Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen, pero aún así espero que os guste.
Despertar
Las motas de polvo relucían iluminadas por un único rayo de sol que se colaba entre las cortinas. Se movían lenta y pausadamente, en completo desorden, mientras un par de ojos verdes las observaban sin verlas desde detrás de unas gafas redondas.
Harry Potter se acababa de despertar tras un largo sueño y sentía que le dolía cada centímetro del cuerpo. En ese momento envidaba a las motas de polvo, deseando ser libre, invisible y no ser capaz de sentir ninguna clase de dolor. Seguramente las miles de personas que en ese momento aclamaban su nombre por todo el país (y muy posiblemente, por todo el mundo) se habrían quedado asombradas de que su héroe pusiera tanta atención en aquellas motas de polvo, pero en ese momento Harry se acababa de despertar, y su aún adormecida mente prefería concentrarse en detalles triviales que en los pensamientos más profundos y dolorosos que su subconsciente sabía que estaban pugnando por salir a la superficie. Pero por una vez en su vida, no había prisa de ningún tipo, pues Tom Riddle, Voldemort como él mismo se hacía llamar, había muerto al fin, y con él se estaba desmoronando todo su reinado de terror y maldad.
Los sucesos ocurridos recientemente pasaban en forma de imágenes fugaces por la mente de Harry, y él los miraba indiferente, refugiándose aún en la calma que el sueño le había ofrecido. Sabía sin necesidad de ninguna Trelawney que lo profetizara, que el día que le esperaba, así como las semanas que le seguirían, no serían fáciles, pues había mucho que hacer y mucho que sentir. Sin embargo, dentro de aquel remolino interior, había un centro de calma: por mucho que costara seguir adelante, por lo menos ahora había esperanza, y por primera vez en mucho tiempo podía ver un futuro tangible para él y para los suyos.
En la habitación (aquella en la que había pasado los 6 años más felices y más importantes de su vida) no estaba solo. Unos ronquidos de la cama de al lado le indicaban que su amigo Ron había conseguido por fin quedarse dormido. A pesar de que cuando se acostaron tanto él como Ron estaban agotados, la muerte de algunos de sus seres más queridos les había impedido conciliar el sueño durante un tiempo. Una punzada de dolor recorrió a Harry al recordar los cuerpos de Fred, Tonks, Remus, y otros muchos (demasiados). Las pérdidas que habían sufrido eran irreemplazables y difíciles de superar, y por ello Harry se obligó a pensar en cosas más positivas.
Por increíble que pareciera en un principio, tanto él como sus mejores amigos, Ron y Hermione, habían sobrevivido a la búsqueda y destrucción de los Horrocruxes, y hasta a la batalla contra Voldemort. El alivio que sentía por ello era inmenso.
Unos ruidos distrajeron su atención. Alguien subía por la escalera con pasos decididos y enérgicos. Harry cerró los ojos y fingió estar dormido. No le apetecía entablar una conversación con alguien decidido a convertirlo en su ídolo de por vida sin saber antes quién era.
Quien quiera que fuese se volvió más cauteloso al entrar en la habitación para no despertar a los allí dormidos. Harry oyó cómo alguien se dejaba caer sobre una de las camas y soltaba un profundo suspiro.
-¿Neville?
- ¡Harry! – el interpelado se incorporó sobre la cama haciendo una mueca de dolor, pues las maldiciones recibidas en la batalla le habían dejado moratones y heridas pequeñas por todo el cuerpo, y si bien durante su enfrentamiento con Voldemort no las había sentido, ahora le dolían cada vez que movía un músculo. – No sabía que estuvieras despierto. ¿Cómo te encuentras?
- Si te soy sincero, me duele todo el cuerpo. – le contestó con media sonrisa - ¿Tienes idea del tiempo que he dormido?
- Algo más de un día. Hay un montón de gente deseosa de verte, pero les hemos mantenido alejados. Ahora mismo no hay contraseñas en ninguna zona del castillo, debido a los daños sufridos, pero los miembros de la Orden los mantienen a raya.
Neville también tenía heridas (más recientes de las que le habían visto la noche en que habían vuelto a Hogwarts), y seguía custodiando la espada de Gryffindor, que la había posado a un lado de su cama. Los meses de lucha en el castillo lo habían hecho adelgazar, e incluso lo encontraba más musculoso. En esos momentos el muchacho que tenía delante se parecía tanto al Neville de primer curso que perdía a su sapo cada dos por tres como un gusarrajo a un excreguto de cola explosiva.
- Me temo que en los próximos días vamos a necesitar más de una docena de guardaespaldas para evitar a la gente que querrá hablar con nosotros.
- ¿Nosotros? Amigo, me temo que eres tú el que va a ser perseguido por sus fans durante el resto de su vida. ¿Y qué es un guardaespaldas?
- Neville... Mataste a la serpiente de Voldemort – Harry se alegró de que el nombre ya no hiciera encogerse a su amigo – delante de todos los que combatían... Sin ti no habría habido victoria. Por no hablar de los meses que has impulsado la rebelión aquí en el colegio. Me temo que si alguien va a ser perseguido vas a ser tú.
Neville se encogió de hombros, quitándole importancia.
- Me habías dicho que era importante matarla, aunque todavía no sé por qué. Cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo. Fue un acto desesperado, al verte allí tirado, aparentemente muerto...
A Harry le recorrió un escalofrío al recordar los gritos de la gente que lo había creído muerto. Neville lo miró muy serio.
- A propósito Harry, no lo vuelvas a hacer. Casi nos matas a todos del susto cuando oímos a Voldemort que te había matado y te vimos en los brazos de Hagrid.
- Lo siento Neville. Pero ellos pensaron que yo había muerto, y estaba buscando una oportunidad para matar a la serpiente. Como comprenderás, si en ese momento me hubiera levantado las cosas habrían sido muy diferentes.
- Lo sé Harry, créeme, nadie te echa en cara nada, más bien al contrario. Pero hay muchas cosas que no comprendemos. Y creo que por lo menos a Ginny deberías darle una larga una larga y detallada explicación sobre lo sucedido.
A Harry le dio un vuelco el corazón al oír su nombre.
- ¿Sabes cómo está? ¿Has hablado con ella?
- Está bien, bueno, bien dentro de lo que cabe. A todos nos costará superar las pérdidas sufridas...
Se quedaron en silencio con la mirada fija en el suelo. Fred Weasley, junto con su hermano gemelo, habían sido siempre muy queridos en el castillo. Aunque era un milagro que la familia Weasley solo hubiera perdido a un miembro durante la despiadada guerra, esa única muerte era un precio muy caro a pagar.
Observando a su compañero, Harry tomó una decisión.
- Neville... Sé que hay muchas cosas que no he explicado, en mayor parte porque no podía. Pero ahora, con la guerra acabada... Me gustaría que la gente supiera lo que realmente ocurrió, y desde luego creo que por lo menos Luna y tú, así como todos los que me habéis apoyado, os merecéis saber toda la verdad.
