Nota de autor:
Bueno siento mucho tener que subir este capitulo nuevamente, pero es que se me a olvidado la contraseña de mi cuenta anterior T:T y la de mi correo anterior, entonces no he sabido como continuar la historia sin subirla otra vez. U.U lo siento. He hecho algunas mejoras para compensar el tener que subirla denuevo y debo decirles que la historia ya está terminada, pero ire subiendo capitulo a capitulo, todas las semanas, preferentemente los fines de semana. Tengo menos lavores que hacer por esos días u.u.
Los dejo con lo realmente importa, por favor envienme reviews haber si les ha gustado o como quieren que vallan las cosas. ^^
Espero os guste
Angel de Alas Rotas
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Porque todas las personas tienen algo angelical dentro de ellas.
A ella las alas le asomaban por la espalda, pero el destino es cruel y cada vez que intentaba volar su cuerpo caía al piso. El amor que sentía cortaba esas alas que le asomaban.
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Sus pies sucios y maltrechos caminaban a tropezones hacía donde creía que se encontraban sus amigos, a esas alturas no estaba segura de muchas cosas, mucho menos de por que avanzaba hacía ellos cuando lo único que quería era volver a casa, esa cosa que olía a jazmín donde Souta correteaba al gato, su madre barría la entrada y su abuelo vendía amuletos que se parecían a la perla, esa perla que le había traído tantos problemas.
Las manos le dolían. Las restregó contra su ropa sucia y el dolor se intensificó, las levantó lo suficiente para verlas y por primera vez se percato de que estaban heridas y exageradamente sucias. Tal vez había sido mientras escapaba de lo que sus ojos traían pegados a la retina, no se había dado cuenta que aunque se fuese a kilómetros de distancia esas imágenes no desaparecerían de su cabeza, correr en ese momento había sido lo único que había podido hacer, la única cosa que podía mantener su mente en una nebulosidad parcial, pero por aquello seguramente había caído al suelo infinidad de veces. No recordaba demasiado, ni el camino que había seguido para llegar hasta ahí.
¿Cuanto tiempo había estado corriendo? La verdad es que no lo sabía, pero mientras esperaba que sus ojos se secasen, que su corazón se calmara y que ese fuerte dolor dejase de hundirla cada vez más en el suelo el tiempo le pareció eterno.
Llegó hasta el campamento con los ojos secos y la ropa sucia, el frío calaba sus huesos pero le gustaba sentir esa pequeña sensación de dolor, la hacía salir de esa nebulosa en la que se encontraba. Miroku se había encargado de prender un poco de fuego. Sango que se encontraba acuclillada a su lado había sentido sus pasos y ahora la miraba con los ojos inundados de preguntas. Seguramente era muy raro verla en esas condiciones. Por alguna razón sintió que no era necesario moverse. Sango se levantó de donde estaba y Miroku ni siquiera se inmuto, como si ya hubiesen esperado su llegada y hubiesen planeado el reencuentro. Llegó hasta donde ella estaba y cruzo la mirada con la de ella, Todas las palabras que se habían acumulado en su boca durante esa carrera infernal se apagaron en su garganta. Ella le abrazo con esos brazos maternales que había aprendido a tener después de la muerte de su familia. Eso era exactamente lo que ella necesitaba, que alguien la mantuviese de una pieza por un tiempo más, antes de derrumbarse en muchos fragmentos. Sango no había preguntado la razón de su estado, agradeció ese gesto, hablar de todo lo que había pasado no era una opción para ella.
Cuando Sango la soltó ella pudo sonreír con debilidad y alejarse de ella. Se acuclillo en cambio junto a Miroku para impregnarse un poco del calor de esa pequeña hoguera. Inuyasha aún no había llegado y Shippo seguramente ya estaba dormido. Miroku la miró silencioso, podía sentir sus ojos azules clavados en su rostro.
-Creo… que sería una buena idea que se cambiara de ropas señorita Kagome.
Asintió con la cabeza pero no dijo nada más. Hablar sería muy difícil ese día.
