Prefecto imperfecto, perfecto prefecto

Todo Hogwarts, desde el más antiguo de los fantasmas hasta el más novato de los alumnos, está o debería estar de acuerdo en que Remus Lupin es más que un puñado de etiquetas, premios académicos y palabras afables pronunciadas por cualquiera de sus profesores. Pocos son los que han pisado la cara oculta de la luna, aunque todo el mundo pueda afirmar, sin mentir, que conocen la existencia y las características de la misma.

Toda la torre de Gryffindor es consciente de que Remus Lupin es el primero en bajar a la sala común por las mañanas, solo sus compañeros de cuarto saben que se debe a que apenas puede dormir por las noches. Todo aquel que haya pisado la enfermería sabe que Remus Lupin la frecuenta más que nadie, solo unos pocos han descubierto la causa.

Alergias fuertes, se comenta por los pasillos.

Alergia a la luna, se susurra en el dormitorio masculino de los alumnos de Gryffindor de sexto.

Toda una caja de sorpresas, según Lily Evans.

La caja de Pandora, afirma el joven sin dudarlo.

— Los del final, no os entretengáis. — Demandó la voz inundada de dulzura de la pelirroja con los ojos más brillantes que, a juicio de alguno, jamás se han visto en Hogwarts. Lily Evans era así; brillante, estelar, con el rostro y la esencia de una joven Katherine Hepburn y con una afición por el cine clásico que compartía con Remus.

Él, por su parte, se parecía mucho más a la luna que a las estrellas. Pálido, cambiante, muchas veces oculto, otras inundando todo el cielo. Con cráteres o cicatrices y, a opinión de unos pocos, lo más bonito del firmamento.

Remus siguió a Lily con las manos metidas en los bolsillos de la túnica, prestando atención a sus palabras, aunque sin dirigirle la mirada a ella o a cualquiera de la fila de alumnos de primero que la seguían desorientados. En el primer día de clase, los prefectos se encargaban de guiar a los novatos por el castillo hasta sus respectivas aulas y la joven prefecta lo estaba haciendo de maravilla, por lo menos por el momento.

— ¿Y cómo nos aprendemos el recorrido de las escaleras? — Elevó la voz una de las alumnas situadas por el final de la fila. Remus alzó la mirada para clavarla en la chica y una media sonrisa apareció en su rostro, enternecido por el temor de la joven.

— Es más fácil de lo que parece. — Es Lily la que le respondió, al igual que había estado haciendo hasta el momento con todas las dudas que habían surgido en la mente de los jóvenes. — Y si prestáis atención se pueden diferenciar los escalones que tienen trampa de los que no. ¡Son los oscuros!

La contestación de la pelirroja no pareció reconfortarla en demasía y Remus pudo percatarse de ello. El prefecto siempre era capaz de apreciar hasta el más mínimo de los detalles.

Una vez que todos llegaron al aula, Lily se apoyó en el marco de la puerta observando como todos los alumnos iban entrando al interior de esta, todavía advirtiéndoles sobre distintos temas que habían estado tocando con anterioridad "Recordad que la comida desaparece a las dos de la tarde, ¡no lleguéis tarde! Después os toca pociones..."

La pelirroja seguía aconsejando y dando órdenes cuando Remus decidió acercarse a la pequeña de tez oscura y labios gruesos que había preguntado antes sobre las escaleras del castillo. Se agachó para llegar a la altura de la joven.

— Si tienes dudas sobre las escaleras siempre puedes preguntarle a alguno de los retratos. — La voz de Remus sonó grave, más de lo habitual. Carraspeó para solucionarlo antes de proseguir. —Siempre están dispuestos a ayudar y a tener más de una conversación, estar en la pared todo el tiempo debe ser bastante aburrido.

La pequeña asintió ante las indicaciones y más animada que antes terminó agradeciéndoselo ya con una sonrisa en el rostro.

— ¿Cómo te llamas? — Cuestionó con amabilidad Remus.

— Carmilla. —Contestó la pequeña casi sin titubear. Remus asintió ante su respuesta.

— De nada, Carmilla. — Murmuró antes de levantarse de nuevo y que la alumna entrara en la que sería su primera clase en el castillo.

Una vez que los dos prefectos comprobaron que todos los alumnos de primero habían llegado sanos y salvos a su clase, tomaron el camino más corto que llevaba al gran comedor.

