Hola otra vez! Os traigo el nuevo fic sobre piratas como ya os dije. Me encanta volver por fin :) Bueno, solo deciros que espero que os guste y cumpla vuestras expectativas (o las supere) y avisaros de que voy a escribir el fic en primera persona, por probar y hacer algo nuevo, si no os gusta como queda o como lo voy haciendo, avisarme y vuelvo a la tercera persona ;)
Otra cosa, os gusta la idea de ver los don puntos de vista y saber lo que piensan los dos protas? O preferís que todo sea desde el punto de vista de Elena? Un besooo y gracias de nuevo por estar ahí :)
DULCE VENGANZA
Advertencias: Universo alternativo. Todos son humanos
Disclamer: Los personajes perteneces a L.J Smith y al canal CW
Notas de autor: Sorry si las descripciones de la ambientación, la ropa y todo eso no es exacta a la época, hago lo que puedo!
Prólogo
- ¡Juega conmigo! Por favor, por favor, por favooor.- Le rogaba su pequeña hermana mientras él intentaba descansar.
- No.- Respondía, continuando con su lectora e ignorando a la pequeña.
- Por favor, Damon. Solo un poquito.- Siguió ella, molestándolo.
- He dicho que no.- Repitió por enésima vez.- Ve a pintar, o a leer, o a montar, pero a mi déjame en paz.
- Vamos papá, dile que juegue conmigo.- Le lloró a su padre. Damon resopló, ella siempre conseguía lo que quería si le ponía ojitos de cordero degollado a su padre.
Su pequeña e insoportable hermana tiraba de la manga de la camisa de su padre con insistencia y pataleaba para que le obligaran a jugar con ella de nuevo. A él no le apetecía contentar a su caprichosa hermana.
- Venga, Damon ¿Por qué no juegas con Jenna?.- Le pidió su padre. Él se estiró en el sofá y colocó el libro que estaba leyendo sobre sus ojos, ignorándolos.
- ¿Y por qué no juegas tú con ella?.- Le contestó.
- No seas así, Damon.- susurró su madre, poniéndose junto a su lado, alzando el libro de su vista y sonriéndole con amor.- Ella solo quiere jugar contigo ¿no ves cómo te admira? Hace lo que sea para que le hagas caso…
Él suspiró con resignación. Al igual que su padre no podía negarle nada a su hermana, él no podía negarse a hacer nada que su madre le pidiera. Mujeres.- pensó cansinamente. Se levantó del sofá y miró a su hermana con burla.
- Tú empiezas, enana.- Ella sonrió con alegría y corrió fuera de la vista de todos.
Unos segundos después se escuchó su voz desde la distancia, contando en alto para que a su hermano mayor le diera tiempo a esconderse de ella.
- 1, 2, 3, 4…- Gritaba ella.
Damon miró a sus padres, ellos le sonrieron con complicidad. Su madre le señaló la chimenea, la cual podía cerrarse, escondiéndole de la vista de cualquiera que le buscara. Allí nadie lo encontraría. Él corrió a esconderse y permaneció hasta que su hermana pequeña terminó de contar y fue a buscarle.
- Ya voy.- Le avisó la pequeña y salió corriendo hacia el salón.
Cuando llegó, preguntó a sus padres varias veces entre susurros dónde estaba su hermano, pero ellos no soltaban prenda. Reían y observaba a la niña que hacía lo posible por encontrar a Damon.
Mientras ella lo buscaba, unos hombres armados irrumpieron en la sala donde la familia se encontraba.
El padre de Damon se levantó haciéndoles frente y colocó a su familia tras él. Damon permaneció a la espera, pudiendo observar todo lo que ocurría, no sabiendo qué hacer.
- Gilbert.- Pronunció con cuidado.- ¿Cómo osas irrumpir en mi casa?.- Su padre le obstaculizaba la visión y no podía ver con exactitud al agresor.
- Para eso he venido, Salvatore. Por tu casa, tus posesiones, tu riqueza.
