Suyo


FMA no es mío.


Winry estaba preparando el almuerzo cuando escucho el ruido de las llaves al dar, erradas, contra la cerradura hasta finalmente calzar. Ella sonrió, limpiándose las manos en repasador y dejando momentáneamente a un lado sus labores culinarias. Ella se desató el cabello, dejándolo caer suavemente por sus hombros y observo como Edward, sin siquiera mirarla, subía al primer piso.

Ella no pudo contener la amplia sonrisa que se expandió en su rostro. Era siempre la misma rutina, hacía dos semanas.

La mujer subió las escaleras sin prisas, acostumbrada a hacerlo lentamente por meses, y fue a la habitación al final del pasillo. La puerta estaba entreabierta y se deleito por largos minutos con la visión que obtenía.

Edward estaba apoyado en los bordes de la cuna, inclinado hacia dentro, mirando fijamente a la diminuta criatura que dormía apaciblemente dentro. Entonces, cuando el nuevo ser humano abrió sus inmensos ojos ámbares, Winry escuchó como su esposo contenía el aliento.

Frente a él estaba un ser humano perfecto, y hermoso, diminuto y frágil. Y era suyo. Aquello que la alquimia, una ciencia inmensamente poderosa, nunca pudo lograr lo hizo él. Había creado un ser humano perfecto. Igual a él, parecido a Winry. Suyo. De ambos.

Winry caminó hasta él en silencio y puso una mano sobre su hombro. Ed se volvió a mirarla y entonces reparó en que tenía los ojos llenos de lágrimas. Winry se las limpió y besó sus mejillas húmedas.

—Él no va a desaparecer, Edward— Murmuró, mirándolo a los ojos. —Maes va quedarse con nosotros, es nuestro Ed. Shhh, él no va a ir a ningún lado.

Luego Edward cierra sus brazos alrededor de la cintura de su esposa y la abraza, hundiendo su cabeza en el hueco de su cuello. Y empieza a llorar como un niño.

Normalmente, piensa Winry, Ed no llora. No, él la miraba, sonreía y le preguntaba si era real, durante las dos semanas que Maes llevaba de nacido. Pero esa era la primera vez que él lloraba. La mujer volvió a besarlo y le hizo cargar a su primogénito, entonces, le dijo, al oído "Felicidades."

Y se fue, dejándolo sólo con su hijo, sus recuerdos, y su incredulidad.