Bueno, este es mi primer Fic largo. Nacio de una serie de dibujos que hice de parejas de la literatura de época, pero como si estuvieran en el siglo 21, Sally y Fred fueron unos de mis favoritos desde el principio. Traté de jugar un poco con las personalidades de ambos, Sally es seria, organizada y estudiosa, pero ama la aventura y Fred es valiente, simpático, burlón y juguetón, pero muy inteligente. Entonces aquí tenemos a Sally como la "niña nueva" del colegio y a Fred como el tipo popular y molestoso. Ojalá les guste.
Disclaimer: Sally Lockhart y los demás personajes no me pertenecen, sino a Phillip Pullman.
Capítulo 1: Howton College
Era la primera vez que Sally Lockhart asistiría a un internado. Huérfana de madre e hija única de un periodista, solía pasar mucho tiempo sola en su casa, acompañada de Mary, la empleada que la conocía desde niña, pero Mary había renunciado el año anterior, para casarse y no habían podido encontrar otra persona que cumpliera con su trabajo tan bien como ella, por lo que Sally había comenzado a viajar con su padre, acompañándolo en sus viajes de investigación, pero el año anterior eso se había vuelto muy complicado para el señor Lockhart, que tenía que limitar mucho su trabajo para no llevar a Sally a lugares peligrosos, y hacía que a Sally le faltara gente de su edad y no pudiera estudiar adecuadamente, así que Papá había decidido que lo mejor para Sally era ir a un internado, donde podría estudiar sin problemas y socializar con gente de su edad. A ella no le había gustado nada la decisión, había gritado, pataleado y se había negado a ir.
Esas peleas casi diarias le rompían el corazón a su padre y ella lo sabía, pero la idea de ir a un internado lleno de chicas y chicos de su edad, que sólo la mirarían en menos, le parecía insoportable. Finalmente su padre la había convencido de que era lo mejor para ella, y ella había accedido, prefería ir a ese internado que seguir peleando eternamente con su padre. Y se iría ese día, el curso empezaba el día siguiente. Sally terminó de meter sus cosas en su maleta y la cerró, sin mucho esfuerzo, a fin de cuentas no tenía mucha ropa, la mayor parte de su maleta eran los libros. Ese tema le importaba muy poco, y siendo hija de padre soltero, tampoco era una de las prioridades de la casa. Luego de meter todo su vestuario en la maleta, guardó las cosas de baño en su mochila y la tiró con fuerza sobre la cama. La idea de irse le parecía más estúpida por minutos. Su padre tocó la puerta con los nudillos.
—¿Estás lista?— Dijo, entreabriendo la puerta con cuidado. Siempre había sido muy respetuoso de la intimidad de su hija, y nunca habría entrado de golpe cuando la puerta de su pieza estuviera cerrada, por lo mismo, Sally también respetaba los momentos de trabajo y reflexión de su padre.
—Dame un minuto. Bajo enseguida.— dijo la joven desde adentro, su padre asintió y cerró la puerta.
Sally se agachó para buscar sus zapatillas, que estaban tiradas en el suelo, al hacerlo se golpeó la cabeza con el borde de su cama. Maldijo entre dientes su torpeza, mientras se frotaba la frente golpeada con una mano, y se sentó en el suelo para abrochárselas.
Siempre era así de torpe, solía tropezarse con sus pies, o con las alfombras y de alguna extraña manera, cada vez que botaba algo y lo recogía, se le caía otra cosa o se golpeaba con todo lo que se atravesara por su camino. Su padre solía burlarse de ella y molestarla por eso, sin embargo se había empeñado en que su hija tomara clases de defensa personal, y él mismo se encargó de entrenarla en tiro, su deporte preferido. Estaba decidido a que su hija no fuera una damisela indefensa en el mundo y que fuera capaz de defenderse a sí misma.
Tras años de clases y entrenamientos y pese a su innata torpeza, Sally era capaz de acertarle al centro de la diana con los ojos vendados, el pulso firme y sin dudar, así como de botar un saco de arena de un golpe. Pocas chicas de las que conocía eran capaces de mantener sus emociones tan controladas como Sally, que con el metódico entrenamiento de tiro que había tenido, nunca dejaba que sus nervios la traicionaran, mostrándose mucho más equilibrada emocionalmente que el promedio de las chicas de su edad.
