Esta historia había sido publicada en este sitio bajo otro nombre –Nunca Olvides Tu Segundo Viento. La tenía guardada en mis archivos y me dio un poco de sentimiento verla "cogiendo polvo" y sin ser leída por lo que decidí volver a subirla con cambios bien mínimos a la trama original. Espero que quienes ya la leyeron vuelvan a disfrutarla y quienes la leen por primera vez, sea una experiencia nueva.

¡Confío –cruzando mis dedos- que sea de su agrado!

...

El sol brillaba, el azul cielo cubierto de nubes algodonadas y la suave brisa paseaba por toda Konoha anunciando que era un día hermoso, un día perfecto. Solo que una pelinegra discrepaba con esa opinión. Era un día horrible, triste y doloroso. Procuró concentrarse en la felicidad del rubio, era todo lo que importaba. Si era feliz ella también lo era. Pero, entonces, ¿por qué sentía que esas palabras no ayudaban a disminuir la agonía en su corazón? Se llevó una mano a su boca para ahogar un doloroso sollozo. Era una tonta, por tantos años alimentando la ingenua esperanza de que, tal vez, él pudiese verla por lo que era. Tener su reconocimiento. Siempre le vio desde las orillas, callada, admirándole en silencio. Y él fue su inspiración, proveyéndole de la fuerza necesaria para seguir adelante, su sol.

Una risa fracturada escapó de sus labios e ignoró la mirada que le lanzaron los que caminaban alrededor suyo.

Era inevitable. Tarde o temprano ella también visualizaría que tan magnifico era su Naruto-kun. Todos los días estaba a su lado, tendría que ser ciega, sorda e imbécil para no verlo. No fue momentáneo, mas bien fue algo paulatino hasta que un día descubrió que quería estar a su lado, que ella anhelaba ser algo más que una buena amiga, que una hermana…

Las lágrimas bajaban por sus mejillas. Estaba perdida, su vida no tenía rumbo.

En un acto nacido de la desesperación, pues el dolor no la dejaba pensar con claridad, entró a una pequeña tienda de abarrotes donde solía ir a comprar las hierbas, especias y hongos que utilizaba cuando cocinaba o para preparar sus ungüentos. Tomando una canasta, eligió con precisión todo lo necesario, lo que ella sabia podría producirle una muerte segura, una que todos percibirían como natural.

-Oye, te estoy diciendo que esto es dinero valido.

Algo distraída mientras hacia sus elecciones, escuchaba sin darle mucha importancia al desacuerdo entre un cliente y el dependiente, quien también era el dueño del lugar.

-Y dije que ese dinero no lo quiero.

-Solo quiero comprar estas cosas, vengo de lejos y no tengo nada más.

-Si no se larga, llamaré a la policía.

-Pues es un verdadero idiota, viejo.

Súbitamente, ella escuchó una exclamación de horror. Fue instintivo mirar hacia la parte delantera de la tienda. El cliente miraba detenidamente al dueño de la tienda. Alguien a sus espaldas dio un pequeño grito haciendo que él girara. Se paralizó al ver sus ojos… no podía ser, era imposible. El extraño volvió a dirigir su mirada hacia el hombre mayor que estaba igual de asustado que todos los presentes.

La pelinegra de inmediato pensó que no podía quedarse de brazos cruzados tenia que hacer algo. Eran muchas las vidas que estaban en riesgo.

-Go-gomen…

Fue escalofriante tener esa mirada con el sharingan sobre ella una vez más, -¿Estoy hablando contigo?

-Ha… hagamos un trato.

Se acercó a ella, -Pequeña tonta de buena familia, ¿acaso quieres ser la heroína del día?

Y antes que ella pudiera reaccionar, el colocó la punta de un kunai en su pecho, muy cerca de su corazón.

-¿Quieres morir?

Percibió la pregunta como una personal pero era insólito. Él no podía tener conocimiento de sus intenciones.

-¿Quieres morir? – repitió la pregunta lentamente y apenas inaudible.

Ella tragó hondamente. No podía mentir. Le miró en silencio por varios segundos hasta que pudo recuperar la voz, -Yo… yo solo quie…quiero ayudar. Déjeme… pa… pagar lo suyo y yo tomare… a cam… cambio su dinero.

Esperó, dudosa de que el accedería cuando de improviso bajó el kunai y dijo con una pequeña sonrisa, el sharingan desapareciendo, -De acuerdo.

Se dirigió hacia la caja y tomó sus artículos, -Viejo imbécil. –y dirigiéndose a la salida, le llamó, -Vámonos, Hinata.

Turbada porque sabía su nombre, ella colocó una cantidad de dinero sobre el mostrador de la caja. El hombre la miró como si ella hubiese perdido la razón al salir detrás de él. Pensó que el dueño de la tienda no estaba muy lejos de la verdad. Abandonó el lugar, hallándolo rápidamente caminando sin detenerse a mirar si ella lo seguía o no. Corrió hacia él.

-¿Có… cómo sabe mi nombre?

-No contestaste mi pregunta, Hinata, ¿de verdad quieres morir?

-No… ten… tengo mo… tivos para… seguir viviendo.

Él se detuvo abruptamente y se volteó a mirarle. –No lo puedo creer, eres muy valiente y nunca dejaría que nada se interpusiera en tu camino.