- Gracias Harry, te agradecería que lo hicieras. Por cierto, Hermione me ha encargado de deciros, si estabais despiertos, que estará en el Gran Comedor ayudando con los heridos.
Harry se levantó de la cama. Se fijó que en la mesita tenía un par de tostadas y un zumo de calabaza. Tomó una tostada agradeciendo mentalmente a Kreacher.
- Será mejor que baje. Seguramente hay mucho que hacer. ¿Le puedes decir a Ron dónde estamos Hermione y yo cuando despierte?
- Claro. Yo también he estado ayudando. Pero Harry, será mejor que te arregles un poco. Visto así das miedo.
El muchacho se miró en el espejo y vio a lo que se refería Neville. Tenía sangre seca por un lado de la cara, la ropa rota y sucia de sangre y tierra, y lo que antes era un pelo indomable se había convertido en una selva negra que no debía su color únicamente al cabello natural del joven.
La ducha le sentó bien. Aunque el chorro de agua le hizo escocer todas las llagas que tenía en la piel, se sintió renacer al quitarse toda la mugre de encima. Se encontró ropa limpia al lado de la cama, y tomó nota mental de bajar a las cocinas para agradecer a los elfos toda su ayuda y apoyo incondicional.
Cuando iba a salir, Neville le volvió a hablar con voz soñolienta.
- Me temo que los miembros del ministerio te atraparán nada más atravesar la puerta, Harry, no creo que te dejen hacer gran cosa.
- Lo sé. Es por eso que estoy tan agradecido a mi antepasado Ignotus por su legado.
Harry sacó la capa invisible y se la puso mientras bajaba las escaleras. La sala común estaba vacía. Aunque los mortífagos no habían conseguido llegar hasta allí arriba, había signos de la batalla: todas las ventanas estaban rotas, había quemaduras por las paredes y tres de los sillones estaban reducidos a cenizas.
Tras dudarlo un instante, Harry sacó la varita y reparó las ventanas. Sabía que aquel desastre superaba sus conocimientos sobre magia hogareña, pero limpió un poco la estancia para que la gente pudiera reunirse en esa sala y esta recuperara su uso anterior.
Por los pasillos no se encontró con mucha gente. A algunos los conocía, eran alumnos de Hogwarts, que parecían dispuestos a hacer renacer al colegio de sus cenizas. También vio magos adultos que hacían medidas, arreglaban estancias o corrían de un sitio a otro con montones de papeles en las manos. A Harry se le ocurrió que, ya que el Ministerio había estado en manos de Voldemort y sus secuaces, no era seguro comenzar a levantar el país desde allí, ¿y qué lugar mejor que Hogwarts para reorganizar a toda la comunidad mágica?
Pasó inadvertido hasta llegar al segundo piso, donde vio a una niña que llevaba un montón de libros que casi la superaba en altura. Harry la reconoció: era la niña a la que Ginny había estado consolando momentos antes de que Harry fuera al bosque a enfrentarse a su enemigo. Le alegró saber que había sobrevivido, y obedeciendo un impulso, se quitó la capa.
Al verlo aparecer de repente, la niña pegó un grito y se le cayeron todos los libros.
- ¡Tranquila! Perdona, no pretendía asustarte.
La niña no dijo nada, pero se le quedó mirando con los ojos muy abiertos.
- ¿Estás bien? – le preguntó Harry mientras le ayudaba a recoger los libros. -¿Y tu familia?
La chiquilla asintió, incapaz de hacer otra cosa.
- Me alegro. – dijo Harry, le sonrió para darle ánimos y al final consiguió arrancarle una sonrisa a la criatura. - ¿Adónde llevas todos estos libros?
- La señora Pince me pidió que los llevara a su habitación. La biblioteca casi no ha sufrido daños, pero no quiere arriesgarse. – contestó muy rápido y se sonrojó. Parecía esperar su aprobación, y Harry se sintió un poco estúpido al no saber qué decir.
- Pues qué bien. Buen trabajo. Eh, bueno, hasta luego. – y siguió su camino, tapándose de nuevo con la capa al oír a gente aproximándose. Pensó que realmente, el taparse con la capa solo retrasaría lo inevitable, pero todavía no estaba preparado para enfrentarse a una multitud. Al doblar la esquina vio que los que se acercaban eran Fudge, Kingsley y un individuo de bigote que Harry no conocía, pero que le resultaba familiar.
El ver a Fudge otra vez le produjo a Harry sentimientos encontrados: no es que le disgustara saber que había sobrevivido, pero sus acciones como ministro habían estado a punto de entregarle en bandeja el país a Voldemort, además de haberse dedicado a humillarlo durante todo su quinto curso. El antiguo Primer Ministro de la Comunidad Mágica parecía un tanto desmejorado: le veía más pálido, delgado y ojeroso, pero lo cierto es que casi todos los que había visto hasta entonces respondían a esa descripción.
Kingsley, al contrario, parecía lleno de energía y caminaba con pasos rápidos y decididos, con lo que Fudge y el otro individuo casi tenían que correr para alcanzarle. Harry se había alegrado de que le hubieran nombrado Primer Ministro, aunque fuera solo provisionalmente. No se le ocurría a nadie más adecuado para el puesto, pues Kingsley era un auror competente, perteneciente a la Orden del Fénix y amigo de Harry.
Parecían discutir algo, y el joven se acercó para escuchar.
- ... solo unos minutos, nada más, para disculparme por... – decía Fudge.
- De ninguna manera. – le cortó Kingsley. – Harry ha pasado una temporada terrible, y después de la batalla lo que más necesita es descansar. No sabemos ni la mitad de lo que ha sufrido, y estoy seguro que en estos momentos lo último que quiere es dedicar su tiempo a escuchar sus disculpas, que si me lo permite, me parece que llegan con un poco de retraso.
- Pero, yo sólo quería...
- Mire – Kingsley se paró y encaró a Fudge. – Harry no es ningún niño, y no seré yo el que tome decisiones sobre a quién debe escuchar y a quién no, pero no estoy dispuesto a encerrarlo en un despacho para que escuche lo que nadie quiera decirle, por muy importante que ese nadie se crea. Y mucho menos voy a ir a despertarlo. Harry dará la cara cuando lo considere oportuno.
El hombrecillo de bigote se aclaró la garganta.
- Si me lo permites, Ministro, puede que Potter quiera hablar conmigo. Como director del periódico con más seguidores en el mundo mágico...
Harry lo reconoció entonces. No lo había visto nunca personalmente, pero le sonaba de haber visto su cara en El Profeta, el periódico que dirigía.
- Ya les he dicho que Harry tomará las decisiones que él considere oportunas, y que no seré yo quien interceda por ustedes ante él, porque estoy muy ocupado. Si me disculpan, hay un país que reconstruir.
