Disclaimer: Bleach pertenece a Tite Kubo. Fanfiction escrito sin fines lucrativos.
Línea temporal: Universo alterno.
DESPEDIDA
Capítulo 1: Despedida.
Rukia Kuchiki se encontró con su escritorio completamente impecable cuando llegó a su centro de empleo en el Consultorio del Doctor Kurosaki; Hatsuka, la empleada de limpieza, sí que hacía bien su trabajo. La admiraba. Para las ocho treinta de la mañana ya había terminado de sacar brillo al consultorio, ni una solitaria mota de polvo deambulaba en todo el lugar. Rukia miró la hora que era en su celular. Nueve menos ocho. Ella siempre llegaba temprano a pesar de lo mucho que le costaba despertarse. Se puso la pequeña bata blanca que estaba en el perchero y escondió su bolsa por ahí para que nadie, incluido su jefe, la viera; era increíble lo ladronas que podían ser las mujeres embarazadas y sus maridos; anteriormente ya había perdido una agenda, un celular y hasta las llaves de su vivienda.
Desparramándose en su silla, Rukia suspiró derrotada al pensar en su situación actual. No solía reparar mucho en ello porque cuando lo hacía quedaba un regusto amargo en su boca al darse cuenta de que su vida y todo en general no era como había soñado hacía tantos años, cuando era tan solo una niña pequeña, tonta e inocente.
Aunque su trabajo no era del todo aburrido siempre que pudiera ver a los pobres hombres que trataban de cumplir los antojos de sus embarazadas mujeres fallar en el intento, no era lo que ella quería ni a lo que aspiraba. Servir a alguien era algo que se escapaba de sus límites, aunque hasta ahora lo había soportado muy bien, después de todo, necesitaba llevarse alimento a la boca. Sin embargo, sin contar sus quejas personales, ser la secretaria de un importante ginecólogo de Karakura le daba una muy buena paga a pesar de su escasa preparación académica. ¡Que todos los cielos bendijeran al Doctor Kurosaki por contratarla a ella en lugar de a una verdadera enfermera!
Escuchando pasos acercarse, la joven de cabellos negros se acomodó en su lugar antes de que la mata de cabello naranja la viera a través de la puerta de cristal y la regañara por su falta de modales. Ichigo Kurosaki, ginecólogo y obstetra graduado de la universidad de Tokio, tenía el peculiar rasgo de poseer el cabello naranja, literalmente, como una mandarina madura. Su cabello no podía compararse con alguna especie de pelirrojo porque simplemente no lo era.
—Buenos días, doctor —saludó con voz chillona, la que usaba para toda su jornada laboral y la que secretamente su jefe odiaba. Claro que esto último ella no lo sabía, era un pensamiento que el doctor se guardaba para sí con el fin de no ofender a la muchacha.
Kurosaki, ya con su blanca bata a medio poner, se quedó mirándola estupefacto, como si ella no debiera estar allí. Luego la saludó de regreso, murmuró una grosería que Rukia sospechaba que él creía que ella no había escuchado, y desapareció en el interior su blanca oficina de médico, donde atendía a sus pacientes en completa confidencialidad.
¡Qué raro era el doctor Kurosaki! En fin, eso no le interesaba. A ella le pagaban por contestar teléfonos y atender personas, las cuales, por cierto, ya estaban llegando.
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En su consulta, el asombrosamente joven médico se tiró sobre su enorme y acojinada silla. Al parecer, en ese establecimiento nadie tenía modales cuando de estar a solas se trataba. Su vida se había vuelto un caos desde que se salió del hospital y montó el consultorio. Muchas mujeres y niñas por igual acudían a él diariamente, algunas por problemas reales y otras en un intento de acercársele, una de las peores formas de ligar, si pudiera añadir él; pero eso no era lo grave de la situación. Las cosas se habían descompuesto hasta llegar a lo insoportable cuando su esposa conoció a su secretaria barra pseudo-enfermera barra recepcionista y creyó que era una amenaza para su matrimonio.
Desde que Orihime había ido a visitarle a su trabajo como sorpresa, a pesar de que ella odiaba los hospitales y clínicas en general por recordarle la repentina muerte de su hermano cuando joven, se había decidido a aparecer por allí. Es decir, era con lo que su esposo se ganaba la vida y debía aprender a llevarse bien con ello, por el bien de su relación. Claro que Ichigo no le había reprochado a ella ni una sola vez el que le atemorizara lo relacionado con su profesión, pero ella quería dar su mejor esfuerzo por el bien de los dos. Entonces fue cuando conoció a Rukia. Desde que era joven, Orihime había sido una chica sumamente insegura, aunque en el exterior no mostrara emociones más que de pura dulzura e inocencia. Temía no ser lo suficientemente buena para nadie y había sufrido episodios de severa depresión en años anteriores, así que descubrir que la asistente de su esposo era una mujer joven, guapa a todas luces y con carácter fuerte no había hecho más que transportarla a sus días de instituto, cuando amaba a su ahora esposo en silencio, ocultando sus sentimientos no por temor a ser rechazada, sino por miedo de que se burlara de ella. De que le dijera que era tan poca cosa como ella pensaba que lo era.
