina.
Clary se tomó su tiempo en la cocina, sintiendo un nudo en la garganta. Se encontró a Maryse, quien lucía verdaderamente agotada y apenas y le dedicó una mirada adusta e inquisitiva mientras bebía un vaso de agua. Ella se limitó a asentir con la cabeza, y luego la mujer se dio la media vuelta y se fue. Probablemente a seguir cuidando de sus hijos.
Cuando por fin pensó que era conveniente, se dirigió de vuelta a la habitación de Jace, con el bowl lleno de agua con hielo y los paños que había prometido. No paraba de pensar en lo mucho que Jace debía de odiarla en esos momentos.
No pudo evitar ahogar un chillido al encontrárselo en el pasillo, corriendo directamente hacia ella. Sin camisa. Clary dejó caer el bowl al suelo, incrédula, y se puso pálida. Miró a su alrededor, tratando de buscar alguna escapatoria. No la encontró a tiempo. Jace llegó hacia ella y, abrazándola, la tiró al suelo.
Comenzó a retorcerse y a chillar.
— ¡Jace, Jace! ¿Qué estás haciendo? —una vez más pudo sentir lo caliente que estaba la piel de Jace. Continuó forcejeando con él y finalmente logró liberarse de su agarre. Se puso de pie al instante, mirándole incrédula. — ¿Qué demonios estás haciendo?
Jace lucía como un gato encerrado.
— ¡Clary, creo que usó una runa de apertura! ¡Fueron tan tramposos que hasta usaron una runa de apertura! ¿Qué clase de desesperación es esa? ¡No es como que fuera a morir si no…si no…!
Jace comenzó a incorporarse, y Clary comprendió que era momento de ganarse un odio aún más profundo por su parte. Seguro que dejaba de hablarle en semanas, conociendo lo orgulloso que era, pero era una misión que ella había aceptado y que no estaba dispuesta a fallar.
Se sentó a horcajadas sobre el muchacho y lo mantuvo acostado en el suelo con todas sus fuerzas. Jace al principio se mostró desconcertado, pero inmediatamente comprendió la traición de Clary.
— ¡No, Clary, no lo hagas! ¡Demonios! ¿Qué fue lo que hice yo para merecer esto? ¿Para merecer que todos ustedes me traicionen? ¡Como si no fuese suficiente estar a medio morir! ¡Gracias por ser tan noble, Clarissa!
Clary tuvo que hacer su máximo esfuerzo por detener los intentos de huída de Jace, pero tenía mucha suerte de que se encontrara tan débil en ese momento. Logró mantenerlo en esa posición hasta que Robert Lightwood se acercó por el pasillo, con una expresión de lo más cansada y enojada.
—Es solo una condenada aguja, Jace, ¡Te has enfrentado a cosas peores! —le recriminó Clary, sosteniéndolo aún más fuerte. Robert solo quería acabar con esa ridícula situación, Clary podía leerlo en sus ojos. El adulto apenas y susurró un "quieto, Jace" mientras hacía lo que tenía que hacer para que la misión de Clary finalizara.
Le bajó el pantalón a Jace, pasó fugazmente un algodón empapado de alcohol y clavó la aguja de un firme movimiento. Jace gritó como si acabasen de herirlo de guerra, y finalmente dejó caer la cabeza de un seco golpe contra el suelo. Clary se sintió como una verdadera traicionera cuando Robert terminó de aplicar la inyección y Jace soltó un gemido, suave, dolorido. Como el de un cachorro herido.
—Me gustaría dejar de tener que organizar persecuciones cada vez que necesiten una inyección, Jace. —murmuró Robert, pasándose una mano por el cabello y soltando un pesado suspiro. Parecía muy aliviado de haberlo logrado por fin, pensó Clary, y sintió un pinchazo de culpabilidad en el pecho por sentirse bien al haber cumplido su misión. —La próxima vez yo me encargo de Alec o Isabelle, Maryse tiene más paciencia para estas cosas que yo.