- ¿Buscas dinero? Te daré el que quieras, pero deja a mi familia en paz.- Aquel hombre comenzó a reír y se adentró más en el salón, invadiendo su espacio, seguido de otro grupo de hombres que lo respaldaban.
- Ya me han ofrecido todo el que necesito para hacer esto. Créeme, he hecho un buen trato.
- Eres un maldito caza recompensas.
- Y por eso estoy bien pagado, Salvatore.
- Coge lo que quieras, mátame a mi si es lo que deseas, pero por favor, mis hijos. Ten piedad de ellos.- Le suplicó, adelantándose, intentando proteger a su familia.- Solo son unos niños.
- Papi.- Escuchó Damon decir a su hermana pequeña. Él seguía sin saber cómo reaccionar, rezando para que no ocurriera nada.
- Eso no forma parte de mi acuerdo. Lo siento.- Le dijo, atravesándole rápidamente una espada en el pecho.
Damon entró en shock, sintió la herida de su padre en su propio pecho, como le dejaba sin oxígeno igual que a él, como lo mataba. Su padre lo miró, no sabía si estaba observándole a él directamente, mirándolo a los ojos, no sabía si en verdad lo veía a él claramente o solo la puerta de la chimenea cerrada y quiso salir de su escondite, defender a su familia de su atacante, pero la mirada de su padre moribundo no le dejó reaccionar. Le advirtió que no saliera, que permaneciera donde estaba, que siguiera vivo. Damon vio a su familia caer delante de sus ojos uno a uno y luchó para quedarse donde estaba, con el miedo asfixiándole y la impotencia calando en sus huesos.
- ¿Pero qué estás haciendo?.- Entró en la habitación otra persona, seguida de más hombres, interrumpiendo al que acaba de asesinar a su padre delante de sus ojos.
- Suéltame, hermano. Esto lo hago por ambos.
- No te equivoques, esto lo haces por ti. Suéltalas.
- No, acabaré con el trabajo. Con lo que me van a pagar por esto, viviremos bien mucho tiempo.
- ¡Estás loco! Esto no es necesario, mírala.- Le pidió señalando a su pequeña hermana.- Solo es una niña.- Forcejearon un segundo. El recién llegado intentó quitarle el arma al agresor, pero el otro fue más fuerte y disparó.
Su madre gritó. Damon cerró los ojos con fuerza, se tapó los oídos para no escuchar a su hermana llorar, a su madre sufrir, para no ver el cadáver de su padre, el hombre que siempre había admirado, caído. Alguien volvió a disparar, aquello le congeló el corazón, sabía a quién habían herido, a quién se habían llevado esa vez. Y como un niño asustado, se quedó dónde estaba.
- Falta el chico.- Susurró alguien.- Hay que encontrarlo.
- Muerto o no, nunca volverá.- Contestó el asesino, seguro de lo que decía.
Damon solamente juró vengarse por lo que le habían hecho a su familia.
CAPÍTULO 1
El estómago me dio un vuelco, rodé sobre la cama y mi frente golpeó duro contra algo, lanzando mi cabeza hacia atrás, con un dolor profundo que me taladró la cabeza. Me toqué con cuidado donde me dolía y mis dedos se mancharon con un líquido caliente y espeso que caía sobre una de mis cejas, supe que estaba sangrando. Abrí los ojos y parpadeé para acostumbrarme a la oscuridad. Fui levemente consciente al principio de que se oían golpes, estruendos y gritos, pero poco a poco los oí más alto, más grande, aquello sonaba como si un rayo se acabara de estrellar contra nosotros y amenazara con quemarnos vivos. Mientras trataba de incorporarme, la puerta se abrió de repente, sobresaltándome. Liz, mi dama de compañía, entró en la habitación alterada y sudorosa, iluminando la estancia con una vela, que colaboró con la escasa luz que la plateada luna de la noche dejaba pasar en mi alcoba.
- ¡Piratas!.- Gritó para que pudiera escucharla por encima de los demás ruidos que se oían sobre nuestras cabezas.
