Y aquí estoy de vuelta con este fic recién hecho! Ambientado en la época romana, he tenido que documentarme un poco para no cometer fallos. Desde la vestimenta, pasando por la comida, hasta el interior de las casas... Había olvidado todo lo aprendido hace años y tuve que rescatar mi libro de latín de la secundaria. Algunos nombres sonarán extraños, pero en todos ellos explico su significado, así que no creo que haya ningún problema de comprensión. Esta historia tendrá dos partes, y seguramente el segundo capítulo no será tan extenso como este. La traducción del título, la encontrareis en la última frase del capítulo.

Es un enorme placer para mí dedicar este fic a Lia Primrose, que se merece todo el amor y cariño del mundo! Princesa, aquí tienes un pequeño regalo de mi parte ^_^

Shingeki no Kyojin no me pertenece.

Advertencias: Riren, Smut (segundo capítulo).


Procedente de tierras lejanas y exóticas, Eren era considerado una valiosa mercancía por su aspecto y origen. Convertido en esclavo a los doce años, sus ojos llenos de vida y felicidad se tiñeron con lágrimas de furia y odio. Tomó tiempo y muchos castigos conseguir "domesticarlo", puesto que la desobediencia, la falta de respecto y la rebeldía eran todo lo que caracterizaba a ese niño, que a pesar de su exuberante belleza, resultaba indomable.

Su cuerpo estaba curtido en docenas de cicatrices, producto de los constantes azotes que recibía. Y sin embargo, mientras era castigado, esbozaba una sonrisa de satisfacción. Podían desgarrar su piel, cubrir su espalda de rojo, trazar cortes en sus brazos y piernas, pero no someterlo.

Había sido comprado cuatro veces, y en todas ellas, había sido devuelto a su vendedor original, argumentado que ellos querían un esclavo de verdad, no un niño mal encarado que se negaba a servir a su amo. El vendedor, un hombre llamado Dimo Reeves, era un adinerado comerciante que traficaba solamente con los esclavos que él consideraba que le otorgarían un gran beneficio económico. A menudo se jactaba de haber tenido en sus manos esclavos tan bellos cuyo valor sobrepasaba sin medida el de los esclavos ordinarios.

No obstante, con Eren había perdido todo interés. Tres años en los que el chico aún no había entendido que era un esclavo y que resistir no tenía sentido alguno. Su "victoria" sobre ese hombre obeso y casi sin pelo, era el único motivo de su alegría. Tanto era así, que Dimo había especificado que su esclavo no era apto para servir a ningún amo. Ahorrándose las molestias de venderlo para luego escuchar las quejas del comprador y tenerlo de nuevo con él.

Y así habían pasado esos tres años. Dimo tenía esposa e hijos, pero sus negocios eran prioritarios, por lo que nunca se encontraba en casa. Iba de un lugar a otro, visitando ciudades y haciendo dinero como solo él sabía hacer. Eren era de su propiedad, y por tanto, debía acompañarlo a todas partes. Era realmente un fastidio que la persona más cercana que tuviera fuera ese tipo tan desagradable, pero supuso que él mismo se lo había buscado al rechazar todos los amos con los que había estado.

Sus numerosos intentos por escapar no habían tenido éxito, y Eren atribuyó su mala suerte al destino, que lo abandonó en el momento en que fue convertido en esclavo. Ante esos actos, Dimo en vez de azotarle (ya había comprendido que el castigo físico no producía ningún efecto), decidió esposarle los tobillos y las muñecas para restarle movilidad y tenerlo bien sujeto. Para su estupefacción, Eren volvió a intentar escapar aun estando esposados de manos y pies. No llegó muy lejos, pero esa determinación a huir de forma tan insensata, hizo que atara a Eren a una pesada cadena de hierro en los grilletes de sus muñecas. La cadena iba clavada en el carro que Dimo siempre llevaba consigo, donde guardaba sus pertenencias y la mercancía.

Eren trató de ver el lado bueno, ahora tenía más cerca al caballo que tiraba del carro que a Dimo, no era mucho, pero algo era.

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Instalados en Roma durante las festividades, Dimo se encargaba todos los días de negociar con sus clientes con su típica expresión avariciosa, en tanto que Eren sentado en el suelo, veía pasar todo tipo de gente: ciudadanos (hombres libres), mujeres acompañadas de sus esclavas, esclavos que por su posición podían hacer recados por su cuenta, y los comerciantes como Dimo, que atendían sus negocios.

Un panorama de lo más aburrido, pues Eren lo presenciaba diariamente. Y como solía ocurrir, su figura atraía las miradas curiosas de los transeúntes. Y ya no solo por su belleza, sino también por los grilletes y la cadena.

Era bien sabido que pocos eran los esclavos que iban encadenados (a ellos se les diferenciaba por usar una prenda interior, un calzón que se amarraba a la cintura y ocultaba las partes íntimas, o simplemente por ir desnudos), pero si era el caso, quería decir que aquel era un mal esclavo, problemático y desobediente. Y nadie quería un esclavo como ese.

Aburrido como estaba, pensó algo para fastidiar a Dimo. Era su pasatiempo favorito. Y como el hombre solo le gritaba, no correría ningún tipo de riesgo.

Pensando mientras oía de fondo la rasposa voz de Dimo alabando sus productos, le echo un vistazo al caballo parado detrás suyo, y seguidamente al cesto que sobresalía del carro donde Dimo guardaba su comida.

... Oh, tenía que hacerlo. Sería de lo más divertido verle la cara de imbécil.

Volteándose, extendió el brazo y alcanzado el cesto sacó una manzana, pero observándola fijamente, sacó una segunda manzana para él. De todas formas, Dimo no solía reparar en él mientras había dinero frente a sus ojos.

Haciéndole señas al caballo, le tendió la manzana y este tardó unos segundos en reaccionar. Después de olisquearla, reconoció la fruta y le pegó un mordisco. Eren le dio otro a la suya, y así comieron tranquilamente de la comida de Dimo.