— Serías muy buen padre. — Afirmó Lily con encanto mientras caminaban ambos a la par, estando a nada de hacer coincidir sus pasos. A Remus le resultó una declaración de lo más divertida. Y no solo por aquello que Lily no sabía.

— No he sido yo el que los ha estado ayudando todo el tiempo. — Se pudo percibir diversión en la contestación del chico. Lily chasqueó la lengua con molestia antes de tratar de explicarse.

— Ya, pero no sé, me entiendes. — La pelirroja en ocasiones resultaba de lo más elocuente.

— Lo cierto es que no.— Bromeó el muchacho. Lily, percatándose de la mofa que llevaban sus palabras, le propinó un leve empujón y ambos rompieron a reír.

No hizo falta a llegar al Gran Comedor para descubrir que el suelo de este se encontraba completamente encharcado, estando ya mojado el pasillo que llevaba al mismo. Ambos se miraron a la par, habiéndose dado cuenta a la vez. Aunque no se dijeron nada el uno al otro ambos sospecharon lo mismo.

No les sorprendió llegar al lugar y encontrarse a Sirius, James y Peter recibiendo una bronca por parte de Minerva McGonagall, la más estricta de las profesoras que se encontraba en Hogwarts en aquella época. Y puede que en cualquier otra. Seguro que los alumnos de primero a los que Lily y Remus habían llevado hasta su clase se preguntaban dónde estaría la persona que iba a impartirles transformaciones. Tal vez, incluso, se estuvieran planteando si los prefectos de su casa los habían llevado al aula correcta.

La profesora no tardó en desaparecer de la escena del crimen, todavía murmurando algo, cuando Lily con los brazos en jarra pronunció con dureza.

— Y otro año más, la casa de Gryffindor empieza con puntos negativos. — No sabía con cuántos ni lo que habían hecho para que el Gran Comedor terminara así, pero seguro que no eran suficientes.

— No sabía que la copa de las casas te preocupara, Evans. — La contestación de Sirius pareció irritarle aún más, sobre todo la sorna que normalmente cargaba aquello que decía. Algo que le caracterizaba, de hecho, era que cada palabra que pronunciara pareciera un pequeño ataque hacia la persona con la que estaba hablando.

Sin saber que contestar, la joven terminó por bufar y James por buscar la disculpa apropiada.

— ¿No vas a decirles nada? — Inquirió la pelirroja a Remus.

El chico terminó por asentir con lentitud y tras un pequeño silencio se pronunció.

—¿Y desde cuándo estas cosas las hacéis sin mí? ¿Tengo que enfadarme?

La pregunta del joven prefecto hizo aparecer una sonrisa en el rostro de sus tres amigos, aunque no pareció causar la misma reacción en Lily. Ni de lejos. El enfado de la joven incrementó considerablemente de un momento a otro y terminó saliendo de allí sin poder permanecer en el mismo lugar que ellos. Desgraciadamente, tenían clase juntos.

Tomó el camino al aula que le correspondía, agitada. Que aquel pasillo estuviera mojado tampoco ayudó a que su temperamento mejorara. No entendía a Remus Lupin. En absoluto. ¿Cómo alguien tan atento y educado podía llegar a ser una persona tan problemática en ocasiones? Que ahora él no había hecho nada, ¡pero igualmente!

La respuesta tenía nombre y apellido: James Potter. O eso se decía Lily a ella misma. También era consciente de que Sirius Black y Peter Pettigrew tenían mucho que ver.

Remus John Lupin era toda una caja de sorpresas.

Y también una jodida caja de Pandora.

Los pensamientos sobre su amigo no le abandonaron todo lo que duró la clase de defensa contra las artes oscuras, pensando en cómo podía pasarse horas escuchando jazz con él, tumbándose en su cama y como a continuación él era perfectamente capaz de echar una bomba de olor Merlín sabe a qué en Merlín sabe dónde. ¡Y siendo prefecto!

Remus era como sus canciones de jazz. Impredecible. Complejo. Acompañado siempre de un piano llamado James Potter, un contrabajo con apellido Black y una batería apodada Colagusano que eran la base de la melodía Lupin de saxofón. A Lily le resultó una analogía de lo más curiosa como para no comentársela a su amigo con posteridad. A decir verdad, tenía varias cosas que comentar con él si él estaba dispuesto a hacerlo.