Se paró de un salto y se miró al espejo; a sus diecisiete años, no era muy alta, pero si muy delgada y sin curvas. Su pelo rubio caía a lo largo de su espalda, pero no era brillante ni nada por el estilo, de hecho no tenía gracia ni cuerpo, sólo era una masa de rizos desordenados, de todos sus rasgo el único que llamaba la atención eran sus ojos, castaños e intensos, poco habituales en una persona rubia como ella. Su forma de vestirse no la ayudaba mucho, siempre usaba poleras grandes y blue jeans, todo eso, dos tallas mayores que la suya. Prefería esconder su figura con ropa "práctica y cómoda", que andarla exhibiendo en minis y poleras apretadas, como las otras adolescentes. Ese día era un día frío de comienzos de otoño, así que llevaba un sweater café muy grueso.
Dirigió una última mirada hacia el espejo de la pared, y decidió que no había nada que hacer, suspirando, se acomodó el pelo detrás de la oreja, tomó su chaqueta, su mochila y su maleta y salió de su pieza. Mientras bajaba las escaleras hasta la entrada, arrastrando su pesada maleta, llena de libros y cuadernos, se iba despidiendo mentalmente de su casa. De los cuadros, de las fotos, del clóset bajo las escaleras y del escritorio que compartía con su padre. A su perro, Chaka, lo habían llevado a la casa de uno de los hermanos de papá, que tenía tres perros más y un jardín enorme para que los perros jugaran. Cerró la puerta de la casa tras de sí y miró a su alrededor, el patio verde destacaba en medio del día gris. Se dirigió al auto, donde la esperaba su padre. John Lockhart le dirigió una tenue sonrisa a su hija, tomó su maleta y la subió al auto. Después de entregarle la maleta, Sally le dirigió una última mirada a la casa y se subió al asiento del copiloto. Su padre no se tardó mucho en subirse y encender el auto.
El trayecto hacia la estación de buses no era muy largo, y Sally iba callada, mucho más callada de lo normal, aún estaba algo dolida por la decisión de su padre de separarla de él. Aunque ya no discutiera abiertamente por eso, seguía sintiéndose mal por que su propio padre hubiera decidido alejarla de sí. Su padre la miró, pese a que no lo dijera siempre, estaba muy orgulloso de su hija y estaba seguro de que el Howton College le haría mucho bien a Sally.
—Estarás bien. El Howton College es uno de los mejores del país.— Se inclinó hacia ella y le puso un mechón de pelo tras la oreja, sin quitar una de sus manos del manubrio.— Eres muy inteligente, y no vas a tener problemas para hacer amigos.
Sally sonrió tristemente. Secretamente la ponía muy nerviosa la idea del nuevo colegio, llevaba dos años sin ver mucha gente de su edad y nunca había sido precisamente sociable, de hecho, era una chica muy inteligente, pero a la hora de coquetear o elegir ropa que le quedara bien, era un completo desastre, y la idea de hacer el ridículo la estresaba aún más, pero gracias a su autocontrol emocional, lograba disimularlo y esconderlo. Suspiró, esperando que su padre no notara lo nerviosa que estaba.
—Si, claro. Pero obviamente no es lo mismo que viajar contigo, y no sólo por los lugares exóticos y todo eso… voy a extrañar estar contigo papá.— una lágrima se escapó y corrió por su mejilla. Sally se llevó una mano a la cara y se secó con un gesto brusco. Odiaba llorar.
—Lo sé. Yo también te voy a extrañar muchísimo, eres una excelente compañera de viajes.— Le sonrió su padre. —¿Te parecería hacer un viaje a Estambul para tus próximas vacaciones de verano?- Le ofreció con un gesto cordial.
—¡Si! Siempre he querido ir a Estambul. Gracias papá, eres increíble. ¡Eres el mejor!— gritó Sally, emocionada, olvidando las lágrimas y sonriéndole a su padre, con los ojos enrojecidos.
—Bueno, bueno, si tú lo dices…—Se burló su padre, despeinándola. —Mira, ahí está la estación.- Apuntó con el dedo a un edificio en la distancia. —Hay un bus destinado a los alumnos de Howton que viven por aquí, igual que en otras partes. Te llevará al colegio y te traerá de vuelta en julio, mucho más feliz de lo que estás ahora.— Sally golpeó a su padre en el hombro suavemente, riéndose.
El señor Lockhart estacionó el auto cerca de la estación y ambos se bajaron. Papá sacó la maleta de Sally del maletero y se la pasó. Sally la dejó en el suelo y lo abrazó, mientras su padre le acariciaba el pelo.