Se puso pantalones y un chaleco sin demasiado animo y entre la nebulosidad de la que se había apoderado su corazón para no darse cuenta de todo ese dolor.
Ese día se acostó en el suelo, y no pegó un ojo en toda la noche. Debía irse de ese lugar si no quería que el dolor le consumiera el alma. Pero antes de eso, antes tenía que armar lo que había desecho y encontrar cada uno de los fragmentos de la perla que faltaban y dejarlos donde debían estar, en el medievo de Japón, luego de eso Inuyasha ya podría hacer lo que quisiese con ella, convertirse en un maldito demonio o… en un humano, tal como lo había hecho hace cincuenta años.
Sacudió su cabeza, pensar en eso no aplacaría ni llenaría ese agujero que le habían hecho en el pecho hace unas horas. Cerró sus ojos con toda la fuerza que podía tener en esos momentos, debía dormir, quizás si entraba en ese mundo de sueños el dolor se aplacaría y los recuerdos se borrarían de su cabeza.
Faltaban aún dos semanas para el día sin luna, ese día comenzaría a buscar las perlas por cuenta propia, por ahora lo único que le quedaba por hacer era entrenar y ver como podría volverse más fuerte, para luchar sola. No dejaría que nada de ese maldito mundo atravesase el poso y matara a su familia, antes de eso podían partirle el alma mil veces más.
Verlo durante todo el tiempo que quedaba era una tortura silenciosa y aguda, que la destrozaría poco a poco y la dejaría vacía. Saber que el la quería, que sus manos la habían tocado como si fuese lo más bello de la tierra, no quería cuando lo había visto con Kikyo.
Despertar el día siguiente fue como andar entre la niebla, con más densidad a cada segundo a cada paso, pero eso le gustaba porque la mantenía con la mente medio en blanco y anestesiada. Así pasaron los días y luego las semanas mientras Inuyasha parecía perdido en algún lugar glorioso del cielo y ella entrenaba durante días enteros, hablando justo lo necesario y sonriendo cada vez que podía para mantener una fachada perfecta. Había aprendido asentir la vibración del suelo y a canalizar energía con las manos, todo eso había sido muy complicado sin instrucción alguna, pero el dolor y esos deseos que tenía por desaparecer lograron crear en ella esas fuerzas que le faltaban.
Y ese día sin luna había llegado antes de que si quiera se diese cuenta.
Cuando Inuyasha dormido como estaba se había convertido en humano, Kagome cogió arco y flecha. Seguramente no se podría alejar mucho pero los fragmentos estaban por todas partes, así es que no dudaba poder encontrar alguno. Caminó en puntillas intentando hacer el máximo de silencio, ya que si bien Inuyasha no tenía el oído que tenía cuando era medio demonio, se ponía realmente alerta cuando su cuerpo era más vulnerable.
Vio el cielo sin luna un segundo, llevaba más de media hora registrando ese lugar, y aún no había sentido nada, sabía muy bien que los fragmentos de la perla yacían disgregados por alguna parte, pero se le estaba haciendo jodidamente difícil encontrarlos. Kagome no había dormido en toda la noche con el único objeto de buscarlos. Había paseado sola con los ojos húmedos, los pies descalzos y su arco y flecha sobre el hombro. Quería irse de esa época, alejarse de Inuyasha a pesar de lo que le había pedido un día y llorar todo lo que fuese suficiente para sacárselo del alma, porque pese a que ese día hace dos semanas había pensado que no podía llorar más el recuerdo de Inuyasha se hacía condenadamente fresco en su cabeza en ese bosque y la hundía más y más en ese dolor tan parecido a la amargura.
Hoy el hanyu había perdido sus poderes y hoy ella había decidido que sería el mejor momento para marcharse y no regresar hasta encontrar los fragmentos que faltaban, o tal vez si lo haría, pero sólo para despedirse.