Por su parte, Remus observó a Lily durante la hora entera (al igual que su compañero de pupitre, aunque no de la misma manera) y analizó su comportamiento lo suficiente; desde la forma de brindar ayuda a los de primero hasta la ferocidad con la que había tratado a sus amigos por la pequeña broma de bienvenida; para llegar a la conclusión de que la buena madre sería ella.

La luz de la luna ahoga todo

La primera semana en Hogwarts siempre era caótica. Increíblemente y absolútamente caótica. Caotiquísima: Alumnos que no lograban aprenderse la contraseña para entrar a sus salas comunes, Ravenclaws que todavía no están acostumbrados a tener que responder, novatos que se perdían por el castillo hasta para ir únicamente al baño, tanto profesores como estudiantes que creían que seguían de vacaciones... Desafortunadamente para el prefecto de Gryffindor, su semana más caótica, en esta ocasión, sería la segunda y no la primera. Y se repetía cada mes.

Él lo notaba con anterioridad, ya ni necesitaba los calendarios lunares que Dumbledore le entregaba año a año. Podía percibir como se iba acercando el día y como su cuerpo se preparaba para ello. Sentía la luna al igual que sentía los rayos del sol iluminar su piel. Esta formaba parte de su vida, tomaba el control de su cuerpo y notaba su presencia incluso cuando ya no se veía.

Sentía como se acercaba.

Sentía como llegaba.

Incluso notaba cómo lo observaba.

Y si la luna lo contase todo, acabaría dando muchas sorpresas.

También se podía adivinar cuándo sería el día dependiendo del comportamiento de Sirius. Entusiasmo. Euforia. Solo podía describirse así. El joven brujo disfrutaba de la experiencia, de poder soltarse -aún más- la melena, de correr, aullar, ladrar, sentir el viento sobre la cara, de la adrenalina... de saber que estaban haciendo algo prohibido. Ilegal. Para él se trataba de toda una liberación.

Muchas veces Remus se preguntaba hasta qué punto Sirius se encontraba en las noches de luna llena a su verdadero él. Caótico, impredecible, eufórico… como una noche de verano en la playa. Con hogueras, fuegos artificiales, la fuerza del mar, el volumen de la música y las olas… y que el resto de mes se limitara a esperar a la noche en la que volvía a ser libre. La misma noche en la que Remus consideraba que tenía que ponerse cadenas.

— Me cago en la puta, James, ¿ya has vuelto a perder la capa? — Las palabras de Sirius sonaron más agresivas de lo que pretendió en un primer momento, negando con la cabeza a continuación.

Mientras James buscaba la capa y Sirius se lamentaba, incapaz de estarse quieto siquiera un instante, Peter observaba el mapa del merodeador comprobando a quiénes se encontrarían en el trayecto y Remus vigilaba la hora. Aún tenían tiempo.

— ¿Sabéis? — Alzó la voz James. — Teniendo el mapa no la necesitamos.

Peter asintió, apoyando su idea.

— Ya queda poca gente por los pasillos. Es más, si vamos por el pasadizo del segundo piso no nos encontraríamos a nadie.

Las palabras de Colagusano fueron suficientes como para que los cuatro salieran de allí siguiendo las indicaciones del medio-roedor. Siempre andaban con cautela, incluso ahora que los alumnos todavía podían estar fuera de sus respectivas salas comunes. Mejor que nadie les encontrara y les hicieran preguntas, claro.

— Joder, Cornamenta. Llevas ocho días aquí y ya la has perdido. — Le reprochó Sirius en un tono de voz más alto de lo que debería una vez fuera del castillo.

— Tal vez se le olvidó meterla en el baúl. — La opción que barajó Remus horrorizó tanto a Peter como a Sirius.

James negó con fuerza. Esas cosas no eran de las que uno se olvidaba.

Una vez en la casa de los gritos, Remus tomaba un camino diferente al resto de sus amigos. En parte por vergüenza, en parte por miedo.

El joven lobo siempre elegía el mismo lugar para su transformación: La habitación del tercer piso. El resplandor de la luna siempre se colaba por el ventanal que se encontraba en el techo. A estas alturas, ya sin cristal alguno. Elegía poder observarla mientras todo sucedía. No porque fuera una forma más de someterse a ella y de entregarse a su influjo, lo hacía porque era su pequeña manera de hacerle frente. Demostrar que era más que ella.

