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Cause when the lights are down

There's no more to say

Love is the real pain

An internal revolution in our minds

And when the lights are down

You're so far away

Tell me your real name

In the silence of the darkness we unite


La conocí en el bar en el que llevo trabajando ya más de tres años, una noche de esas que catalogarías como de perros, en la calle llovía a cantaros y un viento inclemente proyectaba las gotas de agua como puntas frías y furibundas contra los pocos viandantes que se atrevían a salir y las ventanas del local. Se sentó en la barra, sus ropas verdes oscuro chorreando agua y el pelo largo, rubio y húmedo pegado a la espalda; parecía cansada y necesitada de un buen plato de comida caliente.

—¿Qué te pongo, soldado? —le pregunté con voz amable.

Oh, sí, por supuesto que sabía que era una soldado, seguramente recién vuelta de algún frente de batalla, el tiempo pasado trabajando tras aquella barra viendo ir y venir a muchos de ellos había logrado que supiese reconocerlos en cuanto los veía. De todas formas, la guerrera verde y la bolsa de lona que había dejado caer a un lado hablaban por sí solas, por no mencionar aquella mirada distante, casi ausente de quien vuelve del peor de los horrores y aún está situándose en un mundo lejos del sonido de las balas, los gritos, la sangre y la muerte.

Ella me miró y esbozó una media sonrisa.

—Un whisky doble, por favor —pidió con una voz increíblemente suave, una voz que se me antojó preciosa y para nada la de alguien que empuña un arma.

—¿No es un poco pronto para empezar la noche?

Ella sacudió la cabeza y volvió a insistir en lo pedido, con un suspiro me volví para prepararle su bebida, no era el primer, ni sería el último, soldado que veía dispuesto a beber hasta olvidar el infierno del que había sido testigo, en esta era de guerras era algo demasiado corriente. Sin embargo, mis manos se pararon antes de coger la botella que contenía el líquido color ámbar y con una nueva idea en mente, fui un momento a la cocina. Apenas tardé unos minutos en regresar y ella seguía allí esperando por su bebida.

—Aquí tienes, un Takamachi recién hecho —le dije poniéndole delante un plato con un sándwich de carne acompañado de guarnición, la especialidad que me había hecho famosa en aquel bar y por la que muchos parroquianos me conocían ya.

—Yo no he pedido esto —dijo empujando el plato hacia atrás, aunque mirándolo con una evidente expresión hambrienta que me hizo sonreír.

—Invita la casa —insistí acercándole de nuevo la comida—, parece que has tenido un viaje largo y duro. Vamos, te sentará bien y el whisky —se lo serví en un vaso— entrará mejor con algo en el estómago.

Pareció meditarlo unos segundos más y al final, musitando un débil gracias, empezó a dar cuenta de la cena. Me permití observarla durante un rato mientras comía, preguntándome cuál sería su historia, de qué frente habría vuelto, cuántos hombres habría matado, cuántos habría salvado, por qué sus hermosos ojos color borgoña tenían aquella mirada triste y derrotada.

—Si la sigues mirando así la vas a desgastar —me susurró el dueño del bar al oído al pasar a mi lado—. Además, yo no te pago para que te quedes ahí de brazos cruzados mientras te deleitas la vista.

—¡Yuuno! —exclamé sintiendo cómo me sonrojaba, él simplemente dejó escapar una carcajada y me señaló a un par de jóvenes que esperaban ser atendidos.

Al tiempo que cogía sus pedidos y los preparaba, pensaba que Yuuno tenía razón, aquella soldado era muy atractiva, a pesar de las ropas desgastadas y húmedas, del barro adherido a sus botas y de su aspecto abatido, tenía algo que lograba llamar mi atención, quizá fuera su piel fina y clara o su largo cabello dorado o tal vez aquel par de ojos hechizadores, no estaba segura, pero mi atención se veía atraída una y otra vez hacia ella. Así que cuando tuve un momento libre, volví frente a ella y le rellené el vaso casi vacío, de la cena no habían quedado ni las migas. Ella me miró interrogante.

—¿A ésta también invita la casa? —preguntó con una matadora sonrisa de medio lado.

—A ésta invito yo —le contesté guiñándole un ojo.

—Gracias. ¿Y a qué debo el honor?

—Mmm —sacudí la cabeza—, me siento generosa y eres la chica más guapa que ha entrado en el bar esta noche.

—Oh… —por un segundo pareció quedarse sin palabras, un leve rubor cubriendo sus mejillas—. ¿Tú jefe no te ha dicho que puede ser peligroso flirtear con los clientes?