Se iría porque él no la quería y no la querría nunca y a pesar de que ella había decidido ser su amiga y permanecer junto a él a pesar de todo, su corazón había explotado, había colapsado y agonizado ese día, junto al lago mientras veía como él se reunía con Kikyo, mientras la besaba y la desvestía lentamente como si se fuese a quebrar con un mal rose, todo lo que alguna vez le había dicho a Inuyasha era incomparable con ese gran dolor en su corazón. Era suficiente de torturas. El día después cuando Inuyasha había llegado a la cabaña, lo único que él había dicho era que se pusieran en marcha que los fragmentos de la piedra cada vez se alejarían más si no se movían. Ni un solo remordimiento, ni un ápice de culpabilidad hacía ella, era la más pura frialdad, tal vez incluso igual a la que había tenido cuando lo había conocido, hermético y frío.
Pero ella aún lo amaba, porque los amores y cariños no se olvidan tan fácilmente como se destroza el corazón, el amor es algo tan complejo que pese a que mil filósofos, estudiosos y hasta científicos intentaron analizarlo no llegaron a un mutuo acuerdo, porque el amor era y se vivía diferente en todas las personas, y su amor era así, testarudo y masoquista. Porque pese a todo lo que estaba pensando sabía que si el hanyu llegaba a ella con ojos tristes y le pedía disculpas o si tan siquiera llegaba, ella no dudaría en quedarse. Y por eso lloro más, porque era tan débil como una flor.
Se adentró un poco más, sentía la débil presencia de un fragmento, pero era tan débil que quizás estaba a kilómetros de distancia. Comenzó a correr, entre más rápido llegase más pronto encontraría ese maldito fragmento.
Corrió lo más rápido que pudo, la luz del fragmento se hacia más fuerte a medida que avanzaba y eso le proporcionaba nuevas fuerzas para correr. Casi una hora tardo en llegar a ese lugar oscuro, húmedo y frío. Los árboles se movían demasiado y eso la asustaba, tenía miedo pero no desistiría. Las hojas húmedas por la lluvia que había caído hacia tan sólo unas escasas horas, comenzaron a moverse y lo sintió, sintió el poder de una bestia. El suelo temblaba y pronto se dio cuenta que el demonio formaba gran parte de ese suelo. Sus enormes patas se alzaron y ella tubo que saltar con agilidad.
-Valla, Valla ¿que tenemos aquí?
Ella no dijo nada, tan sólo agarro una flecha y la lanzo casi sin abrir los ojos.
-¡Que haces estúpida mujer no vez que estaba descansando! -gruño el demonio.
-Yo sólo quiero el fragmento, si me lo das entonces no tendré que hacerte daño.
-Que acaso eres estúpida, jamás te lo daré, es algo demasiado valioso para que lo tenga una muchachita como tu.
Y antes de que pudiese darse cuenta las enormes garras de ese demonio la tenían atrapada y la apretaban con una fuerza inexplicable.
-Detente... -susurro ella.
-Es tu culpa de andar sola por estos lados... me pareces lo suficiente sabrosa como para comerte, te matare y luego te comeré... hacia mucho que no comía a una muchachita tan bonita como tú.
Inuyasha...
Pensó instintivamente pero él ya no estaba para salvarla, y no lo estaría nunca más.
-Detente... -volvió a susurrar cuando las garras de el comenzaron a incrustarse en uno de sus costados.
-Tal vez deberías decir tus últimas palabras.
-Inuyasha... -dijo ahora casi inconsciente. Que acaso sería lo ultimo que pensara antes de morir. Que patética podía llegar a ser.
-¿Inuyasha... eso es lo ultimo que dirás? ¿Ese estúpido nombre... nada más? es estúpido el amor de los humanos. -Se dijo... pero ella que estaba casi inconciente, lo pudo escuchar muy bien.
Amor... Ella amaba a Inuyasha pero a Inuyasha parecía no importarle nada de de lo que ella hacía... Inuyasha amaba a Kikyo y ella estaba apunto de morir por sus deseos de salir de ese lugar.
-Detente -Volvió a murmurar.
No se permitiría morir en ese lugar, no se permitiría morir tan lejos de su casa.
-Detente. -El demonio sólo se reía, se reía de ella y de su cuerpo frágil.
No se permitiría morir porque ella había entrenado para encontrar esa maldita piedra y escapar de su lado.
