Harry Potter y El Principio del Final. (H/GN R/HR)
1. Una ventana abierta.
- ¡Avada Kedavra!
Un rayo de luz verde cegador chocó contra el pecho del debilitado director y se elevó hasta rozar la Marca Tenebrosa. Después cayó y ya no lo vio.
De pronto despertó empapado en sudor. El cuerpo le temblaba de los pies a la cabeza y no habría sido capaz de articular palabra porque tenía la garganta tan seca que le dolía hasta gemir por la rabia. Durante las últimas semanas había descubierto que prefería las pesadillas y sueños de hacía dos años a las tortuosas imágenes de la muerte de Dumbledore que no cesaban de visitarle todas las noches en sueños.
Eso y la huida de Snape.
Jamás había conocido a un ser que odiase tanto. Aquel recuerdo de su padre y Sirius martirizando y riendo de su antiguo profesor ya no le parecía tan deshonrosa y patética. Todo por lo que pudieron hacerle pasar en sus años de colegio sería una pequeña travesura infantil en comparación con lo que haría Harry si se encontraba de nuevo con él. Y deseaba aquello con todas sus fuerzas. Iba a hacer que Snape lamentase el día que traicionó a los únicos seres decentes y buenos que había conocido en su vida. La maldición Avada Kedavra sería una muerte rápida y deliciosa para Snape. Aguardaba el modo de hacerle sufrir y pagar por todo el daño que había causado.
"… tú tienes la libertad para elegir tu camino, eres libre para rechazar la profecía. En cambio Voldemort sigue otorgándole un gran valor. Él seguirá persiguiéndote, y eso garantiza que…"
Uno de nosotros acabará matando al otro, pensó por milésima vez desde que tuvo aquella esclarecedora conversación con Dumbledore.
Sabía que la venganza no era buena consejera, pero sí era su mejor aliado para tratar de matar a Voldemort y dejar de vivir con la losa de la profecía sobre sus hombros. Eso si él mismo sobrevivía. Pero antes de eso, se enfrentaría a Snape.
Ni siquiera Hermione se molestaba en aconsejarlo o disuadirle de sus planes de venganza. La muerte del director de Hogwarts a manos del profesor había provocado en ella un odio hacia Snape que sorprendía a todos los que la conocían. De hecho, Harry pensaba que su amiga solo había odiado a la profesora Trelawney y a Lavender de forma superficial. Creía que Hermione era demasiado inteligente como para dejarse llevar por algo que resultaba tan irracional como el odio. Sin embargo, aquellos eran otros tiempos y ahora parecían borrosos y mucho más felices de lo que fueron.
Tenía claro que para llegar hasta Voldemort tendría que pasar por encima de muchos mortifagos y que la idea de que Snape fuera uno de ellos, le producía uno de los pocos placeres que se permitía en semanas. Cada día que pasaba, Harry estaba convencido de que el auténtico culpable del destino que había enfrentado durante dieciséis años era Snape.
Snape había vivido durante años consumido por el odio y rencor que les tenía a James Potter, Sirius Black y Remus Lupin. Alimentándolo con el paso de los años y esperando la oportunidad para vengarse de ellos. Destruirlos. Y cuando escuchó la profecía no dudo en exponer a Harry y sus padres al peligro de tener como máximo enemigo a Voldemort. Había traicionado dos veces la confianza de Dumbledore. Todos le habían advertido al director sobre las intenciones reales de Snape y Harry era el que más empeño había puesto en ello.
Se hizo pasar por un miembro de la Orden del Fénix y con sus malas artes y espionaje consiguió que matasen al hombre que más odiaba en el mundo: Sirius Black. Incapaz de superar lo que vivió en su adolescencia, de aceptar el hecho de que todos cometían errores cuando eran jóvenes como le habían explicado a Harry el propio Sirius y Lupin, estaba seguro de que había celebrado la muerte de su padrino.