Harry se alejó de ellos con media sonrisa en los labios. Parecía que por fin tenían un Ministro de Magia competente y que no lo intentaría utilizar para sus propios fines.
Cuando estuvo en el vestíbulo al lado del Gran Comedor se quitó la capa y se la guardó bajo la túnica para evitar la tentación de ponérsela nada más atravesara las puertas. Sin embargo, su entrada en lo que antes era un lugar de reunión para celebrar las comidas y fiestas pasó desapercibida, pues el centenar de personas que había allí miraba con atención hacia el techo. Siete magos, entre los que se encontraban los cuatro actuales jefes de las casas de Hogwarts (McGonagall, Flitwich, Sprout y Slughorn) apuntaban al techo con sus varitas murmurando un hechizo todos juntos.
Lo que antes solía reflejar el cielo de afuera, ahora parecía una televisión mal sintonizada, pues el cielo azul aparecía y desaparecía del techo a intervalos irregulares. Al cabo de unos segundos los hechizos de los magos y brujas parecieron funcionar, pues el techo quedó como antaño, como si no hubiera nada entre la sala y el exterior. La gente del Gran Comedor aplaudió con ganas antes de continuar con sus quehaceres, y Harry aprovechó el barullo para llegar junto a Hermione, a la que había localizado atendiendo a una antigua compañera de curso, Lavender Brown.
Donde antes habían estado las cuatro grandes mesas de las casas, se encontraban desperdigadas con cierto desorden un centenar de camas con heridos. Solo una de las largas mesas permanecía en el lugar, al lado de la pared de la sala, con platos con los restos del desayuno. Al lado de cada cama había botiquines llenos de pociones y vendas. La señora Pomfrey, que parecía ilesa aunque bastante fatigada, iba de cama atendiendo a los enfermos e ignorando a la profesora Sinistra, que insistía en que se fuera a acostar un rato.
Hermione se sobresaltó cuando Harry posó su mano en el hombro.
- ¡Harry! ¡Me has asustado!
- ¡Shh! – le dijo – No hace falta que anuncies a todo el Gran Comedor que estoy aquí. – se fijó en Lavender, que tenía vendas alrededor de toda la cara y el cuello y dormía. - ¿Está bien? En la batalla me pareció ver cómo Greyback la atacaba.
Hermione suspiró mientras acababa de cambiarle las vendas a su amiga.
- Se pondrá bien, o eso dice la señora Pomfrey. Greyback la mordió, pero como no estaba trasformado no debería tener consecuencias más allá de unas cicatrices. Supongo que será como Bill. ¿Y Ron? ¿No ha bajado contigo?
La joven se sonrojó al pronunciar en nombre de su amigo, pero Harry hizo como si no lo hubiera notado.
- Aún está durmiendo. Creo que anoche le costó coger el sueño ¿Por qué están todos los heridos aquí? ¿No caben en San Mungo?
- A los más graves los han trasladado para allí, pero algunos han preferido quedarse, consideran que el castillo es más seguro. Los que están aquí van a ser trasladados en breves. No sé si te habrás enterado, pero Hogwarts se ha convertido en una especie de base... hasta que el Ministerio pueda ser utilizado de nuevo.
- Me lo imaginé. Vi a Kingsley perseguido por Fudge y el director del profeta.
Hermione resopló enfadada.
- Sí, yo también he visto a Fudge. Tuvo la cara de venir a hablar conmigo y pedirme que le pusiera en contacto contigo. Creo que quiere disculparse, pero lo mandé a paseo.
- No esperaba menos de ti – sonrió Harry. Luego se puso serio – Neville me ha dicho que te encontraría aquí. ¿Cómo estás? ¿Has dormido bien?
Ella se encogió de hombros. Aunque estaba algo pálida y ojerosa, ella también parecía encontrarse mejor después de una noche de sueño y una ducha.
- Más o menos. Supongo que lo mejor que he podido dadas las circunstancias. Dormí con Ginny, y cuando nos levantamos conseguimos convencer a Molly para que se acostara un rato. No se quería separar de... bueno, de Fred. – ambos intercambiaron una mirada de tristeza. – A los... a los caídos los han trasladado a las cámaras que están al lado del vestíbulo, para que sus familiares pudieran llorarles. Yo vine aquí a ayudar en lo que pudiera.
- ¿Sabes dónde está? Vayamos a verlo.
Hermione asintió y le precedió fuera del comedor. Harry apuró el paso cuando se dio cuenta que los que tenía alrededor empezaban a mirarle y a señalarle.
- Oí que habían puesto el cuerpo de Voldemort en una de estas cámaras, ¿sigue por aquí? – preguntó Harry mientras pasaban al lado de diversas habitaciones, algunas de las cuales tenían la puerta abierta y se podía ver gente llorando a sus familiares.
- No, la Orden se lo ha llevado a otro lugar hasta que se decida qué hacer con él. No se le podía tener bajo el mismo techo que sus víctimas, y además, Kingsley temió que se produjera algún altercado. Aquí es.
Se detuvo ante la puerta de una de las habitaciones, picó y entró. La sala estaba débilmente iluminada por unas velas. Anteriormente se había usado como aula, pero ahora los pupitres estaban arrinconados contra la pared. Tres cuerpos estaban tendidos sobre unas mesas, cubiertos por sábanas. Alguien había escrito apresuradamente en letras mayúsculas el nombre de cada cuerpo en un pergamino. El de Fred Weasley era el más cercano a los pupitres, donde se encontraba George, sentado sobre uno, con las piernas cruzadas y recostado en la pared. A un lado se encontraba Angelina Johnson, antigua capitana de quiditch de Gryffindor, y al otro Charlie, el segundo hijo del matrimonio Weasley. Estaban en silencio cuando Harry y Hermione entraron, y Angelina y Charlie les saludaron con un gesto de la cabeza. George en cambio no se movió. A Harry le dio la impresión que llevaba en esa postura, con la mirada fija en su gemelo, toda la noche.
- Harry, Hermione – dijo Charlie.
- George, Charlie, yo... lo siento mucho – dijo Harry. Aunque sabía que nadie le culpaba, una parte de él se sentía responsable de las muertes ocurridas durante la batalla. Voldemort había atacado el castillo buscándolo a él...
- No hace falta que digas nada, Harry, ya lo sabemos. – Harry estrechó su mano cuando se la tendió. George siguió en la misma postura, pero cuando Harry le miró a los ojos, asintió con la cabeza. Las palabras sobraban.
- Angelina – dijo Hermione – este de aquí es...
Se había acercado al primero de los cadáveres, donde ponía Alexander Johnson.
- Sí, es mi hermano. – dijo la joven. Ella tampoco tenía mucho mejor aspecto que George. – No creo que lo conocierais, era unos años mayor que yo.
- Lo siento – dijo Hermione, y la abrazó.