Desafortunadamente, nunca ganaba ese juego de miradas.

El proceso siempre sucedía más lenta y dolorosamente de lo que le gustaría y esta vez no iba a ser la excepción.

Sus pupilas no tardaron en comenzar a dilatarse, esa era la señal. Ya había comenzado.

Tras la transformación total de sus ojos, la mandíbula se le ensanchó con fuerza y la dentadura del lobo apareció. Gritó por el dolor que aquello suponía sin desviar la mirada de la brillante luna llena que lucía orgullosa en lo alto del cielo. Sus manos aumentaron de tamaño hasta transformarse en feroces garras y sus pies llevaron exactamente el mismo camino. Su espalda aumentó considerablemente de tamaño sin dejar de chillar del dolor. Aquella era la parte más dolorosa y sus amigos al otro lado de la puerta lo percibían igual.

Desvió la mirada de la luna incapaz de hacerle frente durante más tiempo. Una lágrima brotó de sus ojos y se deslizó por un rostro que por momentos se hacía más y más peludo. Se llevó las manos a la espalda y se arañó con fuerza, como si arrancándose la piel pudiera eliminar todo el dolor que sentía en el dorso. Ya no pensaba con claridad porque su cerebro había mezclado el comportamiento humano con el canino. Se retorció de dolor mientras su cara terminaba de formarse y los gritos terminaron por convertirse en sonoros aullidos.

Ya era un lobo.

Necesitó tiempo hasta que el dolor finalizó. Lo primero que hizo fue buscar a la luna, única testigo de su transformación. Sus orejas se aplanaron contra su cabeza, su cuerpo se hizo más pequeño y arqueó la espalda con temor a la misma. Le presentó su respeto. Primero la temió, después le aulló.

Dio varias vueltas inspeccionando el lugar en el que se encontraba. Necesitaba salir fuera. Golpeó la pared, se tiró contra ella varias veces hasta que dio con la puerta y terminó abriendo la misma.

Allí lo esperaban un perro que por su tamaño podía pasar por lobo y un ciervo de robusto cuerpo en cuya cornamenta se encontraba una escurridiza rata. Los reconoció. Eran su manada, y aunque él era el alfa, eran ellos los que conocían el camino para salir de allí.

El recorrido hacía el exterior era corto pero las escaleras difíciles. Una vez fuera, el lobo adoptó una pose dominante. Rígido y alto. Con las orejas erectas y la mirada clavada en su manada, con un perro más que entusiasta, les hizo un gesto para que lo siguieran antes de echar a correr.

Y a correr.

Estar en la piel del lobo era una prisión liberadora. Remus no controlaba nada en absoluto y al día siguiente apenas recordaría las cosas, pero el lobo tras estar un mes escondido volvía a ser libre.

Y a correr.

Y a aullar.

Su manada lo seguía de cerca. El gran perro disfrutando tanto como él y el ciervo siguiéndolo más protectoramente. Vigilándolo. La rata daba pequeños botes en el lugar en el que se encontraba mientras su salvaje portador se esforzaba por reducir la velocidad todo lo posible para endulzar la travesía del roedor sin llegar a quedarse atrás respecto a los otros dos animales.

El lobo era el alfa de la manada, pero era el ciervo el que vigilaba a todos, en ocasiones, teniendo que guiar al resto por si se acercaban demasiado a Hogsmeade; el pueblo más cercano. Había que alejar al lobo de ahí, del peligro que podía suponer para los demás y para sí mismo.

El alfa se detuvo en seco haciendo frenar también al resto de su manada. El perro gruñó ante la decisión del lobo y este le devolvió el gruñido mostrándole los incisivos.

El perro retrocedió agachando la cabeza y se colocó tras el ciervo. El resto de los animales no tardaron en percatarse en la causa de por qué el lobo había decidido detenerse. Centauros. Se podía apreciar el sonido de su trote y el ciervo adivinó por él mismo que no serían más de seis.

Ya había ocurrido algo parecido en alguna ocasión y el lobo no había resultado ser demasiado amigo de los corceles.

El gran perro, una vez consciente de la situación, volvió a adelantarse e hizo ademán de proseguir para que el lobo volviera a ponerse en marcha. Este último hizo caso omiso. El alfa era él.