Lo que Harry nunca pudo imaginar es que asesinaría a Dumbledore. Aún sentía el pánico que vivió en la torre de astronomía como si no hubiese pasado el tiempo. Como si aquella torre se hundiera bajo sus pies, y él, inmóvil no pudiese evitarlo. Algunos días se odiaba a sí mismo por no poder hacer nada y a Dumbledore por paralizarlo aunque sabía que era el último intento que hacía en vida por protegerlo.
Porque Snape había actuado como un dementor en la sombra, robándole la felicidad cuando la encontraba. Arrebatándole todos los seres que podían protegerlo y amarlo.
Todo aquello hacia sentir a Harry peor de lo que podría haber imaginado nunca y le daba fuerzas para esperar lo que estaba seguro de que ocurriría. Una guerra. Un combate. El final de Voldemort o el suyo propio. La paz para todos los magos y muggles. El fin de un largo viaje en el que siempre rozaba la felicidad con la punta de los dedos.
Escuchó los ronquidos de Ron mientras buscó las gafas en la mesilla. Se las puso y salió de la habitación. Cerró la puerta y notó que algo le rozaba los tobillos. Se alivió al ver a Crookshanks bajar las escaleras con total tranquilidad. Se paró en la puerta de la habitación que compartían Ginny y Hermione. Las dos dormían. Sintió una punzada en el estómago. Pero no le dio mucha importancia porque llevaba sintiéndolo desde que llegó a La Madriguera con Ron y Hermione.
Lo notaba cada vez que la veía o ella le miraba. Y no acertaba a definir el modo en que ella le observaba mientras comían con toda la familia o echaba una partida a los naipes explosivos con Ron cuando ella jugaba con su micropuff Arnold. Era peor que los celos que había sentido cuando la vio durante meses con Dean Thomas. La perturbable sensación de que no solo no sería feliz sino que jamás lo podría ser junto a ella, provocaba en él una angustia sofocante que le presionaba el pecho. Ginny no le trataba mal ni dejaba entrever ningún tipo de rencor. Se limitaba a comportarse con él como con los demás. Aunque en el fondo, Harry no quería que fuese así. Cada vez que la miraba mientras ella estaba demasiado ocupada para darse cuenta de ello, odiaba aún más a Voldemort. Se sentía terriblemente solo. Sin embargo, era el único modo de mantenerla a salvo. El verla viva compensaba todo el sufrimiento que tenía por haberse separado de Ginny.
Caminó por la cocina. Sonrió al ver el reloj de la familia. El único reloj que conocía que no marcaba la hora. Todos los Weasley seguían en la misma situación, "peligro de muerte". Incluidos él y Hermione. La señora Weasley dijo quererles tanto como a sus propios hijos y que no soportaba no saber cómo estaban en cada momento. Hermione se abrazó a la madre de su amigo y lloró agradecida. Harry esbozó una sonrisa al recordar como Ron la había evitado durante todo el día porque estaba "demasiado sensible". Por suerte para Harry, sus dos mejores amigos no habían vuelto a discutir en mucho tiempo y eso le había proporcionado cierta paz.
Abrió la puerta trasera de la casa ignorando todas las precauciones y medidas de seguridad que habían adquirido desde la muerte de Dumbledore. Necesita respirar un poco de aire fresco. Se sentó en el pequeño escalón con los brazos agarrando las piernas y apoyó la barbilla en las rodillas. Cerró los ojos. Respiró hondo y trató de no pensar en nada.
- ¡Expecto!
Los abrió sobresaltado. No sabía si lo que había oído era otra pesadilla o realidad.
- ¡Expecto!
Esta vez lo escuchó mejor. Pero el grito era más débil. Aún así, reconoció su voz. Era Hermione.
Al entrar en la casa notó el frío casi helador. Corrió por la cocina y subió las escaleras de dos en dos. El corazón le palpitaba tan fuerte que sentía que se le iba a salir por el pecho.
- ¡Expecto Patronum!
