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El ascenso del Señor Tenebroso
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Ron suspiró. Se encontraba tumbado en su cama desde hacía un rato, observando el techo. Una pila de ropa de días anteriores ocupaba una silla que, se suponía, estaba destinada a ser usada para horarios de estudio. Su escritorio no quedaba atrás, montañas de papeles y libros apenas dejaban distinguir el lugar en el que estaban amontonados. El cuarto parecía un completo desastre, sin embargo, Ron podía asegurar que nunca antes había estado tan ordenado.
En una esquina de la cama, muy cerca de sus pies, descansaba un libro. Doce formas infalibles de hechizar a una bruja, leyó Ron por el rabillo del ojo, incorporándose levemente para volver a una posición más cómoda al instante. Gruñó exasperado. Fred y George le habían regalado ese libro a principios de verano, haciéndole prometer que pondría en práctica todos los consejos que proporcionaba. Pero ahora que se acercaba el momento de la verdad, no estaba tan seguro de poder cumplir con su promesa, y sabía que los gemelos habían hecho apuestas sobre el tema a sus espaldas. Ron aguantó sus deseos de coger el libro y ojearlo de nuevo, por millonésima vez, porque, si lo hacía, éste solo le recordaría lo inútil que era en el campo de hechizar a las brujas.
Y es que la razón por la que el libro se encontraba a sus pies y no entre sus manos, como había estado las últimas semanas, era por culpa de que Ron había descubierto recientemente que, para poder dar por finalizada la lectura del libro, antes tenía que realizar lo que éste decía en cada capítulo. Supo esto en el momento en el que leyó el comienzo del octavo capítulo. Cómo ser el novio ideal.
—Maldita sea.
Era imposible que supiese cómo ser el novio ideal si ni siquiera había logrado ganarse el título de novio.
Maldijo a los gemelos, por no haberle regalado ese libro mucho antes. El verano anterior habría sido el regalo perfecto, le habría evitado infinidad de errores ya cometidos y le habría ayudado a conseguir el corazón de la bruja en la que pensaba cada vez que repasaba los primeros capítulos.
Y Ron volvió a suspirar, sintiéndose entonces la persona más egoísta y ridícula del mundo. Se acercaba el día en que Harry sería trasladado allí, a la Madriguera, y con él, el día en que tendrían que partir a buscar y destruir los Horrocruxes, dejando atrás su séptimo curso. Se acercaban días de guerra, días duros y terribles, y él estaba ahí, tumbado en su cama, pensando en estupideces.
Mirando al techo, recordó la imagen del ghoul que se escondía en el ático vestido con uno de sus viejos pijamas. Esa misma mañana, había subido junto con su padre, Fred y George, a transformar a la criatura en algo físicamente parecido a él, puesto que tenía planeado bajarlo a su dormitorio cuando marchase para que éste ocupase su lugar, haciéndose pasar por él gravemente enfermo de spattergroit, y para que, de este modo, nadie sospechase de su ausencia a principios del curso. Ron pensó que era una de las mejores ideas que había tenido en toda su vida y sonrió. Sin embargo, se acordó al instante de que no era el único que había tenido que buscar una excusa para no asistir a su séptimo año en Hogwarts y un escalofrío recorrió su espalda, obligándole a incorporarse por completo en su cama. Los padres de Hermione eran muggles, lo que significaba que no podrían defenderse en caso de que algún mortífago se apareciese en su casa en busca de explicaciones. Ron esperaba que Hermione hubiese logrado convencerlos de que se marchasen lejos cuanto antes o algo así. Algo así.
Miró otra vez el libro, que seguía en el mismo lugar donde lo había dejado hacía ya muchos minutos, tal vez incluso horas. Lo tomó por fin entre sus manos y volvió a sonreír. Hermione.
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Corría a través de un amplio bosque, sin saber donde le llevarían sus pies y solo importándole el estar lo más alejado posible de aquello que le perseguía. Aquélque le perseguía. Esquivaba la infinidad de enormes árboles con torpeza, pensando que tal vez se estaban burlando de él. Pensando que deseaban su muerte. Entonces lo vio, un claro en el bosque. Sin árboles, sin arbustos, sin piedras ni troncos en mitad del camino. Sin obstáculos. Solo hierba. Sintió que todavía era perseguido, pero no quería mirar atrás, la sensación de muerte inminente a sus espaldas le era suficiente por el momento.
