¡Hola gente linda!

Ya estoy de regreso, y estoy muy contenta de presentarles "Subversivo Dilema", mi nueva locura la que espero sea de vuestro agrado.

De antemano gracias a las que se darán el tiempo de leer, a las que desde siempre me acompañan y a las nuevas que por curiosidad van a entrar por aquí. ¡Mil gracias!

Estoy trabajando con un equipo maravilloso, mi beta adorada Gaby Madriz que es la maestra y jefa que me ayuda a hermosear cada capítulo y a Manu de Marte que juega con las imágenes que publicamos para promocionar esta locura. ¡Gracias a ambas, las adoro!

Ahora sí, las dejo con el prólogo de la historia y ya saben, los jueves nos leemos... aunque por ser el primer capítulo, quizás suba el primer capítulo antes... ya veremos =P

Como saben, pueden encontrarme en Facebook como Catalina Lina y en Twiter como Cata_lina_lina


Subversivo Dilema

¿La voz de la conciencia o la del corazón? ¿lo que debes o lo que quieres hacer?

Todos en el mundo viven y se enfrentan día a día a solucionar dilemas, desde los más insignificantes hasta aquellos más trascendentales, que irrevocablemente delinearán el transcurso de la vida. ¿Pero, qué exactamente nos lleva a tomar una decisión acertada sobre cuál camino elegir? ¿El Instinto, el corazón, la razón, o todas ellas?

Prólogo.

Renée Dwyer, la joven muchacha que apenas pisaba los veintiún años, salió corriendo en medio de una fuerte lluvia de invierno en plena noche. Su vida como ayudante de cocina en la casa de los Vulturi había acabado aquel día, como en una triste trama de telenovela venezolana, cuando la madre del joven de la casa se enteró que ella y su hijo han estado teniendo un amorío a escondidas, y que como consecuencia, la niña esa había quedado preñada.

La altiva dueña de casa no demoró en correrla, obligándola a salir de inmediato de su hogar, no reparando en la hora ni mucho menos en las condiciones del tiempo. Le tiró diez billetes y la sacó, dejándole muy en claro que no quería volver a verla allí y que sería mejor, que buscara al verdadero padre de la cría que esperaba y no intentara encaletárselo a su hijo, porque tomaría cartas en el asunto.

Así es como Renée salió desconsolada de la casa de su primer, gran y único amor, rumbo desconocido.

En la gran ciudad había quedado un abatido y confundido Aro; joven estudiante de economía, que se había enamorado perdidamente de la ayudante de cocina que hacía más de un año había llegado allí. Le prometió amor eterno y una vida juntos, pero todo aquello se vio truncado cuando, como cada mañana, corrió al cuarto de servicio a darle los buenos días a su amor, viendo el lugar vacío.

―Si buscas a Renée, te informo que ella decidió irse anoche. ―dijo su madre, sobresaltándolo con su presencia allí en la recamara vacía― Recibió una buena oferta de otra ciudad y pues no soy yo nadie para truncarle a una jovencita un mejor pasar, ¿verdad?

―Pero… pero… ¿dónde fue?¿Por qué no me lo dijo? ―confundido por lo que su madre acababa de contarle, trataba de explicarse el porqué de su huida o si ella había dejado para él algún mensaje escondido, entre líneas. Pero nada.

―¿Y por qué tendría que decírtelo, Aro? Era sólo una empleada…

―¡Madre, no te hagas la que no sabes! ―exclamó enojado por el tono de desdén que su madre usó al referirse a ella y cómo ella ignoraba los sentimientos que había nacido en él por Renée y lo obvio que eran para todo el mundo en casa. Pero ella no tomó en cuenta el reproche de su hijo, y continuó.

―¡Mira, ella simplemente se fue y no se despidió, no sé por qué! ―mintió descaradamente. Enseguida recompuso su estoica postura, estirando su traje de diseñador de dos piezas, dejando pasar el incidente como algo sin importancia― Ahora vayamos a desayunar, que se te hará tarde para ir a la universidad ―agregó, antes de salir del cuarto.

Aro dobló sus rodillas y se dejó caer sobre la solitaria cama de plaza y media, donde había hecho el amor con su Renée. Desconsolado, con la picazón en sus ojos advirtiendo las lágrimas que estaba por desbordarse, desvió su rostro hacia la almohada, tomándola entre sus manos la llevó hasta su nariz, aspirando el fragante y dulce aroma del amor de su vida, que junto a un montón de preguntas, era ahora lo único que le quedaba.

Es así como después de mucho andar de un lugar a otro y mientras el tiempo pasaba inexorablemente, la joven Renée llegó a un pequeño pueblo, en donde apenas bajar del tren se tropezó con un joven oficial de primer grado de la policía, quien la sostuvo por un brazo para evitar que cayera. El joven policía quedó prendado de ella enseguida, sin importarle la barriga ―de cinco meses― que esta hermosa mujer de cabellos color miel cargaba.

―¿Le puedo ayudar?

―Uhm… estoy buscando un lugar económico en donde dormir. Y necesito un trabajo…

―¿Trabajo? Lo que tiene que hacer es descansar y cuidarse ―indicó, bajando su vista hacia el vientre de la chica. Ella instintivamente lo cubrió ante la mira que el joven le daba a su abultado abdomen.

―Es que necesito trabajar…

―Mire, déjeme invitarle a comer algo y buscamos un lugar donde pueda quedarse. Por esa carita tan demacrada que trae, apostaría que no ha comido, ¿verdad? ―instintivamente, Charlie tomó la blanca y delgada mano de la mujer, la que bajó su vista apenada por la situación.

―Vamos, déjeme ayudarle ―insistió, sonriéndole.

Ella le sonrió tímidamente y asintió con la cabeza.

―¡Ah! Por cierto, me llamo Charlie, Charlie Swan ―le contó, mientras tomaba su maleta y la sacaba de entre el gentío de la estación, rumbo al restaurante habitual donde solía comer.

―Yo soy Renée ―respondió la chica, siguiendo a su salvador.

Ese día, Renée encontró el ángel que la cuidó, que la amó sin condiciones y que se hizo cargo de su pequeña criatura, reconociéndola como hija propia. Construyó con él, una familia, poniendo cada día de su parte para retribuirlo con el mismo amor que él le entregaba, pero le fue imposible, pues hasta su último día de vida albergó en su corazón el amor que sintió por Aro Vulturi.

Murió cuando su pequeña Bella tenía apenas 6 años, después de no poderle ganar al cáncer digestivo que en cortos seis meses le fue quitando la vida poco a poco.

―Charlie… mi buen Charlie… ―susurró Renée en su lecho de muerte― Fuiste un compañero perfecto… no sabes lo mucho que te quiero… ―dijo con dificultad, mientras Charlie tenía su mano tomada fuertemente.

―No digas nada, descansa mi amor…

―Te quiero… te quiero mucho, Charlie. No lo olvides… y recuérdale siempre a mi niñita que ella fue el tesoro más importante para mí…

―Lo haré… ―sollozaba Charlie― Te lo juro, lo haré.

Ella le sonrió, cerró los ojos y antes de dejarse caer en los brazos de la muerte susurró despacio el nombre de Aro, antes de expirar y finalmente morir.

Así es como Charlie se quedó desolado por la partida de su amor, de su esposa, dejándolo solo a él y a su hija… porque aunque el ADN indicara lo contrario, Bella era su hija amada y procuraría ser de ella una mujer buena, así como lo fue su madre a quien él amaría hasta el último día de su vida.