- Algo chochó contra el barco fuertemente y dimos un bamboleo, yo tropecé perdiendo el equilibrio y me sujeté como pude al brazo que me tendía.
- ¡Tienes que darte prisa!.- Me decía, mientras intentaba ponerme de pie.
- ¿Qué está ocurriendo?.- Le pregunté haciéndome oír. Mi cabeza había comenzado a dar vueltas y mis pies parecían de mantequilla sobre el frío suelo de madera.
Si de verdad había piratas y nos estaban abordando teníamos que huir antes de que nos encontraran, o estaríamos perdidas.
- Elena, están tomando el barco.- Me dijo, sin perder los nervios ni un solo segundo, consiguiendo sacarme de mi estupor. Algo que envidiaba, ya que yo no podía siquiera reaccionar.
Me di cuenta por primera vez de las cosas que Liz llevaba en ambas manos: una de ellas era una capa de hombre que echó sobre mi cuerpo medio desnudo, ocultándolo. Me recogió el pelo con rapidez en un rodete y colocó un gran sombrero que ocultaba mi rostro después, también de hombre. Hizo que me sentara en la cama y comenzó a abrocharme los cordones de unas pesadas y oscuras botas que tampoco conocía. Mi mente seguía embotonada y no podía creer que esto estuviera pasando… Se suponía que iba a ser un viaje seguro y ¡Por Dios! Estábamos lejos estar en pleno océano y era muy raro que piratas atacasen en una situación parecida si la carga no valía la pena.
Ellos solo actuaban con el propósito de robar una carga valiosa, exigir rescate por los pasajeros o convertirlos en esclavos y apoderarse la nave saqueada. ¿Pero qué querrían unos piratas de una pequeña nave que no portaba valor alguno? No había nada entre esas paredes que pudiera considerarse valioso, ni un pasajero que pudiera permitirse pedir un rescate y el pequeño barco apenas podía mantenerse erguido.
Liz me ayudó a ponerme en pie y me dio una fina daga que me hizo esconder entre los pliegues del abrigo, yo asentí en silencio y cuando tiró de mí, obligué a mi cuerpo que se moviera y fuera tras ella.
Salimos por la puerta deprisa, intentando llegar a cubierta y nos chocamos con varios tripulantes armados que corrían en la misma dirección.
- ¡Es La Muerte!.- Gritó uno de ellos.- La Muerte nos está abordando.
- Entonces estamos perdidos.- Murmuró otro, pasando junto a mí.
Yo no pude evitar que mi cuerpo se estremeciera al escuchar aquel nombre. Aquella nave pirata era conocida como el terror de los mares, ningún barco había conseguido salir ileso de sus redes y su capitán era conocido como un hombre sin corazón, cuya tripulación arrasaba y robaba todo lo que encontraban a su paso, fieles bajo sus órdenes. Se decía que ni siquiera el mismo Poseidón podría con ellos. Nunca, nadie, escapaba.
La puerta se abrió y el viento se coló bajo la capa que llevaba como un chorro de agua fría helándome los huesos, sentí un escalofrío y me estremecí violentamente, siendo consciente por fin de que no llevaba nada más que un fino camisón bajo mi abrigo y que tenía que huir antes de que me atraparan o estaría perdida.
Salimos a la fría noche, el mar golpeando contra nuestro pequeño barco, siendo eclipsados por uno más grande, más fuerte, más rápido, que intentaba hacerse con nosotros. Varios marineros nos escoltaron por la cubierta, tratando de llegar a un pequeño bote que descansaba sobre ésta y que era la única forma de la que disponíamos para lograr huir, mientras los piratas estaban entretenidos en abordarnos y robarnos.
- ¡A la mujer!.- Gritó uno de ellos, empujando a otro hacia mi.- ¡Proteged a la mujer, que salga de aquí ilesa!
Reconocí al afable capitán que me había dado la bienvenida a su barco un par de días antes y que trataba de girar el barco, con las manos sobre el timón e intentar salvar a su tripulación de las temibles garras de La Muerte.