Harry casi no se atrevía a mirar el nombre del tercer cuerpo de la sala. Éste último era más pequeño que los anteriores, y aunque ya sabía que Colin había muerto, Harry sintió una oleada de dolor al recordar al chico impaciente e hiperactivo que le había perseguido durante todo su segundo curso. A los pies del cuerpo vio unas flores y sobre él vio una moneda de oro que relucía. Al acercarse la reconoció: era uno de los galeones que Hermione había encantado para los miembros del Ejército de Dumbledore.
- El de Fred está aquí – dijo George con voz ronca.
Harry se volvio para mirarlo. George había metido la mano en la túnica y había sacado un galeón similar al que se encontraba sobre el cuerpo de Colin.
- Pónselo. Que todos sepan que Fred Weasley luchó y murió con valor.
Todos observaron como Harry colocaba solemnemente la moneda encima del cuerpo. A Harry le temblaron las manos. Había sido él quien había formado el grupo de defensa hacía dos años, y no podía evitar que pensamientos como "si no fuera por mi, Fred no estaría muerto, así como muchos otros" se colaran en su mente. De repente sintió la necesidad urgente de escapar de la habitación. Sabía que si decía en voz alta sus pensamientos enseguida intentarían reconfortarle negando su culpa, pero sabía que lo único que podía aliviar esa sensación de angustia que le recorría por dentro era el paso del tiempo.
- ¿Alguien sabe dónde están Remus y Tonks? – preguntó casi en un susurro.
- Yo – dijo Hermione. Harry se dio cuenta de que seguía abrazada a Angelina y que las dos tenían los ojos enrojecidos. – Están dos puertas más allá. ¿Quieres que te...?
- No hace falta. Vuelvo enseguida.
Se escapó de aquella atmósfera pesada con alivio. Necesitaba unos minutos a solas. Creía que encontraría los cuerpos de Remus y Tonks sin compañía, y mientras se dirigía hacia donde le había indicado su amiga oyó una voz suave que cantaba. Entró sin hacer ruido en la habitación.
Una mujer de pelo castaño claro ya mayor cantaba una nana sin palabras mientras acunaba entre sus brazos a un bebé. No se inmutó al percatarse de la presencia del joven a su lado, sino que siguió cantando.
Si Harry había tenido ganas de llorar antes, ahora le estaba costando un verdadero esfuerzo contener las lágrimas. Andrómeda Tonks se mantenía serena en su canto. El bebé que tenía en brazos tenía el cabello color miel en esos momentos, y dormía apaciblemente, ajeno a las desgracias ocurridas a su alrededor. Mirando a ese niño, Harry tomó la firme decisión de no dejar que esa criatura creciera sola, y que tuviera la infancia que no había podido tener él. Sabía por propia experiencia que crecer sin padres no era fácil, pero él sería el padrino que Sirius nunca pudo ser para él.
- ¿Puedo cogerlo en brazos? – preguntó cuando la abuela del pequeño Ted Lupin terminó su canción. Ésta se lo pasó sin decir nada.
Harry nunca había tenido antes un bebé en brazos, y era la criatura más frágil e inocente que jamás había visto. Con infinito cuidado, lo acunó, sintiéndose torpe e inexperto.
- Sujétale bien la cabeza. Aún es demasiado pequeño y no puede mantenerla bien erguida. Y si lo coges así estarás más cómodo. – le indicó Andrómeda corrigiéndole la postura.
Estuvieron los dos un rato callados, con la mirada en la criatura, pero conscientes a su vez de los dos cuerpos que yacían a su lado.
- ¿Qué va a ser de ellos? – preguntó Harry, al principio por romper el silencio, y luego dándose cuenta de que era una pregunta importante.
- Se está planeando un funeral por todas las víctimas caídas durante la batalla aquí, en Hogwarts, dentro de dos días. Creo que mi hija y su marido lo habrían querido así, de forma que me quedaré aquí hasta entonces.
Harry asintió con la cabeza. De pronto, el pequeño Teddy abrió unos ojos muy parecidos a los de su padre, y miró con seriedad a su padrino. Harry hizo una mueca y el bebé sonrió.
- Señora Tonks yo...
- Llámame Andrómeda, Harry.
- Andrómeda, me gustaría poder cuidar de Ted de vez en cuando.
Andrómeda sonrió.
- Claro, Harry. Sé que ahora tendrás muchas cosas por hacer, pero no pienso dejar que olvides que tienes un ahijado.
- No podría olvidarlo.
El niño parecía contento en los brazos del joven. Hacía gorgoritos y sonreía, totalmente hipnotizado por las muecas que le ponía su padrino. De repente, su pelo se volvió completamente negro. Los ojos sin embargo, siguieron de aquel tono castaño dorado.
- ¿No cambia el color de sus ojos?
- No. – respondió Andrómeda – Remus tenía la teoría de que era debido a la sangre de hombre lobo, que podía interferir con sus habilidades metamorfomagas, pero no hemos descubierto aun ninguna particularidad más.
Entonces el niño empezó a retorcerse y a lloriquear un poco. Harry lo miró sin saber muy bien cómo actuar y su abuela se lo quitó de los brazos.
- Tiene hambre. ¿Quieres darle de comer?
Harry suspiró, la idea le tentaba.
- En otro momento. Ahora debería volver, me estarán esperando.
Andrómeda asintió y salió de la habitación sin decir nada. Harry se quedó un momento observando los cuerpos cubiertos de los padres de su ahijado.
- Cuidaré de él, os lo prometo. – susurró. Luego dio la vuelta y salió.
De vuelta a la clase donde estaba Fred, se encontró a un grupo de gente saliendo de ella. Por un momento tuvo la sensación de que se encontraba en un entrenamiento de quiditch, porque se vio rodeado por sus antiguos compañeros de equipo: Katie Bell y Alicia Spinett le dieron un beso y un abrazo cada una, y Wood le dio una fuerte palmada en la espalda.
Pero alguien más había captado toda su atención. Ginny Weasley lo miraba con sus ojos color chocolate fijamente y sin pestañear. El corazón de Harry latió más deprisa y le pareció que de repente hacía mucho calor.
- Hola chicos, me alegra ver que estáis bien. Ay, Oliver, cuidado, tengo moratones por toda la espalda.
- Ya nos conoces, no íbamos a dejar que algo como una guerra nos impidiera seguir jugando al quidditch.
Dicho por otra persona, aquel comentario podía haber sonado totalmente fuera de lugar, e incluso de mal gusto, pero todos conocían la obsesión que tenía el ex-capitán del equipo y rieron. Charlaron un rato sobre cosas sin importancia, intentando que el ambiente se mantuviera relajado. George también había salido con ellos y no participaba en la conversación, pero cuando sugirieron ir hacia los jardines para ayudar en lo que pudieran (y de paso comprobar que el estadio de quidditch también se arreglaba, como dijo Oliver entusiasmado) se apuntó a ir con ellos.