El perro le gruñó, arqueó su espalda y le enseñó los incisivos; el omega. La respuesta que recibió fue que el lobo se agachara, preparado por si necesitaba atacar. Se mantuvieron la mirada el uno al otro, mientras los centauros seguían acercándose, hasta que el alfa decidió que había sido suficiente. Atacó. Tras un primer zarpazo, el perro comenzó a correr más rápido que en ningún otro momento de la noche alejando al lobo de allí.

Remus Lupin se arrepentiría al día siguiente.

Sirius Black disfrutó de la acción.

James Potter se transformó en humano para explicarle a los centauros la situación del hombre lobo.

Peter Pettigrew, también de nuevo persona, preguntó que cómo podían no saberlo con lo puesta que está esa raza en la astronomía.

James Potter le respondió que lo sabían, pero desconocían la localización de la manada.

Peter Pettigrew asintió.

En alguna parte del bosque, Sirius Black aulló de dolor por un mordisco.

Una vez en la enfermería, Remus Lupin lloró sin un solo testigo presente.

Siquiera la luna.

Dr. Jekyll y Mr. Hyde

Al igual que tras cada luna llena en lo que llevaba de estancia en el colegio de magia, Remus despertó la tarde del día siguiente sudoroso y con un profundo dolor en el pecho y espalda. Se llevó la mano al primero de estos y comprobó como este se encontraba bajo varias vendas. Recordó vagamente que Sirius lo tuvo que arañar en alguna ocasión en defensa propia.

"Joder, otra vez no". Pensó para sí. No era la primera vez que su forma más salvaje se enfrentaba a él. O a James.

— Buenos días, princesa. — La voz de Cornamenta, James, trajo al prefecto de Gryffindor de vuelta a la realidad, en la que sus tres amigos se encontraban alrededor de la cama en la que había pasado toda la mañana. — Pomfrey nos ha dicho que te avisemos de que tienes heridas tanto en la espalda como en el pecho.

Remus asintió, era lo de siempre. Cada mes volvía de sus noches lobunas con moratones, mordiscos o arañazos en diversas partes del cuerpo. Esa era la parte fácil de soportar, gracias a las pociones de la enfermería por la noche ya no quedaría rastro alguno de nada.

En cambio, para el dolor que suponía la transformación de su cuerpo en sí: que sus huesos aumentaran de tamaño y disminuyeran de nuevo horas más tarde, que de sus brazos brotaran garras, que su cabeza cambiara completamente de forma... no había cura alguna. Ni para el cansancio que aquello suponía ni, mucho menos, para el dolor psicológico que podía dar su situación.

— ¿Me he perdido algo importante? — Cuestionó. Lo último que quería ahora era hablar de algo relacionado con la transformación. Se irguió para acomodarse y una mueca de dolor se apoderó de su rostro. Sirius no tardó en levantarse para ir a buscar a la enfermera, pero esta ya estaba allí.

— Joder. — Farfulló Sirius. Para pertenecer a una de las familias más aristocráticas del mundo mágico sus modales dejaban mucho que desear. — ¿No tienes nada para hacer que no le duela?

La enfermera negó, el joven bufó, Remus se lamentó por el rumbo que iba a tomar esta conversación y Peter habló.

— Sí que tiene que haber algo que le haga disminuir el dolor. — Es más, si dejaran husmear al joven roedor sería capaz de encontrarlo él mismo. Si en algo destacaba Peter Pettigrew era en conocimientos de medimagia.

La enfermera volvió a negar y Remus pronunció con dificultad que no era necesario ningún calmante.

— ¿Pero no ves cómo está? — Cuestionó, el que ayer por la noche fue un gran perro negro, casi ladrando. Más típico en él de lo que la mayoría podría afirmar. Señaló a Remus, tendido en la cama.

— Si no le gustan mis métodos, señor Black, está usted invitado a abandonar la enfermería.

No era la primera vez que esto sucedía, tanto James como Remus y Peter sabían lo que venía a continuación.

— Es que su método no funciona. — Gruñó el desmelenado Gryffindor haciendo sacar a la enfermera Pomfrey su varita. Esta con un movimiento de la misma hizo que la puerta de entrada y salida se abriera y le ordenó "al señor Black" que abandonara la sala.

Él lo hizo con un mal humor que no fue en otra cosa que en aumento. Remus pudo percatarse como medio cojeaba al hacerlo y supuso que, de alguna manera, lo había provocado su parte lobuna la noche anterior.

