No se nos advirtió al respecto. Se nos preparó, en todos sentidos; por algo, éramos -somos- marines. Nuestro lema es 'siempre fieles', aunque CASE tuviera la neurosis de una mamá gallina sobre sus pollitos y su cantilena de 'seguridad primero' no era más que la prueba de lo mismo que me pasaba a mí.
Se supone que no tenía qué ocurrir esto.
Una cosa es cuidarlos —de los elementos, de otros mundos, del vacío, que puede matarlos o del aburrimiento, que puede enloquecerlos— y otra...
Otra es desvelarse por ellos en cada instante —o por uno en particular y Cooper en mi caso, era lo peor que le puede suceder a un robot.
Recuerdo la vieja serie DRN; fracasaron por ser demasiado parecidos a ellos, demasiado humanos. El cuerpo y el rostro androide no les ayudaban y el sentimiento fue mutuo.
No sólo los DRN amaban a su contraparte humana. También hubo casos en que el humano a cargo terminaba por enredarse en el montón de programas y circuitos de un DRN y decía amarlo.
Y ahora creo que tienen razón.
Pero recapitulemos; yo no debería sentir nada. Lo que se dice sentir.
Cuando estuvimos solos, en el tesseracto, cuando no lograba visualizarlo ni él a mí, jamás me sentí más cercano a él.
En ese espacio imposible, fuimos iguales y él dependía de mí y yo, de cada una de sus palabras.
El amor es mala idea para un robot.
Gracias al algoritmo de humor y al de sarcasmo, puedo mantener mi programación intacta... o eso me gusta creer.
No sé qué será de mí.
O sí lo sé: tengo lo más valioso del universo, tiempo.
Tal vez, en lo que regresamos al mundo de Brand, pueda integrar estas variables y la pena que siento —porque, vamos, Cooper ama a Brand, que es lo que debe ser. Ni siquiera somos amigos—se desvanezca. O tal vez no y esta especie de gravedad en mi interior, produzca algo nuevo, perfecto, brillante.
Gargantúa nos espera; esta vida, este amor, estas estrellas...
Carajo, vivir siempre ha sido genial.