Siguió corriendo agitado y, cuando estaba a punto de adentrarse otra vez entre los árboles del bosque, dos rayos verdes le pasaron rozando, uno a cada lado de la cara. Sintió una extraña mezcla de miedo y alivio, y quiso reírse por su buena suerte cuando tropezó y cayó. Asustado, intentó volver a ponerse en pie lo más rápido posible para salir corriendo de nuevo, pero entonces los vio. Unos inconfundibles ojos verdes inmóviles, mirando a la nada. Desesperado, se acercó al cuerpo de su amigo y empezó a agitarlo, todavía con esperanzas de despertarlo, sin embargo, cuando subió la mirada para comprobar que el causante de todo aquello no se encontraba cerca de él, halló otro cuerpo entre un par de piedras y éste le hizo gritar horrorizado con lágrimas en los ojos. Iba a tratar de reanimarla a ella también, incluso había conseguido levantarse, pero la terrible sensación de muerte se hizo mucho más presente de pronto y no pudo evitar girarse, para encontrarse cara a cara con el mismísimo Voldemort. Antes de poder darle tiempo a reaccionar, un destello de luz verde lo cegó y todo se tornó oscuro.
— ¡Ronald!
Ron despertó sobresaltado. Tardó unos segundos en darse cuenta de que todavía estaba en su cuarto, lo que suponía que nadie había muerto. Harry estaba vivo. Hermione estaba viva. Al menos por el momento. Quiso responder al grito de su madre, pero estaba aún demasiado adormilado y asustado como para que su cuerpo respondiese a sus órdenes. La señora Weasley parecía estar disculpándose con alguien.
—...ve acomodándote en el cuarto de Ginny si quieres, cielo, me da que Ronald se ha quedado dormido. Luego podrás hablar con él.
—Está bien, muchas gracias, señora Weasley.
Esa voz. La reconocería a kilómetros de distancia. Pegó un salto apresurado para salir de su cama y, sin pararse a pensar demasiado, tomó entre sus brazos el montón de ropa sucia que descansaba sobre su silla y la lanzó al interior de su armario, dándose prisa en cerrarlo después. Ordenó los papeles de su escritorio lo mejor que pudo y dio una patada al libro que parecía haberse caído al suelo producto de su pesadilla, escondiéndolo así debajo de su cama. Cuando asomó la cabeza por la puerta de su habitación encontró a Hermione y a Ginny abriendo la puerta del cuarto de ésta última, dispuestas a entrar.
— ¡Eh!
Las dos chicas se giraron a mirarlo. Ron sintió un ya conocido cosquilleo en el estómago cuando los ojos de Hermione se encontraron con los suyos durante unos segundos, y una horrible punzada en el pecho cuando notó que estaban sospechosamente enrojecidos. Supo entonces que había estado llorando y le invadieron unas ganas terribles de correr a abrazarla, a susurrarle al oído que todo estaría bien. El contacto visual se rompió cuando Ginny le dio un leve codazo a Hermione en el brazo.
—Sube con él si quieres, puedo ir colocando tus cosas —se ofreció—. Supongo que tendréis mucho de qué hablar.
Hermione le sonrió, dispuesta a negarse, pero Ginny ya había cogido todas sus cosas y había entrado rápidamente a su habitación, no sin antes dejar pasar también a Crookshanks, cerrándole la puerta a su amiga en las narices. Ron se extrañó de la repentina comprensión de su hermana, aunque era consciente de lo mucho que le fastidiaba no estar al corriente de la misión que tendrían que llevar a cabo junto a Harry. Volvió a mirar a su amiga que ya se encontraba subiendo las escaleras y notó cómo el hormigueo de su estómago se sentía cada vez más fuerte.
—Hola, Ron.
Hermione le dedicó una sonrisa diferente, él lo sabía, era una sonrisa triste. No supo por qué en ese momento, pero no pudo evitar pensar lo estupendo que sería poder sacarle una sonrisa sincera. Vio que ella le miraba expectante y supuso que esperaba una reacción por su parte, sin embargo él no se movió hasta pasados unos segundos, entonces se acercó al marco de la puerta mientras le indicaba a Hermione que podía pasar.
— ¡Vaya, Ron! Tu habitación está irreconocible —fue lo primero que dijo ella nada más entrar, Ron sonrió satisfecho apoyando su cuerpo en la pared y la observó de reojo, mientras se sentaba al borde de su cama. Quedaban pocos días antes de que Ojoloco llevara a Harry a la Madriguera mediante aparición conjunta y Ron sospechó que no disfrutaría de muchos momentos a solas con Hermione en los próximos meses, así que decidió que lo mejor era dejar el tema de los Horrocruxes de lado por unos días y centrarse en su otro objetivo principal del año.