El adulto se levantó, se acomodó la ropa y se alejó por donde había venido, con la jeringa vacía. Clary no pudo evitar pensar que, si alguien como Robert sostenía una jeringa, a ella tampoco le agradaría demasiado permitir que se acercara a ella.
Una vez que estuvo segura de que no había nadie cerca, Clary observó a Jace con culpabilidad. Él no le devolvió la mirada. Se quitó de encima y apoyó la mejilla en el suelo, buscando sus ojos, y Jace se volteó, solo para fulminarla con ellos.
Ella sonrió avergonzada.
— ¿Cuac? —murmuró, y Jace soltó un gruñido enfadado.
— "Nunca confíes en un pato" —dijo para sí. —Esa será ahora la contraseña cada vez que decidas traicionarme, no la contraseña para que te permita entrar en mi habitación.
— ¡Ay, mi pobre bebé! Pobre Jacie, pobre, pobre Jacie. —chilló Clary, lanzándose sobre él y cubriéndole el rostro de besos. Jace trató de continuar malhumorado, pero no pudo contener una risita. —Lo siento, leoncito, ¿Me perdonas? ¿Me perdonas? Te voy a mimar el resto de la tarde, lo prometo. Canciones de cuna y todo. ¿Será suficiente para que me perdones?
—Deja de hablarme como si tuvieses un retraso mental. —gruñó él, pero sonreía. —Prefiero a la Clary gruñona.
— ¡Perfecto! ¡Entonces pensamos igual! —Clary le dio una nalgada y se incorporó de un salto, sonriendo burlona. Jace soltó un grito de dolor y le miró mal, pero ella simplemente le miró por encima del hombro. —Señor Letemoalasagujasperoalosdemoniosno.
—No estés tan alegre. Aún me debes ese baño de esponja. —Jace se incorporó también, cojeando. Se subió el pantalón y se masajeó la zona dolorida, haciendo una mueca. —Y una bolsa de hielo.
—A sus órdenes, príncipe témpano de hielo. —Clary hizo una exagerada reverencia, tomó a Jace del brazo y comenzó a dirigirlo hacia su habitación con una enorme sonrisa en el rostro.
—Así que ver mi trasero te puso de un humor magnífico. —masculló Jace, sonriendo radiante. Clary se detuvo de golpe e hizo un ruidito extraño, con el rostro rojo como un tomate. —No trates de negarlo, Clary-bú. A cualquiera lo pondría de buen humor.
Clary abrió la boca, dispuesta a responder, pero un grito los interrumpió. Venía de una de las habitaciones cercanas. Ambos jóvenes permanecieron observando la puerta, un tanto extrañados, y un segundo grito más leve los hizo comprender la situación. Esperaron un momento, para no presenciar algo que no les correspondía, y luego abrieron la puerta.
Una Maryse muy malhumorada les recibió.
— Ahora resulta que no solo debo encargarme de mis hijos, ¡De un brujo también! Y ni siquiera coopera, casi se pone a llorar. —masculló, saliendo de la habitación. Clary y Jace alzaron la vista para encontrarse con un sollozante Magnus, quién se aferraba a Alec como si su vida se fuese en ello.
—Hacía demasiado tiempo que no acercaban a mí una de esas armas de tortura. —murmuró el brujo, mientras que Alec le acomodaba rápidamente el colorido y llamativo pantalón al notar que Clary y Jace entraban. Les lanzó una mirada furiosa. —Solo lo hago por ti, Alec, ¿Sabes? Si tu madre no me hubiera amenazado con no permitirme acercarme a ti a menos que me pusiera esa maldita inyección, habría preferido recuperarme lentamente conforme mi magia volviera a cobrar fuerzas.
—Salgan de aquí. —les gruñó Alec, pero Clary y Jace no se movieron de su lugar. Hizo falta que les tirara una almohada para que salieran de la habitación, y lo hicieron soltando risitas. —Lo siento, Magnus. Siento preocuparte con aquella invitación repentina al Instituto, y siento que mi madre te haya amenazado de esa manera.
El brujo continuó lloriqueando.
