Pues, simplemente, cuando vi el reto de las canciones de los Beatles en el foro de Sherlocked no pude aguantarme. ¡Los Beatles! La verdad es que pensé la mayoría de los capítulos, pero estoy completamente segura de que voy a sufrir. De buena gana, pero sufriré. Solo quiero avisar de que estoy de exámenes y tal, pero lo intentaré. Por el amor que le profeso a Sherlock y a este grupo maravilloso.

Será una historia fluffy, aunque realmente no soy muy romántica, pero ñeh. ¡Quiero intentarlo! El primero lo escribí escuchando no la canción original, sino una de las pocas versiones de Glee que me gustan. Os recomiendo escucharla mientras leéis: /watch?v=RDanAkxzzGI

¡Muchas gracias por leer y darme una oportunidad! n.n

Disclaimers: Evidentemente, Sherlock y todos sus personajes pertenecen a Sir Arthur Conan Doyle. La imagen del avatar es un dibujo de la artista Reapersun. Los títulos de los capítulos, así como la frase introductoria de cada uno, hacen alusión a canciones del grupo The Beatles.

Nota: Os explico, las viñetas van en orden cronológico excepto esta, que sería el... ¿final? Holi, soy una perra y os hago sufrir en el primer capítulo. Las amenazas y los intentos de asesinato, tercera puerta a la izquierda.


1

I want to hold your hand


Tú tienes eso, creo que lo entenderás. Cuando siento esto quiero tomar tu mano.


El olor cargado de la primavera le incomodaba, pero decidió no arrugar la nariz ni decir nada que hiciese notar su hastío. Se veía tan sereno, tan relajado con la brisa matutina a través de la ventana meciendo el poco cabello que le quedaba... ¿Quién era él para disturbar su calma y sosiego?

Bueno, en realidad llevaba demasiados años rompiendo con la tranquilidad del rubio, pero aquel no era el mejor momento para actuar como el niño caprichoso que siempre había sido por mucho que hubiera crecido física e intelectualmente. Contempló la leve pero plácida y satisfecha sonrisa de John tumbado y mirando el paisaje a través de la ventana abierta. Una mano descansando en su regazo, la otra extendida a través de la cama, con la vía intravenosa conectada a su brazo. Respiraba a través de dos tubos en sus fosas nasales, lenta y pausadamente. A pesar de la imagen, John no se veía nada enfermo. Quizá cansado y con unas ojeras considerables, pero no tenía ese aire triste y melancólico de los internos. Sherlock permaneció a su lado sin decir nada, solo sentado y observando, siempre observando.

Las arrugas de sus setenta y cuatro años de edad se hacían notables a través de su rostro, arrugas de expresión. Por una vez, el único detective consultor del mundo se dejó llevar más por sus emociones que por una deducción clínica del hombre. Patas de gallo y surcos nasolabiales por las veces que había sonreído, los pliegues de la frente de las veces que le había escrutado a él mismo con incredulidad, fascinación o, en muchos casos, ira y resignación. John parecía feliz y sano, aunque supiera que lo último no era del todo cierto.

—John.—murmuró Sherlock con la voz más grave y rasposa que antaño. El rubio se giró hacia él y parpadeó despacio. El moreno canoso no se permitió tragar saliva y demostrar que su corazón se había saltado un latido por un nanosegundo.—¿Estás bien? ¿Llamo a alguna enfermera? Si quieres algo, solo dilo.

John se rió con fuerza, alzando las cejas aunque tuviera los ojos entrecerrados. Sherlock esta vez sí arrugó la nariz, molesto.

—Oh, vamos, Sherlock, déjalo. No te pega ser amable.

Suspiró limpiándose una lagrimilla del ojo por la risa. Acto seguido relajó la cabeza sobre su hombro izquierdo con una sonrisa, mirando a Sherlock.

—¿Y tú? ¿Estás bien?

El canoso desvió la vista con el semblante serio.

—Lo estaré, alguna vez.

John apretó los labios y su sonrisa se tornó en una de regañina, como si le quisiera hacer saber a su hijo de cinco años que decir palabrotas estaba mal. Sherlock lo miró de soslayo y acabó agachando la cabeza.

—Está bien, lo siento.

—Joder, Sherlock, para ya de hacer eso.

