Hola, llámenme Párvula.
Esta es la primera historia que comparto en internet de toda mi vida, y es curioso pensar que sea Fanfiction de la historia de Twilight.
Me baso en el mundo y personajes de Stephenie Meyer pero todo lo demás es de mi mera invención. Decidí comenzar esta historia cuando me lleve un desagrado con la última parte de la saga y me puse pensar qué sucedería con los hijos que engendrasen Ness y Jacob.
Quisiera recibir críticas, necesito saber que les parece mi estilo, la narración, los historia. Con alguien de ustedes, sólo una persona que lo haga, terminaré esta historia.
Gracias por leer.
A veces, en un día empieza tu vida.
Fue una mañana fría de Mayo cuando todo empezó. La lluvia golpeaba en el vidrio de la ventana mientras yo me cubría con todas las mantas que tenía.
En el lugar donde crecí por lo regular hacia frío, casi nunca salía el sol. Poco a poco fui abriendo los ojos, pero no quería despertar, los cerré de nuevo y me concentré en seguir el sueño pero fue inútil. Me levanté un poco para ver la pantalla en la pared. Tenía un fondo de una vieja fotografía que había tomado en Hawaii hacia ya varios años, por la casa de mis tíos. En letras blancas sobresalía la fecha, la hora y el clima:
"21 de Mayo de 2044. 7:55 A.M. 9 grados Celsius"
Me dejé caer de nuevo en la cama. Siempre creí que aquella fotografía me haría magia en el subconsciente y entraría en calor sin importar que hicieran nueve grados afuera, pero nunca funciono, siempre tenía frío. Mi hermano Edward decía que siempre estaba caliente y cuando nevaba iba a dormir conmigo. Ed era un año un mes menor que yo, acababa de cumplir los diecisiete, yo iba a cumplir los dieciocho en Agosto y mi hermano mayor, Jacob cumplió los diecinueve en enero.
Hoy es un sábado, y la rutina de los sábados comenzará en cinco minutos. Aprovecho estos cinco minutos para profundizar en mi, porque es una cosa que me recomendó una amiga y porque es algo que casi nunca hago. Así que dejo que mi mente vague en rato en cosas tontas.
Ya casi empiezan las vacaciones, ya casi termino el bachillerato, pronto me voy a la universidad.
Había decidido estudiar Artes Visuales en la Universidad de Chicago o en la Universidad de Toronto que eran las mejores en la carrera. Ya tenía todo planeado.
Cuando tienes dieciocho y vez la oportunidad de al fin salir de tu casa como algo tan cercano, empiezas a fantasear con lo nueva que será tu vida y todo lo que tienes por aprender. Al menos, esa era una idea que a mi me emocionaba mucho. Aprender cosas que aquí, en la sobreprotección de mis padres, no podía. Cosas que para el mundo eran normales pero para mí y mi familia, en la pequeña reserva de La Push, eran cosas extraordinarias, enfermas, raras o simplemente olvidadas.
Siempre imaginaba mi departamento como los que estaban en internet o en los programas de decoración, imaginaba Chicago tan glamoroso como París o Nueva York. Imaginaba a mis amigos artistas en diferentes áreas que formaban, junto conmigo, un grupo de intelectuales elegantes y famosos al menos en el campus. Imaginaba que al fin encontraba al amor de mi vida.
Ahí me detengo en seco y me siento culpable de haber pensado eso. Tengo novio, un novio que sólo veo algunos fines de semana y hablo dos (si tengo suerte tres) veces a la semana. Se llama Gerard, es amigo de mi hermano mayor y está estudiando en Seattle porque todas las otras universidades lo rechazaron. Lo quería y mucho, pero nunca me ha gustado para "el amor de mi vida". Tenemos problemas desde hace rato.
Dejo el pensamiento irse y el reloj en la pantalla hace un sonido de companita marcando las ocho en punto. Quito las cobijas y corro al baño antes de que alguien me gane.
