The Beast
La noche que pasó el Cometa por la Tierra de la Hadas todos estaban reunidos en el Gran Roble celebrando un cumpleaños más del Rey. Desde que lo recordaba había tristeza en su mirada y esta se acentuaba cuando se suponía que debía estar feliz, sonreía, pero sus ojos se mantenían serenos y concentraba su mirada en la lejanía, como esperando algo. Por eso fue el primero en ver la gran bola de fuego verde que surcó el cielo y se perdió más allá de las montañas que marcaban el límite de sus tierras.
Se levantó y tiró su copa, lo que llamó la atención de todos los presentes, aunque nadie se atrevió a preguntarle nada y miraron mejor el camino del cometa para luego comentar lo extraño que había sido aquello, lo fuera de lo normal. Las hadas no dejarían de hablar de eso por muchos días, hasta que se les olvidara por estar concentradas en su trabajo. Pero él mantuvo su mirada en el Rey, en la manera en que se aferró al barandal del balcón y en cómo parecía temblar por alguna razón.
Si las cosas hubiera sido como antes él habría ido a investigar, a asegurarse de que ese cometa no fuera más que eso, un fenómeno del cielo que no afectaría a las hadas y que las hadas no podían controlar. Sin embargo, lo más que podía hacer era tomar la copa frente a él y beber, era todo.
Los días pasaron y aunque los estudiosos hablaban todavía del cometa, los demás lo habían olvidado y se ocupaban de las cosas de siempre, lo que debía hacerse, lo que era la responsabilidad de todas y cada una de las hadas del mundo. Aunque él no era como el resto de hadas del mundo, para nada, era un hada que no descansaba cuando se acostaba a dormir, que revivía noche con noche la desesperación que había vivido y en muchas ocasiones, ni siquiera podía cerrar los ojos.
Por lo que ahora estaba ahí, haciendo un trabajo que no era el suyo, aunque sí lo era, porque no había otra cosa que pudiera hacer. Se suponía que tenía que encargarse de todas las aves, asegurarse de que sus huevos fueran adecuadamente empollados y cuando los polluelos estuvieran listos para salir, él tenía que estar presente y cuidar de que sucediera de manera exitosa.
Después de eso había muchas otras cosas de las que cuidar, pero eso ya sería cuando los polluelos fueran crecieron. Y sin embargo, era algo tedioso, mirar a los diferentes tipos de pájaros estar sentados sobre sus nidos y esperar. Sus compañeros y compañeras hacían lo mismo, cuidar de esos animales tranquilos como las aves pequeñas o los conejos o las tortugas o las mariposas. Suspiró y volvió a sentarse en la rama, iba a ser un día muy largo y aburrido.
O así debió de haber sido. Pero de vez en vez olvidaba cuál se suponía que era ahora su deber. Cosas sencillas, cosas tediosas, cosas para las que no había nacido. Él era un hada guerrera, había nacido de una risa poderosa de un niño despierto y curioso y en cuanto abrió los ojos supo que su talento era proteger a los demás, cuidar que nada malo sucediera a aquellos que no podía por si solos defenderse.
Su división era parte de las hadas de vuelo rápido, porque tenían que ser las más veloces para lograrlo, igualar a los halcones y demás aves de presa que amenazaban a los pequeños y al resto de sus compañeras. Así fue cómo se lastimó el ala derecha, así fue cómo terminó cuidando gorriones y demás avecillas, así fue como se acabó la emoción de su vida.
Hasta que se escuchó el rugido. Inmenso. Estremeció a todo el bosque y les dio un susto de muerta al resto de las hadas, que sin dudarlo corrieron a esconderse. Con excepción de la división de Guardianes comandados por Lestrade, el hada que había sido su más cercano colaborador y que ahora tenía su puesto; no le tenía aversión ni mala voluntad por haberlo reemplazado, aunque pudiera haberla tenido, después de todo fue por salvar a Lestrade que había terminado con el ala lesionada.
Los vio volar en dirección a aquel gran rugido y hubiera querido acompañarlos, por supuesto eso no era posible, su ala no le permitía alcanzar la velocidad suficiente para lograrlo, lo más que podía era hacer vuelos cortos y lentos. Por eso ahora era parte del equipo polluelo y moriría de aburrimiento en un futuro cercano.
El sol se estaba poniendo en el horizonte y las hadas de la división de Lestrade aun no habían regresado, se sentía algo intranquilo por esa razón, pero no era más su responsabilidad y nada podía hacer al respecto. Durante la noche no sucedería nada con los polluelos, por lo que bajó con cuidado del árbol, volando con mucha lentitud hasta que tocó el piso y desde ahí, realizó vuelos cortos hasta lograr regresar a las cercanías del gran roble donde vivía el Rey de las Hadas, en uno de los árboles más pequeños estaba su casa, un hueco en el árbol donde guardaba sus cosas.
