Disclaimer:The Emperor's New Groove no me pertenece. La obra cinematográfica es propiedad de Disney. Solamente soy la dueña creativa del co-protagonico del fic. Sin fines de lucro.
N/A: (Tumbando la puerta de una reverenda patada) ¡JA! ¡PUUM BABY! Si ya le diste click pues muchas gracias espero no decepcionar, el personaje de ''Akban'' es solo un personaje original en esta trama. Si no te gusta el género, no lo leas por favor. ¡A Leer!
El Sirviente
Allí estaba, sentado en su gran y exagerado trono. La vista no le deleitaba para nada, solo los mismos mosaicos de siempre a la vista, los mismos zánganos que trabajan en Palacio por y para él, zumbando de un lado para otro, eso y no podía faltar Yzma masticando injurias contra su persona tras su trono. Típico, como si no supiera que esa momia ambulante envidiaba con creces su poder y soberanía sobre todo el Imperio Inca.
Soltó un simple resoplido divertido. El día estaba aburrido, soberanamente aburrido. Ya tenía casi medio día escuchando las interminables peticiones y ruegos de los aldeanos. Ya era suficiente por aquel día.
Con una señal con la mano y semblante duro mando a cancelar todas las citas que le faltasen y que se las asignaran a otra jornada. Era suficiente para él, no importando que faltasen casi doscientas personas que ya habían cambiado reiteradamente de cita.
Sentía la garganta reseca, otro fastidio más. Carraspeo un poco pero no tenia saliva suficiente para quitarse su ''real molestia''
— ¡Agua! — ordeno al aire, era más que obvio que cualquiera que estuviera lo suficientemente cerca y tuviera con que satisfacerlo en el acto lo haría. Eso si no querían ser ejecutados o por mera diversión…quizás lanzarlos por alguna ventana.
De inmediato una finísima copa de oro rebosante de agua le fue extendida. La tomo con todo el desinterés del mundo acumulado en una persona. Si miro al responsable de atenderlo fue por accidente.
Y nunca pensó que ese accidente que no duro más de medio segundo lo obligase a voltear por completo, algo totalmente indigno de él.
Allí permanecía un joven sonriéndole ladinamente, ni muy dulce ni tampoco muy irrespetuoso. Tez morena clara y cabello por los hombros de un negro enigmático, parecía castaño con la luz atado en una coleta dorada.
Llevaba la típica vestimenta de esclavo, una túnica blanca con bordes dorados, los sirvientes reales usaban blanco y zafiro. Nunca había visto a ese sirviente/esclavo. No recordaba a uno tan joven (bueno nunca hacía hincapié en ninguno en realidad estos siempre desfilaban ante el) puede que el muchacho fuera solo dos años mayor que él.
Al ver que Kuzco no terminaba de tomar la copa el muchacho se extraño, demasiado para su bien. Temía haberlo ofendido de alguna manera absurda como era típico en Palacio.
— ¿Sucede algo su majestad? ¿Desea vino en vez de agua? — interrogo con nerviosismo, su voz era gruesa aunque suave y estaba llena de terror— L-le ruego me disculpe si lo he ofendido— antes de que prosiguiera con esa disculpa sin razón Kuzco lo interrumpió groseramente. Lo normal.
— ¿Y tú? ¿Quién demonios eres? — si algo le desagradaba de sobre manera al Emperador, aparte de que lo tocaran era no saber algo.
El sirviente se vio notablemente relajado al oír eso, pero al ver que su Emperador arqueaba una ceja malcriadamente se volvió a tensar.
—M-mi nombre es Akban su majestad— hizo una reverencia leve al pronunciar su nombre— Soy esclavo en las cocinas.
Kuzco medito lo antes dicho, el nunca había entrado a la cocina Imperial, siempre que tenía hambre había cuarenta platillos diferentes listos al instante para que el eligiera lo que se le viniera en gana. No le extrañaba que no lo conociera de vista.
—Entonces eres nuevo— dijo con total seguridad el soberano del Imperio Inca tomando de nueva cuenta la copa que había sido parcialmente alejada de su persona. El mencionado sirviente volvió a ponerse nervioso, no quería corregir al Emperador sabia que eso estaba penado en treinta formas distintas dependiendo del clima. Pero su orgullo aun seguía con vida.
—Eh, no, no mi señor de hecho tengo diez años trabajando en Palacio— le dedico una sonrisa con un simple deje de timidez, pero estaba seguro de sus palabras.
Kuzco casi se ahoga con un simple trago de agua.
— ¡Señor! ¿Se encuentra usted bien? — Akban sabía a la perfección que al Emperador le enervaba que lo tocaran, así que se hecho para atrás un paso cuando vio las comillas aéreas que eran la clara firma y advertencia de: NO TOQUES— Lo lamento mucho su majestad.
—Coff Este seh emm…puedes retirarte— dicho eso el joven hizo una reverencia y casi literalmente se esfumo de su presencia.
¿Cómo era posible que EL, Kuzco soberano de todo y todos, rey autoproclamado del carnaval y demás algarabías que demostrasen poder no se hubiera fijado en una extrañeza tal como un sirviente casi de su edad?
Pues sí, le interesaba el tema pues, nunca en su vida había convivido con otros niños y menos ahora que se acercaba su cumpleaños número dieciocho. Siempre estuvo rodeado de nanas, sirvientes, esclavos, ancianos, adultos y fósiles (Yzma) jamás había visto a alguien más joven que ese nuevo y descerebrado asistente (por no decir asistonto) de Yzma, el tal Kronck. Y este tenía al menos treinta y tantos.