-¡¡¡DETENTE DE UNA VEZ!!!!!!
Y la energía que emanó de su cuerpo fue lo suficientemente fuerte como para hacer desaparecer la mano de ese demonio.
Su ropa se había desgarrado por la garra de ese demonio, sus brazos habían sido un poco quemados por el veneno que corría por la sangre de esa vestía a la que ahora, le faltaba un brazo.
-¡Maldita mujer, que me hiciste…! -Comenzó a chillar ese demonio.
-Yo, no puedo morir aquí -dijo ella mientras colocaba una flecha en el arco. - Debo juntar esa estúpida piedra… ¡Debo salir de este lugar! -le gritó y la flecha que había preparado dio justo en el fragmento. En ese momento no supo si realmente fue habilidad o había tenido mucha suerte pero esa flecha había dado justo en el blanco.
Caminó dos pasos para poder alcanzar la perla, pero se sintió mareada y sus pies no fueron lo suficientemente fuerte como para sostener su peso.
Su cuerpo calló y sus ojos se cerraron, sin luchar siquiera se dejo caer a la inconciencia, estaba cansada y herida.
Cuando por fin sus ojos castaños se abrieron ya era casi de madrugada e Inuyasha no tardaría en recobrar sus poderes. Se levantó del suelo y guardo el fragmento junto a su cuerpo. En cuando no la viese, estaba segura de que comenzaría a buscarla, no porque le importara sino porque sin ella las pistas de la perla estaban completamente perdidas, y el deseaba enormemente esa maldita joya.
Y en efecto, como lo supuso cuando ya había avanzado varios pasos, escuchó el sonido que provocaban las ropas rojas de Inuyasha al cortar el viento.
-¡¡Kagome!!! ¡¡Qué demonios haces acá!! -Pero al verla algo en sus ojos cambió -Ka..gome.
Le dijo pausado, tanto como jamás lo había hecho, tal vez era por su aspecto, sus ropas rasgadas, el tono carmesí de su polera, o derechamente era el olor a sangre que emergía de su costado derecho el que le hacía a ese medio demonio preguntarse que hacía ella ahí.
-Busco eso que destroce un día, Inuyasha –le dijo mientras se volteaba para sonreír sinceramente pero con tristeza. –quiero… quiero encontrar los fragmentos de la perla… - y ella volvía sonreír. Pero sus ojos lloraban y su corazón se oprimía tan fuerte que a ratos dolía como si estuviese a punto de explotar. Había permanecido distanciada de Inuyasha esas dos semanas en una nebulosa casi confortante, donde hablarle ni mirarle estaban permitidos y había funcionado bastante bien, pero ahora que él llegaba ahí y pronunciaba su nombre todo parecía tan doloroso e hiriente.
-Pero no puedes salir tú sola, mira como estás ¡tonta! Pudo haberte pasado algo. Hoy en la mañana partiríamos, por qué demonios te tuviste que apresurar Kagome, sabes que debes permanecer a mi lado para poder…
-No! No debo –le gritó pero tan pronto lo hizo callo en cuenta de que había sido un error garrafal.-ya no más Inuyasha.
Los ojos de Inuyasha se abrían como platos ante esta declaración y su rostro parecía ir perdiendo forma paulatinamente. Seguramente creía que ella jamás se aburriría de estar ahí, desplegada a un lugar mucho más lejano mientras él se aventuraba entre el bosque y buscaba a Kikyo.
-Tu… Kagome dijiste que querías permanecer a mi lado, me lo pediste… yo pensé…
-Lo siento… lo siento mucho Inuyasha... –dijo mientras continuaba llorando –pero no puedo hacerlo.
Inuyasha apretó sus dientes y en ese minuto no supo que pensaba, pero sabía que estaba furioso. Cerró los ojos. Detestaba verlo de esa manera.
-Tranquilo, no me iré hasta que recolecte todos los fragmentos.
Pero él seguía sin decir nada. Sin embargo a medida que el cielo se volvía más y más claro las palabras de Inuyasha parecían querer aflorar con más ímpetu desde su boca.