Suspiró al entrar y ver que no tenía casi nada, su casa era un lugar para su cama y una mesa para poner su plato y un vaso. Era todo, su vida se había quedado vacía al no tener sus planos para las rondas, sus armas para defender a su Rey, los reportes de las diferentes zonas de su tierra, sus diarios. Se sentó en su cama sin saber qué hacer, no tenía sueño, no se sentía cansado físicamente sino agotado en lo profundo de su alma. Su vida no tenía sentido, no lo tenía desde el día en que un halcón rasgó su ala y él no fue más él.
Era media noche cuando el rugido se elevó aunque con menor intensidad y de la dirección contraria a donde lo escuchó durante la mañana. Podría ser que esta vez sólo él lo hubiera escuchado porque aunque esperó ver pasar por sobre su cabeza a las hadas guerreras, esto no sucedió. ¿De verdad ese rugido había sido pasado por alto? Miró hacía la Torre, una estructura que se alzaba sobre los montículos rocosos, era el lugar donde se encontraba el cuartel general de las hadas guerreras. Había luz en el último piso pero no observó movimiento.
Se pasó una mano por la cara y volteó para el otro lado, en el roble del Rey había luz muy tenue en la ventana de su habitación mientras el resto de las ventanas permanecían en la oscuridad. Sabía muy bien qué significaba aquello, Lestrade no estaba en el cuartel, se había tomado la noche para informar directamente al Rey sobre sus investigaciones sobre el rugido. Y en el cuartel seguro estaban de guardia Anderson o Donovan o ambos, lo cual era peor.
Nadie estaba prestando atención excepto él. Él que había sido la mano derecha del Rey y que ahora era encargado de polluelos.
Se puso en camino minutos después, volando de tanto en tanto o jamás llegaría a ningún lado. Estaba muy seguro de la dirección del rugido, los árboles estaban muy cercanos en aquella parte del bosque, sus ramas se veían secas y las hojas amarillas, aquella zona pertenecía a la parte del Otoño de la tierra de las hadas y cuanto más se alejaba del gran roble, más frío hacía y el viento recorría el lugar logrando que tiritara de frío.
Hubiera sido buena idea ponerse algo abrigador, pero no tenía tiempo de volver, tal vez si hubiera sido un hada normal y no uno medio roto. Voló un trecho hasta ver unas grandes rocas, algo parecido a la entrada de una cueva, caminó el resto de trecho que le faltaba hasta comenzar a adentrarse a la misma. Contuvo la respiración cuando escuchó una especie de lamento, algo muy quedo, como algún tipo de animal herido que se ha dado por vencido y tan sólo le queda quejarse.
Sus pasos eran inaudibles, ni siquiera el animal con el oído más sensible podría escucharlos, por lo que pudo llegar a la parte más profunda de la cueva sin que fuera notado. Y ahí estaba una Bestia, un ser que jamás había caminado por la tierra de las hadas y por lo mismo, no tenía la más mínima idea de lo que era.
Era pequeño, aunque para ser pequeño tenía el tamaño de un osezno, estaba cubierto de pelo café muy claro, pero había parches de cabello café más oscuro, parecían dibujos sobre su pelaje, formando patrones de líneas ordenadas. En su cabeza tenía unos pequeños cuernos a cada lado de su cráneo, unas orejas largas y oscuras, recubiertas de lo que parecía ser una suave pelusa y su nariz recta se oscurecía cerca de la punta. Podría jurar que caminaba erguido, porque en las patas traseras tenía pezuñas pero en las delanteras tenía manos, como las de él.
Parecía un pequeño niño humano, si los humanos tuvieran cuernos y pezuñas y pelo cubriendo su piel. Era mágico, estaba seguro, tan mágico como un hada y tan animal como las bestias del bosque. Cuando se acercó lo suficiente para que lo viera y abrió sus grandes ojos azules como el cielo con destellos dorados como si estuviera salpicados por polvillo, supo que tenía que protegerlo, cuidarlo y adorarlo.
Aunque fuera grande como un pequeño oso y él tan sólo un hada.
Gracias por leer este pequeño fanfic que iré publicando pues prácticamente está completo.
Y pues aunque no había querido decir la película en la que esta basado pues no creo que pudiera esconderlo mucho tiempo, es la maravillosa película de TinkerBell y la Bestia de Nunca Jamás, que es la primera que no está protagonizada por TinkerBelle si no por una de sus amigas, Fawn, el hada de los animales y la verdad, es una belleza de historia. Y en el caso de la Bestia, aka Sherlock, lo quiero hacer lucir como un Fawnlock, un AU donde es una especie de cervatillo humanizado.
Así que mañana subo el que sigue, mientras reviso que no haya escrito nada incoherente jejeje.
Saludos a todos y recuerden, Like a Fuck Yeah Sherlock en Facebook.