El extraño le era familiar, pero la inverosímil conversación no le permitía percatarse en ese detalle.

-Yo… -y sabiendo que se comportaba como una tonta frente a un total extraño, comenzó a llorar,- no puedo. No pue… puedo verles jun… tos, a ella – y dejo escapar un hipo doloroso- te… tener lo que siem… siempre deseé tener. Ser su… su es… esposa, tener sus hijos… Yo quiero mi familia…

La agonía de la inesperada noticia no le posibilitaba coordinar sus pensamientos ni lo que decía.

-Hinata, ¿quieres un vistazo?

-¿Un… un vis… vistazo?

-Sí. En ocasiones dejamos que el desconsuelo de un momento nuble nuestra perspectiva. La vida está llena de muchas posibilidades.

-No para mí.

-¿Estás segura?

-Sí.

-Discúlpame si no estoy de acuerdo contigo.

Nunca estuvo preparada para su reacción, el hundió su kunai en su estómago. Ella le miró atónita. Las piernas cedieron bajo suyo y cayó al suelo.

-Todos tenemos posibilidades. – y esa aseveración fue lo último que escuchó antes de perder la consciencia.

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Un gemido escapó de los entreabiertos labios. Al abrir sus ojos la asaltó una débil jaqueca. La insistente claridad le lastimó la vista por varios segundos hasta que poco a poco se habituó al resplandor. Aturdida, miró todo a su alrededor, asesando su situación. Fue entonces que los recuerdos de su singular encuentro con el extraño arremetieron contra ella y se llevó una mano a su vientre… para no hallar nada. Luego, como una inesperada revelación, advirtió que no estaba en el cuarto de un hospital. Era una habitación totalmente desconocida.

Intentó moverse pero algo pesado descendió sobre su cintura. Se tensó al sentir una piel moverse contra la suya. Ladeó su cabeza y para su horror, apenas sus narices tocándose, el sueño suavizando la usual expresión dura en ese rostro, estaba Sasuke durmiendo a su lado.

Todo transcurrió en cuestión de segundos. Reaccionando instintivamente, empujó el cuerpo masculino fuera de la cama. Se escuchó el sonido sordo de algo chocar contra el suelo.

-Hinata. – era una voz ronca y somnolienta, -No llegué tan tarde anoche.

Ella salió de la cama con suma presteza. Se arreboló al sentir la frialdad de la mañana, señalándole que su camisón de dormir no era muy encubridor. Pero, ¿cómo demonios terminó vestida de esa manera? Agarró la frazada para cubrirse.

No obstante, lo próximo la dejo sin aire. Sasuke se irguió del otro lado de la cama al tiempo que se frotaba la parte posterior de su cabeza, -En serio, Hinata, he llegado más tarde en otras ocasiones que he salido con el dobe.

Él estaba de pie totalmente desnudo. La pelinegra miró hacia el otro lado al tiempo que sentía el calor subir por sus mejillas.

-Cúbrete. – le ordenó ella ahogada.

-¿Hinata?

Sintió que se acercaba. Sosteniendo la manta con firmeza, ella saltó fuera de su alcance.

-¿Hinata, qué sucede?

No miraba el rostro masculino pero no era difícil sentir esa mirada azabache sobre ella. Sintió que levantaba una mano para tocarla y ella volvió a alejarse, temerosa.

-¿Qué hago aquí?

Él gruñó, -Con que queremos jugar.

-¿Ju… jugar?

¡Oh, Kami! ¿Qué estaba pasando? Esa voz masculina se escuchó con un tono sensual y complacido. Volvió a acercarse a ella. Era un absoluto desafío mantener agarrada la manta mientras le pegaba a las manos de Sasuke para alejarlas. Estaba totalmente aturdida, mientras lo escuchaba reír. ¿Cómo llegó a estar con él? ¿Seria acaso el individuo extraño que la llevó hasta él?

No, algo no encajaba, porque él mencionó a Naruto.

La atrapó, desprevenida, rodeando su cintura con sus brazos, -Gané. – dijo él con suavidad, -¿Cuál es mi premio?

Horrorizada, ella intentó empujarlo, sintiendo ese cuerpo reclinado al de ella y comenzó a jadear en un estado de pánico.

El Uchiha se percató de ello rápidamente.

-¿Hinata? ¿Qué te pasa?

-Dé… déjame ir.

La liberó y ella apenas pierde el equilibrio. Aun no tenía el valor de mirarlo.

-¿Qué… qué hago… aquí?

-¿Por qué tartamudeas?

-Si…siempre lo… lo he hecho.

-Hace mucho que no lo haces. – y no supo como, pero pudo detectar preocupación en la voz de Sasuke, -¿Qué demonios pasa aquí?

Ni ella tan siquiera lo sabía, -Quie…quiero irme a mi… mi casa.

-Estás en tu casa, maldición.

Esta vez ella percibió que el temor reemplazó la molestia en su voz.

-¿Mi… mi casa?

-Sí. Tu casa de hace cinco años, desde que nos casamos.

Fue entonces que esos ojos lilas le miraron desorbitados, -¿Ca… casados por cinco años?

Y se desplomó, permitiendo que la inconsciencia la clamara.