Sintiendo que no era suficiente, fue un poco más lejos, y sacando la bota de vino del mismo cesto, abrió el tapón y bebió un trago. A sus quince años, esa bebida no le sabía del todo bien, pero era más por fastidiar que otra cosa.

Realizado por sus acciones de rebeldía, sonrió y se volteó para seguir viendo a la gente pasar frente suyo. Lo que no esperó fue que un hombre parado de pie y a pocos metros de distancia, le contemplara divertido. Eren se enderezó, ¿lo habría visto todo? Mirándolo con cautela, se percató de que fuera quien fuera, se trataba de alguien importante. Su toga brillaba reluciente a sus ojos, y sospechó que no era una toga cualquiera, en ella se apreciaba una banda de color púrpura que indicaba una alta posición en la jerarquía social. ¿Sería un senador? ¿Un magistrado? ¿Un cónsul?

Aun así, no se dejó amedrentar. Retándole con la mirada, le molestó que el hombre no le quitara los ojos de encima. Parecía como si no pudiera desviar su atención de su cuerpo semi desnudo y lleno de cicatrices.

Internamente luchaba por no dejarse intimidar, pero ese hombre no lo ponía fácil. No pudiendo aguantar más, su lengua soltó un comentario mordaz.

—¿Qué? ¿Nunca había visto a un esclavo?

Por una fracción de segundo, Eren pudo apreciar la sorpresa reflejarse en el rostro del otro. Seguro no esperaba que alguien como él le hablase de esa forma tan arrogante. Pero para disgusto del joven, este le respondió con otro sonrisa, más siniestra que la anterior. No le gustó en absoluto, y como conclusión, decidió no insistir. No quería tener problemas con alguien de tan alto rango. Esa gente tenía mucho poder en sus manos, y él era un simple esclavo, lo más apropiado sería ignorarlo.

—¿Cómo te llamas?

Bien, al parecer no podía hacerlo.

Meditando su respuesta, quiso decirle que no era algo de su incumbencia, pero nunca había tratado con alguien como él, por lo que prefirió ser más prudente que con Dimo.

—Eren.

—¿Provienes de Oriente Medio, Eren? —preguntó con un matiz de interés en su voz.

—Sí... de Judea —especificó sin bajar la guardia.

El hombre se le acercó más de lo necesario e inclinándose ligeramente, escrutó su piel morena, sus cabellos castaños, sus ojos verdes que en pocas ocasiones uno tenía la ocasión de ver, y sus heridas que adornaban su cuerpo.

—Eres muy bello, Eren.

No era ningún secreto que si lo hicieron esclavo fue por su belleza exótica, incluso antes, cuando Eren vivía con sus padres, ya era alabado por eso. Lo había oído centenar de veces, de los compradores interesados en él, del propio Dimo para ganarse a los clientes, y de otros que había conocido a lo largo de esos tres años. Pero por alguna razón, oírlo decir en boca de ese hombre le produjo una especie de escalofrío.

—Por tu aspecto, diría que muerdes, ¿cierto?

—Muerdo si me provocan —respondió con voz seria.

Aquello parecía gustarle a su interlocutor.

—Eres joven —afirmó con una mirada de lo más penetrante—. ¿Quince? ¿Dieciséis? ¿Catorce?

—Quince.

Eren deseaba que ese hombre se marchase y dejara de acosarle a preguntas. De algún modo, le estaba incomodando. Este alzó el rostro y posó su mirada en Dimo, quien acababa de hacer una buena venta y se frotaba las manos al imaginar la cantidad de dinero que recibiría, ajeno a la conversación que tenía lugar a pocos metros de él. Permaneciendo pensativo, miró de reojo a Eren, quien no despegaba su mirada de él. Tras unos segundos de deliberación, se alejó del joven esclavo, y avanzó hacia Dimo.

Eren temió que le preguntara lo que creía que preguntaría.

—Disculpe —dijo la voz del hombre, atrayendo la atención de Dimo. Eren lo escuchaba atentamente.

—¡Oh! Buenos días, señor. ¿Qué puedo ofrecerle? —preguntó con una voz de lo más educada.

—Háblame sobre ese esclavo —y volteó la mirada hacia Eren.

Dimo puso mala cara.

—Señor, ese esclavo fue rechazado cuatro veces, por cuatro amos distintos, no se lo recomiendo. Usted merece algo mucho mejor, no le conviene tenerlo a su servicio.

El aludido alzó una ceja.

—¿Está usted diciendo lo que me conviene? —cuestionó con educación.

—¡No! ¡Por supuesto que no! —se apresuró a decir Dimo.

—Entonces, cuénteme más.

—Lo... Lo adquirí hace tres años, en uno de mis viajes por Oriente. Judea fue conquistada por el Imperio y la mayoría de la población había sido convertida en esclava. Salí de Judea con seis esclavos, y Eren fue lo de los primeros en ser vendido. Pero a las dos semanas lo devolvieron, y así con todos los compradores. Ha escapado más de una vez y es casi imposible de domar. Sería más sencillo domar a un león que a ese chico —aseguró en un intento por hacerle cambiar de opinión.

El hombre permaneció silencioso, valorando las palabras del comerciante. Finalmente, se cumplió lo que tanto Dimo como Eren temieron.

—¿Cuánto?

—¿Perdón?

—¿Cuánto por el esclavo?

Dimo abrió mucho los ojos.

—70… 70 denarios.

Originariamente, su precio al ser vendido por primera vez fue de 450 denarios. Pero ante el descontento del cliente y sus reclamaciones, Dimo poco a poco fue bajando su precio hasta casi regalarlo.

—No dispongo de esta cantidad ahora mismo, pero quiero comprarlo. Regresaré con el dinero una vez me haya ocupado de los asuntos que requieren de mi presencia en el senado.

Dimo no replicó, pero se le veía muy contrariado. Sabía de sobra que ese hombre se lo devolvería días después y le haría pagar el precio por el que lo vendió. Pero como comerciante, no podía negarse.

—Puede volver cuando quiera, aquí le esperaré.

Este asintió satisfecho. Por el contrario, Eren no pudo disimular su expresión de hastío. Odiaba sentirse como un objeto que se podía vender como si tal cosa, y más odiaba estar bajo las órdenes de un completo desconocido.