A partir de ese fatídico encuentro, Orihime comenzó a celar a Ichigo de forma asfixiante, controlando con quién se encontraba, cuando y a qué hora. Ichigo, no estando muy seguro de cómo abordar la situación sin lastimar a su esposa a pesar de que él estaba siendo lastimado, se limitó a fingir que todo estaba bien y que no sabía que ella creía que tenía alguna especie de aventura con Rukia Kuchiki. Y es que, ¡por Dios!, ¿cómo podría ser eso posible? A penas y hablaba con ella, sin mencionar que no se le hacía atractiva en ninguna forma... bueno, tal vez el color de sus ojos, tan extravagantes e intrigantes, pero nada más.
Igual ya nada importaba, Orihime controlaba su horario de llegada, del almuerzo, de salida, de sueño y, si tuviera dotes de espía, estaba seguro de que su mujer también intervendría sus teléfonos fijos, su celular y hasta las líneas de sus amigos, todo para demostrar sus sospechas infundadas de su infidelidad. Ichigo estaba francamente harto de esta situación, amaba a su esposa y por eso mismo debía terminar con todo ese asunto ese mismo día, costara lo que costara. El hacerse el loco no había funcionado y el límite ya había sido cruzado.
Breves momentos después de su resolución, unos golpecitos se escucharon en su puerta y su jornada laboral inició con la palabra mágica:
—Adelante.
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Los ojos de Rukia revoloteaban por toda la recepción. Todo lo que la rodeaba eran paredes blancas con escasa ornamentación que consistía principalmente en un par de retratos de flores y osos panda, un pequeño estante con revistas, una mesita para el café, un despachador de agua, un mullido sofá y dos sillones de colores cálidos. El consultorio no era precisamente lujoso, pero era bonito y cómodo; además, así estaba bien. Entre menos cosas frágiles hubiera, mejor puesto que de esa manera las histéricas mujeres embarazadas, las que tenían dudas de estarlo y los niños que los visitaban día a día no podrían tirar algo al suelo por dudoso accidente y romperlos.
Rukia hizo pasar a la última pareja que marcaba la agenda del día y miró el reloj por décima vez en las últimas dos horas. Siete treinta y tres. El doctor debía terminar de despachar a la pareja hasta las ocho, ocho y diez como máximo, y ella tenía hambre ahora; no había salido a comer a la hora del almuerzo por ordenar unos archivos que una diablurilla había desparramado por el suelo cuando estaba en el baño. Cogió algo de dinero de su bolso escondido y salió disparada a la tienda. Solamente rogaba al cielo que una loca mujer preñada no llamara durante su ausencia.
El minisúper al que se dirigía estaba notablemente cerca, sólo a un tercio de manzana de su establecimiento de trabajo. No una gran distancia, pero sus nervios le hacían parecer que se encontraba a un kilómetro de allí. Tomó unas galletas de un estante y consiente que eso no era algo al que se le pudiera llamar alimento, se dirigió al área de refrigeradores para sacar un yogurt. Terminó llevándose una leche chocolatada, elección propia de un niño y no de una mujer de veinticuatro años, y antes de que saliera pitando rumbo a la caja, se acordó de su jefe. No era que ella pensara todo el día en él ni que lo quisiera de alguna forma, pero le tenía aprecio; principalmente porque la contrató siendo que él necesitaba a una enfermera experimentada para el puesto y ella apenas contaba con conocimientos sobre primeros auxilios.
Así que, teniendo al joven de cabellos naranjas en la mente, tomó una lata de té del frigorífico, de ese que él tomaba frecuentemente. Su buena acción del día estaba por ser realizada.
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Habiendo terminado de despachar a la última mujer y a su pareja, Ichigo salió de su oficina y se encontró con su secretaria esperándole. Era extraño, ya habían pasado más de quince minutos desde su hora de salida y él no tenía ningún asunto que tratar con ella. Ichigo solía decirle que podía marcharse en cuanto dieran las ocho a menos que él le indicara lo contrario, orden que Rukia acataba muy bien, así que ella esperándole sin orden previa era una total sorpresa.
—¿Pasó algo? —preguntó rompiendo el silencio, masajeando sus sienes, cansado. Tal vez sería más efectivo tomarse una de las aspirinas que tenía en la repisa, aunque le cansaba de ser dependiente de medicamentos para vivir.
