Disclaimer: todos los personajes pertenecen a Suzanne Collins, yo sólo escribo la historia alternativa de uno de ellos, en este caso, Annie Cresta.
Este es el primer capítulo de un fic que pretende contar de a poco y a veces dando saltos bruscos, flashbacks e incluso inmensos raccontos, la historia de Annie Cresta. Me centraré más en ella que en Finnick, aunque por supuesto el hombre aparecerá para felicidad de mí.
Muchas gracias a quienes lleguen a la historia por casualidad y si les gusta, que lean el primer capítulo. Estoy algo confusa con él, pero luego todo se irá entrelazando. Si os gusta, estaría terminantemente agradecida si dejaran un review para saber como va mi trabajo, soy nueva en esto.
CAPÍTULO UNO
Yo era feliz, normal, quizá un poco melodramática y de las que sollozan por la prórroga del momento. Nunca pude aferrarme a los momentos hasta que simplemente se disolvían entre mis dedos.
Ahora lloro más de lo que un ser humano podría imaginar. Los recuerdos, las caricias que se funden en mi cuerpo equivalentes a una memoria táctil que aborrezco cada día en mayor grado.
Por la ventana se cuela una brisa inofensiva que sólo atrae los recuerdos más pobres, pero que juntos forman el haz de sensaciones que sólo me lleva a revivirlo nuevamente. Lacey, siempre con su indiscreción casi cómica, ha intentado crear historias ficticias de lo impecable que fue mi vida en un mejor tiempo. Un tiempo lejano que perdí paulatinamente desde el día que lo cambió todo. Tiene poco tacto sensible, pero detenerla no me ayudará, es quien se ha mantenido a mi lado siempre. Desde que mis lágrimas se derramaron como saladas olas de mar. En ese instante lo comencé a apreciar. Sólo las puedo visualizar, en algún instante, saturándose para pasar al vapor.
Mis lágrimas esbozan nuben en el cielo que luego se desintegran para devolverme la miseria. La lluvia no me es agena. Sé lo que me entrega y lo que pretende quitarme.
Lo mejor siempre es comenzar por el irreprochable inicio, el que avecina cada bucólico pero melodramático final a la vuelta de la esquina.
Fuerte viento indica que se avecina una tormenta, incluso en las vísperas del episodio más pleno de verano. Los pocos árboles que rodean el lugar se sacuden como sucumbidos a la epilepsia. Siento una gran energía negativa en el ambiente, como que la tierra se queja por algo mediante sus prolongaciones. Me mantengo en ese estado hasta enterarme de lo ridículo que sería que alguien se internara en mis pensamientos.
Es verdad que debería estar nerviosa, y lo estoy, ¿pero en serio demostrarlo tiene alguna ventaja? No me darán inmunidad por eso. Nuevamente me río en el interior al saber que este es el único día del año en que mis compatriotas no me reclaman por llevar las emociones a flor de piel. No puedo llorar el día de la Cosecha.
Ya se fueron todos hace unos minutos. Cinco para ser precisos. Mi reloj lo indica cuando le echo un vistazo. Todos van a casa, no quieren permanecer alejados de sus seres queridos mientras el tiempo se escurre entre sus dedos como Arena. Aún cuando los Voluntarios sean cosa de todos los días, siempre existen las malas vibras.
Yo no estoy en casa por la simple razón que mamá está hecha una piscina de lágrimas. No puedo soportarla cuando se pone así, cuando sobre melancoliza las cosas, ya tengo suficiente conmigo misma. El viento se le compara, pero este mantiene su ritmo y no protagoniza los crípticos bucles emocionales de mi madre. Quizá ya sé de donde saqué lo mío.
- Disculpa…
La voz me toma por sorpresa, el volteo es violento para enterarme del individuo que no eligió la opción de mantener el parque vacío. De inmediato capto la mirada sombría de la persona a quien menos quiero ver hoy después de mi madre.
- ¿Annie? –comienza con su voz rasposa Milano Tempest. Entrenador de la Academia Windsor. Famoso combatiente; apesadumbrado segundo lugar. He escuchado chismes sobre él que n hacen más que animarme.