. . .

Por el atardecer, y tal y como había prometido, el hombre se presentó otra vez con los 70 denarios en un saquito de cuero.

La venta se realizó sin ningún incidente, y en un abrir y cerrar de ojos, Eren ya tenía nuevo dueño. La cuestión era saber cuánto le iba a durar. Dimo liberó a su esclavo de la cadena pero no de los grilletes.

—Tenga —dijo tendiéndole la pequeña llave—. Le aconsejo que no le quite los grilletes de momento.

Eren no dijo nada, tampoco sabía qué pensar respecto a ese hombre. Meditándolo mientras se posicionaba al lado de su nuevo amo, creyó que lo más conveniente sería ver cómo se desarrollarían los acontecimientos para después él actuar de una forma u otra. A simple vista, aquel parecía un hombre respetuoso, pero en el transcurso de su vida había conocido a demasiada gente que fingía ser algo que no era de cara al público. Un ejemplo claro podría aplicarse a sus antiguos amos, como bien había dejado claro en su anterior conversación; él muerde si le provocan.

Y sin nada más que añadir, se pusieron en marcha.

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Recorrieron las calles de la ciudad que estaban pavimentadas con grandes losas de piedra, y pasando por lugares como el mercado, servicios públicos tales como las termas, el foro (corazón de la ciudad donde se llevaba a cabo la actividad política), e ínsulas de numerosas plantas. Eren había visitado otras ciudades, pero ninguna tan imponente e influyente como la capital. No solo por el gran número de ciudadanos sino también por las grandes construcciones arquitectónicas como los templos dedicados a las diferentes deidades. Sin duda, era una ciudad muy bella en opinión de Eren.

Finalmente llegaron a uno de los barrios residenciales, los cuales eran zonas exclusivas de los patricios. Antes de alcanzar su destino, el hombre dio a conocer su identidad.

—Aún no me he presentado debidamente. Me llamo Erwin Smith.

—¿El esclavo de un cónsulo? —preguntó Eren con la intención de conocer su posición política.

—Ocupo el cargo de pretor, y me encargo de la jurisdicción. En mi caso, presido juicios entre ciudadanos y no ciudadanos.

Como había temido, su nuevo amo era un tipo importante.

—Ya hemos llegado —indicó Erwin deteniéndose frente a una domus de grandes dimensiones.

Sacando la llave que le había dado Dimo poco antes, liberó a Eren de los grilletes. Frotándose las muñecas rojizas, el castaño contempló la casa con la boca entreabierta. Era de una sola planta, pintada de color blanco y una franja inferior rojo oscuro. Sin darle tiempo al joven de analizarla de arriba a abajo, Erwin subió los dos escalones que separaban su domus de la acera y entró abriendo las puertas hacia el interior.

Eren se apresuró a seguirle, entrando en el vestibulum que era bastante pequeño, y tras avanzar tres pasos ya se encontraban en el atrium (patio interior), el cual justo en el centro no había techo por lo que la luz del atardecer se filtraba, y al mismo tiempo en días de lluvia, el estanque que estaba colocado justo debajo recogía el agua para luego almacenarla. Las paredes estaban decoradas con pinturas murales y algunas mosaicos con formas geométricas. Eren estaba tan distraído con aquella ostentación de riqueza, que no se dio cuenta de que alguien les recibía en ese momento.

—Saludos, señor.

El castaño se sobresaltó y dirigió su mirada hacia esa voz tan dócil y educada. A pocos metros de él, vio a un chico casi de su misma edad, de ojos azules, rubio y con el cabello largo hasta la clavícula. Vestía como un esclavo, pero en su túnica no había ni un gramo de suciedad.

—Armin, este es Eren.

—Es un placer, Eren.

Este asintió una vez, y sin querer parecer descortés, dijo:

—I-Igualmente.

—Armin es mi esclavo doméstico, y durante estos días estarás bajo su mando —explicó con calma—. Quiero que aprendas de él y sigas su ejemplo. ¿Entendido?

Eren le echó una mirada al esclavo quien se mantenía en silencio, y sintiendo una ligera presión sobre sus hombros, respondió:

—Sí.

—Sí, señor —le corrigió Armin rápidamente—. Un esclavo debe mostrar más respeto hacia su amo.

Erwin, sin embargo, no pareció darle importancia.

—Ya habrá tiempo para enseñarle eso y mucho más. Confío en que harás un buen trabajo, Armin.

—Lo haré, señor. Puede confiar en mí —aseguró con determinación.

—Bien, entonces lo dejo en tus manos.

Y dicho eso, Erwin atravesó el atrium y entró en una de las habitaciones llamada tablinum, un despacho donde se guardaban documentos y archivos, también conocida como la sala de trabajo del cabeza de familia. Una vez a solas, los dos jóvenes se miraron, no muy seguros de qué decirse. No obstante, Armin fue el primero en tomar las riendas.

—Primero te enseñaré las dependencias de la domus.

Eren volvió a asentir.

—Esta es la zona central, aquí se reciben las visitas y a los lados están las cubículas —explicó guiando al castaño hacia el lado derecho—. Dormirás en esta instancia.

La cubícula era muy reducida, y constaba solo de una cama. No tenía ventanas pero se veía acogedor.

—Al lado duermo yo —continuó mostrándole la habitación contigua.

Eren no pasó por alto el detalle de que la de Armin era un poco más grande que la suya.

—En el otro extremo se encuentra la cubícula del amo, y a menos que seas llamado por él, el acceso está prohibido. El amo dispone de un baño y debes saber que el aseo es parte de nuestra rutina diaria.

Siguiendo con el tour, Armin le señaló el tablinum, entrada que también tenían vetada. Más para adelante, se toparon con un espacio semejante al atrium, pero este estaba rodeado por un pórtico columnado, un jardín, una escultura femenina y una fuente central.

—Esta solía ser la zona preferida de la señora, aquí gozaba de una gran intimidad y a veces pasaba horas conversando con el amo. Ella fue quien encargó esculpir esta escultura de la diosa Juno, para rendir honor al matrimonio.