Aunque su tono pretendía ser serio, su expresión se había tornado algo traviesa, dio un sorbo de su whisky y me miró como si me estuviese evaluando.

—¿Eres peligrosa, soldado? —inquirí divertida.

—Mm, sí —la media sonrisa pasó a una completa todavía más matadora—, pero los peligros que correrías conmigo puede que te resultasen… placenteros.

Uo-oh, esta mujer se volvía por momentos más interesante, pensé sintiendo cómo era yo ahora la que enrojecía. Antes de que pudiera responderle, uno de los parroquianos habituales me llamó para que le atendiera.

—Así que Nanoha, ¿no? —dijo cuando volví frente a ella, casi pareció saborear el nombre como había hecho con su primer trago de whisky.

—Sí, ¿y tu nombre, soldado?

—Me llaman Reaper.

Por un momento me decepcionó que no me dijera su nombre real, sino el apodo por el que seguramente se la conocía en las trincheras, pero este trabajo te enseña a respetar el deseo de la gente por mantener partes de su vida ocultas, incluso sus nombres. Todos tenemos secretos.

—Ése es un nombre un tanto oscuro —dije en cambio.

—Tiempos oscuros requieren nombres oscuros —comentó con la mirada pérdida en el fondo de su vaso—. Pero —alzó el rostro y sonrió de nuevo— he acabado acostumbrándome a él.

—Ya veo… Y dime, Reaper, ¿tierra, aire o agua?

—Tierra —contestó no sin cierto orgullo.

—¿Batallón?

Entonces negó con un gesto y señaló el hombro de su guerrera, ahí dónde debería estar cosido el parche de su batallón no había más que un vacío, entonces entendí; soldado de fortuna, una mercenaria. De nuevo no me sorprendía, en estos tiempos que corrían eran muchos los que preferían ganarse la vida como mercenarios que pertenecer a alguna fuerza regular, se decía que cobraban más y las recompensas eran mejores, además, por lo general, podían irse una vez el trabajo por el que eran contratados estuviese terminado.

—¿Estás en alguna banda ahora?

—No.

—Entonces has venido a buscar trabajo a la ciudad? Si es así, tengo una vieja amiga que comanda una banda, son bastante serios, tal vez podría…

Ella me cortó negando con la cabeza.

—Por un tiempo… sólo por un tiempo voy a descansar… —dijo, exhaló un largo suspiro y apuró su copa.

—Eso está bien, hasta los soldados os merecéis vacaciones. ¿Otra? —le pregunté agitando la botella de whisky.

—Sólo si me acompañas —respondió con una nueva sonrisa.

Antes de contestar que sí, eché un vistazo alrededor, la sala no estaba muy llena esa noche y todos los clientes estaban atendidos, miré a Yuuno, que estaba tomándose una cerveza mientras leía el periódico del día acodado en un extremo de la barra, él me devolvió la mirada y asintió.

—De acuerdo, mientras la cosa esté tranquila.

Nos serví a las dos sendos vasos de whisky y alcé el mío para brindar con ella, que me miró algo extrañada.

—¿Por?

—Por las soldados guapas de vacaciones —dije divertida y por fin conseguí arrancarle una clara y suave risa, un sonido agradable de oír.

—Entonces yo brindaré por las camareras que no se cortan en flirtear abiertamente con sus clientes.

—Nyhaha… —Mi risa se unió a la suya y nuestros vasos chocaron con el tintineo del cristal contra el cristal y los hielos repiqueteando entre sí.

Pasamos gran parte de la velada charlando a media voz, aunque, ciertamente, yo hablaba y ella escuchaba, haciendo pequeñas observaciones de vez en cuando y añadiendo alguna anécdota ligera de su parte cuando la conversación parecía decaer. Fue agradable y entretenido y aunque no llegué a saber nada de su historia reciente, la manera en que mis ojos se perdían en los suyos y las agradables sensaciones que despertaba en mí, hacían que aquello no tuviera tanta importancia.

Hasta ahora nunca había creído en eso del amor a primera vista o los flechazos de los que la gente habla tan a menudo, pero en unas pocas horas Reaper me había hechizado por completo y deseaba que aquella noche no terminase nunca. Sin embargo, como en el cuento de La Cenicienta, el reloj marcó la hora de cierre del bar y el momento de las despedidas.

—Vaya, el tiempo se me ha pasado sin darme cuenta —comentó Reaper—, sin duda ha sido por la buena compañía. Pero supongo que es hora de irse, tu jefe empieza a echarme miradas raras —rió—. ¿Me puedes recomendar algún sitio no muy caro para pasar la noche?

—¿Sólo una noche? —le pregunté curiosa.