Me lavo los dientes y me miro al espejo mientras hago caras raras. Tocan a la puerta...
— ¡Sarah, tengo que hacer pís! — grita mi hermana pequeña, Rebecca.
— No — digo con la boca llena de pasta dental.
— Saaaraaaaah— reclama con su vocecita y su tono llorón.
Alguien llama más fuerte a la puerta y me alarma. Abro encarrerada y veo a mi madre, con su traje deportivo, señalándome con un dedo.
— Sarah, no se hace eso ante esa necesidad — y se va a jalar una cuerdita del techo.
Rebecca me saca la lengua y hace pís con la puerta abierta, tiene cinco años.
Nuestra casa es hecha a la manera antigua, de madera sin ningún dispositivo electrónico instalado por dentro, ventanas de cristal, armarios análogos. La casa es de las más antiguas en la reserva porque se la heredaron a mi papá, o mi abuelo murió aquí con nosotros adentro.
Nuestro sótano es habitado por mi hermano Edward y para despertarlo mi madre baja un cordón para que salga unas escaleras, sube un poco, golpea el suelo y le dice:
— Mi cielo, ya es hora de despertar.
Hoy no es un día diferente. Le dice lo mismo y sigue, demasiado rápido, al piso de abajo.
Termino de lavarme los dientes y corro a Rebecca para poderme bañar. Ella lo hace de buena manera y se va a su cuarto.
Para bañarme me tomo mi tiempo, es mi parte favorita del día.
Las gotas de agua caliente en mi cuello me erizan la piel de todo el cuerpo, mis pezones se hacen chiquitos y cafés. Me entra un escalofrío. Paso mi cabello por mi hombro y lo comienzo a lavar con champú. Es cobre, como el de mi mamá pero con unos matices más rojos e igual de rizado. Ella siempre lo peina, yo sólo lo desenredo.
Después sigo con mi cuerpo, mi largo cuerpo pálido lleno de pecas y lunares. Largo, pálido y escuálido cuerpo lleno de puntos cafés.
Soy una copia de mi madre, pero una copia menos hermosa. Salgo de la ducha y tomo una toalla para ir al lavabo a lavarme la cara con unos jabones especiales que me compraron mis padres.
Quito el vapor del espejo.
Sus cejas son más angulosas, sus pómulos más marcados, su nariz es perfecta.
Mi cara es más ovalada, mi nariz sólo es recta y delgada, mis labios son muy gruesos (o eso me parece a mi) y mis cejas son un jardín café sin orden. Pero ella siempre me dice que soy hermosa.
Me término de enjuagar el rostro y abro la puerta. Doy un traspié a ver a Ed parado frente a la puerta con el puño levantado. Se le enrojecen las mejillas y musita:
— Estaba a punto de tocar. Buenos días.
Edward es de mi altura, es pálido como yo, sin pecas, cabello cobre como el de mamá y unos ojos verde Esmeralda divinos. Mamá decía que se parecía a su padre, sólo lo he visto en la fotografía colgada (aquí tenemos que colgar las fotos) en el recibidor, era el día de su boda.
Le sonreí y me devolvió la sonrisa.
— ¿Vendrás con nosotras a Seattle?— le pregunte intentando parecer alentadora.
— Ni vuelto a ser diagnosticado loco— respondió con un tono cansado y se metió al baño.
Edward había sido diagnosticado con esquizofrenia cuando tenía diez. Era de esos casos extraños que llegan muy pronto y sin tener parientes que la padezcan. Sólo sabíamos que escuchaba voces, nunca supimos que le decían, o quienes eran. Para él eran voces y ya. Para nosotros un punto de tensión en la familia.
Siempre había sido muy inteligente, sabía tocar el piano, la flauta, la guitarra y el violín porque era lo que mantenía las voces a raya. También leía mucho cuando pequeño, después se lo prohibieron. Ahora no puede ir ni a la escuela.