Salí despedida y mis rodillas chocaron contra el suelo, despellejándolas. La Muerte golpeó contra nosotros y consiguió por fin su objetivo, abordarnos. Liz ayudó a ponerme en pie y un segundo después vi varios hombres prácticamente volar sobre nuestras cabezas, caer con agilidad sobre cubierta, desplegándose y ocupando cada rincón de la misma, cercándonos, dejándonos sin salida.
Uno de los marineros tiró de mí y me vi separada de Liz, ella estaba en una punta y yo caminaba hacia el lado contrario en el que se encontraba, el corazón me retumbaba en el pecho y sentía el blusón pegado a mi como si fuera una segunda piel, estaba exhausta y a la vez tenía los cinco sentidos alerta.
- No dejes que te atrapen.- Me gritó ella.- No dejes que te vean.
Con la adrenalina como única forma de mantenerme en pie, me obligué a continuar sin ella. Aquel hombre descubrió el bote que había estado tapado bajo una manta y comenzó a bajarlo por la borda, conmigo en su interior. Estaba sola. Aterrada.
Pero antes de que me diera tiempo a pensar que de esa manera podría salvarme, una mano grande y fuerte tiró de mí, subiéndome de nuevo a cubierta, donde comenzaba a estallar una pequeña guerra. Oí disparos, lamentaciones, desgarros y cortes salvajes. Me tapé los oídos y miré hacia el suelo, como Liz me había indicado antes de que me separaran de ella. Vi al hombre que había intentado salvarme agonizar, intentando quitarse una espada que tenía atravesada por el pecho. Él me miró y con lágrimas en los ojos le agradecí en silencio por su valentía.
El otro hombre, el que había acabado con mi única esperanza de escapar, tiró de mí al momento siguiente y me hizo arrodillarme junto a otros tripulantes que formaban un grupo esperando una decisión de los piratas. Liz estaba demasiado lejos de mí, ella solo me miró con pesar y agachó la cabeza cuando uno de los piratas le apuntó con un arma de fuego. Yo ahogué un grito e hice lo mismo que ella cuando el mismo hombre se acercó a mí. Vi sus botas permanecer delante unos segundos y después caminó lejos de mi vista.
Todo quedó en silencio un minuto que se me antojó eterno, hasta que solo se pudo escuchar unos pasos que golpeaban la madera con fuerza, haciéndose oír sobre el viento y la marea, que gritaba a nuestro alrededor. Yo mantenía mi cabeza agachada, mis ojos mirando el suelo, el sombrero cubriendo mi rostro y el abrigo mi cuerpo, tal como Liz había previsto por si ocurría una situación parecida. Ahora solo tenía que mantenerme quieta y callada, esperando pasar desapercibida. Prefería morir junto al resto de marineros a que se dieran cuenta de que era una mujer y sufrir un destino peor.
- Busco a una mujer.- Oí decir alto y claro en un perfecto inglés.- Sé que viajaba a bordo de éste barco.- Dijo el mismo hombre, caminando sobre la cubierta. Su voz me dio escalofríos. Lo oí caminar a través del ruido que hacían sus botas al pisar el suelo, se paró justo delante de mí y yo contuve la respiración.- Si me la entregáis os dejaré vivir. Solo la quiero a ella. Bueno, y todo lo que llevéis a bordo.
Creo mi mundo se vino abajo en el momento en el que pronunció esas palabras. Yo era la única mujer, además de Liz, que viajaba en ese barco. Me dolía la mandíbula de tanto apretarla y mi corazón no dejaba de latir y golpear con fuerza. Sabía que me iban a entregar, lo harían si así conseguirían salvar sus vidas. Pero nadie se pronunció. Aquel hombre se movió por fin y dejó mi visión libre, levanté un poco la cabeza y consideré la descabellada idea de saltar por la borda. Prefería eso a dejar que aquel hombre, alguien brutal y sin sentimientos se hiciera conmigo… y lo peor de todo era que no sabía qué querría él de mí. Tan solo era una joven arruinada y sin valor alguno.