—He comprado algo para usted. No debería estresarse tanto —Rukia, hablando con total formalidad a pesar de solamente ser seis años menor que él, acomodó la lata de té verde a un lado del teléfono y, despidiéndose, abandonó el lugar.
Ichigo miró por tiempo indefinido el té industrializado frente a él, hasta que se decidió a beberlo. Sin embargo, la sensación que quedó en su garganta no fue la del té verde con miel, sino una más amarga. Una que en los últimos tiempos sólo le provocaba Orihime. Fue entonces que lo recordó: su esposa, y el asunto. El que Rukia fuera considerada con él le recordó su cruel realidad, en la que en la cabeza de su mujer tenían mucho más que la relación formal que ambos llevaban diariamente.
Gruñendo, salió del consultorio a darle alcance a su secretaria. Debía hablarle sobre algo que no le gustaría, ni a ella ni a él.
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Desde que vio al doctor agitado, gritando su nombre y tratando de darle alcance en su camino a la estación del metro, Kuchiki supuso que algo andaba mal, y la sensación se intensificó cuando él pronunció la frase más temida por la humanidad: tenemos que hablar; y ella, como el resto de la humanidad, sabía que sólo auguraba malas noticias. Ya ni qué decir de su malestar al borde del pánico cuando Kurosaki dijo que era mejor hablarlo en privado y tuvieron que regresar al consultorio. Mas el que ya lo hubiera presentido no ayudó en nada a que tomara con calma la noticia bomba que le tenía preparada su jefe.
¿Ella? ¿Despedida? ¿Pero qué había hecho mal? Llegaba temprano, hacía con diligencia su trabajo, lo trataba con respeto y hasta había tenido un gesto amable con él justamente hoy. ¡Por Dios, le compró una bebida con su propio dinero! Eso era algo sin precedentes en su relación, contando que no lo incluían en la paga que ella tan cuidadosamente guardaba.
—Disculpa que sea de esta manera, pero no es necesario que te presentes mañana. Ya me las apañaré para que alguien te cubra hasta encontrar un verdadero reemplazo. Te pagaré la semana completa y tu liquidación será buena, escribiré una carta de recomendación si lo crees necesario; solamente no hagas preguntas, por favor.
La pobre, anonadada y recién despedida secretaria notó la desesperación en la voz de su jefe (o más bien, ex jefe) y casi estuvo a punto de no replicarle y tomar de buena gana su oferta. Casi. Pero ése era su trabajo y lo necesitaba. Sin él ¿cómo se suponía que pagaría el alquiler de su apartamento? ¿Qué comería? ¿De qué iba a vivir? No deseaba volver a repetir la experiencia de enviar mil y un currículos e ir a mil y una entrevistas de trabajo por toda Karakura, en las que sería rechazada por su falta de estudios universitarios y falta de otros pequeños títulos y recomendaciones en general. No señor, ni hablar.
—Tiene que darme una razón. No puede despedirme por nada, es contra la ley —argumentó Rukia con tono altanero, aunque, en realidad, su interior temblaba asustado.
—Y la ley no estipula que te pague como a una profesionista siendo que no lo eres —rebatió Ichigo, sabiendo que eso calaría hondo en la muchacha. Él quería terminar todo ese asunto por las buenas y esa chica se ponía de ruda. ¿Qué planeaba hacer? ¿Demandarlo?
Mirándolo fulminantemente, Rukia contuvo todas sus ganas de golpearlo como signo de indignación y frustración, si lo hacía, ahora sí que adiós trabajo.
—Nadie le pidió que me asignara ese sueldo.
—Pero yo no vi queja alguna de tu parte.
—Jamás he visto a alguien llorar porque le den más dinero del que merece.
—Por favor, no insistas con una demanda porque no perteneces a ningún sindicato y terminarás gastándote la mitad del dinero en abogados. ¿Quieres vivir así? No lo creo, toma lo que te ofrezco y terminemos con esto.
La joven apretó fuertemente los labios para evitar soltar el comentario desagradable que tenía en la punta de la lengua. Sabía que si todo seguía así, las únicas demandadas serían ella y sus clases de karate y hasta podría terminar en la cárcel. Aunque pensándolo bien, la cárcel no estaba tan mal. Allí la alimentación era gratis y no tendría que pagar por un techo...
—Mañana paso a recoger mis cosas —declaró Kuchiki para salir del consultorio con un sonoro portazo que bien pudo romper los cristales con que estaba hecha la puerta, pero eso no pasó. No quiso llevarse nada en ese momento porque, Dios, no deseaba continuar viendo la cara de su jefe a como diera lugar. Le haría el rostro trizas de otro modo—. Ojalá se hubiera roto la maldita puerta —se dijo a sí misma limpiándose las lágrimas de camino a las estación del metro.
Última edición: 26/11/2013
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