Decepcionada corrí a vestirme. Algo fácil, me esperaba un viaje de tres horas. Mi madre tenía un grupo de lectura en una biblioteca pública en Seattle. Eran mujeres que leían Austen y Brönte impreso. Su junta era una vez al mes, de ahí se iban a desayunar a algún café y después me llevaba de compras. Decidió invitarme a su junta cuando se dio cuenta de que era la hija a la que menos prestaba atención, y lo entiendo.
Jacob, siempre fue una persona muy inocente. Si le decías que el mundo de acababa en un año, te creía. Nunca fue bueno en la escuela y los demás chicos siempre se mofaban de él. Jake es grande, tiene el cabello negro y la piel rojiza, pero un poco más clara que mi papá. Al ser un chico sensible, mi madre siempre lo protegía.
Luego era Ed que con su enfermedad ocupó a mi madre bastante rato en hospitales, psiquiatras y demás. Los mas difíciles fueron los primeros dos años.
Luego nació Rebecca, que aún se hace pipí en la cama y que quiere que le lean en las noches.
Yo siempre he sido normal, tranquila, con buenas notas, pocos amigos y un extraño gusto por la soledad. Yo no hacía problemas. Y la verdad es que tampoco me importaba mucho cuando tiempo pasábamos juntas, lo poco que lo hacíamos lo hacíamos bien. Pero su club de los sábados era más para ella.
Tomo unos jeans claros, una camisa de botones morada, un suéter amarillo y unos botines cafés. Tenía frío.
Cepillo mi cabello y mientras me veo en el espejo me vi con un aspecto muy simple una cara limpia sin nada más, así que me pongo rímel en las pestañas y tomo un brillo labial. Agarro mi bolso (qué más bien parece un portafolio mochila) y echó mi labial. Observo las cosas que llevo, reproductor, audífonos, cartera, labial, espejo y la pantalla flexible.
Bajo las escaleras y me dirijo a la cocina donde mi madre le está sirviendo el desayuno a mi papá, a Edward y a Rebecca.
— Hola, Sarahbella — saluda mi papá sonriente.
Mi papá y Jake se parecen mucho. Ambos son altos de piel rojiza y cabello oscuro con complexión fuerte. Mi padre tiene algunas arrugas, pero sigue conservando ese mismo cuerpo.
— Buenos días, papá — respondo sonriendo.
Edward me mira mientras toma un sorbo de jugo, después baja la mirada y sigue comiendo su omellete.
— ¿Acompañarás a tu madre hoy? — me pregunta.
Me había servido agua caliente en una taza y estaba tomando una bolsita de té. Asentí y mi mamá me miró sonriendo muy orgullosa.
— Bien, diviértanse mucho.
— ¿Qué harás tú, amor? — inquirió mi madre sirviéndole un plato de avena a mi hermana. Mi papá mordió un pan tostado y respondió con la boca llena:
— Repararé el cobertizo — sonrió — y tal vez alguien quiera ayudarme...
— ¡Yo! — gritó Rebecca alzando los brazos muy entusiasmada. Papá rió, miró a Edward después que hizo una ligera sonrisa y asintió.
Vi que estaba leyendo el periódico discretamente, mi mamá le seleccionaba las noticias, pero en la pantalla flexible se leía con letras rojas la palabra "Desaparecidos".
— ¿Qué estás leyendo? — preguntó mi madre alterada dispuesta a mover la pantalla. Edward le tomó el brazo y continuo leyendo con desesperación.
— Espera, mamá — le dije y me acerque para también leer lo que decía. Se detuvo y se juntó a nosotros para también leer.
Decía así:
Hospital psiquiátrico Saint Mary, Seattle WA. 20 de Mayo de 2044.- Aumentan las desapariciones de internos en el lugar.
El pasado mes de febrero se anunció la misteriosa desaparición de uno de los enfermos que llevaban más tiempo internados, su nombre era Raphael Kingston un joven de veinticuatro años de edad con personalidad psicópata.