—¿Que pare ya de hacer el qué?

—Pues... eso. Me estoy muriendo, ya lo sé, no hace falta que me lo recuerdes comportándote como si me fuese a romper.

El silencio se instauró en esa habitación, siendo roto solo por el carrito de una de las enfermeras que resonaba por el pasillo en esos momentos. Sherlock golpeteó con sus dedos en el reposabrazos del sillón, quieto. Sin embargo, pasado unos segundos, bufó altanero, alzando la barbilla.

—Por favor, John, esa frase la he escuchado en una de tus series de sobremesa la semana pasada. ¿Es que hasta para ponerte melodramático no puedes ser original?

John se quedó pasmado unos instantes, pero después rompió a reír acompañado por Sherlock. Cuando se detuvo, John cogió aire y se quedó contemplándole. Se lo agradeció con la mirada. No solo aquel último gesto, sino por todo. Extendió la mano libre hacia su compañero. Sherlock la miró un segundo y comprendió, posando la suya y entrelazando los dedos, sintiendo una caricia en el dorso por el pulgar de John. Una sensación cálida y cosquilleante le subió desde las yemas hasta el hombro, haciéndole sonreír más profundamente. Cuán estúpido se podía haber llegado a sentir años atrás por aquella sencilla acción, repudiando cualquier tipo de emoción y de contacto íntimo con una persona. Aquello todavía no había cambiado del todo, siempre tendría ese cortafuegos instalado debajo de su piel formando parte de él mismo. Pero con John era distinto. Cualquier cosa con él era diferente. Estrechó el agarre, aferrándose a él.

Bueno, no podía quejarse ni decir que hubiera fallado en su propósito, John había vivido una vida plena, larga y feliz. Moriría de forma dulce y suave, no en un tiroteo ni bajo las garras de los hombres de Moriarty, él mismo se había encargado de ello como John lo había hecho con Sherlock. A veces se sentía culpable. Por permanecer a su lado, John Watson no se había casado, ni había tenido hijos, ni una vida sexual diariamente activa. Había renunciado a tantas cosas solo por él... Y ahora se iba a marchar y lo iba a dejar solo, desprotegido, aburrido hasta que muriese. En cierto modo, sentía envidia de John. Él no tendría que ver cómo su persona favorita en el mundo se le escapaba de las manos y lo abandonaba. Sherlock ya ni se acordaba de cómo era la vida antes de que él llegara.

Sherlock dibujó una mueca, fastidiado.

—Por una vez espero equivocarme y que haya algo más después de la muerte, que estés en un lugar mejor y todas esas paparruchas en las que soléis creer vosotros.

John se rió, divertido.

—¿Bromeas? Te he estado aguantando durante casi treinta años, me merezco el Cielo exista o no, lo tendrían que crear solo para mí.

Sherlock sonrió de medio lado, mirando hacia el suelo.

—Gracias por todos estos años y... bueno, por cuidarme. No creo que sepas lo mucho que significas para mí y lo mucho que me has aportado como persona, mejor amigo y compañero.

John parpadeó tan despacio que Sherlock dudaba de que hubiese llegado a completar la acción.

—Gracias a ti. Han sido los mejores años de mi vida, estoy seguro de que si no llegase a ser por ti seguiría cojo.

El rubio volvió a reír. Sherlock alzó la otra mano y acarició el dorso de la de John, después se incorporó y se acercó a su oído, tragando saliva y susurrando algo que solo era audible para él. El rubio se mantuvo quieto unos instantes para luego estirar aún más la comisura de sus labios. Sherlock volvió a su posición y siguieron contemplándose durante un largo rato, con las manos entrelazadas y los largos y fríos dedos de Sherlock acariciando su mano, la muñeca, el brazo. Podían leer muchas cosas el uno del otro con solo esa mirada. Mantuvieron una conversación sin utilizar las palabras. Gradualmente John comenzó a cabecear, debilitando su sonrisa, y acabó acomodándose en la cama. Sherlock, aprovechando que su amigo no podía verle, dejó de sonreír. John intentó volver a mirar a Sherlock, pero no era capaz de enfocar la vista. Finalmente, acabó cerrando los ojos.

Los dedos de John perdieron fuerza tras unos minutos de silencio.