Inspiré con dificultad y me auto convencí de que podría haberse equivocado de barco.
- Volveré a repetirlo una vez más.- Dijo más alto.- Si me entregáis a Elena Gilbert, todos viviréis.
Desgraciadamente, mi pequeña, inexistente y vacía esperanza se vino abajo. Y ya no veía tan mala la idea de dejar que me comieran los tiburones, o dejar que mi cuerpo se congelara en las frías aguas.
- ¿No nos habremos equivocado, capitán?.- Preguntó uno de los hombres que permanecía por encima de mi cabeza.
- Yo nunca me equivoco.- Susurró, haciéndome estremecer.
Suspiré con alivio cuando la tripulación permaneció un segundo más callada, pero alguien a mi lado se levantó, empujándome hacia un lado.
- Ha escapado.- Dijo aquel. Yo me permití el lujo de volver a inspirar con fuerza.- La vi alejarse en un bote.
- Eso no puede ser.- Respondió el capitán, sin perder la calma.- Es imposible. Me habría dado cuenta.
Sabía que me iba a arrepentir de hacerlo incluso mientras lo hacía, incluso antes de hacerlo, pero no pude evitar echar una ojeada a mi alrededor. Quería verle. Quería saber a quién pertenecía esa voz, una voz agradable, pero a la vez dura, que me daba escalofríos. Quería ver quién era el autor de tan desagradables fechorías. Quién era aquel que robaba y mataba sin compasión. Quién era el hombre que me buscaba, quería saber por qué. Y lo miré.
Levanté la cabeza con cuidado, sin poder contenerme y recorrí su cuerpo con la mirada, hasta llegar a su cara. Solo pude mirarlo un solo segundo y fue suficiente para que se me parara el corazón.
- Ahí está.- Gritó otro hombre a su derecha. Yo pegué un brinco y asustada agaché la cabeza de nuevo, aguantando las ganas de llorar. Había sido una estúpida. Una maldita estúpida.
Alguien me agarró por detrás de los hombros y me obligó a levantarme. Mis pies tocaron el suelo y me sujeté las manos para que no se notara que estaba temblando descontroladamente.
- Bien. Llevadla a mi camarote.- Dijo el capitán si tan siquiera dignarse a mirarme. No comprobó si realmente era yo, aquella que él buscaba. Se giró y caminó de nuevo hacia su barco.- Matad a los demás.- Sentenció cruelmente.
- ¡No!.- Grité, sin que nadie quisiera percatarse de mi presencia. Nadie merecía morir por mi culpa, por intentar salvarme. Vi a Liz correr detrás de él, arrodillarse bajo su mirada.
- Por favor, no os la llevéis. Piedad, os lo suplico.
Él la miró un instante, me pareció incluso que estaba conmovido, pero un segundo después negó con la cabeza y otro hombre la apartó de su lado.
- Camina.- Me instó alguien que empujaba detrás de mí. Miré a Liz por última vez, sus ojos cargados de lástima y compasión, como si fuera yo la que iba a morir en ese instante. Me di cuenta de que lo que me esperaba a mí sería mucho peor.
Crucé un tablón de madera que me llevó al otro navío, a La Muerte, y miré hacia las profundas y oscuras aguas que se encontraban debajo de mis pies. Si me tiraba al mar, ese destino no sería ni la mitad de amargo y cruel que el que me esperaba a bordo de ese barco, bajo las órdenes de un pirara que no sabía lo que quería de mí, ni lo que iba a hacer conmigo.
- Es mejor que no haga lo que está pensando.- Se acercó un hombre hacia mí, un pirata que me ayudó a cruzar amablemente.- Él la buscará incluso en las profundidades.- Susurró a mi lado. Yo volví a estremecerme por millonésima vez esa noche y seguí al pirata que me guiaba cuidadosamente hacia la cueva del lobo.
D&E
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