- La misma –repongo intentando sonar cortante. Quizá unas pocas palabras logren alejarlo. No soy de esas que pretender vivir el destino sin buitres humanos que la perturben –con buitres me refiero a todo ser viviente- sólo me siento algo punzante hoy. Continúo con la creencia de que esas personalidades defensivas son sobrevaloradas.
El entrenador Tempest lanza una mirada escrutadora. Por un instante divago entre las posibilidades de su amabilidad sincera, pero no tiene caso. No soy experta en gente, pero él no es de los que se acerca por caridad.
- Quería hablar unas palabras contigo –dice, seca pero empáticamente.
Supongo que aquí pensarán que ha acudido a mi sector de relajo provisional para meterme en la cabeza la idea de que entre a los Juegos. Pues soy una excelente combatiente, y todos quieren de mí lo mejor. Que mis padres se han negado en primera instancia pero han aceptado ahora el potencial de su segunda hija, pues yo tengo las de ganar. Que soy valiente, y que él mismo confía en mí como su sombra.
- Suéltelo.
Él suspira con agobio.
- Es sobre Asher.
Es todo lo contrario. Él viene a con todo el discurso que explayé antes, pero no tiene que ver conmigo, sino con mi empedernido hermano. El problema es que se detiene y deja a las personas queriendo más cuando más lo necesitan, sin ánimos de insinuar sentido negro.
- Está en casa –informo, balbuceando. Esquivar este tema es lo que me ha tenido preocupada toda la semana, y el hombre se presenta conteniendo una risa acerca de mis débiles movimientos. Hago el ademán de darle la espalda, pero me toma el hombro minimizando las distancias y yo me recojo aún peor. Termino despegándome por completo del asiento.
- Vamos Annie, sé que no tenemos la mejor relación, pero no vengo a hablar de ti, quiero que conversemos sobre Asher. –Su voz se torna ahora sombría y concisa. Me hace querer escapar. No lo hago, me quedo mirándolo.
No me entra en la cabeza su vergüenza al venir hasta aquí para hablarme como si fuéramos mejores amigos. O peor, como si la leyenda no hablara de mi futuro siendo machucado por su criterio "profesional".
- Puede ir a hablar con él. –Aún no localizo la fuente de mi leve tartamudeo. Quizá los efectos de la festividad comienzan a alcanzarme. Después de todo quedan sólo unas horas para la Cosecha. Ya debiera irme a casa, soportar a mi madre-. Asher está en casa y será mucho más adecuado que hable con él que conmigo.
- Sé que tú puedes convencerlo, a ti siempre te escucha.
¿Cómo diablos sabe sobre la relación entre yo y Asher? Es un simple entrenador. Su inesperada cultura y la mención a la cercanía que compartíamos con mi hermano me impulsan a puntualizar con lo siguiente.
- No tengo nada que hablar con usted. Será la Cosecha luego, ¿por qué no deja de meterse en nuestra familia? –Lo último se desatina melodramático, pero no tengo nada que esconder.
Fue este hombre el que me "eximió" de la Academia cuando dijo lo poco adecuada que era para mí. Utilizó palabras floreadas con las que mis padres quedaron satisfechos, pero Asher se comportó de una forma distinta. Los Juegos, por alguna razón siempre lo fueron todo para él. Yo me debatía entre las inclinaciones hasta que la encrucijada con Tempest me dio la respuesta. Hubo ocasiones –lo admito- en que sí quería ir a los juegos, pero luego el mal presentimiento de acondicionaba en mi estómago.
Puede que no se lo haya dicho al Entrenador Tempest, pero Asher se distanció un poco de mí luego de eso. Como si el estatus de las personas tuviera estrecha relación con su posición en la cinta mecánica hacia los Juegos del Hambre.
Luego de lo de Asher y la rabia que sentía hacia Tempest por sacarme de la lucha por ser la Voluntaria del distrito, mil cosas se me pasaron por la cabeza. En este instante ya no sé qué quiero ni qué quise en primer lugar, y el hecho de que se presente un día tan intransitable en mis emociones como lo es la Cosecha no me ayuda.
Tempest continúa.
- Cresta –de pronto le coge cariño a mi apellido, yo sólo me lo imagino dirigiéndose a mi cuando yo aún pertenecía a la Academia-. Tú hermano ha perdido la perspectiva. Tiene que saber que se ha preparado para esto por muchos años, no puede tirarlo todo al tacho de la basura. Yo lo sé porque tengo experiencia.