No era que le interesara como cualquiera de sus deseos cotidianos, o que le hicieran una nueva estatua. Ni siquiera se acercaba a la emoción de escoger con que peine cepillarse el cabello, el de zafiro o el de oro. Esto era algo rayando en tontería. Era un simple capricho, un capricho que trabaja en las cocinas.
Pasaron los días y el se había casi olvidado por completo del tema. Yzma lo algaba como de costumbre en ese desayuno al cual nunca estaba invitada solo se aparecía a darle sus ''consejos'' como Emperador. El por supuesto que no le hacia el menor caso, solo le preocupaba que dejara pulgas en su trono, o quizás su muda de piel la muy víbora.
La tarde transcurrió normal, con una normalidad aterradora pues descubrió que su consejera con más años que Matusalén se encargo de todos sus pendientes reales antes de que el despertara.
La economía agraria del Imperio estaba en orden y fluyendo con normalidad.
Sus relaciones con los pueblos que yacían en la frontera estaban en perfecto orden, no había nadie que quisiera usurpar su trono…quizás nadie aparte de su momia personal.
No tenía imaginación por aquellos días para mandar a patentar más vasijas, ni erigir más templos en su honor. No quería mas ofrendas inútiles, sentía que ya tenía muchas pertenencias repetidas y a él ciertamente no le gustaba repetir era alguien muy enérgico.
Se encontró a si mismo fuera de su habitación, caminando por los pasillos con el ceño fruncido malcriadamente; con todo el porte señorial que podía ostentar alguien que apenas e iba a cumplir una mayoría de edad. Eran otros tiempos y todos aun se preguntaban cuando el mañoso gobernante iba a tener herederos.
Y fue cuando se detuvo de golpe en el pasillo. ¡Cierto! Dentro de tres meses tenía que volver a escoger a una Emperatriz de entre un nuevo lote de chicas escogidas por sus casamenteros.
No era que le fastidiara. Simplemente le aburría. El era un completo Narciso, ninguna ostentaba una belleza digna de él, sin mencionar que siempre escogían lotes muy poco agraciados. Quizás retrasaría la cita con el casamentero de nueva cuenta. Por ahora tenía cosas más importantes que hacer. Tales como lo eran: ¡Pensar en qué hacer en su cumpleaños! Obvio era día de fiesta nacional y lo colmarían de obsequios, eso le saco una enorme sonrisa. Pero ¿Por qué no regalarse algo él?
Siempre quiso tener un parque acuático. Luego pensaría en cómo hacerles entender a sus arquitectos, albañiles e ingenieros todo lo que tenía en mente.
Y fue entonces en medio de ese transe de extravagante y egocéntrica felicidad que se paró en seco en medio de un pasillo revestido de cerámica. Allí estaba caminando a unos veinte metros sin darse cuenta de la presencia del Emperador y con las manos colmadas de sacos de harina aquel muchacho del otro día.
¿Cuál era su nombre? Bien luego lo averiguaría, alzo una ceja divertido, el muchacho hacia equilibrio con esos contrapesos que cargaba en la desnuda espalda, pues si estaba sin camisa solo con una toga desamarrada del tórax y ajustada a la cintura. Se notaba que venía desde lejos con esos sacos.
Kuzco decidió seguirlo, lo más seguro era que se cayera y botase todo en el suelo. Sería muy divertido verlo maquillado con harina.
Lo seguía de lejos y el muchacho cuyo nombre no recordaba se detuvo a mitad del pasillo que conectaba a las escaleras de la cocina Imperial. Dejo los sacos en el suelo y con un jadeo cansino coloco las manos en el nacimiento de su espina en la espalda y se estiro hacia atrás, luego comenzó a masajearse los hombros. Kuzco solamente podía apreciar esa espalda cuya anatomía era un poco más marcada que la suya. Las venas de los músculos tenían mucha tensión remarcado los músculos de los brazos.
Y el Emperador sacudió un poco la cabeza y se desconcertó el solo ¿Qué había sido todo eso? Era más que obvio que ese esclavo hiciera esfuerzo físico todos los días, algo de figura tenía que sacar.
Y de nuevo ¿Por qué estaba pensando en eso? Ya sin más vio que ese esclavo se había marchado sin dejar rastro, vaya si que era rápido.
Intento seguirle el paso de nuevo solo por curiosidad y al doblar la esquina se encontró con el jefe de cocineros, casi chocan entre sí.
— ¡S-su, su MAJESTAD! — Se inclino el jefe de cocinas muy aterrorizado— ¿Q-que hace aquí? ¡DIGO! ¿En qué le puedo servir? ¿Tiene antojo de algún postre? ¡Le ruego nos disculpe por tanta inoperancia, es que el encargo de harina para el pan se retraso media hora pero tendremos todo listo pronto! — seguía haciendo reverencias frenético, no quería ser lanzado por una cornisa…no de nuevo.
—Eh, no, no hay problema alguno. Solo merodeaba— sin más Kuzco se dio media vuelta y volvió por donde vino con las manos tras la espalda entrelazadas y a paso un tanto brincante. El jefe de cocinas se quedo anonadado, ese comportamiento no era para nada normal en el Emperador, el esperaba una demanda clara de alimento seguida de una amenaza. — ¡AH! ¡Ya que lo mencionaste, si me dio antojo de un postre! ¡QUIERO SESENTA PLATILLOS DE DULCES DENTRO DE QUINCE MINUTOS! ¡GRACIAS! — dijo risueño y pronunciando el agradecimiento con malicia. Nota metal: Nunca le des ideas a Kuzco cuando no está antojado de nada, el pobre chef tuvo que salir disparado a ordenar que todos en la cocina se pusieran a trabajar.
Por otro lado debía averiguar más sobre ese muchacho.