—Sí, estoy de paso por esta ciudad… La verdad es que no tengo ningún destino en mente, voy a dónde me lleve el viento.

No, pensé, no se podía decir algo como aquello y que sonase tan bien a los oídos.

—Un soldado poeta —comenté a medio camino de la broma y del cumplido, ella simplemente alzó las cejas y sonrió.

No sé por qué dije lo siguiente, ni de dónde saqué semejante atrevimiento, quizá porque realmente quería disfrutar un poco más de su compañía o porque de verdad sus preciosos ojos borgoña me habían hechizado, la cuestión es que lo solté sin apenas pensarlo.

—Conozco un lugar donde no te cobrarán ni un céntimo y esta muy cerca de aquí.

—Paso de albergues —negó sin captar el verdadero significado de mis palabras—, las camas suelen estar infestadas de chinches y piojos.

—No me refería a un albergue, sino a mi casa.

Antes de que Reaper pudiese contestar, un pequeño estruendo llamó nuestra atención; por increíble que parecería el siempre hábil Yuuno había dejado caer al suelo una bandeja cargada de jarras de cristal, algunas se hicieron añicos.

—¿Pero qué haces? —le dije sin poder disimular mi risa y fui a ayudarle, no si antes decirle a ella que se pensara mi oferta.

Mientras recogíamos los cristales rotos y las demás jarras, Yuuno me echó una larga mirada, después miró a Reaper y volvió a mirarme a mí.

—Nanoha, ¿estás segura de lo que haces? Es prácticamente una desconocida —susurró para que sólo le oyera yo.

—No creo que me vaya a hacer nada malo. Además, ahí fuera está cayendo un aguacero y el hotel más cercano está a más de media hora, podría coger una pulmonía yendo hasta allí.

—Pero, ¿y si intenta robarte o…?

—Vamos, Yuuno —le interrumpí—, es sólo una soldado cansada que necesita un sitio donde dormir —que me recordaba a un gato callejero desvalido me lo guardé para mí—. En serio, no tienes nada de que preocuparte, de alguna forma sé que es una persona de confianza.

—Si tú lo dices —ambos nos levantamos—, pero si ocurre lo que sea, no dudes en llamarme.

—Sí, sí, papá —reí y él gruñó.

Volví junto a la rubia mercenaria y le pregunté por su respuesta.

—¿Estás segura? —inquirió—, no sabes nada de mí…

—Bueno, si intentas algo raro, tengo un contundente bate de madera al lado de mi cama —bromeé.

—No quiero molestarte, ya has hecho bastante por mí esta noche.

—No es ninguna molestia, de verdad. Mira, mi casa está justo encima del bar, no te mojarás ni caminarás bajo esa lluvia helada. Y mi sofá es muy cómodo.

—Supongo… supongo que no puedo decir que no —sonrió—. Está bien, pero sólo por esta noche.

—Muy bien —ni siquiera entendía por qué me sentía tan contenta con su respuesta, ni tan nerviosa.

Le dije que me esperara mientras terminaba de recoger el bar con Yuuno, algo que nos llevó unos veinte minutos; después nos despedimos de mi jefe, quien le echó una mirada de advertencia bastante elocuente a la soldado y salimos a aquella noche tormentosa para correr apenas cinco metros hasta la puerta que daba a la escalera que subía a mi casa.

—Bienvenida —le dije al tiempo que encendía las luces—, no es muy grande, pero tiene techo y es acogedor. Y barato —reí—, mi jefe me lo alquila por un precio muy bajo.

—Es… agradable —dijo ella mirando alrededor.

Tras quitarnos las chaquetas y colgarlas en el recibidor, le di un breve tour por el piso.

—Este es el salón, ahí está la cocina —le señalé el estrecho espacio que había tras una barra y dos taburetes que hacían las veces de separadores de ambas salas— y al fondo están mi habitación a la derecha y a la izquierda el baño. Estás en tu casa, así que cualquier cosa que necesites no dudes en pedírmela o cogerla, la nevera y la despensa están llenas.

—Gracias —asintió ella algo cohibida.

—Bien, iré a por unas sábanas y mantas para el sofá, y también te dejaré una toalla en el baño por si te quieres duchar.

No tardamos nada en preparar el sofá y por mucho que deseará alargar algo más la velada, la verdad es que eran casi las tres de la madrugada y ambas estábamos cansadas, además, no se me ocurría ninguna excusa buena para ello.

—Mmm…, buenas noches —le dije.

—Buenas noches y gracias de nuevo.

—No hay de qué —le sonreí—. Hasta mañana.