Ah. Se me olvido hablar de la pequeña crisis que tuvo Asher hace poco en que dirimió el lío en el que se metería al ir a los Juegos del Hambre. Recordó el valor de su existencia y etcétera, etcétera. No le dije nada, el entrenador de un día para otro escogió a su tributo ideal y luego el muy intransigente decide que no quiere hacerlo. Preferí no tomar lados en la historia pues ni yo tenía las cosas claras acerca de la factibilidad de los juegos y todo eso.
Esta es la primera vez que Tempest se me acerca luego de que las noticias lo derribaran como un tifón. Supongo que ya reconoció mi valor dentro de la historia.
- He querido hablar con él para hacerlo recapacitar –me explica, ya rosando los límites de los gestos caninos-. Pero no ha venido a la Academia, temo por él, que alguien le haya metido ideas en la cabeza.
Desde luego no habla de mí. Estaría intercambiando palabras con su mayor enemiga si de eso se tratara, o si eso sospechara. Sinceramente, ni idea de quién podría envenenar a mi hermano, quien nunca se ha dejado influenciar por ningún alma. Quizá antes de recaer en su lista de personajes prescindibles pero de igual forma importantes, me habría oído, pero los Juegos son otro tema. Sus dibujos infantiles hace diez años compartían la temática de los arpones y lanzas, desprovistos de censura para menores en los que él mismo se incluía.
- No sé qué lo hizo cambiar de opinión, por lo que no tiene razón para hablar conmigo –le espeto, sintiéndome respondona, pero no tengo nada más qué hacer. El rencor continúa, y no tengo los medios para esconderlo.
- Sólo quería pedirte que trataras… que trataras de hacerlo recapacitar –me dice entrecortadamente, y tengo el presentimiento de que se echará a llorar. Él, con sus músculos de historieta y facciones duras como rocas. Un momento incómodo embarga la escena.
No le respondo. Sólo me despido con la mano muy inútilmente pues sé que no me estará observando. No se asoma la empatía por ninguna parte. Lo que suceda entre Asher y él no es problema mío, Tempest lo saldó todo en el instante que decidió quitarme de en medio.
Puede que lo haga personal, pero perdí cinco años de mi vida entrenando para un horizonte que se ensombreció de un momento para otro. Yo era buena, estoy segura. La gente no me lo decía, pero sé que lo pensaban muy dentro de mí.
Imagino un espejo retrovisor enseñándome la escena de Tempest compenetrándose con la hierba del mismo parque, siendo derrotado por el viento. Es una visión algo exagerada, es una masa de músculos, pero a veces esos diminutivos son los que me hacen sentirme mejor. Sólo con imaginármelo puedo visualizar a una persona despreciable siendo sometida. De ahí a que se materialice es otra historia, pero el tiempo no me alcanza para darme cuenta.
Dejo los árboles uno por uno detrás de mí mientras continúo por el sendero. Deambulo por los prados adoquinados a los costados y pienso acerca de la extraña aparición de Tempest. Hace ya tiempo que no le echaba el ojo. El hombre es por completo devoto a sus quehaceres. Recuerdo sus extenuantes rutinas y la pasión que le colocaba a cada ejercicio, tanto elemental como de armas. Su especialidad nunca fue la supervivencia, sino que las labores ofensivas. Yo siempre me destaqué en las lanzas, tengo más fuerza bruta que las otras chicas aún con mi menuda figura. Tempest me entrenaba, y hacía alegorías acerca del hermoso vistazo a una pelea entre Asher y yo. Asentía ante lo simbólico mientras yo pensaba en la realidad y en cómo se ensombrecería el marco al colocarnos a ambos en los juegos. Sumidos en un verdadero enfrentamiento de vida o muerte.
