Nota: ¡Este fic se lo dedico a mi amadísima Loredanna! Se va a casar pronto y tendrá una vida feliz :) ¡disfrútalo mucho, cariño! Para quienes no la conozcan es solo una de las mejores artistas gráficas que he tenido la fortuna de conocer (pueden encontrar sus maravillas en devianart). ¡Espero que te guste el fic! :)
Advertencia: Es un fic cursi, así de "qué asco me das, Killa". Jo. Igual espero que lo lean, jaja. ¡Ojalá les guste!
Algo azul, Arnold
Se moría el verano cuando Helga G. Pataki se casó. Se moría el verano y los días eran menos calurosos, pero todavía muy claros cuando Arnold Shortman se casó. Se casaron, ella con él y él con ella, en una ceremonia en la que Gerald brindó por los novios y Phoebe se limpió las lágrimas con un pañuelo blanquísimo. Fue una boda pequeña, libre, casi sin planificar y con miles de problemas que hicieron que Helga dijera: "¡Pues no me caso!", aunque terminó casándose. Arnold, que la había escuchado decirlo, decidió que tenían que casarse porque Helga tenía la mala costumbre de cumplir sus amenazas; él dijo: "Nos casamos" y casi no se casan.
La historia, sin embargo, no era sobre Helga diciendo que no se casaba y Arnold respondiéndole que sí lo harían. La historia era sobre el comienzo del verano y de cómo habían pasado de novios a prometidos y de prometidos a exnovios y de exnovios a esposos. La vida era complicada con Arnold y Helga, especialmente en los primeros días del verano.
La historia de cómo Arnold y Helga se hicieron novios
Arnold y Helga eran novios desde los diecisiete años. Arnold había regresado de San Lorenzo y Helga se había cansado de esperar. Estaban en el último año de secundaria, un día cualquiera, durante la hora del almuerzo, cuando Helga decidió que había tenido suficiente. Caminó directamente hacia la mesa donde estaban todos los chicos y se aclaró la garganta sonoramente.
—Arnoldo, necesito hablar contigo.
Arnold la miró con curiosidad, no le respondió de inmediato porque estaba masticando y porque sus amigos decidieron responder por él.
—¿Para qué? —Dijo Gerald.
—Para asuntos que no te importan, Geraldo.
Sid le dio una mordida a su manzana y Harold gruñó.
—Claro, Helga. Er… ¿tiene que ser ahora mismo? —Intervino Arnold, amable.
—Tenía que haber sido hace ocho años.
—¿Perdón?
Los demás la miraron con curiosidad. Helga alzó un lado de la uniceja, cruzó los brazos y, como si lo hubiese recordado repentinamente, soltó la pregunta que se moría por hacer.
—¿Cómo está el asunto entre Samantha y tú?
Sid soltó una risita burlona que le duró cinco segundos, Helga le había lanzado una mirada que decía más o menos cállate o te corto la lengua. Los demás, que le tenían mucho aprecio a sus respectivas lenguas, decidieron guardarse los comentarios al respecto. Repentinamente abandonado por el resto de su clan, Arnold tomó una servilleta para limpiarse la boca y arrugó el ceño.
—¿Puedo saber por qué tendría que contestarte?
Helga rodó los ojos, se exasperó, bufó y se pasó una mano por la cara.
—Te estoy preguntando, —contestó como si eso bastara.
—¿Y eso qué-? —Arnold no pudo terminar su pregunta.
—Eso todo, —sentenció Helga—. Eso es todo y punto. Desde ahora y en adelante Samantha y Arnold no existe, no pasa, no funciona y es todo. Se acabó.
Todos opinaron que sonaba bastante concluyente, excepto Arnold. Gerald, incluso, les lanzó una mirada curiosa y prefirió callar.
—¿Qué?
—Te estoy informando que puedo aceptar que te guste un poco, Arnoldo. Eso puedo entenderlo, ¿sabes?, porque a mí me gusta David de química, pero eso es todo.
David de química, sentado a dos mesas de la declaración, alzó la mirada.
—¿Qué? —Repitió Arnold, ligeramente irritado.
—Puedo aceptar que te guste Samantha porque es bonita, pero es tonta, Arnold. Tonta como ella sola y tonta aunque se siente con Phoebe en informática. Es tonta y súper tonta porque me dijo que Colón llegó a América en 1942, Arnold. ¡En 1942!