—¿Erwin...? Mmm... quiero decir, ¿el amo está casado? —preguntó Eren curioso.

—Lo estaba. Enviudó hace ya cuatro años. Después de esa tragedia, el amo decidió no volver a contraer matrimonio para así respetar la memoria de su difunta esposa —relató con voz solemne—. Si seguimos, a mano derecha está la cocina y justo al lado el triclinium, donde se sirven las comidas.

Eren entró en la cocina, era casi del mismo tamaño que su cubícula, pero con la diferencia que en vez de una cama había un fogón de piedra adosado en la pared y varios armarios y estanterías con vajillas de distintos materiales: cerámica, vidrio, metal... El triclinium o comedor, por el contrario, era mucho más amplio y lujoso; decorado con pinturas morales: figuras decorativas como cisnes y golondrinas.

—Estás pinturas también fueron encargadas por la señora. Sentía una gran pasión por el arte.

En el centro había una mesa y alrededor dispuestos en forma de U tres lechos grandes y elegantes, con almohadas y cojines para contrarrestar la dureza del asiento.

—Bien, ahora que ya conoces la domus, lo prioritario será lavarte para que puedas tener una imagen presentable ante el amo.

Eren no recordaba la última vez que había tomado un "baño". En algunas ocasiones, y cuando tenía la suerte de encontrarse con una fuente, cogía una amfora para llenarla de agua y lavarse un poco las partes del cuerpo. Regresaron al atrium y allí fueron hacia el baño que se ubicaba a la izquierda.

—Para el amo, la imagen de un esclavo doméstico es fundamental. A menudo recibe visitas de gente importante, y ponerlo en evidencia sería una falta muy grave —dijo entrando en la pequeña instancia junto con Eren.

Acto seguido, Armin se arrodilló con la intención de quitarle a Eren aquel paño sucio que usaba como prenda. Este retrocedió de inmediato al ver lo que se proponía.

—¡Puedo hacerlo yo solo!

Armin calló por unos instantes, pero poniéndose en pie, dijo:

—Como quieras. Iré a llenar de agua el barreño.

Eren esperó a que saliera del baño, y suspirando, empezó a deshacerse el nudo que tenía bien sujeto. Aún se sentía un poco confundido, jamás había servido como esclavo doméstico, y por lo que había explicado Dimo, seguramente Erwin querría que aprendiese de cero. Una voz en su interior opinaba que aquello no era tan malo después de todo, viviría en una lujosa casa, con buena comida y una cama. Ni siquiera con su familia había llegado a vivir tan cómodamente. Y Erwin... No parecía una mala persona. Antes, mientras hicieron el tour, Eren escaneó la piel de Armin en busca de alguna señal de maltrato, pero no vio nada. Incluso daba la impresión de que estaba bien alimentado.

Sí, había tenido suerte. Sus anteriores trabajos como esclavo no habían sido precisamente agradables. Trabajando en el campo de sol a sol, Eren llegó a quemarse la piel y sufrir dolores de cabeza por el ardua tarea al que le sometieron sus anteriores amos. La falta de alimento y agua hicieron que el castaño protestara, gritara, y encarase a sus amos, negándose a trabajar en esas condiciones.

Quizás ahora... Sería diferente.

Sosteniendo el paño interior con una mano, esperó incómodo la llegada de Armin. Al minuto, el esclavo regresó con el barreño y lo depositó en el suelo.

—Siéntate en el taburete.

Eren así lo hizo, era de madera y muy bajo. Ocultando su miembro entre las piernas, dejó que Armin limpiara sus brazos. Debido a las múltiples cicatrices y heridas, el rubio intentó no frotar demasiado fuerte.

—¿De dónde procedes? —preguntó Armin.

—De Judea.

—¡Vaya! —exclamó sorprendido—. He leído mucho sobre Oriente Medio, me gustaría conocerlo algún día.

—Tú tampoco eres de aquí, ¿verdad?

—No, nací en Britania. Tras la ocupación romana, mi familia y yo escapamos y acabamos al sur de la Galia, pero luego nos atraparon y yo fui vendido como esclavo. Cuando llegué a Roma fui expuesto en una subasta pública y Erwin, mi amo, me compró.

Eren se apiadó del chico, que al parecer, había vivido la misma miseria que él.

—¿Hace cuánto sirves a Erwin?

—Unos... cinco años.

Eren no dijo nada, pero se moría de ganas de preguntar si era un buen amo. Sorprendentemente, Armin le leyó el pensamiento.

—Aquí estarás bien —le tranquilizó mientras le limpiaba las heridas—. Erwin es un hombre leal y justo. Nunca te hará daño.

Confiando en su palabra, el castaño permaneció callado.

—Me sorprendió que el amo comprara otro esclavo, pero por otra parte, me alegra. Hacía mucho tiempo que no tenía un compañero de mi misma edad.

—Sí... Tienes razón —coincidió Eren.

Debido a las circunstancias, él tampoco había tenido a nadie con quien hablar y llevarse bien.

Finalizado el baño, Armin lo vistió con una nueva túnica de tirantes que cubría su torso y ocultaba sus muslos, ceñida con un cinturón. Eren palpó la tela de lana maravillado por su textura tan suave. A continuación, el rubio lo llevó hasta la cocina, y allí le indicó que observara bien sus movimientos a la hora de preparar la comida.

—Por ley, no se nos está permitido comer junto con nuestro amo —explicó Armin preparando las gachas—. Por esa razón, los esclavos siempre comen antes, en la mayoría de los casos en la propia cocina. Cuando el amo organiza una cena para sus invitados, debemos permanecer a su lado pero sin decir o hacer nada.

Eren escuchaba atentamente, aunque no le sorprendió en absoluto. Ser un esclavo doméstico era una gran ventaja, pero al fin y al cabo, seguías siendo un esclavo. Sin dar su opinión de lo injusto que era aquello, observó cómo el rubio hervía la carne de cordero. El olor de la carne le abrió el apetito; hacía años que había olvidado el sabor de la carne recién hecha.