Una vez que no quedó rastro alguno de Sirius, la enfermera Pomfrey dirigió sus palabras a James y Peter.

— Y si alguno de los dos quiere acompañar a su amigo... — Dejó el final de la frase en el aire y la puerta abierta. A continuación, a paso apresurado, volvió a dirigirse hacia otro de sus pocos pacientes.

Fue Peter el que terminó rompiendo el silencio que se había formado tras la pequeña disputa entre Sirius Black y Madame Pomfrey. El hombre lobo agradeció profundamente que sacara un tema completamente ajeno a la enfermería, lo mucho que le dolía el cuerpo ahora mismo y la noche anterior.

— Slughorn ha colocado a Lily como compañera de James. No sé cuál de los dos ha puesto una cara mejor.

Remus rio ante el comentario de su amigo y James le propinó un leve puñetazo en el brazo. Únicamente por la última frase.

— Apuesto lo que sea a que la de James.

El susodicho lo fulminó con la mirada al lado de un Peter Pettigrew que no podía parar de reír. Cuando sus risas disminuyeron, la joven rata añadió.

— Remus, tú vas conmigo.

— Guay. — Terminó contestando y le dedicó una sonrisa. Aunque decidió no darle más importancia, se preguntó con quién había terminado Sirius y cómo era que no fuera ninguno de sus amigos.

La charla se alargó una media hora más, todo lo que pudieron permanecer en la enfermería hasta antes de que empezaran las pruebas de quidditch. ¡Este año James era capitán, prepárate Slytherin!

Fue quedarse solo y que, casi a continuación, una melena brillante y pelirroja se asomara por la entrada principal de la enfermería. Se sentó junto a la silla más cercana a Remus y posó todo lo que traía sobre sus piernas.

— Hola. — Fue Remus el que empezó hablando. Giró la cabeza hacía ella y descubrió que llevaba un libro y algo de chocolate. La joven de ojos verdes siempre le llevaba algo de dulce a la enfermería porque con anterioridad se había fijado en que le gustaba y, además, siempre tomaba cuando se encontraba mal.

Lily era observadora, casi tanto como Remus.

—Hola. — Terminó por responder la pelirroja. Le dedicó una sonrisa y volvió a dirigirle la palabra. —Te he traído algo de chocolate y un libro para leer.

Lily le lanzó la tableta de chocolate y alzó el libro para que su amigo pudiera estudiar la portada.

—...porque seguro tus amigos son demasiado trogloditas como para leerte algo. —Añadió Lily medio en broma medio en serio e hizo soltar a Remus una carcajada. Lo que quería hacer a continuación era complicado, aunque confiaba en que saliera bien. Abrió el libro por una de las páginas centrales y de ahí sacó un pedazo de pergamino.

—¿Y eso? — Cuestionó el joven lobo al percatarse de que no iba a leer del libro.

—No seas impaciente. —Advirtió la pelirroja de ojos verdes recriminándole con la mirada. Tras el asentimiento del joven, Lily sonrió satisfecha y pudo comenzar a leer. —La luna es un compañero leal. Nunca te teja. Siempre está ahí, observando, firme, conociéndonos en nuestros claros y oscuros momentos, cambiando para siempre al igual que nosotros. — Lily se detuvo tras esa primera oración y posó su mirada en el chico.

Lily era observadora, puede que incluso más que Remus.

Lo sabía. Su amiga lo sabía. Y se lo había decidido decir mediante una lectura. Tampoco le sorprendió, solo a ella se le podría haber ocurrido. Sus compañeros de habitación fueron más directos y carecieron del tacto que la pelirroja había tenido. La mirada verde penetró en la del chico. Esta gritaba "Remus, ¡lo sé!" y el joven lobo podía leer en los ojos de la joven como también decía que estaba bien, que a ella no le supondría ningún problema.

El hombre lobo no tuvo que dar más explicaciones. Sus miradas ya habían leído suficiente y la pelirroja pudo proseguir con el pequeño fragmento.

—... Cada día es una versión diferente de sí misma. A veces débil y pálida, a veces fuerte y llena de luz. La luna entiende lo que significa ser humano. Incierta. Sola. Con imperfectos cráteres.

Remus no pudo evitar escuchar a Lily y sentir que estaba leyendo sobre él. Una vez que la chica finalizó, él le dedicó una sonrisa.