El joven fue llevado ahí por orden judicial al tener varios cargos de matanza y tortura de perros. Su desaparición fue un misterio. Según las cámaras de vigilancia el joven seguía en su habitación hasta el primer chequeo del día siguiente efectuado a las tres de la madrugada después del gran apagón que sufrió el sector oeste de la ciudad.
He visto la cinta con Charles Hoffman, director del hospital psiquiátrico. Se ve al joven sentado en su cama sin hacer ningún movimiento, después del apagón y del regreso de las grabaciones el muchacho ya no está. El apagón sólo duró siete minutos. Todas sus pertenencias siguen en el lugar donde las dejo.
La familia del joven fue investigada y no mostró pruebas de haber ayudado a su hijo a escapar. Su madre está desesperada.
Después del incidente con Kingston el director Hoffman decidió implantar mejoras en los sistemas de chequeo y de electricidad, pero ninguno fue efectivo.
La segunda en desaparecer, Linda Low.
Linda tenía treinta y dos años, había sido internada después de haber tenido varios episodios de paranoia. Desapareció dos semanas después del joven Kingston y en las mismas circunstancias, a excepción del apagón.
Este fue el video más impactante de los dos que me mostró el director.
En el video se ve a Linda caminando de un lado a otro de la habitación frotándose los brazos con desesperación. Después parece pegar su espalda a la pared con miedo, cae al suelo y corre a gatas a una esquina, grita palabras sin sentido al aire.
Sigue así exactamente treinta segundos, después simplemente desaparece.
Estos fueron los únicos vídeos que me pudieron mostrar, se dice que los demás han sido examinados por la policía.
En total ya van trece jóvenes de entre treinta y cuatro y quince años que desaparecen en tres meses.
Su familia los busca por todos lados, existen más de veinte líneas en caso de haber visto al menos a uno, pero nadie ha llamado.
A continuación, los nombres y fotografías de los desaparecidos:
Raphael Kingston
Linda Low
Anne Mascott
Michael Kent
Matthew Edgware
Nicole Cowper
Jennifer Smith
John Li
Arthur Blake
Julia Ambrose
Cristine Brown
Daniel Surillo
Sofia Williams
Las medidas han sido puestas al máximo y se espera que las desapariciones terminen.
Terminamos de leer y mire a Edward. Él solía ser un internado en Saint Mary. Conocíamos al doctor Hoffman y probablemente conocía alguno de los internos.
Tenía su mirada perdida, mi papá nos miraba preocupado.
— ¡Qué historia tan amarillista! – dijo mamá y pasó su mano por la tableta cambiando la página del periódico.
Edward fruncía sus labios y parecía confundido. Sí, la historia era amarillista pero lo sucedido era verdad. Se había advertido a varios pueblos vecinos de los muchachos desaparecidos porque más de alguno podía hacer algo violento. Pero claro, Edward no lo sabía.
— Termina el desayuno, Edward. Sarah, termina ese té para irnos — nos ordenó.
Ed me mira y sé que va a discutir conmigo este asunto cuando se presente la oportunidad. Mi madre piensa que hay muchas cosas que pueden desatar otro episodio, pero siempre lo ha subestimado. Edward es muy fuerte.
Tomo mi té a toda prisa y levanto los platos de mis hermanos de la mesa, en ese momento mi padre se levanta con aire duro y mira a mi mamá.
— Ness, necesito hablar contigo.
Mi madre deja de acomodar los ingredientes del desayuno en el refrigerador y sale con mi papá de la cocina.
Rebecca sube a cambiarse, pero Edward sigue en su lugar tenso con la mirada perdida. Parecía que ni siquiera estaba respirando, se oía el rechinado de sus dientes.
— ¿Qué piensas? — pregunto sin mirarlo. Pero el me busca la cara inquietantemente.
— ¡Qué no! — respondió y se fue abruptamente.
Mi madre llegó segundos después, calmada como si nada hubiera pasado.
– ¿Lista? – me sonrió. Le devuelvo la sonrisa y asiento. – Vámonos entonces.
Sale y se encamina a la salida. Toma su bolsa de la percha de la entrada, agarra el libro de la mesa y sale.