—El amo permite que comamos de su misma comida, pero sin excedernos.

Media hora más tarde, y tras haber comido cada uno un plato de gachas, un corte fino de cordero y albaricoques, los jóvenes se dirigieron al triclinium y depositaron la comida sobre la mesa. Armin avisó a su amo y en pocos minutos, este ya estaba comiendo mientras conversaba con el rubio acerca de la dialéctica de Sócrates.

Eren, quien creía que la cena se desarrollaría en silencio, se sintió desplazado a la par que ignorante al no entender ni una palabra de lo que oía. Aun así, percibió un destello de emoción en los ojos de Armin al poder expresar en voz alta su opinión respecto a lo que fuera que estuviesen hablando. Era inegable el hecho de que poseía un gran conocimiento, cosa inusual viniendo de un esclavo… Para disgusto suyo, la conversación derivó en una obra llamada la República, otro ámbito en el que tampoco podía intervenir, y durante largos minutos, escuchó aburrido cómo esos dos discutían fervientemente.

No supo cuanto tiempo había pasado, pero cuando finalmente Erwin reparó en su presencia, ya había terminado de comer. Le pidió disculpas por haberle mantenido al margen, pero aparte de eso, se le veía muy satisfecho. Armin, con la ayuda de Eren, recogió la vajilla de bronce y regresaron a la cocina. El rubio también se disculpó, alegando que su amo siempre esperaba mantener una buena conversación con él. Enseguida notó que eso incomodó bastante al castaño, y no dudó en darle ánimos.

—Nunca es tarde para aprender. El amo tiene una gran cantidad de libros, puedes leerlos en tu tiempo libre.

—No estoy seguro de poder entenderlos...

Eren nunca había recibido ningún tipo de educación. Su madre solo le había enseñado a leer y escribir.

—¡No te preocupes! ¡Yo te enseñaré! —exclamó Armin entusiasmado.

De nuevo, el castaño vislumbró ese brillo en los ojos del chico y ante su expresión emocionada, no pudo evitar sonreír. Al principio creyó que se trataba de un esclavo como cualquier otro, pero reconoció que empezaba a caerle bien.

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Acostado ya en su nuevo lecho, Eren daba vueltas de un lado a otro, incapaz de conciliar el sueño. Le costaba asimilar lo sucedido durante ese día. Era consciente que siendo un esclavo su vida podía cambiar drásticamente con solo un chasquido, pero tras ser devuelto por su cuarto amo, aceptó que ya nadie más le querría; su bello aspecto había desmejorado mucho, su delgadez, su piel cubierta por cicatrices y suciedad, los grilletes... Ni siquiera su rostro lo salvaba del rechazo que provocaba.

¿Por qué Erwin lo compró, entonces? ¿Por lástima? ¿Por necesidad? ¿Por interés? Le hirvió la sangre al pensar que la razón hubiera sido por pura lástima... Lo habría perdido todo, pero tenía muy claro que no quería la compasión de los demás, y mucho menos de alguien como él. El orgullo era lo único que había podido conservar desde que perdió su libertad y con ella todos sus derechos como ser humano, aunque eso le acarreara castigos inhumanos.

Recordar ese dolor le produjo escalofríos y sin poder estarse quieto, salió de la cama y decidido, salió de su cubícula. El frío de la noche se filtraba por el techo descubierto del atrium, temblando ligeramente, Eren se abrazó y avanzó vacilante por el patio. Supuso que no había nada malo en deambular por la casa de noche... ¿Verdad? Como esclavo doméstico desconocía infinidad de cosas, pero al menos esa libertad sí la tendría...

Rodeando la pila central, unos ruidos le alertaron. Mirando a ambos lados, agudizó el oído y descubrió que esos ruidos provenían de la habitación de Erwin, y no eran precisamente ruidos... Eran gemidos.

Totalmente petrificado, no supo qué hacer. Mordiéndose el labio, su mente le aconsejó que regresara a la cama y fingiera que no había escuchado nada, mas una vocecilla traviesa le animó a seguir husmeando esos "sospechosos gemidos". La lucha interna duró unos breves pero intensos segundos, y como desenlace resultaron ganadores el morbo y la curiosidad. Con pasos sigilosos, se aproximó a la cubícula de Erwin, haciéndose más sonoros los gemidos; escuchándolos con atención, se percató de que estos eran agudos en contraste con la voz grave de Erwin... Volteando la mirada hacia la cubícula de Armin, vislumbró como la puerta estaba entreabierta.

Bien, no hizo falta ser un genio para saber quien estaba ahí dentro.

Resuelto el misterio, regresó a su lecho medio aturdido medio asustado. Ocultándose con la manta de piel, su cerebro procesó aquel inesperado descubrimiento. Era cierto que a menudo los esclavos eran usados con fines sexuales, sujetos a los caprichos de sus amos... ¡Pero Armin no le había explicado nada de eso! ¿Qué se suponía que significaba aquello? De pronto, recordó la advertencia de su compañero, y se alarmó: " En el otro extremo se encuentra la cubícula del amo, y a menos que seas llamado por él, el acceso está prohibido".

¡¿Sería llamado para... hacer "eso" con Erwin?!

"No, no... Llamó a Armin, no a mí"

—Quizás te llame cuando termine con él —le dijo una voz desde su interior.

¡NO! ¡NO! ¿Cómo iba a... ? Él apenas sabía nada, nunca había estado con nadie y la idea de verse en la cama de Erwin le aterraba. Pero, ¿y si le llamaba esa misma noche? ¿Podría negarse? ¿Sería castigado por ello? Erwin no parecía del tipo que castiga muy severamente...

"Tengo que tranquilizarme. Si Armin no me dijo nada es porque seguramente Erwin no le dijo nada. Claro... Ellos dos llevan mucho tiempo juntos, se ven cercanos y tras la muerte de su esposa, Erwin se sintió solo, por eso..."