Por supuesto que todo eso no me interesó cuando Tempest mantuvo a Asher bajo su cuidado y me dejó a mí en la calle, hablando metafóricamente. Aquí tu dignidad tiene serias raíces en todo eso. Lacey siempre me repetía eso, y a ella no la sacaron a los diecisiete del entrenamiento. Pretendía ser la voluntaria hoy, pero no la escogieron. Lacey es una de mis amigas, pero no la he divisado hoy, quizá solloza en silencio en su cama al saber que su sueño de ha derrumbado como el mío. Se ha ido junto con las olas del mar. Lacey en una de esas personas que mantienen un aprecio intransigente por el agua que baña nuestras costas. Yo siempre repito que no es para tanto, hemos vivido siempre junto a él. Yo prefiero la lluvia, que también nos acompaña muy seguido.
Para llegar a casa debo cruzar el camino empedrado de al lado de mirador principal del Distrito. Veo de pasada en sus inmediaciones a unas cuantas personas. Un hombre ya de edad que se sienta en una de las pocas sillas situadas en ángulos decentes. Apoya la mitad de su peso en un bastón tallado y muy grueso. Cuando no me entra en la cabeza que su corazón de veras palpita, lo percibo como una estatua. También hay una mujer de uno cuarenta con una niña pequeña tomada de la mano. Fuera de la edad elegible. No sé si postularla como una futura voluntaria o una de esas que no le tienen amor alguno al asunto. Las hay.
Las otras presencias se pasean entre edades ya maduras que hablan entre sí o se entregan al intermitente silencio. En último lugar hay dos chicos, un hombre y una mujer, tomados de la mano. Deben tener mi edad. De la chica cuelgan redondeados bucles rojizos y está algo pasada de pero, él lleva el cabello negro azabache y en punta. Es bastante más alto. Ella inclina su cabeza hacia el hombro del otro personaje. Es extraña esa conexión, por lo general los chicos de por aquí se sumergen en discusiones acerca de la habilidad de ambos géneros dentro de los Juegos del Hambre. Aun cuando las estadísticas hablen de más hombres ganadores, las chicas de igual forma se escurren con habilidades propias del género y la poca importancia de las cifras textuales. Es una discusión infinita de la que no soy parte. Sinceramente, creo más en los hombres con potencialidades, pero a veces nosotras podemos dar sorpresas.
Me quito el polerón grueso que encajé en la mañana alrededor de mi torso, aún con el frío que colinda nuestra piel, se levanta una masa húmeda y calurosa que lucha a muerte con el primer clima. He leído en ciertos libros que poseemos el tiempo más desconcertante del Panem. Quizá eso me gusta, quizá me guste ser diferente. Además, somos los únicos con un mar para bañarnos. He escuchado rumores acerca del Capitolio abriendo ciertas playas privadas, pero no son más que tonterías. No pueden soportar carecer lo que nosotros tenemos de sobra. Nuestra economía se respalda en ello. Y somos un distrito Profesional, y los números no mienten. Tenemos siete ganadores en sesenta y nueve juegos ya. Le hacemos la pelea al Uno y Dos.
También tengo que rodear la Aldea de los Vencedores para llegar a casa. Me dirán que no es posible, pues la Aldea siempre se encuentra en un sector aislado del resto la civilización, como proporcionando a los célebres ganadores un ambiente olímpico lejos del resto de la civilización. La verdad es que hay un sendero que se acurruca por la cuesta del risco del mirador y rosa casi por casualidad el terreno vencedor. Un kilómetro más allá, ya adentrándome nuevamente en las áreas ordinarias de habitantes, se encuentra mi casa. Debo desmentir esa afirmación de que "debo" pasar por la Aldea. Hay una mejor vista por este camino, algo más largo que el normal que tarda la mitad de tiempo, y como es día de Cosecha prefiero no toparme con nadie. Ni los vencedores están en casa pues ya los citan al Edificio de Justicia para esta festividad.
Sí, me empeño en llamarla festividad. Aquí el clima se tiñe por la algarabía. Todos quieren conocer a sus tributos. A quienes darán la cara por el pueblo pesquero del Panem. Si soy sincera, ya no tengo problema con eso. Aparte del pequeño encontrón con Tempest, ya se me había olvidado el hecho de que hoy podría tratarse de mi día en la gloria. Hay otra voluntaria estipulada, quien sacará las narices por todas las que entrenamos hombro a hombro con ella.
