Kuroko no Basket, para mi suerte y la de todos ustedes, es propiedad de Fujimaki Tadatoshi.
Esfumándose como arena
Nuevamente miraste el umbral de la puerta, esperando que una sombra entrara por ella y te saludará como si nada.
Como si no se hubiera ido, despedido y alejado de ti, disculpándose por su presunta estupidez y no queriendo alejarse de él otra vez, qué se había dado cuenta que tenía sentimientos por él y no lo despreciaba.
Menuda idiotez de su parte.
Con la vista cansada y un sueño tremendamente gigante, te tiraste en la entrada como un muñeco de trapo, sin apartar tu atención de la puerta. Realmente esperabas que viniera y pidiera, no, rogará por su perdón. Sin embargo, sabía que eso ya no era posible. El otro era muy orgulloso en ese caso, por más que estuviera a punto de morirse o completamente moribundo, nunca admitiría sus sentimientos (vale, está exagerando. Tal vez lo dice pocas veces, muy escasas, de hecho). Inhalaste aire y lo soltaste como el bufido de un animal; realmente querías sentir la calidez de tu cama y dormir, descansar de todo. Pero no podía. No podía hacerlo.
Quería estar seguro de que Aominecchi volviera sano y salvo, terco y arrogante como siempre, encerrado en su propia soberbia pero manteniendo esa actitud tan burlona y divertida, disfrutando de su deporte favorito, el básquet, y compitiendo un uno a uno con él.
No aceptabas el hecho de que no lo volverías a ver. No querías despedirte, sería demasiado doloroso para sí mismo. Realmente amaba mucho a Aominecchi y por eso no quería despedirse. Bien, esa era una excusa muy obvia de su parte.
Tenía miedo de quedarse solo y no sentir más la calidez de su amado Aominecchi, que algo le impidiese de escuchar sus insultos hacia su persona, entre muchas otras cosas y lo último, pero lo más importante, poder sentir y recibir sin ningún prejuicio el amor que demostraba a pesar de todo.
Las piernas no respondían al llamado de cerebro y la única cosa que hacías era mirar la puerta, la entrada, a alguien. Ese alguien que siempre fue especial para él, el que había cambiado su vida y la llenó de una alegría indescriptible, el que admiró desde antes y ahora, al que le profesó todo el amor que pudiera dar, Aominecchi siempre sería lo más preciado para él.
Por eso, muy en el fondo, tenía conocimiento que ya debía dejarlo, debía rendirse sabiendo que nunca más cruzaría esa puerta.
Estaba muerto. Y los muertos no regresaban.
Una mueca se formó en tus labios y frunciste toda la cara.
Por alguna extraña razón no habías podido llorar. Era raro y todos lo percibían, ahora lo entendía.
Solo… tenía que aceptarlo y llevar a cabo todas las emocionas profundamente enterradas.
Un extraño sonido salió de tus labios, y de inmediato lágrimas comenzaron a descender de los ojos, bajando sin parar, sin detenerse. Quedaste inmóvil frente a la entrada, temblando del frío y del miedo conjunto. Simplemente no podías moverte, solo podías llorar.
No pudiste agradecer a Aominecchi lo suficiente con todo lo que hizo por ti sin ser consciente de eso.
Tampoco habías podido hacer todo lo que quisiste con él.
Menos pudieron siquiera terminar de comprometerse, a pesar de lo absurdo que podría sonar.
Había muerto sin previo aviso ni alarmas.
Y al pensarlo, te daba escalofríos. Lloraste mucho más fuerte.
"Nunca podré cumplirlos", pensó.
El nudo en su garganta se hizo más fuerte como el dolor, las lágrimas y la inmovilidad.
Lloraste por las promesas no cumplidas.
Lloraste por no poder despedirte.
Lloraste por su muerte.
Lloraste por tu querido Aominecchi y dándote cuenta que, por más vivo que esté en tu propio corazón, no volvería a tu lado insultándote y dando los ánimos disimulados, ni tampoco exhibirse como solo podía hacerlo Aominecchi.
Los recuerdos con él, con Aominecchi, desaparecerían al paso del tiempo y no querría que pase eso.
Ellos; recuerdos, como todas las cosas importantes que tenía, desaparecerían, se esfumarían. Te quebraste y no pudiste hacer más cosa que sentir dolor, sabiendo siempre, que lo olvidaría todo la mañana siguiente, poco a poco.
Y a la que seguía, sucesivamente.
Observaste el umbral de la puerta una vez más con las lágrimas saladas todavía recorriendo toda su cara demacrada, labios resecos y tu rubio cabello, aquel que fue deslumbrante, todo descuidado y pajoso.
Sonreíste, cayendo en el sueño profundo una vez más.
Ésta vez vine con un drabble largo y algo ¿deprimente? podría decirse.
Por si no ha sido captado, Ryota tiene una enfermedad en el cerebro, algo parecido a la Amnesia, (¿han visto Isshuukan Friends?, bueno, algo por el estilo) con la diferencia de olvidar pequeñas cosas día a día.
Para Ryota, el sueño profundo es cuando todo comienza a reiniciarse un poco, por eso tiene miedo; el miedo de olvidarse completamente de Aominecchi, su amado Aominecchi.
Sin más, espero que hayan disfrutado UuU.
De pie, reverencia, ¡AYE SIR!