Para protegerse de otras posibles posibilidades, se repitió eso último, auto-convenciéndose para que no le invadiese el pánico. Pasaron los segundos, los minutos y Eren no osaba levantarse para comprobar si ya terminaron. Pese a estar en constante tensión, sus ojos empezaron a cerrarse, pero inmediatamente los abría, con el corazón en un puño por si le llamaban... No sabía cuan lento o rápido transcurría el tiempo, lo único que sabía era que tenía sueño... Cerraba los ojos un momento, y los volvía a abrir... Qué sueño tenía... No oía nada... ¿Podía dormir tranquilo?... Ya habían pasado muchas horas... No le llamarían... Qué sueño tenía...

. . .

Durante el día siguiente y los seis posteriores, Armin tomó la orden de enseñarle a Eren las tareas y obligaciones de un buen esclavo doméstico. Le instruyó rigurosamente sin obviar el más mínimo detalle. No era un trabajo difícil, pues el chico, a pesar de no mostrar un gran entusiasmo, seguía sus instrucciones y si fallaba en algo, lo repetía hasta tener la aprobación del rubio. Armin lo consideró un trabajo que requería de paciencia y serenidad.

En las primeras horas, se dio cuenta que le llevaría más tiempo de lo previsto. Eren le confesó que en realidad, él había servido a cuatro amos distintos, pero que todos lo devolvieron por considerarlo "defectuoso". Armin no comentó nada al respecto, pero su expresión habló por si sola.

Sin embargo, en mitad de ese arduo adiestramiento, los dos chicos compartieron confidencias personales, gustos, opiniones... Poco a poco iban conociéndose el uno al otro, y por muchas diferencias que tuvieran entre ellos dos, rápidamente formaron una amistad peculiar, pero sólida.

Para alivio suyo, Eren cada vez se sentía más cómodo en compañía de Armin y Erwin. Por fortuna, en ningún momento de la noche le despertaron ni tampoco Erwin mostró interés alguno en él más allá de su progreso como buen sirviente. Casi había asimilado su nueva vida y creyó poder tirar hacia adelante después de tantos batacazos a lo largo de esos tres años.

Sin embargo, la sorpresa llegó transcurridos esos siete días.

Erwin había anunciado previamente que un amigo suyo acudiría como invitado para compartir una cena con él. Armin se encargó de repetirle al castaño cómo debía comportarse ante una visita. Tal fue su insistencia, que Eren apunto estuvo de estallar.

—Sé lo que debo hacer. Me lo has enseñado. ¡No lo repitas más! —le había dicho el día anterior a la visita.

Entendía que si hacía algo mal, la responsabilidad caía directamente sobre Armin, pero podría depositar más confianza en él. A fin de cuentas, su única función sería recibir al invitado en el atrium, y luego servirle la comida en el triclinium y sobretodo no hablar a menos que le preguntasen algo. No era tan complicado...

Sin poder contener su impaciencia, Armin le preguntó a su amo quien sería el invitado.

—Levi. Ha estado fuera de Roma unas semanas, y regresará mañana.

Como era de esperar, Eren no tenía ni idea de quien se trataba. Curioso, le preguntó a su compañero si ese tal Levi era otro patricio que formaba parte del senado.

—Claro que no, Levi jamás se metería en política —respondió Armin divertido ante tal ocurrencia—. Levi es un fiel compañero y amigo del amo, aquí en Roma todos lo conocen. ¿De verdad no has oído hablar nunca de Levi el temible?

—No —contestó Eren perplejo—. ¿Es alguien importante?

—Es considerado el hombre más fuerte del imperio. Se han redactado poemas comparándolo con figuras como Aquiles, Perseo, Hércules... Algunos incluso afirman que es hijo del propio Marte, pero sea cierto o no, es verdad que nunca se había visto una fuerza como la suya.

—¿Tan fuerte es?

Armin asintió muy serio.

—Él fue un gladiador y libró más de cien combates en el coliseo. No importaba quien fuera su oponente, siempre lo vencía. Llegaron a echarle leones, panteras, rinocerontes para demostrar que no era tan fuerte como decían, pero él logró vencer todos esos animales salvajes. El público lo amaba y pedían verlo una y otra vez en la arena. Hasta que al fin, se le concedió la libertad.

—¿Era un esclavo?

—La mayoría de gladiadores son esclavos, algunos consiguen la libertad y otros no. Ganó una fortuna combatiendo, pero también obtuvo el respeto del emperador. Erwin se interesó por él aun cuando estaba en sus inicios como gladiador, y desde ese momento que siguió muy de cerca sus progresos.

Eren quedó asombrado por esa historia, y sintió un gran interés por conocerlo. Quiso preguntar más acerca de Levi, pero tanto él como Armin estaban muy ocupados limpiando a fondo las instancias de la domus. Si se distraían más de la cuenta, se les acumularía el trabajo.

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El tan esperado día llegó y tanto Eren como Armin esperaban a su amo Erwin y a Levi. Al parecer, estos se reencontrarían en algún punto de la ciudad, y juntos emprenderían el camino hasta la domus. Los dos jóvenes aguardaban ya en el atrium desde hacía rato, expectantes y algo nerviosos, o más concretamente, Armin ponía nervioso al castaño. Este rezaba para que Eren no cometiera ningún error.

—Armin, tranquilo. Todo irá bien.

La espera fue larga y cada dos minutos, Eren tenía que calmar al rubio, que inconscientemente se llevaba el pulgar a la boca, mordiéndose la piel. De repente, y pillando al castaño intentando alejar la mano del rubio de su boca, la puerta de entrada se abrió dejando ver dos figuras. Casi de inmediato, los chicos cesaron su pelea y se pusieron firmes.

Eren, quien se imaginó a un Levi alto y muy corpulento, por poco dejó escapar una exclamación de sorpresa. ¡¿Ese de ahí era Levi?! ¿Aquel enano?

Al lado de Erwin, parecían incluso padre e hijo.

—Saludos, señor. Es un honor recibirle de nuevo en la domus de mi amo —dijo Armin.

Eren espantó de su mente todos aquellos pensamientos, y con una voz suave y educada, recitó de memoria:

—Bienvenido señor. Será un honor para mí servirle.

De reojo, miró a Armin en busca de su aprobación. ¿Lo habría hecho bien? Este captó su indirecta y asintió de forma imperceptible.