Angelina también se marchó, con Katie y Alicia a su lado. Oliver se despidió de todos los presentes, y Harry no pudo evitar un nudo de celos irracionales en el estómago cuando lo vio darle un abrazo a Ginny. Decidió que la charla que tendría con ella debía tenerla lo más pronto posible.
Cuando Angelina, Katie, Alicia, Oliver y George se hubieron ido, Charlie también se escabulló murmurando algo, y Hermione se quedó a un lado, pues Harry y Ginny se habían quedado uno enfrente del otro mirándose intensamente.
- Ginny, yo...
¡PLAF! La menor de los Weasley casi le tiró las gafas al suelo de una torta. A continuación empezó a gritarle hablando muy rápido y de vez en cuando golpeándolo en el pecho con los puños para darle más énfasis a lo que decía.
- ¿Cómo te atreves a hacerte el muerto delante de todo el colegio? ¿Sabes el susto que nos has dado a todos? Te estábamos buscando por todo el castillo muertos de preocupación porque no te encontrábamos y pensábamos que planeabas hacer alguna tontería, y de repente oímos a ese mal nacido diciendo que te había matado y... ¿Sabes lo que fue verte ahí... entre los brazos de Hagrid? ¿Tienes la más mínima idea de lo que fue para nosotros...?
La pelirroja siguió con su perorata incansable. Harry estaba azorado y aterrorizado, pero al mismo tiempo no podía dejar de notar lo guapa que estaba Ginny con el pelo ligeramente alborotado, el ceño fruncido y los ojos acuosos pero sin dejar caer ni una sola lágrima. Sin pensar, la atrajo hacia sí y la abrazó. Las protestas de Ginny callaron al instante, y le devolvió el abrazo con desesperación.
- Perdóname. – susurró Harry en su oído.
Ella se apartó lo justo para poder mirarle a los ojos.
- No lo vuelvas a hacer, Harry James Potter, o te juro que...
Harry la silenció con un beso. En ese momento, sintió que el cansancio, el dolor y la tristeza se apagaban, pues la sensación que ese beso le provocó le atravesó como un relámpago todo el cuerpo. En ese momento, sintió más que nunca que estaba vivo, y que todo lo sufrido había valido la pena. Los labios de Ginny besaron los suyos con la misma desesperación y necesidad.
- Bueno, he de reconocer que te lo merecías, hermano.
Harry sonrió para sí al separase de Ginny y mirar a su amigo: Ron no sería Ron si no les interrumpiera en un momento como ese.
Un recién duchado Ron, con el pelo aun húmedo se acercó a Hermione y le cogió tímidamente de la mano. Hermione sonrió y sus mejillas enrojecieron ligeramente.
- ¿Me he perdido alg...? – dijo Ginny observando todo eso con media sonrisa.
- Me refería a los gritos y a los golpes, por supuesto. Y yo mismo te daría una paliza por el susto que nos diste al hacernos creer a todos que te habían matado, pero me duele todo el cuerpo y me parece que mi hermana lo estaba haciendo bastante bien. En cuanto a lo…demás... creo que tenéis una charla pendiente, o algo así ¿no? Hermione, me parece que será mejor que nos vayamos. Tengo la sensación de que te has olvidado de desayunar y podíamos hacerlo juntos.
A Ron se le pusieron las orejas coloradas al decir eso último, y Hermione le siguió por el corredor, aun tomados de las manos, radiante.
- ¿Sabes qué? Si hace un año me dices que mi hermano iba a decir y a hacer lo que acabo de ver, no te habría creído.
Harry rió mientras comenzaban a caminar, sin decidir a dónde pero dirigiéndose inconscientemente a los jardines donde habían pasado tanto tiempo juntos.
- Supongo que habrá madurado ¿no? Creo que todos nos hemos visto obligado a hacerlo.
- ¿Mi hermano Ron, madurar? ¿Estamos hablando de la misma persona?
Mientras hablaban y reían, Harry se sentía flotar. Era tan fácil estar y hablar con ella, que parecía que no había pasado el tiempo desde la última vez que se habían escabullido de sus tareas en el castillo para pasar un rato a solas.
Una vez al aire libre, se pararon un momento para observar el panorama desde lo alto de las escaleras: terreno removido, pedazos de rocas por todas partes, césped chamuscado aquí sí y allí también, cristales rotos y hasta restos de sangre. Desde allí podían ver a cientos de personas ocupadas en alguna tarea, o simplemente familias reunidas consolándose mutuamente. Cerca del lago unos magos del ministerio preparaban una tarima y cientos de sillas para el funeral según lo que pudo ver Harry.
- Seguramente en cuanto la gente nos vea querrá hablar con nosotros de alguna cosa – dijo Harry apesadumbrado.
- Es inevitable. – suspiró Ginny, que parecía estar pensando en lo mismo que él.
- Bueno... pero se puede retrasar un poco, ¿no? Creo que tenemos, como ha dicho Ron, una charla pendiente.
Harry sacó la capa y se cubrieron con ella. Ginny caminó bajo la capa abrazada a él tras darle un beso en la mejilla.
En aquellos lejanos y soleados días de paseos por los jardines habían encontrado un recóndito lugar entre unos viejos arcos y unos arbustos al otro lado del lago. Allí se quitaron la capa y se sentaron sobre la hierba, que había salido impune de la batalla. Ginny cogió una margarita y la hizo girar entre sus dedos.
- Supongo que tendrás alguna razón por la cual no deba seguir gritándote durante el resto de tu vida.
Harry cogió otra margarita y se la puso a Ginny detrás de la oreja.
- Espero que sí. Pero para ello debo empezar por contártelo todo.
- ¿Todo?
- Sí. Hasta ahora Ron y Hermione son los únicos que saben lo que te voy a contar. Antes había razones para no decírselo a nadie más, pero ahora ya no hay peligro.
- ¿Peligro de qué? ¿De que me uniera a vosotros en vuestra loca aventura? Harry, sé que lo hiciste para protegerme, pero ¿se te ha ocurrido pensar en cómo te habrías sentido tú si yo me hubiera largado a destruir a Voldemort y no diera señales de vida más que saliendo en los periódicos? Entrando en el ministerio, atracando Gringotts...
Harry le puso un dedo en los labios para evitar que se pusiera a gritarle de nuevo. Más que nada, para evitar que su escondite dejara de ser secreto.
- No era a ti a quien Voldemort buscaba. No podía dejar en otros la responsabilidad que era solo mía.
- ¿Solo tuya? Harry, eso no es cierto. Todas esas tonterías de El Profeta sobre que eres el Elegido...
- Soy el Elegido, Ginny. La profecía que se rompió en el ministerio, la que buscaban los mortífagos, lo decía.
- Pensé que su contenido se había perdido. Todos lo pensamos.
