Otra cena solo, otro día sin saber en dónde estaba su padre.
Un día usual.
Adrien no pudo evitar sentirse decepcionado. De nuevo esperó a su padre hasta que su comida se enfriara sólo para que nunca hiciera acto de presencia, ni siquiera un asomo para ver que Adrien estaba bien.
Era costumbre... pero eso no significaba que no doliera.
De hecho... dolía más el que fuera costumbre. Dolía hasta en lo más profundo de su ser. Porque ninguno de sus amigos pasaba por lo mismo que él. Porque para él era rutina el no tener papá, incluso si lo necesitaba.
Bien podría darse por huérfano y nadie lo dudaría, muy apenas si su padre mostraba su rostro. Era un milagro el que apareciera en persona incluso en su propio comedor. ¿Podía esperarse que Gabriel Agreste se apareciera en la escuela de su hijo para asegurarse que no haya tenido problemas? No. Esperar tal cosa de él era un suicidio lento, una tortura emocional que Adrien se esfuerza por detener.
Esa esperanza infantil de que, de la nada, su padre estuviera allí y demostrara, de formas más abiertas, ese cariño paternal que tanto le profesaba seguía allí, en un rincón, sacando un pie, una mano, del clóset en que Adrien la encerró, marcando su presencia de forma dolorosa hasta que Adrien le cerraba la puerta con fuerza y le impedía volver a ver la luz del sol hasta que ésta se volvía a asomar.
'¡¿Por qué no te quedas allí?! ¡Sólo me lastimas!' se recriminaba Adrien, pero él bien conocía la respuesta. Necesitaba a su papá, a ese papá que no tenía desde que su madre desapareció, y a cualquier necesitado se le puede ilusionar demasiado fácil aunque se le haya demostrado que no vale la pena tener fe repetidas veces.
La necesidad era peligrosa, demasiado peligrosa. Convierte a sus víctimas en masoquistas y los obliga a sufrir con el fin de mantener la ilusión de que lograrán suplir su necesidad. Hace que sus víctimas se traguen cualquier mentira con tal de no perder esa ilusión. Las ciega, las destruye, las hace hasta ignorantes de su propio dolor y destrucción. Era horrible.
Y Adrien no quería llegar allí, no quería dejar que su necesidad por un padre lo cegara así, lo hiciera así de autodestructivo, lo hiciera hasta inútil como superhéroe.
—¡Saca las garras, Plagg! —gritó, haciendo que su anillo absorbiera a su quejumbroso y constantemente hambriento Kwami para convertirse en Chat Noir.
Sí, en algo Chat Noir y Adrien eran diferentes. Chat Noir no necesitaba un papá, Chat Noir sólo necesitaba a Ladybug y su propia energía y bondad para salvar París. Chat Noir no tenía esa debilidad y tenía la libertad de un gato callejero. Libertad que Adrien Agreste, supuestamente, no disfrutaría.
Se escapó por la ventana y empezó a pasearse por los techos de París. La noche era hermosa, como cualquier otra noche en París. Chat Noir, como buen gato callejero, se dio el lujo de deambular, corriendo, por las bellas calles de París.
Era una noche de verano y todavía no era muy tarde, así que había aún bastante gente en las calles de París, un porcentaje de ellos, turistas. La mayor concentración de gente era alrededor de la torre Eiffel, el ícono de París y de Francia en sí. Si Chat Noir no se equivocaba, pronto se haría un lindo espectáculo de luces en la torre Eiffel, evento que ningún turista se perdía por nada del mundo.
—Supongo que no estará mal ver un poco, ¿o sí? —se dijo Chat Noir a sí mismo. Acto seguido, empezó a saltar por los techos, acercándose lo más rápido que podía a la torre Eiffel, donde, en el suelo, ya había una grande agrupación de gente expectante por el show de luces del cual varios habían oído hablar. Chat Noir se detuvo a unas cuadras de la torre Eiffel, oculto en la noche. No quería ser visto, no aún, quería disfrutar de ese espectáculo en paz y a solas.
Se acomodó de una forma en la que estaba seguro que daba igual si era Adrien o Chat Noir, no caería y estaría cómodo y disipó su transformación.
—¿En serio me estás haciendo pasar hambre por esto? —se quejó Plagg—. Podemos venir cualquier otro día, Adrien, y hasta con tus amigos, no hay necesidad de tanto show sólo para ver la torre.
Adrien no respondió. Sabía cómo era Plagg y no quiso molestarse en tratar de hacerle ver las cosas a su manera. Suspiró. —Necesitaba salir de esa casa, Plagg, tener aire fresco.
—¿Y a qué horas piensas regresar?
—Tan pronto acabe el show de luces.
Plagg soltó un quejido pero no dijo más.
Esperaron unos minutos en relativo silencio hasta que empezaron a sonar los fuegos artificiales. Las luces salían del suelo y explotaban con gracia en el cielo estrellado, llenando de humo y luces de colores el mismo. Fue en ese momento, justo cuando ya se tenía la atención y el asombro de los turistas, que empezó a resplandecer la torre Eiffel. Luces tintineantes de un color blanco se aparecían por lo largo de la torre y luego eran reemplazadas por otras luces de otros colores. Mientras las blancas tenían un tintineo rápido y constante, las de colores se quedaban un momento en resplandor constante antes de tintinear y de pasar a ser otro color.
Adrien sonrió a la vista.
No estaba mal, menos para gente que rara vez pisaba París, y muchísimo menos para aquellos que visitaban la ciudad por primera vez.
Por un momento, consideró ir a verlo con su padre, sería un lindo momento para recordar entre padre e hijo, pero Adrien conocía a su padre. Su padre se iba a ocupar en algún negocio misterioso, como siempre, y no iba a atender. Adrien suspiró.
—Oh, vamos Adrien. Ni que tu padre fuera el único en tu vida con quien podrías disfrutar eso—, dijo Plagg.
La sonrisa en el rostro de Adrien se sintió más genuina.
Era cierto, tenía amigos geniales en la escuela. Nino, Marinette, Alya, Julieka, Ivan, Mylène... todos ellos. Y si no lograba ver algo así con ellos, bueno, siempre podría contar con Ladybug si terminaban de derrotar a algún villano a tiempo.
Fue en ese momento en donde se dio cuenta...
La razón por la que nunca sucumbió al masoquismo de la necesidad. Sus amigos, sus otros seres queridos a quienes apreciaba tanto como una familia. Sabía que podía contar con ellos, más de lo que jamás pudo contar con su padre.
'Supongo que a veces necesitamos recordarnos las cosas,' pensó Adrien mientras se levantaba.
—Bueno, ahora a casa, Plagg. Ya te hice ayunar por mucho tiempo.
—Sólo di las palabras.
—¡Plagg...! —Adrien fue interrumpido por un alboroto que escuchó cerca de donde estaba.
Volteó a la dirección de donde vino el ruido e inmediatamente lo supo: alguien había sido akumatizado. No era mala hora para ser un héroe y ver a Ladybug un rato.
—Supongo que tendremos que hacer unos deberes en el camino a casa, Plagg.
—¡Por los cielos, ¿por qué?! ¡Tengo hambre y necesito mi dosis de queso! —se quejó Plagg de forma lamentosa.
Adrien rió mientras sacudía su cabeza. Este Kwami no tenía solución.
—Ni modo, Plagg, el deber llama. Así que deja de quejarte y... ¡Plagg, saca las garras!