Harold le preguntó a Sid en un susurro: "Entonces, ¿cuándo llegó?", pero Sid no contestó, estaba más interesado en lo que le estaba pasando a Arnold.
—¿Qué? —Dijo Arnold por tercera vez.
—Entonces, sí, te puede gustar Samantha y puedes poner cara de estúpido, eso lo puedo soportar. Lo que no te voy a permitir, Arnold, es que le compres flores para San Valentín y que pretendas escribirle un poema, ¿me escuchaste? ¡No le vas a escribir un poema aunque tenga que cortarte las manos!
Arnold se sonrojó furiosamente.
—¡No le estoy escribiendo un poema! —Protestó en voz alta. Samantha, a tres mesas de ahí, soltó una risita.
—No puedo creer que le estés escribiendo un poema, viejo. —Gerald parecía decepcionado—. Eso es tan…
Harold puso cara de ug; Sid, de ag y Stinky, de yo también escribo poemas, pero no lo diré en voz alta porque soy un chico.
—¡No me mientas! —Rugió Helga y todos en el comedor sintieron repentinas ganas de decir la verdad.
—¡No te estoy mintiendo! —Arnold se levantó porque cuando estaba sentado Helga se veía más grande e intimidante y no iba aceptar calumnias de una chica que se veía más alta que él.
—¡Lo que sea! —Se exasperó Helga—. No he venido aquí a hablar de lo tonta que es Samantha.
Stinky iba a decir que el tema lo había sacado ella, pero Sid se apresuró a taparle la boca con su mano. Era un cobarde, pero todavía sentía aprecio por sus amigos, no iba a dejar que Stinky muriera a manos de Helga Pataki y menos por un asunto de Arnold.
—¿Y de qué has venido a hablar, si se puede saber? —Contestó Arnold, sarcástico.
—Qué te importa, —Helga lo dijo tan rápido que apenas si alcanzó a percibir la estupefacción de la sala—. Perdón, es la costumbre.
Patty soltó una carcajada porque Patty era la única que tenía suficiente valor para enfrentarse a Helga. La única con la suficiente fuerza, además.
—¡Helga! —Se enfadó Arnold.
—¡No pienso hablar contigo con tanta audiencia!
—Entonces, ¿dónde?
Faltaba más.
Helga avanzó, lo tomó de la muñeca y lo arrastró fuera del comedor. La mitad de los chismosos y el resto de los interesados los siguieron cuando se recuperaron del pasmo. Fue un seguimiento infructuoso, Helga se había llevado a Arnold a un aula vacía y la cerró con llave. Clic. Todos opinaron: pues qué mierda, mientras se cruzaban de brazos e intentaban espiar por la ventana que también había sido cubierta.
—Si no fuera Helga, pensaría que se han encerrado para… —Rhonda se rió, pero su risa no duró mucho, se apagó en el silencio incierto que había seguido a su teoría.
Ay, por favor.
No es posible, es Helga.
¡No es posible, es Arnold!
¿Será que…?, ¿y si…?, ¿podría ser que…?
¡No me jodas!
—¡Pues qué mierda! —Opinó Harold y todos estuvieron de acuerdo con él.
Dentro del aula las cosas no marchaban como había teorizado Rhonda, pero marchaban en dirección a lo que todos estaban sospechando.
Helga estaba apoyada en el escritorio del profesor y Arnold estaba sentado en una de las carpetas de la primera fila. Parecía que era ella la que lo interrogaba a él, cuando era él quien estaba haciéndole todas las preguntas correspondientes.
—¿Qué fue todo eso?
—¿Qué cosa?
—¡TODO! Helga, haz el favor de explicarme.
—¿Si te explico terminas con Samantha?
—¿Qué?, Helga… ¿qué tiene que ver Samantha en todo esto?
—Te vi besándola luego de la práctica.
—¡Fue en la mejilla!
—No me mientas, Arnold.
—No te estoy mintiendo, Helga.
—¿La besaste?
—¡No!
Arnold se estaba defendiendo, pero no sabía por qué. Helga estaba acusándolo, pero ella sí sabía por qué.
—¿Es tu novia?
—¡No!
—Bien.
—¿Bien?