—Te voy a extrañar muchísimo, papá.— Susurró, con la voz ahogada e intentando no llorar. Se separó de él, tomó su maleta del suelo y se despidió con un gesto de la mano. Las despedidas no eran lo suyo, y ésta en particular era de las peores. Se acercó al bus, caminando lentamente y evitando mirar atrás. Se puso al final de la fila de alumnos que había junto al bus, evitando mirar a los demás a los ojos. Para pasar desapercibida paseó la mirada por su alrededor, su mirada se quedó pegada en el quiosco con diarios que había junto al bus, uno de ellos tenía un titular escrito con enormes letras rojas que llamó su atención: "Sorpresiva caída de avión, no hay supervivientes". Esa noticia, mezclada con el divorcio de una actriz y la estafa del momento, le llamó poderosamente la atención. Se estremeció, que horror, doscientas personas muertas de una. Un extraño escalofrío recorrió su espalda, sin que ella pudiera saber por qué. Obligó a su mente a concentrarse en lo que tenía que hacer y avanzó hacia el bus, ya que la fila había avanzado un par de metros mientras ella leía los titulares. Junto a éste había una mujer joven con un cuaderno.
—¿Nombre?— le preguntó, con la voz cansada de quien tiene que repetir lo mismo muchas veces, sin embargo parecía ser amable.
—Verónica Beatrice Lockhart.— la muchacha masculló entre dientes su odiado nombre. Se lo había cambiado durante su infancia, cuando había entrado al jardín infantil, y normalmente no respondía a otro nombre. Pero mal que mal era su nombre "oficial". Su padre tenía guardado el documento que a los cinco años había firmado con lápices de cera, renunciando a su nombre real, para llamarse Sally.
— Nueva. ¿Verdad? Bien, deja tu maleta con el señor Jones. Yo soy la Señorita Bones, la profesora de literatura en Howton. Bienvenida. Espero que nos llevemos muy bien.— le contestó la mujer con una sonrisa profesional. Sally le devolvió una sonrisa torpe.
Sally le entregó su maleta al hombre y se subió al bus. Estaba casi lleno de chicos y chicas de su edad, más o menos. En el fondo logró distinguir un asiento vacío y se dirigió a él. Para su inmensa desgracia, mientras caminaba por el estrecho pasillo se tropezó con algo, seguramente una mochila o un bolso, y cayó sobre una muchacha alta de pelo corto y rizado, que en esos momentos estaba inclinada sobre uno de los asientos, revisando su bolso. ¿Por qué su torpeza no podía dejarla en paz por un minuto? No necesitaba quedar en ridículo antes de empezar las clases. Se paró sin perder un segundo y le tendió la mano a la chica, que estaba tirada en el suelo, muerta de la risa.
—Perdón, lo siento mucho.— comenzó a mascullar, mientras se ponía roja de la vergüenza. La muchacha a la que había empujado le sonrió de vuelta y le tomó la mano, para que la ayudara a levantarse. Se levantó y se sacudió el polvo, mientras Sally se excusaba.
—No hay problemas, estoy bien. No te preocupes. Por cierto, soy Margaret Haddow.— sonrió abiertamente, tendiéndole la mano para saludarla.
—Sally Lockhart.— Sally le estrechó la mano.
—Nueva, ¿verdad?— Sally asintió— ¿A qué año entras?
—Tercero.— La chica parecía del tipo que participa en todas las actividades extracurriculares y de las que tienen buenas notas. Su sonrisa reveló una personalidad amistosa, inteligente y muy organizada.
—Genial, entonces seremos compañeras. Por favor, siéntate conmigo. El viaje es muy largo. ¿Te molesta sentarte en ventana? Me mareo terriblemente en los viajes.— La chica seguía hablando, muy rápidamente y a Sally le costaba un poco seguirle el ritmo.
—No me importa, de hecho, prefiero ir junto a la ventana.— contestó Sally, sentándose en el asiento de la ventana y apoyando su mochila en el suelo. Al levantar la cabeza, mirando hacia la ventana, vio a su padre, apoyado en el capó del auto, despidiéndose de ella con la mano, Sally le devolvió el gesto, y lo estuvo saludando hasta que el bus partió.
Durante buena parte del viaje de ocho horas, Margaret le estuvo contando historias de la escuela, Sally se sentía apabullada por la fuerte personalidad de su nueva amiga, pero al poco rato descubrieron que ambas tenían mucho en común, habían leído muchos libros en común y les gustaban las mismas bandas. Los chicos de los asientos de alrededor se unieron a su conversación, haciendo de Sally se alejara un poco de ella, por sentirse una intrusa, pero los demás eran tan simpáticos con ella que poco a poco comenzó a participar más activamente en la conversación, contándole a Margaret y a los demás cosas sobre su vida y su familia. Un rato más tarde Margaret súbitamente se calló, se había quedado dormida, con la cabeza apoyada en su mochila, que reposaba sobre su hombro. Sally apoyó la cabeza en el vidrio de la ventana, no podía hablar con nadie porque la mayoría de los muchachos que estaban sentados a su alrededor estaban profundamente dormidos y Margaret cabeceaba a su lado, Sally no podía dormir.