- Al principio también se lo oculté a Ron y a Hermione, pero luego Dumbledore me hizo ver que no podía encerrarme en mí mismo...
- ¡Dumbledore! Pero, aun así... ¿Por qué no me lo dijiste a mí también?
Ginny lo taladraba con la mirada.
- Por que no quería ponerte más en peligro de lo que ya estabas por ser mi novia.
- No me habrías puesto en más peligro que a Ron y a Hermione. ¿Creías que yo no te podría ayudar? ¿Qué conmigo no podrías haberlo vencido?
- No, Ginny, es al revés. Sin ti no podría haberlo vencido. Pero si te hubiera pasado algo yo...
Ginny lo miraba, aún no muy convencida.
- ¿Por qué no me dejas contártelo? Ya me seguirás riñendo después.
Ginny se cruzó de brazos y le sacó la lengua.
- Adelante. Te escucho.
Harry suspiró, abrazó a la pelirroja por detrás e hizo que se recostara contra él. Empezó a hablar. Para no dejarse nada, comenzó desde su primer año en Hogwarts, aunque estaba seguro de que muchas de las cosas que iba a contar ella ya las sabría. Le habló de las cartas que llegaban por docenas y que no era capaz de leer, del gigante que le reveló quién era, de cómo conoció a su hermano y comenzaron su amistad. Incluso le dijo que el sombrero seleccionador se había planteado mandarlo a Slytherin, detalle que nunca había mencionado a sus mejores amigos. No entró en detalles sobre el quidditch, aunque sí le contó las sospechas sobre Snape, el perro de tres cabezas y su intento de evitar que Voldemort consiguiera la piedra filosofal. Sin detenerse, pasó a su segundo año. No quiso extenderse demasiado, pues había sido una poseída Ginny quien había abierto la Cámara de los Secretos y no le traían buenos recuerdos, pero le contó todo acerca de Dobby, de cómo fueron siguiendo pistas él, Ron y Hermione, cómo averiguaron dónde estaba la Cámara y su lucha con el recuerdo de Tom Ryddle. Mencionó su charla con Dumbledore posterior a aquel encuentro, y en cómo había liberado a Dobby del causante de todo aquel horror.
Hablar de cómo se enteró de la inocencia de su padrino y de los cuatro merodeadores no le resultó tan difícil como temía, pues recordaba vívidamente sus espectros (o lo que fuera que hubiera visto) el día de la batalla, y ellos le habían dado algo de serenidad.
Resumió lo ocurrido durante la final de quidditch, las pruebas del Torneo de los Tres Magos y cómo las consiguió superar, revivió de nuevo lo ocurrido en el cementerio y cómo había escapado una vez más de Voldemort.
A partir de quinto curso hizo especial hincapié en las visiones que tenía de su enemigo. Ginny no decía nada, pero cuando escuchó la conversación con Dumbledore tras la lucha en el ministerio le apretaba tanto la mano que Harry sentía que la dejaba sin circulación.
Permaneció en silencio cuando le contó todo acerca de los Horrocruxes. La incursión en la cueva, la muerte de Dumbledore... su decisión de acabar el trabajo... Como vio que la pelirroja no ponía peros a sus razones por dejarla el curso pasado, siguió contándole lo ocurrido ese año. De tanto hablar tenía la voz algo ronca.
El viaje a la Madriguera desde Private Drive... su huída de la boda... su refugio en la casa de los Black y de cómo habían entablado amistad con Kreacher... su incursión en el Ministerio...
No quiso entrar en detalles sobre su discusión con Ron y en cómo éste se había marchado, ya que era algo entre su amigo y él, pero le dijo cómo había seguido sus pasos por Hogwarts mediante el mapa del merodeador, y cómo se habían enterado de su intento de robo de la espada (falsa) de Gryffindor.
Su visita a Godric Hollow, el ataque de la serpiente, la cierva plateada, el regreso de Ron, la visita al señor Lovegood, su casi fatal rapto en la Mansión Malfoy... Los sucesos se veían claros en la mente de Harry, como si acabaran de ocurrir. El contárselo todo a Ginny le hacía sentir que se quitaba un peso de encima. Hasta entonces no se había dado cuenta de lo mucho que había necesitado compartirlo todo con ella. La única razón que se le ocurría a Harry por la que Ginny aún no le había interrumpido era porque quería oír su versión de lo ocurrido durante la batalla.
Así pues, le contó cómo se habían hecho con la copa de Hufflepuff, cómo habían sido ayudados por el hermano de Dumbledore una vez más, cómo habían entrado en Hogwarts y se habían encontrado a media escuela dispuesta a rebelarse, cómo había encontrado el penúltimo Horrocrux mientras se preparaban para pelear... Notó cómo se estremecía cuando mencionó la muerte de Fred. A medida que narraba su incursión en la Casa de los Gritos, la muerte de Snape y lo que vio en el pensadero, la mirada de Ginny se ensombrecía.
- Y no se te ocurrió otra cosa que ir directo a los brazos de Voldemort, supongo. ¿No?
La joven se levantó con fiereza y lo escrutó con la mirada, con los brazos en jarras.
- Sigue.
Intentó no darle demasiada importancia a que hubiera ido directo a enfrentarse a su muerte, aunque las manos de Ginny temblaban. Cuando dijo que se había presentado ante los mortífagos y Voldemort sin defenderse, le pareció que la pelirroja quería darle otra torta, pero en su lugar se puso a pasear de un lado a otro del césped.
La conversación con Dumbledore en aquel limbo era tan increíble que incluso a Harry le sonaba extraña a medida que la relataba. Ginny respiró hondo cuando dijo que se había despertado de nuevo en el claro del bosque.
La procesión victoriosa de los mortífagos... El desafío de Neville y la destrucción del último Horrocrux... Ella había estado en el comedor cuando se enfrentó finalmente a Voldemort, pero aun así él lo volvió a relatar, sabiendo que ahora Ginny comprendería todo lo que le había dicho a Voldemort.
Al acabar su relato, Ginny estaba de espaldas a él, y no decía nada. Se levantó y le cogió una de sus pequeñas manos, que parecían encajar tan bien con las suyas.
- ¿Lo entiendes? ¿Entiendes ahora por qué hice lo que hice y mis razones para hacerlo?
- Harry, yo... – la voz de Ginny se rompió. Una única lágrima se deslizó por una mejilla.
- Cuando me enfrenté a Voldemort dispuesto a morir, pensé en ti. Quise tener otra oportunidad para despedirme, pero si la hubiera tenido no creo que hubiera sido capaz de abandonarte. Hace un año te dije que lo nuestro no podía ser, pero ahora, por primera vez en mi vida, estoy seguro de algo, y es que tengo un futuro por delante, y que ya no tengo miedo a compartirlo contigo.