Me empecino en no mirar tan fijamente la morada de los vencedores. La más irradiada en mi ángulo es la de Finnick Odair. Él ganó hace ya cinco años ahora, el victorioso más joven de nuestro distrito. No puedo evitar contemplar con asombro la excéntrica decoración del arco de entrada. Veo redes embadurnadas a la madera decorativa, y muchas plantas trepadoras. Sería poco realista pensar que en cinco años hubo tiempo suficiente como para que crecieran tan fuertes, deben haber usado alguna clase de fertilizante. Además de eso, la veo coloreada de azul muy oscuro y blanco en ciertos detalles. Las cortinas obedecen al patrón, y están todas picadas a sus respectivos soportes, se ve claramente hacia dentro. La casa es gigantesca, incluso más que las de los snobs del distrito. Ser ganador tiene más ventajas de lo que se estipula.
Título que yo no llevaré. No tendré siquiera la oportunidad. Tempest se cuela nuevamente en mi cabeza y lucho odiseas para que se despegue.
Alcanzo a captar mi reflejo en uno de los ventanales más vistosos de la casa de Finnick Odair. Llevo el cabello hecho un auténtico nido de pájaros. No hago nada para arreglarlo, me da un aire más grácil. Por un momento pienso que alguien observa desde dentro, pero es sólo mi imaginación. No hay nadie en casa. Las moradas olímpicas se hallas vacías.
Me tardo más del tiempo necesario en arribar a los escalones de la entrada. Al igual que con la construcción previa, me estanco contemplando los longevos baches que enmarcan el terreno de mi hogar. Ya van un par de veces que me tropiezo de improviso caigo como saco de papas ante la atenta mirada de cualquiera de mis familiares. Cuando es papá no sufro de ningún desdén, cuando se trata de Asher sólo pretendo desaparecer, y cuando es mamá me entran las ilícitas ganas de aporrearla por no ponerse en mi lugar.
Esta vez no me tropiezo con las zanjas que pretenden continuamente desmedrar mi dignidad, sino que me acerco por el camino de cemento. No oigo sonidos, lo que no es extraño pues la instalación cae durante el horario valle en un silencio agobiante que hace dudar de las presencias dentro. Admito que prefiero cuando no hay nadie, pues aun cuando ninguno de los integrantes emita sonidos contundentes con su existencia, me complace más saber que tengo toda la casa para mí, y que haga lo que haga ninguno estará para controlarme con su imperceptible desdén.
En efecto, no hay nadie tampoco cuando cruzo la puerta de entrada, que se mantiene entreabierta. Sólo en la cocina me encuentro con el largo vestido floreado y el cabello descuidado de mamá, quien sopla febrilmente una taza de hierbas. Es extraño que haya decapitado una de las bolsitas hoy, por lo general valoriza en su caja impenetrable. Incluso echarles un vistazo representa una especie de pecado.
No suelto palabra, tampoco abro el refrigerador. Una leve ventisca se asoma por las cortinas de la única ventana en la cocina. Mamá no se inmuta. Yo le sigo el juego. Sólo se rompe el silencio mediante la pregunta que por inercia formulo:
- ¿Qué hora es?
Mamá se voltea hacia mí, dejando la taza sobre el mantel.
- Las doce y media.
- Gracias.
Ninguna varía el tono inmutable. Yo pues no pretendo iniciar una conversación, me siento muy eléctrica hoy. De ella no conozco las razones. De inmediato recuerdo que llevo un reloj en la muñeca y me reprimo mentalmente por la innecesaria amnesia que me llevó a romper el silencio y de paso imprimir mi necesidad de hablarle.
Sinceramente, no puedo explicar a lujo de detales que es lo que me lleva a repeler de esa forma a mi madre. No somos ni siquiera muy distantes en lo que a facultades supone. Ambas somos algo melodramáticas, pero ella se contenta en que todos lo sepan, mi propia melancolía brilla por su ausencia al pretender que nadie me tome por débil. Quizá ella da la pista de que en la familia se encuentra el gen críptico, lo que me descubre a mí, y no tiene reparos en cuidar mi imagen. Extrañamente, hoy la veo muy tranquila, obviamente haciendo de línea continua a su haz de malos augurios en el aire, pero no se ha desquitado con nadie. Por lo general es papá el que recibe los golpes, y eso me pone aún más furiosa.