-Por qué, deseas irte Kagome –su pregunta sonó más a una afirmación que a una pregunta pero ella le entendió, pese a eso no pudo contener su asombro al ver el rostro compungido y contrariado de Inuyasha. No sabía bien si era por la perla o por el hecho de que ya no le sería de ayuda en las batallas. Y decidió decírselo, porque ahora no era necesario callarse.
-Te vi -dijo ella pero Inuyasha permaneció con el mismo rostro interrogante -Te vi hace dos semanas.
-También te vi Kagome, dormimos muy cerca para no encontrarnos al despertar.
Inuyasha nunca cambiaria. Sonrió melancólica.
-Te vi con Kikyo – y el rostro de Inuyasha volvió a cambiar pero no dijo nada. Lo había entendido.
-Yo…
-No digas nada, es normal aquello entre dos personas… que.. que se aman. –eso había sido lo más difícil que había dicho en su vida, la complejidad de esa oración era mucha mayor a la de un trabalenguas.
Inuyasha agachó la cabeza y presionó sus manos. Después de todo había tenido razón, él había decidido.
-Creo que ahora es demasiado temprano como para seguir buscando, volvamos tengo un poco de frío y necesito descansar –le dijo ella con una media sonrisa, y comenzó a caminar, sin siquiera esperarle a él que aún no daba un solo paso. Había decidido irse la noche anterior, pero él había llegado y ella era demasiado débil para no permanecer a su lado.
Sus pies temblaban, no había esperado esa conversación.
Agachó la cabeza, deseaba poder siquiera mantener un contacto mínimo con él sin la necesidad de recordar la escena que había visto hace dos semanas.
Sango y Miroku preparaban el fuego, ese día prometía ser helado.
-¡Kagome! Estábamos muy preocupados por ti.
Escuchó decir a Shippo mientras el pequeño se aventaba a sus brazos.
-Tranquilo Shippo, yo sólo…. salí a dar un paseo –dejar a Shippo sería lo más doloroso.
Caminaron mientras Sango se acercaba a ellos. Seguramente también le preguntaría por lo de ayer, pero ella no quería dar explicaciones, mentía cuando daba explicaciones sobre todo si Inuyasha estaba en el camino y no quería hacerlo, detestaba mentir.
Sin embargo Sango sólo la miró, y le dedico una sonrisa. Ella era mujer, seguramente había visto lo que Shippo no había podido.
Caminó con Shippo y ahora también Sango a su lado. Llegaron hasta Miroku y se sentaron alrededor de la fogata que comenzaba a encender.
-Inuyasha fue a buscarla señorita Kagome… -le dijo Miroku mientras soplaba un poco más el fuego.
-Lo sé… me lo encontré hace rato.
-Creo… que debería cambiarse.
Y de hecho Miroku tenía razón, sus ropas estaban sucias y su falda de colegiala ya no encajaba con el clima.
Se puso el pantalón y ese chaleco que había tejido su madre el invierno pasado.
Inuyasha llegó rato después, tenía los pegados al piso. No se digno a mirarla, se sentó junto a Miroku y pareció hipnotizarse con el fuego. Sus ojos dorados no decían nada en ese momento, parecían mudos y vacíos.
-Después del medio día comenzaremos a caminar. -Había dicho ella. Jamás le había interesado cuando partirían, de hecho era siempre Inuyasha quien proponía las horas y todo lo demás, pero terminar esa aventura pronto era lo único que giraba en su cabeza.
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Se encontraba de cuclillas frente al río, con un túmulo de dolor en el pecho, el frió colándole los huesos y esa herida aún abierta en su costado derecho. Necesitaban agua para cocinar, y por más que el hielo se extendiese por todos lados ella conseguiría un poco para ese almuerzo.
-Kagome…
Y esa maldita voz resonó en su cabeza. Ni siquiera lejos de él podía estar tranquila. Agarró el balde que había estado llenando poco a poco casi hace media y se levantó para voltearse y caminar. Pero se quedo de piedra antes de dar un paso.
-Que haces acá Inuyasha... –preguntó en voz bajita.
-Creo que debemos conversar.