Camina com tanto garbo y estilo. Después de tener hijos y ser una mujer mayor mi madre se ve reluciente. Joven y muy hermosa. A veces me pregunto si me veré así cuando tenga su edad, con tanta elegancia al caminar, al hablar, siendo tan bella.
Salgo tras ella y nos subimos a su camioneta. Cerramos la puerta al mismo tiempo, mamá pone su pulgar en un costado del voltante.
— Bienvenido, Reneesme.
El nombre de mi madre proviene de juntar el nombre de sus abuelas en uno sólo. Hizo lo mismo con sus primeros tres hijos pero en dos nombres: Jacob Anthony, Edward Charles y Sarah Isabella.
Jake debió ser William Anthony, pero mi mamá me cuenta que cuando lo vio y se percató que era la misma cara de su esposo desistió y decidió llamarlo como él.
Su nombre era bastante inusual, el nuestro era una conjugación de nombres que sonaban muy antiguos.
Mi madre conducía muy rápido, el viaje a Seattle era de tres horas, pero mamá lo solía hacer en dos horas y pico. Así que estuvimos rápido en la carretera.
Aunque la reserva de La Push no era un lugar gigantesco. Aquí vivían las mismas familias y tal vez una o dos nuevas. Mis hermanos eran amigos de los hijos de los amigos de la infancia de mi padre y, probablemente, mis hijos serian amigos de los hijos de mis amigos.
Inicialmente vivíamos en Seattle, porque mi madre no soportaba la idea de vivir en un lugar pequeño pero cuando los disturbios por la guerra llegaron a Seattle, mi madre estuvo encantada de volver aquí.
Mi hermano mayor apenas alcanzaba la adolescencia y Rebecca apenas estaba en el horno.
Llegamos a la casa de mi abuelo, que era pequeña para una familia considerablemente grande. Mi abuelo, Bill, estuvo encantado, vivía solo y tenía ochenta años.
Mi padre la arregló, la amplio y la adecuo. A mi me encantaba.
— ¿Haz sabido de Gerard? — preguntó mi mamá sin mirarme y con un tono despectivo. Últimamente lo usaba cuado hablaba de él. Asentí. — ¿Y bien?
— Vendrá en vacaciones...
– Cómo todos...
– Y quiere hablar conmigo sobre algo muy serio.
Nos miramos a los ojos. Yo tranquila y mi madre deductiva.
– Eso no me huele nada bien— dijo después de un rato de silencio.
A mi tampoco, y sentía muy mal el pensar que la verdad ya me importaba muy poco.
– Pero creo que tu has perdido el interés – inquirió. – Te conozco.
– La verdad es que sí. Pero es porque casi no lo veo y...
Me quede callada... ya no supe como excusarme.
– No es lo que tu creías– me concluyó mi madre. La mire derrotada y murmuré un sí. – Suele pasar, amor. Pero es parte de la vida.
– Lo sé.
Después de eso seguimos un buen tramo en silencio. Hablar de Gerard me ponía seria, pensativa. Pero hoy la calefacción me relaja junto con la niebla y el sonido suave de las gotas cayendo, me duerme.
Creo que dormito un buen rato y cuando vi que comenzábamos a transbordar en el ferry desperté.
Vi el libro que estaba sobre el tablero.
Sentido y Sensibilidad. Austen. Reprimí una mueca.
–¿Austen? – pregunté señalando con la cabeza el libro.
– No sé porque la odias – respondió resentida.
– No la odio, pero me aburre muchísimo.
Mi madre frunció el ceño como si eso le pareciera absurdo y me reí de ella.
Vi como la comisura de sus labios se elevó.
– ¿Entrarás con nosotras a la reunión? – preguntó con esperanza.
Sonreí con un poco de pena y ella supo que no. Sus intentos por inculcarme los clásicos románticos no funcionaban. Suspira.
— ¿Qué harás mientras tanto?