Por un instante, las ganas irreprochables de volver a la escena de crimen en que Tempest me arrebató la tranquilidad se anidan en mi cabeza. Repito, mi hogar es mucho más placentero cuando las interferencias presenciales se han marchado ya hace tiempo.
Adoro los sábados por eso. Luego de mi turno en los botes –labor de la que no puedo zafarme, nadie lo hace- me presento en casa sabiendo que Asher entrena, papá guía los reportes semanales de albacora, y mamá tiene junta con sus amistades, sumidas en rituales esotéricos que no hacen más que perturbarme. Hoy es sábado, pero no un sábado corriente, por lo que el entrenamiento se ha cancelado por motivos obvios, los cargamentos de albacora ya se han realizado con anterioridad y los aires místicos no se engranan como es debido. Nada se comporta como de costumbre los días de cosecha.
Cuando me escurro desde la cocina hasta mi habitación –doce pasos, inconveniente, pues me hallo al lado de la fuente de alimento y soy víctima de ciertos ataques de ansiedad de repente- el viento cesa. Siempre he tildado a la cocina como el sector más helado de mi hogar. Está orientado hacia las poblaciones y sólo recibe luz entre las cinco y siete de la tarde. Mis pasos son bucólicos, quisiera volver a dormir y despertar cuando se acabe el día.
No quiero oír a mamá ni papá hablando sobre Asher. Este es su gran día. O debiera serlo. Ya tiene los dieciocho cumplidos hace algunos meses, y por más que pretenda ignorarlo, Tempest tiene toda su fe puesta en mi hermano, de eso no tengo duda alguna. De alguna forma todos lo visualizamos como el próximo tributo. No sé qué habrá pasado con él, y no me entero de su presencia hasta que oigo un susurro desde su habitación.
- Pssst, Annie.
El sonido se retuerce hasta envolverse en el viento que va y viene por el pasillo. Podría fingir que no lo escuché, no tengo deseos de hablar con él, que resuelva sus problemas solito.
- Annie. –La voz es serena, poco característica de él, que siempre se desenvuelve por la vida como si los demás estuvieran para enterarse de lo que piensa.
No tengo el coraje como para ignorarlo ahora, por lo que entro a su pieza con un gesto imperturbable que se apoco se ve perturbado.
En la pared de madera en frente de mi hermano, cuento de diez a doce flechas clavadas secamente. No debo averiguar el responsable de semejante desastre, pues el arco de Asher descansa satisfecho a un lado de su cama. Su rostro es el que no acompaña la escena de forma propicia. No me entero del estado del mío hasta que Asher abre la boca de nuevo:
- No es para tanto, deja de mirar allá –me ordena, señalándose a sí mismo como un empedernido niño.
- Sí es para tanto, piensa en cómo quedará la pared.
Mis palabras son estúpidas, lo sé. Reclamar acerca de la integridad de la casa cuando el tema reside en algo completamente distinto. Me hace un poco más feliz criticarlo de esa forma que enterarme de lo que sucede.
- Ambos sabemos que la pared te importa un rábano. Y a mí también. Incluso, se ve mucho mejor así decorada.
- ¿Y fue por eso que la llenaste de todas tus flechas? ¿Qué es lo que le sigue?
- Sacarlas –dice con aplomo pero al mismo tiempo ironía. De un momento a otro sé que no valía la pena entrar.
Hago el además de marcharme, pero Asher me llama de nuevo.
- No quería hablarte de las flechas, ya lo solucionaré luego. Si es que lo hago. Sólo quiero saber cómo está mamá, ¿sigue en la cocina con esa taza de té?
- Efectivo. –Cruzo los brazos, indagando entre las raíces de la pregunta. Así que algo tiene que ver con él el comportamiento extraño de mamá. No es como que la hayan solventado para volverla una estatua. Por lo general se le prende el ánimo cuando Asher está cerca de ella y se apaga cuando es mi turno. El acontecimiento de interrogante se presenta hoy cuando sé que Asher está en casa y la mujer no se inclina hacia ninguno de los dos extremos, como si esperara a que un artista viniera y la retratara.
Asher se baja de la cama y se acerca a la ventana con parsimonia innecesaria. Tengo el impulso de acercarme hacia la pared con las flechas e intentar sacar una, pero la explicación que conlleva me atrae más.