— Muy sutil.

Lily rio ante su comentario y se encogió de hombros.

—Tenía que ser clara por si no lo cogías. Pasas mucho tiempo con Potter y Black.

Esta vez fue Remus el que rio.

—No tanto.

— Mi segunda opción era el Doctor Jekyll y el señor Hyde pero en la biblioteca no estaba el libro.

— Cuando vuelva a casa después de las vacaciones de Navidad podría prestártelo. — Propuso Remus al tener un ejemplar en casa y siguieron hablando sobre lecturas que se podían relacionar con la licantropía hasta que terminaron las horas de visita de la enfermería.

Una vez solo y ya casi sin dolor, ojeó el libro que la pelirroja había sacado de la biblioteca para él. Remus había estado ocultando muchas cosas durante mucho tiempo y que Lily hubiera descubierto el mayor de sus secretos, en cierta manera, lo aliviaba. Todavía tenía cosas que nadie sabía y que por el momento preferiría que se mantuvieran en secreto.

Que arda bien

Remus pudo abandonar la enfermería esa misma noche. Físicamente se encontraba como nuevo, mentalmente estaba agotado. Deambuló por los pasillos del castillo prácticamente desiertos a aquellas horas acompañado únicamente de sus propios pensamientos y temores.

Recordaba la noche anterior a trompicones, si es que podían llamarse así. Todo era negro, un negro vibrante y ensordecedor que le impedía tomar conciencia de sí mismo. No era él el que corría. No era él el que aullaba. No era él el que atacó a Sirius. Salvo que Remus se sentía igual de culpable como si así hubiera sido. Y es que había sido él. Por lo menos en parte. Se estremeció ante el lejano y difuso recuerdo de tener que pelear contra aquel enorme perro y cerró los puños al sentir un pinchazo en el corazón, ardiendo.

No era la primera vez que aquello sucedía y sabía que no sería la última. Por cosas como aquellas no le gustaba que sus amigos le acompañaran de noche, aunque también entendía y agradecía que no quisieran que se enfrentara solo a la luna.

El joven pasó por la entrada al gran comedor y comprobó, por el ruido sin llegar a entrar, como todo el mundo se encontraba allí. Cenando, supuso Remus. El prefecto de Gryffindor no tuvo claro si fue porque después de su última aventura nocturna se le había cerrado el estómago o porque no tenía las fuerzas como para enfrentarse a todo el colegio, pero prefirió esperar a sus amigos en la torre de Gryffindor.

Cuando llegó al retrato de la dama gorda carraspeó para decir la contraseña. Tenía la voz ronca, rota. En mil y un pedazos, como él aquella noche.

No le sorprendió encontrarse a Sirius en el dormitorio tendido en la cama, probablemente a años luz de allí. Igualmente, pareció volver a la realidad cuando notó la presencia de su amigo. No se molestó en levantarse, pero sí le hizo un pequeño hueco en la cama en la que se encontraba.

El joven Black no era muy dado a las tradiciones. Merlín sabía lo mucho que repudiaba todas y cada una de las que provenían de su familia y lo poco que entendía las demás. Aun con ello, parecía que Remus y él habían empezado la suya propia y es que después de cada luna llena, el perro no bajaba a cenar y esperaba allí al lobo. Porque sabía que no podía estar solo, porque sabía que no podía tampoco estar con gente. Solo con él.

Remus se acercó a la cama de su amigo, se sentó en ella y se apoyó en el cabecero de la misma. Pocas veces sabía cómo romper el silencio, aunque en esta ocasión sí que tenía muy claro la manera en la que iba a empezar.

— Lo siento. — Pronunció con lentitud. No sabía qué le había hecho exactamente y desconocía el daño que sentía, pero se acordaba de que le había atacado y con anterioridad le había visto cojear.

Sirius no pareció inmutarse ante las palabras de su amigo, únicamente se encogió de hombros queriendo quitarle así importancia. Desvió la mirada para poder fijarla en Remus y terminó por intentar tranquilizarle. Aunque no se le diera muy bien.

— Sabes que no es nada.

Remus no pareció estar muy de acuerdo con esa respuesta.