—Dulces sueños, pelirroja —se despidió con una pícara sonrisa bailándole en los labios.

Normalmente, suelo despertarme en medio de la noche, a veces simplemente me doy la vuelta en la cama y vuelvo a dormirme, otras me levanto para beber un poco de agua; aquella noche la sed me "obligó" a abandonar mi cómodo lecho en busca de agua. Al entrar al salón, pude ver a Reaper sentada en el sofá, su figura se recortaba envuelta en las sombras de la noche; su respiración era relajada, pero estaba despierta, había captado el brillo de sus ojos en la oscuridad. Me dirigí a la cocina sin decir nada y encendí una pequeña lámpara que tenía sobre la pila.

—¿No puedes dormir? —le pregunté mientras me servía un vaso de agua.

—Mm, eso parece —respondió suavemente.

—¿Pesadillas? —inquirí volviéndome hacia ella tras apurar mi vaso; sabía que las primeras noches lejos del frente eran complicadas para los soldados, a muchos les costaba conciliar el sueño en la tranquilidad lejos de la batalla.

—Recuerdos —contestó, cierta amargura se notaba en su voz.

—Si necesitas hablar… —sugerí yéndome a sentar a su lado tras apagar la luz.

—No son historias agradables.

—Puedo imaginarlo.

—¿Por qué te tomas tantas molestias conmigo? —me preguntó en cambio.

Antes de responder, dejé vagar la vista por la oscuridad que nos rodeaba, apenas rota por la débil luz de las farolas de la calle que se colaba por las ventanas.

—Sinceramente, no lo sé… Creo que porque me gustas… —agradecí las sombras que ocultaban mi sonrojo.

—No sabes nada de mí.

—Sí, eso ya lo dijiste antes —una corta risa escapó de mis labios—. Pero supongo que a veces pasa, encuentras a alguien por el que te sientes atraído sin entender por qué, aunque sea un desconocido.

—Eres una persona algo extraña —dijo tras guardar un corto silencio—. Pero me gustan las personas peculiares.

Noté cómo se giraba hacia a mí y se acercaba hasta poder notar su respiración rozar mi rostro, se detuvo a escasos centímetros de mis labios, invitándome a mí a dar el siguiente paso. Vacilé, apenas la conocía, ni siquiera sabía su nombre y nunca he sido mujer de una sola noche, pero su cercanía me embriagaba, el calor que irradiaba su cuerpo aceleraba mi pulso y el brillo de sus ojos me tenía atrapada.

—¿Te quedarás más noches? —me atreví a preguntarle.

—Sólo si tú quieres…

Sus palabras apenas susurradas bailaron sobre mis labios y terminaron de decidirme. El beso que compartimos acabó con cualquier reticencia de la razón.

El sofá fue mudo testigo del encuentro de nuestros cuerpos; despacio, demorándonos en cada caricia, en cada beso, fuimos recorriéndonos la piel; mis manos descubrieron sus cicatrices, hasta las más escondidas, mientras mis labios exploraban su boca, su cuello, su pecho… Y sus dedos se enredaban en mi pelo, para descender por mi espalda en caricias ardientes. Nuestros jadeos y gemidos llenaron el aire del salón. Su lengua jugando más allá de mi vientre me hizo perder la conciencia de todo salvo las llamaradas de deseo que encendía en mí. Y cuando el éxtasis llegó, mis uñas arañaron su espalda, mientras mi mente se fundía en fuego blanco. Después la hice mía, queriendo devolverle el mismo placer que ella me había dado. Fueron mis manos las que la llevaron a culminar y sus dientes marcaron mi cuello al mismo tiempo que sus piernas se apretaban en torno a mis caderas. Aún "sedientas", bebiendo una y otra vez de nuestros labios, la noche continúo su curso mientras nosotras seguimos amándonos como si no fuese a haber un mañana.

La luz del amanecer nos encontró tumbadas en el sofá, los brazos de Reaper me envolvían estrechamente atrayéndome contra su cuerpo, como si no quisiera dejarme ir; ella dormía con una expresión calmada y relajada y yo la observaba dormir, acariciando tenuemente una de sus mejillas con la yema de mis dedos.

Con el sudor enfriándose sobre nuestros cuerpos desnudos bajo las mantas, apenas podía creer lo que había ocurrido; nunca me había acostado con alguien la primera noche, mucho menos con alguien que era prácticamente una desconocida, pero extrañamente, me sentía segura y protegida entre sus brazos; puede que el sexo se hubiese adelantado al amor, mas estaba convencida de que ya me había comenzado a enamorar de ella, desde el momento en que sus hermosos ojos me atraparon.