Not my First Time

Bueno, pues me volví a equivocar.

No es lo normal, porque usualmente elijo las mejores estrategias, entreno pero que da miedo, y cuando juego, la gente abre tanto las quijadas que al final del partido no debe ser fácil cerrarlas. Sobre todo en el último encuentro contra Nankatsu (los que me conocen saben que nunca consideré la modestia como una cualidad deseable). Pues sí: después de dos años de sueño, en los que me dejé llevar por las reglas del colegio Toho y las estrategias del idiota del entrenador Kitasume, el tigre feroz resucitó, ofreció el partido del siglo en la final de la Copa Juvenil de Japón, y logró su primer campeonato. Tuve que compartir el título con Tsubasa, pero en realidad, como le había regalado un gol para despertar sus ambiciones y su espíritu de lucha, me lo tomé como una victoria personal. Y eso es lo que en verdad cuenta para mí.

Pero mi fantasía de niño orgulloso encontró muy pronto un final. Oigan, no quiero decir que esté vencido, sino que, simplemente, me topé con un obstáculo inesperado: y ese obstáculo se llama Genzo Wakabayashi.

Durante tres años olvidé la existencia del ex portero de Nankatsu, lo dejé de lado porque sencillamente no significaba nada, no fue un muro que no pude romper: en el primer y único partido que jugamos, le metí dos goles que incluso le arrancaron el guante de la mano. Mi idea era anotarle desde fuera del área para probar mi superioridad, y de paso, humillarlo al máximo, pero ese encuentro era tan importante para mi futuro que no me podía dar tantos lujos, así que tuve que contentarme con anotarle y romper cualquier sueño de invencibilidad que todavía guardara en el fondo de su estúpido ego. Logrado mi cometido, lo arrojé al fondo del baúl de rivales vencidos.

Pero la situación se volteó después de tres años de ausencia. Ayer llegamos a Europa para disputar la Copa. Y en el partido de práctica de hoy, no sólo no le pude anotar, sino que al final del encuentro, el imbécil me regaló un gol para sacármelo en cara y tratar de humillarme. Humillarme a mí, sí, y debo confesar que nunca en mi vida estuve tan cerca de cometer asesinato, aunque tuve que contentarme con asestarle un puñetazo en la cara (después de que él esquivara mi primer intento y me golpeara a mí). Y ahora, después de meterle un gol desde fuera del área, lo que quiero es cortar el cuello – y de paso, el habla- al portero maravilla. Ni siquiera estos tres años de hostil obsesión con Tsubasa me habían hecho sentir tanta rabia y un odio tan abierto hacia un rival. Claro, fuera de cosas, Tsubasa y yo nos respetamos (o en todo caso él a mí) y nunca me insultó regalándome un gol. Y es por eso que sigue con vida.

Pero no es la primera ni la peor ocasión en la que tengo que vérmelas con la adversidad. Y un niño mimado no puede compararse con lo que significaron la orfandad, la pobreza, las deudas, las necesidades de mi familia, las presiones, e incluso las estúpidas reglas de convivencia que otros trataron de imponerme. Nunca permití que los obstáculos, por más insoslayables que parecieran, limitasen mis ambiciones, y no va a ser el incordio de Wakabayashi quien que me haga cambiar. Acabo de poner los pies en Europa, y sí, me he dado cuenta de que mi nivel es insuficiente para ganar la copa. Pero esperen, que aún no han visto nada de Kojiro Hyuga. Esta tampoco es la primera vez que me veo forzado a multiplicar mi nivel de juego en poco tiempo. Ya lo hice una vez ¿Por qué no lo haría de nuevo?

Tengo algunos días antes del partido. Es suficiente. Ya verán los europeos y el mundo entero. Para la Copa de Europa, tendré un nuevo juego, un nuevo estilo y un nuevo tiro. Porque no hay niño prodigio, portero maravilla ni emperador alemán que pueda domar el espíritu de un tigre feroz.