Ginny alzó una mano y le acarició la mejilla. Permanecieron así unos instantes, y luego, sus cabezas se acercaron lentamente y se fundieron en un beso que lo dijo todo por ellos. Nunca supieron cuanto tiempo permanecieron así, pues el mundo a su alrededor había desaparecido, y no apareció ningún hermano inoportuno para interrumpirles.
La mano de Hermione, aunque pequeña, era cálida. En comparación, la suya propia le parecía grande y áspera, llena de pequeñas cicatrices. Sin embargo, eso a ella no le parecía importar, ya que le devolvía el apretón. Era increíble lo que le hacía sentir simplemente por estar cogidos de la mano.
- Si me hubieras dicho hace un par de años que ibas a dejar, e incluso animar a alguien a irse con tu hermana, seguramente no te habría creído – le dijo ella con una pequeña sonrisa.
- Oh, esto ha sido un pequeño premio por haber salvado a toda la comunidad mágica, pero no te preocupes, no durará mucho. Puedo ir a interrumpirles otra vez si quieres.
Bromeaban. Y era tan fácil. Era fácil ser optimista a su lado, en sus ojos veía la esperanza que alguna vez creyó perdida. Ahora esa sonrisa traviesa, ese brillo en sus ojos castaños y ese empujón juguetón le hacían querer compartir esa esperanza pese al dolor.
El Gran Comedor seguía lleno de agitación, pero varias camas habían desaparecido (supusieron que habían sido trasladados a San Mungo). En su lugar, habían instalado unos biombos, y varios magos y brujas con el uniforme de San Mungo andaban atareados de un lado al otro.
- Vaya, parece que por fin han llegado. – dijo Hermione. Ante la mirada interrogante de Ron, se lo explicó. – Antes oí a Kingsley decir que iban a venir varios medimagos para hacer un reconocimiento a todos los participantes en la batalla.
- ¿Pero no se han atendido ya a todos los heridos?
- Sí, claro, pero solo a los que necesitaban atención médica urgente. Oí que ayer por la noche un vecino de Hosmeade se desplomó de pronto cuando un minuto antes estaba perfectamente. Al parecer, tenía una herida interna, y casi le cuesta la vida. Por eso mismo nos van a hacer a todos un chequeo para asegurarse de que no vuelva a pasar nada semejante.
Justo estaba acabando de decir eso, cuando una mujer joven de pelo negro rizado con el uniforme de San Mungo se les acercó con pasos decididos.
- ¿Ron Weasley y Hermione Granger, no es así? – les preguntó. Sin esperar una respuesta, continuó – Ninguno de los dos habéis pasado el chequeo, venid por aquí por favor, solo serán unos minutos.
Aunque se encontraba perfectamente (quitando algún moretón y heridas superficiales), Ron no se atrevió a desobedecerla. Esa mujer transmitía una gran energía y respeto, y en cierta medida le recordó a la profesora McGonagall.
Los condujo a los dos detrás de los biombos, que estaban a su vez divididos por cortinas. La señora Pomfrey salía de detrás de unas cortinas con cara de tristeza.
- Acabo de revisar a Dennis Creveey. Está ileso, pero agotado emocionalmente. Le he dado una poción para dormir. Sin embargo, no creo que sea prudente trasladarlo a San Mungo. Aquí por lo menos estará rodeado de amigos y caras conocidas.
La medimaga asintió.
- Puede quedarse aquí mientras adecentan las habitaciones en las cuatro casas. Sus padres están en camino, pero aún tardarán un poco, pues son muggles y hay que hechizarles para que puedan ver el castillo. Hasta entonces, un amigo cercano suyo debería hacerle compañía, por si se despierta.
- Me encargaré de ello.
- Oh no, querida Poppy. Ya te he dicho que debes tomarte un descanso por lo menos veinte veces, ¡menudo ejemplo estás dando! Si no te tumbas a dormir las veinte horas de sueño que como mínimo necesitas, yo misma te hechizaré y te ataré a una cama.
Ron y Hermione cruzaron una mirada sorprendidos. ¿Quién era esa medimaga? Conocían bien a la señora Pomfrey y su carácter (por todas las veces que habían estado en la enfermería a su cuidado o yendo a visitar a Harry), y nunca habían visto a nadie, exceptuando tal vez a Dumbledore, dándole órdenes.
La señora Pomfrey suspiró.
- Está bien, Helena, me acostaré, pero prométeme que me despertarás si necesitas ayuda.
- Los heridos de más gravedad ya están en San Mungo y tengo a media docena de medimagos bajo mi mando, nos las apañaremos. Ve y descansa.
La señora Pomfrey suspiró derrotada y salió de la estancia. Helena tomó unos papeles y anotó algo rápidamente antes de volverse de nuevo hacia ellos.
- Veamos, Ron, he hablado con tu padre antes y me ha dicho que no tienes ninguna enfermedad hereditaria, ni alergias, ni esa tontería del spagoretti que no sé de dónde te la habrás inventado, porque no había oído en mi vida nada semejante. Así que solo tenemos que preocuparnos por lo que te haya sucedido durante la batalla. Ven aquí y quítate la camisa.
Ron no pudo evitar ponerse colorado al desprenderse de su camisa, pues Hermione se había quedado mirando fijamente las heridas que le cruzaban el torso. Helena le tomó el pulso, la temperatura, y luego fue palpando con cuidado cada herida y moratón, agitando de vez en cuando la varita. El pelirrojo no pudo evitar quejarse cuando le tocó una zona especialmente afectada.
- Esto ha sido un Avada Kedavra. Te ha pasado rozando y no tendrá mayores consecuencias, pero será mejor que te ponga un cataplasma. También veo que has sufrido una despartición en los dedos, te daré una poción para ello. Por lo demás estarás bien. De todas formas, si sientes algún malestar o mareo, no dudes en venir a verme. Ahora dame un minuto para atender a tu amiga, enseguida te preparo el cataplasma.
Hermione, que se había puesto pálida al oír lo de la maldición asesina, siguió a la medimaga al interior de uno de los cubículos, que cerró con cortinas para darle intimidad.
Desde fuera Ron adivinaba sus siluetas y vio cómo la examinaba del mismo modo que le había examinado a él. Después de unos minutos, Helena salió y se puso a buscar unas pociones de entre unas estanterías.
- Hermione, tienes signos de estrés. Necesitas descansar, aún no te has recuperado del todo de las maldiciones cruciatus. Te voy a dar una poción revitalizante porque sé que no me vas a hacer caso si te mando a la cama, pero no quiero que realices ningún esfuerzo. Bien, ahora Ron, ven y túmbate aquí, voy a ponerte un cataplasma.
Ron siguió sus instrucciones. La rizosa medimaga le extendió una crema por el pecho y luego se lo vendó con manos expertas.
- Perdona pero, ¿quién eres y de qué nos conoces? – le preguntó.
Helena le miró un momento y rió.
- ¿Quién no os conoce?