Helga avanzó tres pasos y se agachó hasta estar a su altura, se puso un mechón de cabello que le cayó sobre el rostro detrás de la oreja y cerró los ojos. Arnold sabía, porque la posición era alarmante y familiar, porque no supo dónde poner las manos y porque él también cerró los ojos. Me va a besar.
Helga lo besó despacio, acariciándole la boca con los labios, girando el rostro y deslizando su lengua. En el segundo en el que la siente se olvida que está en clase, que están discutiendo y que está irritado. Es un segundo, pero basta para olvidarse de todo y hundirse en los latidos agitados de su corazón, que lo último que le permite es darse cuenta de la cosas. No sabe qué día es, no sabe dónde está, no sabe si está sentado y no se acuerda de su nombre porque cuando Helga lo besa su cuerpo se mueve solo y en su cabeza lo único que se escucha es el eco de sus propios deseos HelgaHelgaHelga, mientras la atrae y la toca y le besa los suspiros.
Se separan de a pocos, abriendo los ojos, mirándose. Lo siguiente, es una cuenta regresiva. Cinco segundos y Arnold se da cuenta que están en un salón vacío. Cuatro segundos y ya se ha puesto de pie. Tres y es mucho, muchísimo tiempo entre el último beso que se han dado y el que piensa darle en ese momento. Dos y Helga le sonríe, con los labios rojos y la mirada vidriosa. Un segundo y Arnold ya no piensa, la atrae de la cintura y pone una mano en su cuello para asegurarse de que no volverá a moverse y la besa.
El beso de Arnold es urgente, posesivo y tormentoso. Son labios que chocan sobre otros y se deshacen en una disculpa que no es disculpa en absoluto. Parece amable, pero se funden y avanzan y reclama todo lo que no han reclamado en años. Es un beso largo y profundo que muerde suavemente el labio inferior y que se adueña de todo a su paso.
Se termina sin terminarse, dolorosamente, terriblemente lento y con la piel quemándoles como si estuvieran delante del sol. No abren los ojos todavía, alargando un tercer beso, perezoso y suave, que buscar acallar el ritmo de la sangre. Se aviva, sin embargo, arde en una llama constante, más poderosa, que les inflama el pecho y les obliga a hablar.
—Helga… —Dice Arnold, porque es lo único que puede decir que tenga sentido en ese momento.
Helga se demora más, se apoya en él, espera y se aclara la garganta. Parece ella misma, pero no está enojada y le sonríe y Arnold aprieta su agarre sin darse cuenta.
—¿Qué fue todo eso? —Lo imita, burlona, pero con la sinceridad brillando en su mirada.
Arnold le sonríe, naturalmente.
—No lo sé, tú comenzaste, —le devuelve la pulla.
—Entonces, ¿no le escribiste un poe-?
Arnold se irrita, naturalmente. Se irrita y no entiende cómo es posible que Helga pueda sacarlo de quicio con tanta facilidad. No entiende cómo es que le agota la paciencia, le domina el ánimo y lo maneja a su antojo. No entiende si es una respuesta natural de su organismo o si es el resultado de años y años de adiestramiento. No entiende nada y no se entiende a sí mismo, pero entiende que eso que está pasando no lo ha sentido nunca con nadie.
—Cállate, Helga.
—¿Y si no, qué?
Y si no, qué. Es un desafío, como siempre. Arnold encuentra su respuesta en la pregunta. Y si no, qué. Y si no, todo, Helga. Todo, absolutamente todo. Todo, aunque no se calle y sabe que no se va a callar, pero siempre es emocionante responderle y luchar.
—Y si no… ¿quién es David de química?
Helga lo mira descreída, un momento, antes de comenzar a reírse.
Continuará...
¡Ya está terminado, no me asesinen! Iré subiendo las partes semanalmente (si me mandan reviews y me apuran, lo subiré diariamente, soy chantajeable). ¡He vuelto de verdad que sí, queridos retoños! Estoy subiendo avances y drabbles independientes en mi cuenta de facebook por si desean leerlos. Solo necesitan mandarme una solicitud de amistad y estaré encantada de hablar con todos ustedes. ¡Les mando mi amor amoroso universal!
Subiré el final del universo Dino muy pronto.
¡Abrazos!
¿Clic al botoncito? :3