La miró a los ojos otra vez y notó que brillaban, corrió a sentarse a su lado en la cama pensando que en cualquier momento se echaría a llorar y no se equivocó. El chico la rodeó torpemente con sus brazos y ella se derrumbó sobre su pecho. Distinguió algunas palabras sueltas entre sollozos que intentaban explicarle lo ocurrido, y lo único que consiguió entender fue que se trataba de algo relacionado con sus padres.
Estuvieron unos minutos abrazados hasta que Hermione se calmó un poco y lo miró, él la tomó con extrema delicadeza por el mentón para que no apartase la vista.
— ¿Vas a contarme qué ha pasado? —preguntó Ron un tanto preocupado mientras le acariciaba las mejillas con el pulgar, secándola algunas lágrimas recientes.
—Mi... mis padres... —balbuceó ella, hipando un poco—. Les he modificado la memoria. Ahora piensan que se llaman Wendell y Monica Wilkins, y que su mayor sueño es irse a vivir a Australia... —Hermione se abrazó un poco más a él y tragó saliva, intentando evitar derrumbarse de nuevo en sus brazos—. Mis padres están en Australia... Les he mandado allí a vivir, y no saben que tienen una hija. Wendell y Monica Wilkins no tienen ninguna hija, Ron.
Él volvió a abrazarla al observar que las lágrimas regresaban a sus ojos y, siendo consciente de la gravedad de la situación, le prometió que todo saldría bien. Hermione subió su cabeza entre silenciosos llantos y, tomando a Ron desprevenido, le dio un beso suave en la mejilla. Cuando la miró pudo notar que, esta vez, su sonrisa sí que era totalmente sincera y la sonrió de vuelta.
—Me gusta tu sonrisa —dijo Ron, acordándose del apartado de Doce formas infalibles de hechizar a una brujaen el que aseguraba que alagar a las chicas para entrar en tema daba muy buen resultado. Acompañó el cumplido con una nueva caricia en la cara, que también utilizó para apartarle un mechón de pelo rebelde y colocarlo suavemente detrás de su oreja. La sonrisa de Hermione se amplió y Ron se sintió muy satisfecho. Admirando su sonrisa, no pudo evitar pensar en que sus labios parecían estar incitándolo a acercarse, por lo que decidió desviar rápidamente la mirada hacia sus ojos. Estaban hinchados y muy enrojecidos por el llanto, y le miraban directamente a él, como agradeciéndole por todo en silencio.
Se dio cuenta de que mirarla a los ojos tampoco aminoraba demasiado sus terribles deseos de besarla y, lejos de preocuparse, rió levemente al descubrir que, en realidad, sus labios y sus ojos solo le provocaban y reforzaban sus ganas, pero esas ganas siempre estaban ahí. Se alejó un poco, manteniendo las distancias, sabiendo que ese no era el momento adecuado. Aunque, tal vez fuese el único momento.
Hermione se mostró algo decepcionada y apartó su mirada, fijándose ahora en el suelo de madera como si fuera lo más interesante en todo el mundo. Sintió unas suaves caricias en la mano y, cuando se giró para descubrir al causante, allí estaba Ron, mirando sus manos fijamente y con detenimiento, tratando de entrelazar sus dedos sin mucho éxito. Ella le facilitó el camino al tiempo que se tumbaba en la cama, y tiró de él con delicadeza para que cayera a su lado. Entonces, los dos empezaron a reír con cada vez más fuerza, dados de la mano. Hermione acabó descansando su cabeza sobre el pecho de Ron mientras él la abrazaba por la cintura, acercándola a su cuerpo con sutileza.
·
Fred y George tuvieron que ignorar el hecho de haber pillado a su hermano durmiendo abrazado de forma bastante cariñosa a su mejor amiga, debido a que una parte importante de la Orden del Fénix se encontraba en el salón de la Madriguera, esperando impaciente a que ellos bajasen. Ron intentó asumir que sería la víctima principal de sus bromas en los próximos días.
Llegaron al salón y vieron que estaba repleto de gente. El señor Weasley les informó que Kingsley Shacklebolt, Nymphadora Tonks, Remus Lupin, Alastor Moody y Mundungus Fletcher acababan de llegar, Hermione notó que estaban preocupados y se temió lo peor. Todos se sentaron alrededor de la mesa del comedor que la señora Weasley había trasladado allí. Ron se apresuró a tomar asiento al lado de Hermione, ante las atentas miradas de Fred y George, que no paraban de guiñarle los ojos y mandarle besos discretos.