Levi no dijo nada, se limitó a observar el nuevo esclavo con una ceja alzada. Eren incómodo, desvió la mirada. Era de baja estatura, pero aún así su presencia intimidaba.

—Bien. Ya conoces a Armin —dijo Erwin sonriente—. Y quien está a su lado es Eren. Mi regalo para ti.

Esa revelación impactó tanto en los dos jóvenes, que olvidando las formalidades, abrieron la boca incrédulos.

—¡¿Qué?! —exclamó Eren.

Sin ser consciente, había cometido una falta grave, pero Armin estaba tan sorprendido que lo pasó por alto.

—¿Este es mi regalo? —inquirió Levi inexpresivo—. Qué poco original… Esperaba algo mejor.

La manera despectiva con que habló, enfureció a Eren, pero se mordió el labio para no soltar ninguna grosería. Erwin rió ante las palabras de su amigo.

—Créeme, no encontrarás un esclavo igual.

—¿Oh? ¿De verdad?

—Te acabará gustando.

Levi parecía ponerlo en duda, pero no replicó. Eren prefería que no hablasen de él como sino estuviera, por muy esclavo que fuera, tenía sentimientos.

Erwin hizo el amago de indicarle a su amigo que siguiera adelante, mas este se le adelantó y se aproximó a Eren perforándole con la mirada. Inquieto, el castaño no sabía hacia donde mirar. Jugueteando con sus dedos por detrás de la espalda, se vio a si mismo bloqueado y más acobardado que nunca.

¿Qué le estaba pasando? ¡Él no era así! Si había encarado a hombres que le doblaban en edad y estatura, podía hacerlo también con… con…

Levi se había acercado tanto a él que ahora estaban a un palmo de distancia. Mordiéndose el labio, se atrevió a echarle una mirada fugaz, pero se sorprendió al percatarse de que este no le observaba a él, sino a las cicatrices que tenía repartidas por los brazos y hombros. Resultaba imposible descifrar su expresión, pero acorralado como estaba, Eren solo pudo pensar en que Levi no querría un esclavo con el cuerpo lleno de heridas.

Después de todo, las heridas en el cuerpo de un esclavo eran símbolo de desobediencia.

Aquel pensamiento le entristeció. ¿Volvería con Dimo tras todo su esfuerzo?

—Por tu bien, espero que merezcas la pena —le advirtió Levi separándose de él—. Si me aburres, te devolveré.

¿Qué…? ¿Qué había querido decir con eso? Lo normal hubiera sido que le amenazara con devolverlo si le desobedecía, pero, ¿si le aburría? ¿Acaso lo veía como un entretenimiento? La cabeza le daba vueltas y todo por culpa de ese hombre. Era evidente que no era un tipo corriente, y no le consoló saber que ahora él sería su nuevo amo.

Levi regresó junto a Erwin que le indicó que le siguiera hasta el tablinum. Armin y Eren aguardaron a que los dos hombres atravesaran el atrium y se instalaran en la sala de trabajo.

El rubio, quien había estado reteniendo el aire, soltó un gran suspiro. De camino a la cocina, empezaron a hablar atropelladamente y al mismo tiempo.

—¡Creí que Erwin era mi amo!

—¡Lo sé! Yo también lo creía!

—No me lo puedo creer… ¡Soy un regalo!

—¡Erwin jamás había hecho algo parecido!

—Tiene que ser una broma…

En la intimidad de la cocina, discutieron sin parar acerca de ese suceso tan inesperado. De la boca del castaño solo salían quejas y más quejas. Armin, trató de verle el lado bueno y reconfortar a su compañero, cuyo rostro era de total indignación.

—Levi no es mala persona. La primera vez que le conocí, reaccioné de la misma manera que tú, pero si Erwin lo considera un compañero fiel, no debes temerle.

—Espero que tengas razón.

Armin añadió también que debido a la estrecha relación que mantenían Erwin y Levi, ellos dos probablemente se verían a menudo. Eren le respondió con una sonrisa.

—Supongo que no todo es malo —dijo con resignación.

La cena dio comienzo una hora después, y como estaba estipulado, Eren se posicionó al lado Levi, quien tenía el cuerpo recostado sobre el triclinium. Armin hizo lo propio con Erwin. Su labor consistía en servirles la comida y alcanzarles los platos. El aperitivo estaba compuesto por huevos duros, atún y ostras. En el plato fuerte se encontraba la carne de cerdo y filetes de salmonete. Para finalizar la fruta como la uva, el melón y un pastel de trigo bañado en miel sirvieron como postres. Eren jamás había visto tanta comida en una mesa. La tentación de coger cualquier cosa le martirizaba por dentro.

Entretanto, Erwin y Levi discutían acerca de la situación política de Roma. De reojo, vio como Armin quería intervenir pero se mantenía al margen por respeto. De vez en cuando, Levi le lanzaba una mirada interrogante, y el castaño no sabía si era porque había hecho algo mal o simplemente porque le divertía ponerle nervioso.

Erwin, en más de una ocasión, le comentaba que estaba asustando al pobre chico, pero Levi no hizo caso. Los dos esclavos a penas hablaron durante la cena, pero sí se ganaron el elogio de Erwin por la buena comida que habían preparado.

Para cuando terminaron, el sol ya se había puesto hacia rato. Levi se excusó alegando que después de un viaje de una semana, lo único que quería era descansar. Sin oponerse, Erwin y Armin lo guiaron hasta la entrada, junto con un Eren que apenas podía creer lo que estaba ocurriendo.

Despidiéndose mutuamente, el castaño lamentó separarse de Armin, pero se dijo que aquella no era una despedida definitiva, tenía la certeza de que volverían a verse pronto.

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El trayecto fue silencioso y tenso, al menos para Eren. La figura inexpresiva y muda de Levi no ayudaban a relajarlo. Tampoco mejoró la situación cuando llegó a su nuevo "hogar". Lo primero que le dijo Levi al entrar en su domus, es que solo tenía un lecho para dormir. Lo que Eren tradujo como dormir en el suelo. Suspirando, se lamentó el no estar bajo el mando de Erwin.

