El Pottermundo pertenece a J. K. Rowling. Este fic participa en el minireto de septiembre para la Copa de las Casas del foro Provocare Ravenclaw.
Cabestrillo
Wissh
La llegada de un momento tan ansiado, acarrea inesperadas consecuencias. Una lechuza retrasada puede dar cuenta de ello.
De otro modo, Nymphadora hubiera podido permitirse disfrutar de su pastel de cumpleaños. O los regalos que recibió de sus padres o cualquier cosa, como la nueva camiseta de Las Brujas de Macbeth que se consiguió para ese día especial. Pero no. No había motivo para hacer tanta alharaca porque su carta nunca llegó. Ni siquiera estaba de ánimos para hacer algo festivo con su pelo, pese a lo mucho que se dedicó en esa semana a practicar como ponerlo color rosa.
―Te apuesto que ya viene en camino ―le consoló el señor Tonks, sirviéndose otro trozo del pastel de cumpleaños hecho por su esposa.
―Sí, cariño. ¿Por qué no comes más pastel y abres tus regalos? ―dijo la señora Tonks, viendo preocupada la coloración gris en el pelo de la niña―. Dijiste que querías una escoba este año, ¿no?
Un intento válido, pero no lo suficiente para animar a la niña. La atribulada expresión en su rostro no cambió ni un poco ante la sutil mención de la escoba voladora que estuvo pidiendo, enfáticamente, desde principios de año.
―No voy a ir a Hogwarts, ¿verdad? ―musitó, más para sí que para sus padres. Lástima que estos estuvieran tan pendientes de sus acciones, que incluso escucharon sus palabras como si las hubiera gritado.
―¡Oh, cariño! ¡Claro que vas a ir a Hogwarts!
―Pero…
―Nada de peros, jovencita. Si hoy cumples once años, hoy llega la carta ―dictaminó el señor Tonks.
―Pero…
Lo escuchó. Los tres lo oyeron. Andrómeda Tonks tuvo la breve impresión de creer que se trataba de los fastidiosos gnomos del jardín. Ted Tonks creyó que era aquella gorda rata que su esposa le mandó a exterminar. Sólo Nymphadora supo de qué se trataba.
Ambos padres la vieron correr, dejando a sus espaldas una estela de colores, los dos medio suponiendo lo que se venía a continuación. No hizo falta mucho tiempo para cuando escucharon la colisión, seguida de un lastimero ulular un poco contendiente.
―Debes tener cuidado por dónde corres, Dora.
Le dijeron sus padres luego de ponerle hielo sobre la hinchazón en su frente. Ella ni se inmutó, estaba extasiada leyendo su carta. A su lado, la pobre lechuza que le tocó entregársela se lamentaba por su ala en cabestrillo, producto de la torpeza de esa colorida niña.
¡Ta chán! Tanta torpeza acumulada en un cuerpo tan pequeño puede conllevar terribles catástrofes.
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