— Caminar por los pasillos, sin rumbo. Como siempre. Tal vez busque algún título interesante y me siente a leer un poco. No sé. Ver fotografías.
Asintió pensativa. El ferry comenzó a moverse, estábamos aparcadas entre una camioneta van verde botella que llevaba a tres niños embobados en las pantallas flexibles. La madre iba en el asiento del piloto pintándose los labios. Los miraba absorta, ella no podía vernos, la camioneta de mi madre era de vidrios polarizados, a ambas nos gustaba esa sensación de privacidad.
Mi estómago gruñía. Tenía hambre, y pasarían al menos dos horas hasta que pudiera comer algo.
— Bajemos — ordenó mi madre. — Siempre me ha dado pavor que se unda el ferry y nosotros en los autos.
Torcí los ojos mientras abría la puerta del auto. Subimos las escaleras y nos paramos en uno de los balcones. Mirando el río, dejándonos que nos despeinara.
— Estoy preocupada por Edward — me contó consternada. — Esas noticias no le hacen bien, él conocía a varios de los muchachos desaparecidos.
— Me lo imaginaba, por eso se veía tan pensativo esta mañana...
Mamá mira a lo lejos, ya podemos alcanzar a ver la silueta de la gran ciudad.
— Hay cosas que aún no entienden, pero quiero que sepas que confió en ustedes. Confió mucho en ti, Sarah. Honestamente, sé que tu eres mi único soporte con tus hermanos.
La mire con un poco de miedo, no sabía a que venían palabras tan profundas. No sabía a que cosas se refería realmente, y tuve miedo en el fondo. Mi madre no solía hablar con ese tono tan severo, tampoco de manera tan misteriosa.
— Tu padre también se esfuerza mucho, pero después todo va a depender de ustedes. Y confió en ti, Sarah.
Antes de que pudiera preguntar algo, me abrazo. Me tomo entre sus brazos, sus manos masaje abran mi espalda. Mi madre era un poco más bajita que yo así que sentía su mentón sobre mi hombro. Le regrese el abrazo igual de fuerte, sin menos cariño pero con mucha confusión.
Después de soltarnos y de otro rato de silencio (cosa que a ninguna de las dos nos incomodaba), comenzamos a platicar de cosas más alegres.
Mamá estaba segura de que me iban a aceptar en ambas universidades y me preguntaba que cual prefería. Yo quería irme a Chicago, siempre lo preferí sobre Toronto, no tanto la universidad o la carrera, si no la ciudad. Llena de tantas culturas diferentes, tantos edificios, tantas personas, tanto que fotografiar.
Mi madre prefería Toronto, solo por ser declarada una de las ciudades más seguras del mundo (junto con el país más neutral y amable del mundo). Canadá no había entrado a la guerra y, aún cuando la guerra ya había terminado, continuo con su postura neutral. Esa era la razón principal por la que mi madre adoraba esa universidad, incluyendo el hecho de que era mucho más cercana que la de Chicago.
Cuando estuvimos en el puerto ya en nuestro auto, mi madre comenzó a hacer una lista de las cosas que le gustaría comprar para nuestra tarde de compras.
Habíamos preparado la comida desde ayer para poder llegar tarde hoy, porque mi madre, como buena gurú del estilo, tardaba bastante tiempo haciendo sus compras.
Su estilo era a la moda pero elegante, siempre de acuerdo a su "edad", aunque muchas veces la confundieran con mi hermana mayor.
La verdad adoraba hablar de ropa con ella, sabía sobre muchas cosas. Su estilo era más arreglado, ella siempre se vestía bien y trataba de usar accesorios; un collar para esto, sombrero para esto otro (¡que no sea del mismo color porque no es fiesta de la realeza!). Yo no me esforzaba por vestirme tan bien siempre, ella nunca me decía que me veía mal, siempre me decía que sabía que me iba bien y que no. Eso significa, bien pero no extraordinario.
Zapatos, faldas, botines, pantalones, jeans, etc, etc...