—No imaginé que mi regalo fuera un esclavo, por tanto entenderás que solo tenga una cama.

—¿Y dónde se supone que dormiré? —le preguntó, sin molestarse en sonar educado.

Levi le miró como si fuera idiota.

—En mi cama, conmigo.

Eren abrió la boca para protestar, pero se quedó mudo. ¿Protestar el qué? ¿Qué jamás había dormido con otro hombre? ¿Qué compartir lecho sería… inapropiado?

—Mi lecho es grande, el espacio no será un problema.

Si fuera solo eso… Eren buscaba razones de peso para negarse, y al mismo tiempo, esa vocecilla indiscreta le susurraba que se dejara de tonterías y se metiera en la cama cuanto antes.

—Aunque si lo prefieres, puedo atarte a la puerta de casa para que duermas a la intemperie —sugirió Levi con malicia.

Su "sugerencia" tuvo el efecto deseado. Todas las dudas del joven se desvanecieron al instante. Antes de verse expuesto al frío de la noche, dormiría con Levi le gustara o no.

Entrando en la cubícula, era sin duda, mucho más grande que la suya. Pero la ausencia de muebles era un rasgo común. Sin previo aviso, y atontando a Eren, Levi le ordenó:

—Quítame la toga.

El castaño quiso protestar de nuevo, pero las palabras se le atascaban en la garganta.

—¡Vamos! No tengo toda la noche —bramó Levi.

Inseguro, se posicionó delante suyo, y recordó las veces que él había ayudado a Erwin a ponerse la toga. Con manos torpes, tomó la tela entre sus dedos y empezó a desenredarla sin osar levantar la mirada.

—No lo haces del todo mal —opinó Levi.

—Eso es porque Armin me enseñó bien —contestó cohibido.

Cuando terminó su cometido, ayudó a Levi a quitársela y depositarla con cuidado dentro del arca de madera. Cubierto solo con una prenda interior, Eren recorrió con sus ojos el torso desnudo de Levi, el cual estaba lleno de cortes y cicatrices, así como algunas viejas heridas en sus piernas.

Tenía buen cuerpo…

Rápidamente borró ese pensamiento de su cabeza. No era el lugar ni el momento para dejarse llevar. Para distraer su mente, enumeró las distintas piezas de fruta que solía comer para la cena.

—¿No te quitas la túnica?

—¿Eh? No… estoy bien así —respondió Eren con las mejillas ardiendo.

Levi no comentó al respecto, y se metió en la cama. Con el pulso acelerado, el castaño hizo lo mismo pero con movimientos más lentos. ¿Por qué le ponía tan nervioso dormir con Levi?

El lecho era lo suficientemente ancho, dejando un espacio entre ellos. Eren retomó su ejercicio de contar piezas de fruta. El corazón le latía muy deprisa y por alguna razón, se sentía acalorado.

—Dime, ¿no estás furioso? —preguntó Levi rompiendo el silencio que se había formado tras meterse los dos en el mismo lecho.

—¿Furioso? —repitió Eren desconcertado.

—Te han comprado y regalado como si tal cosa. ¿Cómo te sienta eso?

—Bueno… —dijo Eren midiendo sus palabras—, no me hace especialmente feliz.

—El destino puede ser cruel o benevolente, todo depende del azar y la suerte —explicó Levi, como si quisiera darle una razón del por qué de su vida—. Yo nací siendo un esclavo, no sabía quienes eran mis padres, ni quien era yo mismo. Dediqué mi vida a la lucha, solo me movía el sobrevivir, y durante muchos años no conocí otra cosa.

—Pero conseguiste la libertad —intervino Eren.

—Sí, gané mi libertad, o mejor dicho, me la otorgaron —recalcó sin mostrar una pizca de alegría por ello—. Les debo mi libertad a Erwin y Sofía.

—¿Sofía?

—La esposa de Erwin —contestó rápidamente. Guardó unos segundos de silencio antes de proseguir—. No merecía ese final. Incluso los más afortunados sufren la crueldad del destino.

Observando a Eren, una sonrisa se le dibujó en los labios.

—En cambio, contigo, el destino ha sido piadoso.

—¿Eso crees? —inquirió Eren escéptico.

—Mírate, ahora —señaló como si fuera algo obvio.

El castaño le devolvió la mirada, esperando a que este especificara a qué se refería.

—Eres mi esclavo.

—¿Y eso es bueno? —cuestionó en tono irónico. Eren se dio cuenta que no debería haber usado ese tono de voz, pero por fortuna, a Levi no le molestó.

—Siéntete afortunado —le dijo como respuesta.

—No estoy muy seguro —replicó con una risa nerviosa.

—Seré un buen amo.

—¡Oh! Entonces, ¿me liberarás? —preguntó con una sonrisa.

Eren volvió a reprenderse por no saber controlar su lengua. No obstante, Levi no respondió de inmediato. Si bien el castaño no lo dijo en serio, vislumbró a través de sus hermosos ojos, un pequeño pero latente resquicio de esperanza.

—Aún es pronto.

Eren parpadeó confuso. Su voz… Había sonado tan grave, tan solemne… Su mirada intensa le aprisionó y nervioso, bajó la vista y jugueteó con sus pulgares. ¿Sería cierto? ¿Levi lo liberaría al cabo de un tiempo? Aquel pensamiento le hizo recobrar la esperanza.

—Si es verdad, procuraré no morderte muy a menudo.

Levi encontraba de lo más divertida esa osadía. Quizás Erwin estaba en lo cierto y Eren era único. Pero eso, todavía no pensaba admitirlo. Indicándole que se durmiera de una vez, Eren no añadió más y encogiéndose como un bebé, cerró los ojos dispuesto a descansar bien y empezar la siguiente mañana con energía.

Por su parte, Levi tardó en conciliar el sueño. A los poco minutos, oyó la respiración de Eren volverse más pausada, señal de que se había dormido.

—Yo era lo que tú eres, y tú seras lo que soy —afirmó Levi contemplando el rostro de aquel joven esclavo.

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