Nunca había podido dormir en buses o aviones, se quedaba leyendo o estudiando para los exámenes libre que daba en esa época. Por la ventana pasaban los paisajes tan rápidamente que no alcanzaba a distinguirlos. Normalmente le gustaba ver los paisajes por los que pasaba, pero en esa ocasión en particular se le hacía muy difícil, porque tenía la mente puesta en lo que podía esperar de su nuevo colegio. Era obvio que no todos podían ser tan amables como Margaret y sus amigos. Decidió leer un poco para deshacerse de cualquier idea negativa respecto a su colegio, de cualquier forma, no había nada que pudiera hacer. La muchacha sacó un libro de su mochila, se puso los audífonos de su ipod, y se dispuso a leer para olvidarse de todo, especialmente del tiempo que faltaba para llegar al colegio. Estaba tan absorta en la lectura de uno de sus libros favoritos que no se dio cuenta cuando Margaret despertó y empezó a hablar con los chicos a su alrededor, que también habían despertado, ni cuando llegaron al colegio, como a las cinco de la tarde, hasta que Margaret empezó a sacudirle el brazo, para devolverla a la realidad material.
—Sally, vuelve a la realidad, ¡Ya llegamos al colegio!— Exclamaba, muy emocionada.
Sally levantó la cabeza y miró por la ventana. A unos kilómetros de distancia se veía un edificio inmenso, pintado de varios colores, de tonos cafés y el techo rojo. Se veía cálido y acogedor. Eso le dio un buen presentimiento, nada podía ser tan malo si se veía tan acogedor. El bus se estacionó afuera del edificio, donde ya habían varios otros buses estacionados, de los cuales se bajaban hordas de alumnos, otros buses lo seguían, y de cada uno salían montones de adolescentes, todos quemados por el sol de verano, alegres, divertidos, pasándolo bien, después de no haber visto a sus amigos en meses. Sally sonrió, pese a sus rabietas anteriores, estaba segura de que le iba a gustar el Howton College, al menos la primera impresión que había tenido de él era buena.
Ella y Margaret se bajaron del bus y recogieron sus maletas del compartimiento inferior. Una mujer pequeña y gordita le hizo señas a Margaret para que se acercara. La muchacha le contestó con señas que iba en un minuto y se volvió hacia Sally.
—Bueno, Sally, aquí te dejo. Tengo que revisar algunas cosas, soy la monitora de tercero este año.— Le explicó con gesto de fastidio. —Mira, ahí está la señora Jamieson, ella te va a dar el número de tu pieza y el nombre de tu compañera. ¡Nos vemos en la comida!— Margaret se despidió y dejó a Sally sola. La joven miró a su alrededor, por todos lados se escuchaban gritos como "te extrañé mucho" "¿Qué hiciste este verano?". De repente Sally se sintió bastante sola, era un asco no tener ningún amigo en ese colegio, nadie que corriera a saludarte y te preguntara como habías pasado las vacaciones. Sin Margaret hablándole y explicándole volvió a sentirse bastante perdida. Se agachó a recoger su maleta del suelo y cuando levantó la cabeza se encontró con un muchacho, de aspecto simpático, parado frente a ella.
— Eres nueva ¿Verdad? ¿Necesitas ayuda con tu maleta?— sonrió el chico —Yo soy Jim Taylor.— Agregó, tendiéndole la mano, amistosamente.
—Sally Lockhart.— contestó ella, dándole la mano de vuelta — No gracias, estoy bien. No es muy pesada.
—¿Tercero?— preguntó él, era un joven alto, con el pelo color paja y ojos verdes muy bonitos, que brillaban con una sonrisa traviesa.
—Si. ¿Tu también?
—Sip. Nos vemos después, tengo que pedir las llaves de mi pieza al señor Wilcox, y no lo veo por ningún lado.— se despidió el muchacho y se alejó en dirección a un hombre de aspecto mayor que estaba repartiendo llaves.
Sally se encaminó al hall de entrada y se acercó a la señora Jamieson, una mujer de aspecto distraído y desorganizado.
—Disculpe profesora…— la saludó, haciendo que la mujer pegara un pequeño salto de la sorpresa.
—¡Ay, querida! ¡Qué susto me diste! ¿Cómo te llamas?— Le dijo la mujer, revisando una lista que tenía en las manos.
—Sal…Verónica Beatrice Lockhart, pero todo el mundo me llama Sally.
—Un gusto Sally. Toma las llaves de tu dormitorio, el 64 B. Tu compañera es Adelaida Bevan. El ala de los de tercero está por allá.
—Eh… gracias.— Contestó Sally y se dirigió hacia donde le indicaba la mujer.