Nos dirigimos a la Biblioteca Universal "Planetario" mientras decidíamos que usar en caso de salir a Hawaii de vacaciones.
Cuando la guerra estalló, toda la información estaba en internet, los libros eran cosa del pasado y el régimen empezó a cazarlos, como de broma primero los libros, quemándolos de puerta por puerta, y de manera voluntaria muchas veces. Después poco a poco empezaron con el internet. Enciclopedias, vídeos, audiolibros, podcasts, imágenes, lugares...todo comenzó a desaparecer de la red con justificaciones de leyes idiotas inventadas por el régimen.
Así qué un grupo de personas decidió dar su vida por la información, la ocultaron por seis años y cuando la guerra término hace dos, toda la información fue restablecida y los libros sobrevivientes donados a las Bibliotecas Universales.
En el mundo existen ochenta B.U. ahí están libros, archivos y postales o fotografías antiguas, y en algunos tan importantes como la Biblioteca Universal "Versalles" hasta pinturas y esculturas. Son como centros culturales que contienen toda la información y cultura del mundo. Es la razón principal por la cual adoro ir.
Navegamos entre el tráfico, pasamos por edificios altísimos, y calles abarrotadas de personas. Por un tramo conducíamos debajo del metro.
Cuando llegamos, estacionamos el auto en el estacionamiento subterráneo, tomamos el ticket de la maquinita y subimos las escaleras.
En la entrada había una señora que saludo enérgicamente a mi madre y a mi. Yo no sabía quien era pero me di cuenta de que era compañera de mamá. Era una mujer bajita, de esas que están entre la madurez y la vejez. Su cabello era gris y llevaba una sombrilla rosada con la cabeza de un flamingo en la punta. Reí bajito.
— Hola, Amber ¿qué tal? — la saludó mamá dándole un abrazo. La señora se mostró muy feliz. Y después de platicarle que había ido al doctor por lo de su rodilla comenzamos a caminar dentro.
La biblioteca es un edificio con forma de cilindro horizontal partido por mitad. Por fuera se veían unas vigas verdes torcidas en forma circular y unidas por paneles de cristal con la misma tonalidad verdosa, dentro era un enorme pasillo de dos pisos con muchas salas y dos patios. En la recepción habían dos grandes pantallas y dos paredes repletas de cajitas llenas de las famosas tarjetas bibliográficas. Ahí te buscabas la información que fuera y te decía en que biblioteca estaba y, si se tenía una copia de esta, dónde estaba.
Ahí me llamó la atención un bibliotecario que parecía estar acomodando las fichas. Tenía dos cajones afuera y como dos montones de fichas fuera. Lo primero que vi, y por lo que me llamó la atención, fue por su espalda y su altura pero más lo primero. Era un muchacho de hombros muy anchos y cintura reducida. Mediría casi dos metros. Traía una camisa negra de mangas largas y parecía de algodón, unos jeans oscuros y unos tenis de agujeta negros. Era muy blanco y usaba lentes. Parecía estar en un apuro buscando algo. Me reí.
— ¡Pero qué muchacho tan atractivo! — susurró Amber. Mi madre asintió sin mirarlo si quiera.
Seguimos caminando hasta llegar a las primeras escaleras, ahí arriba estarían ya las demás mujeres del club. Se escuchaban sus risas y parloteos. Las mire entretenida. Mamá dejo subir primero a Amber y me miró.
Mis padres eran muy sobreprotectores, así que la idea de que me anduviera sola un buen rato nunca le parecía bien a mi progenitora.
— ¿Por dónde estarás?— preguntó sacando su bolso.
— Por ahí — respondí sin darle importancia. Me miró con una ceja arriba. —¡Vamos mamá, estaré aquí dentro! No saldré para nada, nunca he salido.
Suspiró y me dio un billete.
— Por sí te da hambre. Nos vemos al rato.
Me dio un beso en la frente y subió de manera cansada. Cuando estuvo arriba salí corriendo a mi sección favorita.
La sección fotográfica.
