Personajes: Rusia/Anya; Ucrania/Alexander; Bielorrusia/Vladimir

Disclaimer: Hetalia no me pertenece, y no saco mayor provecho que la satisfacción de escribir y compartir aquello que me encanta.


Prólogo

Las lágrimas asomaron a sus bellos ojos amatistas.

— No… esto no debería estar pasando —murmuró la rubia.

El canadiense acarició suavemente su mejilla, en un penoso intento de infundirle ánimos.

— Dime que vas a cuidarte, para que Dmitri crezca grande y fuerte, y así todos conocerán a Canadá de una vez por todas —sonrió dulcemente.

— No entiendo… no entiendo, no se supone que las naciones mueran, ellos no… nosotros no…

La situación era lamentable. Dentro de veinticuatro horas ya no quedaría nada de Matthew Williams. Se desintegraría lentamente, pero al menos tendría tiempo para despedirse.

— Shh~ tranquila, Ann… así es como tiene que ser…

— ¡No! No tiene que ser así, no… tú tienes que recuperarte y vivir con Dmitri y conmigo… no puede ser que no llegue ni a conocerte —exclamó Rusia perdiendo el control de sí misma.

— Puedes decirle que me parecía a Al…

Un débil golpeteo en la puerta les advirtió de la presencia del ucraniano.

— Ehm… a mí me parece que deberíamos disfrutar de este día, ¿no? —musitó sonriendo comprensivamente.

— Es imposible —susurró Anya.

— Yo… quisiera que estuviésemos juntos, como una familia, por una vez —pidió Matthew sin apartar sus violetas orbes de su pareja.

Braginsky apretó los dientes, pero accedió. Este día le daría en el gusto en todo, era su día. Lo menos que podía hacer era darle esa última felicidad.

Estuvieron entonces por esas escasas horas con Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda, conviviendo como la familia que podrían haber llegado a ser, y más tarde se les unieron Mónaco, Seychelles, Wy, Sealand e incluso India pasó a darse una vuelta. Ya antes había tenido la oportunidad de dar una despedida pública, en donde pedía por favor que nadie le importunara este día. Ucrania y Bielorrusia estaban allí con Rusia, pero solo Alex compartía una que otra palabra; los orientales preferían no intervenir en este día.

Por primera vez, nadie hizo ningún comentario, ninguna mirada, nada contra la pareja que había sido tan controversial. Ya no quedaban dudas acerca del amor que se tenían el uno al otro. Solo Alfred los observaba receloso de vez en cuando.

La única vez en que se separaron fue porque Canadá quiso hablar a solas con su gemelo.

— Rusia yo… queremos que sepas que esperamos nos acompañes en los próximos días —dijo Arthur profundamente apenado.

Anya asintió en silencio, muy concentrada en la ventana.

Francis no podía despegar sus ojos de ella. Algo no andaba bien, independiente de la inminente desaparición de su pequeño. Algo tenían sus ojos, su manera de caminar, que le hacían pensar… pero eso no era posible, no les estarían ocultando algo como eso.

— ¿Me lo prometes? —Inquirió serio el canadiense.

— Te lo prometo —afirmó su hermano, antes de abrazarlo con fuerza.

Una vez el plazo había acabado, ya no quedaban razones para permanecer en ese territorio. La ceremonia de despedida sería en dos días, pero hasta entonces, prefería hundirse en la frialdad de su casa. Aun tenía mucho que conversar con sus hermanos… demasiado que confesar. Porque ¿cómo le perdonarían el haberles ocultado el que serían tíos por casi tres semanas?