No quería, no tenía ganas pero era tan débil como un adicto sin un poco de droga a la vista.
Se sentó y segundos después comenzó a nevar, el invierno era frío y mucho más ese año. Se abrazó a si misma para apagar el frío que sentía cuando Inuyasha estaba cerca, que no tenía nada que ver con la temperatura y esperó a que él le hablase.
-¿Cuándo te iras?
-Cuando termine de reunir los fragmentos ¿Es lo que quieres no? –pregunto.
-Yo… no…
-Te convertirás en un Yukai cuando este completa, ni siquiera te acordaras de mí. quedarme es inútil a pesar de que quisiera ser tu amiga. Si decides convertirte en un humano mi fortuna no será mucho mejor, te quedaras con Kikyo y no sé si sería capaz de soportar eso.
Y le volvió a sonreír tan triste que hubiese sido preferible que mantuviese su rostro serio.
-Entonces eso es todo... piensas irte y no regresar.
-Así es Inuyasha, eso es todo.
Y el Hanyu apretó sus manos y salió enfadado de ese lugar. Inuyasha no la entendería jamás.
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Y los días pasaron sin mayores avances, el corría de vez en cuando para mitigar sus frustraciones y regresaba cuando sabía que ya no metería la pata.
Ese día corrió tan fuerte que a ratos, a pesar de su excelente condición, se le hacía difícil respirar. ¿Que estaba haciendo? Que llevaba haciendo durante todo este tiempo, no entendía a Kagome no se entendía a él y mucho menos entendía los sentimientos fríos y esquivos de Kikyo.
Kagome, no había hecho otra cosa que sonreír durante esos días, no le gritaba ABAJO, pero tan poco conversaba con el. Cuando el la regañaba o le decía algo sobre lo mala que era su comida ella sólo… lo evitaba y esa indiferencia lo hacía sentir helado.
Por fin se detuvo entre la maleza, y ahí estaba ella… Kikyo entre la hierva, caminando con arco y flecha en mano, sus leves movimientos elegantes y envolventes, su piel blanca y su cabello tan oscuro como esas noches que solía ver en el invierno. Era hermosa... y había sido suya, tan suya como ahora era la mano que afirmaba una de las ramas para permitirle la visibilidad. Seguramente ya había sentido su presencia, no por nada era una poderosa miko.
-Sal de ahí Inuyasha, a que juegas. -Y el bajó inmediatamente del árbol en el que estaba y se puso frente a ella, con un poco de suerte ella le hablaría sin una pizca de rencor en su voz.
-Kikyo… yo
-Que quieres Inuyasha… a que has venido -Le dijo ella mientras avanzaba.
-Kikyo… no a habido ni un solo día en que no pensara en ti, ni un solo segundo en que…
-Shh.. Sé todo lo que me quieres decir Inuyasha… se que me quieres… que dejarías todo por irte conmigo a donde sea,. Pero a pesar de que lo hagas Inuyasha quiero que sepas que lo que tuvimos nunca volverá a ser como antes, aunque tú me ames y yo te ame.
Y algo en su interior comenzó a romperse, porque era nuevamente esa fría escultura de barro y huesos que le hablaba, y no la Kikyo que él había conocido.
-Sé lo que dices… pero, haría lo que fuera por ti, me iría al mismo infierno si es que me lo pides… por estar contigo.
-entonces hazlo, porque me perteneces Inuyasha.
Y antes de que terminase de hablar Kikyo se tambaleo y como si fuese un acto reflejo el se acercó a ella y la sostuvo.
-Estas… estas bien –le dijo nervioso por sentirla nuevamente entre sus brazos, la frialdad de su piel podía sentirse a través de sus ropas.
-Suéltame Inuyasha, por favor…
-Pero tú y yo…
-¿a? –dijo ella con una sombra de ironía en su voz tan palpable como la frialdad de su cuerpo –¿fue importante para ti?
-Kikyo, sabes muy bien que yo…
-Que me quieres… lo sé. Pero esto ya no es más que un juego, yo no pertenezco a este mundo y mi amor debió haber muerto en el pasado, junto con mi cuerpo que te empezó a odiar apenas esa garra atravesó mi hombro…
-Pero… sabes que yo no habría hecho eso… Naraku..