— ¿Pasa algo, Kingsley? —preguntó Hermione, completamente ajena a las burlas, y empezando a impacientarse.
—Me temo que sí —la respuesta del auror captó la atención de los gemelos, quienes dejaron por fin sus infantiles burlas aparcadas a un lado para poner atención a la importante reunión.
Moody presidía la mesa. A su izquierda, no muy alejado, se encontraba Kingsley, y a su derecha Lupin, que había ido acompañado de Tonks, la cual se sentaba a su lado. Junto a Tonks, a su derecha, estaban Fred y George. Ellos estaban uno a cada lado de Ginny y los tres se hallaban en frente de Ron y Hermione, que tenían sentados a su izquierda a Bill y Fleur, y a su derecha a Molly y a Arthur, seguidos muy de cerca por Mundungus Fletcher, quien se había guardado un lugar junto a Kingsley. El auror carraspeó.
—Pius Thicknesse, el jefe del Departamento de Seguridad Mágica está bajo la maldición imperius—informó, con más seriedad de la habitual en él. Si eso era cierto, significaba que Voldemort podría usar todos los recursos del Departamento de Seguridad Mágica para vigilar a Harry—. Por suerte, hemos conseguido hacer creer al auror Dawlish que Harry será trasladado a un lugar seguro con una escolta de aurores el día treinta, es decir, la víspera de su cumpleaños. Justo antes de que cumpla los diecisiete. Lo más probable es que Dawlish dé esta pista falsa a Thicknesse, y éste informe a Quien-vosotros-sabéis.
—El problema en realidad es que es de Quien-vosotros-sabéis de quien estamos hablando —replicó Moody, pensativo—. Creo que es consciente de que podemos dar pistas falsas con la ayuda de aurores que están de nuestra parte. Vigila la casa de Potter, y no sólo eso: ha hecho colocar una vigilancia especial en torno a esa casa, que detecta cuando alguien se aparece allí o viaja con un traslador. Es obvio que tenemos que cambiar el plan inicial por completo, si los mortífagos que vigilan la casa pillan a Potter, no tardarán en convocar a los suyos con sus Marcas Tenebrosas. Entonces, Potter estará perdido.
Todos los presentes se quedaron en silencio por unos segundos. La única manera posible de trasladar a Harry a un lugar seguro era volando en escoba, pero de esa forma, los mortífagos que vigilaban su casa lo perseguirían hasta atraparlo y llevarlo ante Voldemort. Era un tema complicado y Hermione empezó a sentirse verdaderamente angustiada en su asiento.
—Tengo una idea —dijo de pronto Mundungus Fletcher, sorprendiendo a todos los allí presentes—. Los mortífagos vigilan la casa de Potter para estar preparados para cuando tengan que volar detrás de él si ven que alguien le traslada a otro lugar... pero, ¿y si no supieran a quién perseguir? ¿Y si hubiera más Potters recorriendo el cielo? —planteó con total seguridad—. Podríamos confundirlos. Si trasladamos varios Potters a la vez y llevamos a uno a una casa segura distinta, cada una con un traslador que lleve aquí podría funcionar. Ellos no sabrían distinguir cual es el auténtico Potter, no sabrían a quien perseguir y ganaríamos mucho tiempo.
Ron notó que Hermione se relajaba un poco en su asiento, y él mismo también se sintió bastante aliviado ante aquella idea.
—No es mala idea, ¿pero de dónde vamos a sacar tanta poción multijugos en tan poco tiempo? Porque supongo que es así como pensáis conseguir varias réplicas de Harry —preguntó Lupin, que todavía no se mostraba muy convencido—. Además de que necesitaremos unos cuantos voluntarios dispuestos a arriesgarse para hacerse pasar por él, y unas cuantas casas seguras también.
—El número de Potters debería depender de las casas seguras de las que dispongamos —propuso Kingsley—. Podéis contar con la mía.
—Y con la nuestra también —aseguró Bill, mirando a Fleur sonriente.
—Remus y yo también ofrecemos nuestra casa. Y estoy segura de que mi madre tampoco pondrá objeción alguna con tal de colaborar —dijo Tonks.
—También podemos usar la de tía Muriel —dijo Arthur.
Tras esto, Moody ofreció su propia casa y la de Mundungus, lo que sumaba siete casas seguras. Siete Potters.