Al instante Ron se sintió un poco estúpido. Notó cómo se le ponían rojas las orejas. Era obvio que las acciones que habían llevado a cabo últimamente no habían contribuido precisamente a conservar su anonimato ante la comunidad mágica.
- Me llamo Helena Santamaría Blanco. También pertenezco a la Orden, solo que me uní a ella en el transcurso del último año, quizá por eso no me conozcáis.
- ¿Santamaría Blanco? – repitió Hermione. - ¿Es usted la famosa medimaga española que recibió ...?
- Oh, bueno, me han dado algunos premios allá de donde vengo, pero...
- ¿Algunos premios? ¡Es una de las medimagas más galardonadas de los últimos diez años! Pero no sabía que se hubiese mudado a Inglaterra. Y me extraña, por cómo están aquí las cosa.
- Bueno, tengo amigos aquí, cuando iba al colegio vine de intercambio un par de veces. Estos últimos años me dio la sensación de que se me necesitaba más aquí que en España, así que vine. Kings me ha hablado muy bien de vosotros. Y esto ya está.
Ron se incorporó palpándose la venda con suavidad. Los dolores de esa zona le habían desaparecido casi por completo.
- Mola. Gracias.
- Ya podéis iros. Ah, y cuando veáis a Harry, decidle que se pase por aquí. Nadie consigue escapar de la muerte tantas veces sin sufrir alguna herida.
- Se lo diremos – prometieron.
- Y recuerda, nada de esfuerzos.
Se despidieron de la bruja y Ron condujo a Hermione hacia la mesa con comida.
- Ron, lo cierto es que no tengo nada de hambre.
- Tienes que recobrar fuerzas, ya has oído a Helena, y eso incluye no saltarse ninguna de las seis comidas diarias.
- ¿Seis?- replicó ella divertida. – No sabía que fueran tantas.
- Para un Weasley seis es lo mínimo. Así que venga.
Le llenó un plato y le alcanzó un vaso con zumo de calabaza. Hermione no replicó y empezó a comer con una sonrisa en los labios.
Una bola gris llego dando botes por el aire dando chillidos de excitación.
- ¿Pig? ¡Vaya! ¿Qué haces aquí?
Ron cogió su lechuza con cuidado, sintiendo ganas soltar una carcajada al ver el entusiasmo de ella por reencontrarse con su dueño.
- La trajimos con nosotros. Papá, Percy y yo Fuimos a La Madriguera esta mañana para asegurarnos de que todo seguía en su sitio y coger un par de cosas. Estaba un poco harta de estar encerrada, así que es probable que no te deje en paz en todo el día.
Bill se había sentado a su lado y comenzado a servir comida en su plato.
- Oh. No sabía que teníais pensado ir hoy.
- Necesitábamos coger ropa, ya sabes, tenemos pensado quedarnos todos aquí en Hogwarts hasta el funeral.
La palabra funeral les produjo a todos un escalofrío. Por un momento nadie dijo nada, se limitaron a comer en silencio.
- ¿Dónde está Fleur? – preguntó Hermione.
- Se fue a dormir con mi madre. No se ha separado apenas de ella, y fue quien consiguió convencerla de que se fuera a descansar. Es curioso pensar lo poco que le gustó Fleur a mamá cuando se conocieron y lo compenetradas que parecen estar ahora.
Siguieron comiendo tranquilamente, hablando de vez en cuando y saludando a magos y brujas que pasaban a saludarles. Un rato más tarde oyeron un gran tumulto en el vestíbulo.
-¡Allí está, es él! – gritó alguien.
Una docena de personas irrumpieron en el Gran Comedor. La mayoría eran periodistas, unos con grandes rollos de pergaminos en la mano, y otros con cámaras de fotos. En medio de todo el revuelo avanzaban Harry y Ginny.
-Fin Capítulo 1-
¡Buenos días/tardes/noches (según a qué hora leáis esto) queridos lectores!
Si sois de esos que consideráis los comentarios de los autores son aburridos, sabed que es mi intención continuar este fic en algún momento. ¿Cuándo? No estoy segura. Pero ya tengo algunas cosas más escritas, solo es cuestión de pulirlas un poco y conectarlas entre sí. Ya está, ¡ya podéis dejar de leer!
A los demás, espero sinceramente que os haya gustado. Estoy segura de que a muchos de vosotros os pasa como a mí, que os habría gustado que en el último libro se detallara un poco más qué ocurre después de la batalla. Por eso empecé a inventarme situaciones, y poco a poco se formó una idea en mi mente. He leído unos cuantos fanfics (tanto de este tema como de otros) y me ha parecido que siempre aparecían una y otra vez los mismos personajes. Es perfectamente normal, los personajes principales son los más importantes. Pero me gustaba la idea de ver qué pasaba con ciertos personajes secundarios, e incluso terciarios, así que he intentado añadir algunos encuentros aleatorios.
He intentado, en un primer momento, seguir la esencia de los libros. Pero, si consigo seguir adelante con esto, ocurrirán cosas que sé que Rowling no habría escrito. Umm, esto suena un poco ¿arrogante? por mi parte. No quiero decir que me crea capaz de seguir el hilo de la historia como lo haría nuestra queridísima e ilustre J. K. Rowling (¡qué blasfemia!), simplemente que intentaré que ningún personaje haga algo fuera de su personalidad.
Por último, un pequeño avance de lo que pasará en este fic, por si os gusta, para que no lo perdáis de vista:
-Personajes que aparecerán (aunque sea brevemente): Rita Skeeter, las Arpías de HolyHead, una antigua amiga del colegio de Lily Potter, algún centauro y muchos más...
-Cosas que ocurrirán: Harry contará su historia a las autoridades mágicas, un funeral multitudinario, un partido de quidditch para recaudar fondos, la aparición de un familiar inesperado, y la vuelta desde la muerte de un personaje querido (para saber quién...¡seguid leyendo1)...
-Cosas que no ocurrirán: un Dramione (¡jamás! aunque he leído algún fic que no estaba nada mal, esos dos personajes no me pegan para nada), un hijo de Harry y Ginny queda en Slytherin (en particular Albus... aunque sí, es un giro inesperado el que un hijo de Harry Potter acabe siendo serpiente, no le cuadra al personaje; por la conversación entre padre e hijo en el andén, queda MUY claro que el pequeño Al NO quiere ir a Slytherin. De nuevo, esta es mi humilde opinión, y considero que hay unos fics muy buenos en los que ocurre precisamente esto ;) ). Por cierto, esto no quiere decir que vaya a escribir sobre la tercera generación, pero puede que haya alguna referencia...
Yyyyy creo que eso es todo amigos. Prometo intentar continuar pronto, ¡sobre todo si la historia gusta y recibo muchos comentarios! =) No dudéis en criticarme, preguntarme, reiros conmigo o de mí... Al fin y al cabo, esto está escrito a ordenador, así que se puede decir que está escrito con
TintaInvisible
¡Un saludo!