-Naraku me hizo odiarte Inuyasha, lo sé. Pero ese odio no se ha ido de mi nunca… me ha hecho lo que soy, Inuyasha. –le dijo ella con una sonrisa fría.
-Ahora, por favor vete, deseo descansar.
El no objetó nada, no dijo nada, ni siquiera atinó a respirar, porque las palabras de ella eran tan elidas e hirientes que habían atravesado su cuerpo como a un papel.
Volvió a los árboles, debía regresar, ya era de noche y seguro Sango y los demás habían hecho ya un lugar donde dormir.
Regresó, pero faltaba algo, faltaba cierta pelinegra que se había ausentado durante las noches el último mes, buscaba los fragmentos de la perla y él lo sabía, pero de cierta manera a pesar de que aquello debía ponerlo feliz, lo entristecía aun más, porque ella se empeñaba en eso sólo para separarse de él. Y lo peor de todo era que él ya no tenía derecho a reclamar, lo había perdido ese día que había hecho llorar a Kagome.
Decidió seguirla un momento, después de todo podía pasarle algo si la dejaba andar por ahí sola.
Comenzó a olfatear y le fue tan sencillo distinguir su olor que se sorprendió.
Valla, esta vez si que había llegado lejos. Había recorrido bastante, y ahora… Dios, ¿Qué Demonios estaba haciendo?
Ahí estaba ella con arco y flecha en la mano dispuesta a aniquilar a un demonio enorme que estaba demasiado cerca para su gusto. Y lo hizo, lo desintegro en cuestión de segundos, antes incluso de que él pudiese hacer algo. Había mejorado mucho en ese mes, su determinación era mucho más grande de lo que recordaba y su poder espiritual se había inclementazo en dos o tres veces si no se equivocaba.
La vio correr hacía hacia el pedazo de perla que yacía en el suelo mientras que con el rostro sonriente purificaba el fragmento que había tenido ese demonio. Pero antes de que pudiese caminar cinco pasos de vuelta hacía donde se encontraban sus amigos, el cuerpo de Kagome descendió al suelo despacio, incluso de forma anormal, sin embargo no la dejo tocar el suelo llegó junto a ella antes de que lograse pegar su cara a la fría nieve. Un mancha carmesí se extendía por la nieve, subió a Kagome en sus brazos e inspecciono su herida, Su costado derecho estaba rasgado, la herida parecía haber sido hecha desde hace tiempo, pero por alguna razón no había llegado a cicatrizar. Sacó todas esas vendas empapadas, ya luego ella se las cambiaría por otras, por ahora esas sólo conseguirían infectar la herida.
La piel de Kagome era calida, podía sentir su tibieza pese a tener puestas esas ropas tan extrañas y gruesas, estaba más liviana de lo recordaba, sus ojos un tanto ojerosos por las noches sin dormir, sus labios… quebradizos por el frío de esos días de caza pero sin embargo y pese a todas esas cosas se veía hermosa… candida. Sus mejillas sonrosadas rebosaban de vida… así como siempre había sido Kagome. La echaba de menos.
¿Porque demonios le dolía tanto saber que ella hacia todos esos esfuerzos sólo para alejarse de él?
Llegó hasta esa cabaña en donde estaban los demás, las llamas de la fogata aún ardían, la bajo delicadamente hasta donde ella siempre dormía y acercó sus cosas al fuego. La cubrió hasta el cuello y una de sus manos le mostró la pequeña perla que ella protegía celosamente. Retiró el fragmentó de su delicada mano e intento meterlo en el frasco que ella llevaba en el cuello. Lo desabrochó delicadamente, el cuerpo de Kagome se estremeció. Cuando quiso introducirlo se dio cuenta de que no sólo era ese el fragmento que ella había encontrado durante esa noche sino que tenía dos más.
Si las cuentas no le fallaban sólo quedaban unos diez o doce fragmentos por encontrar, los demás los tenían Naraku y Kouga. Eso querían decir que Kagome… partiría pronto.