La sangre le fluía tan deprisa que no era capaz de escuchar con claridad. Era como si las escaleras no tuviesen ni principio ni fin y sentía que cada vez le dolía más. Por fin llegó a la puerta que encontró abierta.
Dos dementores atacaban a Ginny y Hermione. La primera sujetaba la varita con decisión pero temblaba y había logrado que el dementor no llegase a ella con una débil luz plateada e informe. Hermione estaba tumbada en su cama y el otro dementor la sostenía con sus manos gélidas por el cuello mientras se inclinaba cada vez más sobre ella. Podía ver como su amiga palidecía a un ritmo alarmante. La estaba matando.
Sacó su varita del bolsillo trasero de su pantalón y apuntó hacia los dementores.
- ¡EXPECTO PATRONUM!
Pensaba en sus padres. La primera vez que los vio en el espejo. Como le hablaban al oído sin él entender lo que decían porque era demasiado pequeño para ello. Vio a Sirius en la cena de Navidad del año anterior. Recordó cuando le dijo que viviría con él. El día que ganaron la final de quidditch. Cada reconciliación de Ron y Hermione. Sintió los brazos de Ginny alrededor de su cuello y la primera vez que le besó.
La figura de un ciervo plateado salió de su varita. La sujeto con fuerza. Los pies clavados en el suelo y deseando que funcionase. Los dementores no tardaron ni un segundo en desaparecer por la ventana. Harry bajó el brazo y trató de relajarse. Respiraba con dificultad.
Se acercó a Hermione y la tocó la frente. Estaba helada. Buscó el pulso en su muñeca. Estaba viva. Dio gracias y corrió hasta Ginny. Esta temblaba aún más y pudo ver el miedo en sus ojos. La cogió por los hombros para que se tranquilizara. Instantáneamente ella le miró a los ojos y Harry pudo ver una lágrima que caía por su mejilla. Entonces sintió el pánico apoderándose de cada fibra de su cuerpo. Y sin pensarlo, sin planearlo, la abrazó.
No supo cuanto tiempo estuvieron así. Quizás tan solo unos segundos que parecieron años porque cuando la soltó los padres de Ron, sus hermanos y Fleur observaban horrorizados la escena. La señora Weasley bajó corriendo a buscar chocolate. El señor Weasley se acercó a su hija cuando Harry se apartó.
Harry se percató de la presencia silenciosa y aterrada de Ron. Estaba incluso más pálido que Hermione y la miraba con los ojos desorbitados. Tuvo la sensación de que Ron no había llegado con su familia. Le tocó el brazo y lo sintió absolutamente tenso.
La señora Weasley regresó al instante y besó a su hija en la frente asegurándose de que no estaba tan mal como Hermione..
- Hermione, tesoro –la llamaba la señora Weasley sujetando un gran trozo de chocolate entre las manos- toma esto, cielo, te sentará bien…
Ginny comía como una autómata un trozo que le había dado su padre.
Harry apretó el brazo de Ron y éste reaccionó por fin.
- ¿Estás bien? –preguntó Harry con tono preocupado.- Estás muy pálido.
- Eh… si, yo estoy bien, y… ¿Hermione?
- Se pondrá bien – contestó deseando que así fuera.
El padre de Ron había ordenado a sus hijos que comprobasen las medidas de seguridad mientras él examinaba la ventana de la habitación. Fleur ayudaba a Ginny. Molly tapaba con varias mantas a Hermione y la frotaba los brazos con suavidad para que entrase en calor. Harry sintió que iba a vomitar. Los nervios le habían explotado en el estómago. Echó un último vistazo a Ginny y al verla más calmada salió de la habitación.
Bajó las escaleras como si cuerpo le pesara una tonelada. Fred, George, Charlie y Bill hablaban en voz alta a su alrededor pero sus palabras no llegaban a la mente de Harry. Estaba a miles de kilómetros. Se dejó caer en un sofá y se frotó los ojos. Notó el picor en su cicatriz, como le ardía cada vez más. Supo que Voldemort estaba feliz en ese instante.