- Supongo que no escuchó cuando Amorel se marchó, le dije que no hiciera ruido pero al parecer no fue necesario –reflexiona Asher, al parecer emitiendo sus pensamientos en voz alta cuando su origen dependía del silencio con que se presentaran. Ahora Asher se enfrenta a mis preguntas.
De cualquier modo no lo agobio con ninguna de ellas. Sé quién es Amorel, es la chica con quien todos ligan a Asher, y por coincidencia que nunca me molesté en señalar, también es la voluntaria que Tempest eligió. Algo de relación deben tener ambas circunstancias, hablo del amorío con Asher y la posición en los rankings de la Academia, pero simplemente se me pasó.
Amorel me es completamente indiferente, siempre la identifiqué como una devota al entrenamiento que halló frutos a diferencia de mí. Es parecida a Lacey, y mi amiga no esconde su rencor ante la inexorable similitud que fue pasada por alto por Tempest al escoger a la otra chica.
Lo siguiente sale como si nada, ni yo le encuentro explicación, y me arrepiento junto después de soltarlo:
- Tempest pretendía hablar conmigo, se me apareció en el parque como un fantasma sin rumbo. –La caracterización es innecesaria, pero me empeño en hacerle saber que no fue de las interacciones más cómodas que he mantenido.
- ¿Qué quería?
No trago saliva y tartamudeo antes de revelar lo siguiente, pero si se me cruza un torrente de dudas antes de hacerlo. No me puede hacer daño después de todo, pero me cuesta decirlo.
- Me habló de tu cambio de parecer. Dijo que fue muy inesperado, y que no se lo dijiste a nadie antes de hoy. –Mis palabras son certeras, pero igualmente siento que no lo capta con el sentido que pretendí plasmar.
- Se lo dije a Amorel –se excusa a voltearse nuevamente a la ventana.
- Al parecer no fue suficiente, porque Tempest no se enteró hasta hace poco, y quiere hablar contigo.
Dentro de todas las declaraciones me empeño en no comunicar ninguna de mis opiniones sobre el caso. Pretendo actuar más como una paloma mensajera que como otro personaje dentro de la historia.
- Pues dile que yo no quiero hablar con él.
- Por si no lo has notado, ya no estoy en el parque, y no pretendo volver. Será mejor que se lo digas tú.
- Pues creo que nadie hablará con él, y sinceramente, es la menor de mis preocupaciones.
La menor de sus preocupaciones, y se desliza de a poco fuera de las mías, admito que algún pelo de intrincada me tenía todo el asunto, al menos le comuniqué a buen tiempo. Sólo tengo una duda existencial que me mantiene en la habitación.
- ¿Se podría saber qué paso? ¿Por qué ahora no quieres ser Voluntario?
- Nunca lo dije, sólo estoy un poco dudoso, necesito tiempo…
"Hoy es la cosecha, dentro de dos horas tendrás que rendirte a una decisión". No se lo digo, pero lo pienso ofuscada mientras lo miro taciturna, él se acopla a la situación, pero continúa.
- … es por eso que vino Amorel. Quería hablar con ella.
- Claro –replico tajantemente, no logro desintoxicarme de la ironía que sale a raudales, sin sentido-. De voluntario a voluntario, digo. Ustedes se entienden entre sí.
- Exactamente.
No digo nada más. Cualquier cosa que saliera de mi boca en ese instante resultaría un completo desatino, aún prevaleciendo en las reglas de una conversación ante el hermano voluntario que está a cuestas de lanzarse a un horno de tributos, o de decepción por parte de un grupo numeroso de personas.
Le tengo empatía por una vez en mi vida y dejo la habitación. Me dirijo a la mía para vestirme arreglada, con destino a la celebración que no llevaría mi nombre como etiqueta de recuerdos.
Visitas de Tempest. El mirador hacinado de personajes. La imagen de mamá quieta como si las fuerzas del mundo no la perturbaran. Una conversación relativamente normal con mi hermano en la que entraron amoríos y flechas clavadas en la pared de su habitación. Y fui yo quien acabó la conversación otorgándole el beneficio de la duda mediante mi silencio.
Los días de Cosecha no son de los más comunes ni corrientes.
Y menos este lo sería.