—Siete Potters serán suficientes —afirmó Moody—. A cada Potter se le asignará una casa segura distinta, como ya sabéis, y cada uno llevará un escolta diferente. Ahora bien, necesitamos voluntarios para hacer de Potters, ¿alguien se ofrece?
Ron se levantó al instante, y, casi al mismo tiempo, Hermione también se puso en pie. Él no pudo evitar mirarla con reproche.
— ¡Yo me ofrezco! —exclamó con energía y se volteó rápidamente a mirar a Hermione, ignorando el leve grito de espanto que había dejado escapar su madre—. Tú te quedas, es peligroso. Además seguro que hay un montón de voluntarios más —susurró Ron mientras señalaba a Fred y George que acababan de ofrecerse, seguidos de Fleur. Ginny pensó en ofrecerse también, pero supuso que sería una pérdida de tiempo, dado que no podía rebatir nada a sus padres siendo menor de edad y éstos no la dejarían arriesgarse.
— ¡Yo tengo el mismo derecho que todos! Tengo derecho a luchar por los que quiero como tú —se indignó Hermione—. Me ofrezco voluntaria también.
Ron arrugó la nariz en desacuerdo, pero no estaba dispuesto a discutir delante de media Orden, así que se mantuvo callado y se volvió a sentar junto a ella.
—Esto nos da un total de cinco Potter falsos —contó Moody—. Dung, tú eres voluntario, con esto estamos todos. Ahora solo nos queda escoger a los escoltas. Estarán Remus y Tonks, Kingsley también, por supuesto. Junto conmigo contamos cuatro…
—Yo iré con Fleur —se ofreció Bill rápidamente.
Arthur recibió un codazo por parte de su angustiada esposa y comprendió. Si cuatro de sus hijos salían a arriesgarse la vida, él debía estar con ellos, por lo menos para asegurarse de que se encontraban bien.
—Contad conmigo también, no pienso dejar a mis hijos solos en esto.
Lupin observó disimuladamente cómo Ron, con expresión de extrema preocupación, decía algo al oído de Hermione.
—Alastor, ¿por qué no le pedimos a Hagrid que sea el escolta de Harry? Estará encantado de ayudar, además de que puede proporcionarnos thestrals para los que no controlan muy bien la escoba —alegó con su mirada todavía posada en Hermione. Moody asintió, satisfecho.
·
Después de cenar, Ron se dirigió escaleras arriba, rumbo al desván donde se encontraba su habitación, pensando en todo lo que habían planeado aquella noche. Habían acordado que no era prudente informar del nuevo plan a Harry hasta el día de la ejecución del mismo, debido a que alguien podría descubrirlos. Sin apenas darse cuenta, Ron se había quedado quieto en frente de la puerta del cuarto de Ginny, esperando a que las chicas subiesen mientras reflexionaba sobre todo lo planeado. Tanto la propia Ginny como Hermione se sorprendieron de verlo allí minutos más tarde.
— ¿Quieres algo, Ron? —preguntó Ginny, extrañada de verlo tan pensativo más que de que se encontrase delante de su habitación esperándolas inmóvil. Notó entonces que Ron se ponía repentinamente nervioso.
—Yo... —titubeó dudoso, rascándose la nuca—. Hermione... me preguntaba si querrías subir un rato a mi cuarto.
Hermione iba a contestar, pero Ginny estaba tan anonadada por el comportamiento de su hermano que no pudo evitar adelantársele.
—Vaya, Ron, veo que no pierdes el tiempo.
Él la fulminó con la mirada, al tiempo que Hermione reía nerviosa y algo sonrojada. Ron quiso poner a su hermana en su lugar con alguna respuesta ingeniosa, pero ella fue más astuta y se escabulló rápidamente en su cuarto, dejándolo solo con Hermione. Otra vez. Él sonrió.
— ¿Quieres jugar un rato al ajedrez? —Ron pensó que ofrecer jugar al ajedrez a la chica que te gusta a solas en tu cuarto no era tan buena idea después de todo. Sin embargo, cambió de parecer cuando Hermione le sonrió de vuelta.
—Me encantaría. Pero antes... —dijo acercándose a él con lentitud. Provocándole. Ron la miró a los ojos, maravillado, e iba a abrazarla por la cintura cuando, de pronto, ella se puso a correr escaleras arriba—. ¡Antes tendrás que atraparme!
Y Ron soltó una pequeña carcajada, siendo consciente de que tenía que aprovechar esos pequeños momentos porque eran los que le hacían olvidarse de todo y ser feliz por unos minutos.