— Sabes que sí. — Repitió las palabras que acababa de escuchar. Igual se arrepentía de lo que preguntaría a continuación, pero en aquel momento necesitaba saberlo. Tener a Sirius a apenas unos centímetros sin saber si le dolía algo, sin saber qué le había hecho, le estaba haciendo arder por dentro. Aún recordaba la ocasión en la que le rompió dos costillas y su amigo tardó días en acudir a la enfermería. — ¿Qué pasó a noche? ¿qué te hice?

Sirius se irguió un poco para responder a ello.

— Centauros. — Comenzó así el relato. — Nos estábamos acercando demasiado a ellos y te enfadaste un poco cuando intenté que cambiáramos la ruta. — Sonrío con debilidad, dejando escapar una pequeña risa que el joven lobo no supo interpretar.

Remus dio por hecho que el problema con los centauros no llegó a más ya que hubiera recibido noticias de lo ocurrido en caso contrario, así que se centró de nuevo en el daño que podía haberle hecho a Sirius.

— ¿Y peleamos?

El joven asintió.

— ¿Te hice daño?

El joven volvió a asentir, pero se vio en la necesidad de especificar su situación.

— Pero ya estoy bien. Era todo superficial y Colagusano se ha encargado de robar de la enfermería lo que fuera que tuviera que ponerme.

— ¿Y la cojera?

Sirius pareció hartarse, se levantó de la cama de un brinco alejándose así de Remus y se acercó a su baúl. Este, por su parte, se dio cuenta de su error y reculó. Pero ya era tarde, Sirius ya estaba en pie cambiándose de ropa. Hoy pasaría la noche fuera, en Hogsmeade. Probablemente en las tres escobas.

— Joder, lo siento. — Remus repitió los movimientos de Sirius y se levantó también. Necesitando estar a la misma altura que él, aunque sin saber dónde colocarse o qué hacer. No entendía nunca la reacción de Sirius en estos casos. ¿Era por miedo a verse vulnerable o porque no estaba acostumbrado a que la gente se preocupara por él? Sea como fuere, a Remus le parecía injusto. Injusto e infantil. — Como estabas aquí en la cama he pensado que igual seguí-

Remus no terminó de hablar ya que fue interrumpido por Sirius y las palabras que, como un chorro de agua fría, helaron y paralizaron a Remus Lupin.

— Tú mejor que nadie deberías saber por qué estoy aquí.

A Sirius aquello le pareció suficiente, a Remus le asaltaron muchas más dudas que antes. Tal vez conociera la respuesta de alguna de ellas, pero todavía no estaba preparado para reconocerlo ni para concebir que pudiera importarle tanto a alguien. Él. Y más sabiendo su secreto.

— ¿Y vas a irte ahora así sin más? — El Gryffindor conocía la respuesta, pero quería recriminárselo, incapaz y frustrado.

— Mira cómo lo hago. — Finalizó así la conversación Black, seco, dejándole la palabra en la boca y el corazón fuera del pecho a Lupin.

Remus bufó con todas sus fuerzas. Pocas cosas le hacían perder la cabeza y los modales de esta manera y el Sirius más cabezota y testarudo de todos encabezaba la lista. Remus, por su parte, encabezaba la lista de personas con las que aparecía el Sirius más tranquilo y manso, el más vulnerable, pero tan rápido como este aparecía también volvía a desaparecer.

Para cuando Peter, James y Frank Longbottom llegaron al dormitorio de los chicos de Gryffindor de sexto, Remus ya se había dormido. Seguía enfadado, pero ahora en sueños. Enfadado con él, con Sirius, con la luna, con el lobo que le perseguía de manera recurrente y hacía que a menudo se despertara de golpe entre sudores y, sobre todo, con el lobo que más miedo le daba te todos; el que encontraba frente al espejo cada luna llena.

Bueno, empecé a subir esta historia hace años y por pasarme de ambiciosa me di por vencida en seguida. Espero que esta vez vaya todo mejor y no me desanime.

Si has llegado hasta aquí, ¡bienvenido! Este va a ser un viaje largo en el que espero que me acompañes. Pretendo recorrer los últimos años de Hogwarts de la generación de los merodeadores y la primera guerra mágica.

Espero tanto opiniones como correcciones o sugerencias en los comentarios. Me animan mucho y me ayuda a mejorar, ¡así que ya sabéis, os lo agradecería infinitamente!

Espero que hayáis disfrutado de este capítulo y vayáis a disfrutar de toda la historia.

¿En quién creéis que se centrará el próximo capítulo? ¡Un saludo!