Acababa de comenzar la clase de Educación Física. Todos habían salido, ya cambiados, de los vestuarios, y estaban perdiendo el tiempo haciendo lo que fuese mientras esperaban a que llegara Carlos, el profesor.
Feliciano Vargas estaba de pie en medio del polideportivo, charlando con su hermano mayor Lovino de lo que iban a comer después de que finalizara la clase y pudiesen irse a casa. Lovino no paraba de repetir que quería pizza, y Feliciano quería pasta... la típica conversación que tenían todos los días.
Pero aquel día, el menor no estaba demasiado atento a la conversa. No era que no le interesara, pero... estaba algo distraído lanzándole de vez en cuando disimuladas miradas a cierto alumno alemán.
Ludwig, ajeno a que le estaban observando, se ataba los cordones apoyado en uno de los potros de salto. Su hermano mayor, Gilbert, también le estaba hablando, pero de un tema muy diferente al que estaban hablando los italianos.
- Y West, ya te lo he dicho mil veces. ¡Tienes que salir a conocer mujeres!- Decía, en un tono más bien fanfarrón.- Estás muy solo en casa, necesitas a alguien que te haga compañía... ¡El grandioso yo te presta los condones que necesites!
- Bruder... déjame en paz.- El alemán trató de ocultar su sonrojo dándole más la espalda al albino. Éste sólo se rió con su particular "Kesesese", y continuó insistiendo.
- ¡Sólo lo digo por tu grandioso bien! Venga, después de clases te llevaré a un Pub que conozco y...
- ¡Gilbert! ¿Sigues tratando de convencerle de que venga con nosotros?- Un chico rubio, con un poco de barba y ojos azules se acercó a los dos con una sonrisa encantadora.- ¿Has conseguido algo?
- No, Francis... lamentablemente, el grandioso yo no es capaz de convencerle. No sé por qué... ¿qué fallará?- El prusiano se frotó la nuca, sin comprender lo que fallaba en sus métodos persuasivos.
Lugwig suspiró. No era como si no quisiese salir... pero tenía demasiadas cosas de las que ocuparse. Tenía que cuidar la casa, (que no tenía sistema antirrobo porque Gilbert se lo cargó haría un mes), tenía que dar de comer a los perros, (que eran de Gilbert, pero nunca se acordaba de ellos), tenía que estudiar para los exámenes finales, (a los cuales Gilbert no les estaba prestando ni la mas mínima atención), limpiar la cocina y el salón, (ya que Gilbert los dejaba totalmente destrozados cuando pasaba por allí), y además tenía que hacer la cena, (porque Gilbert no pensaba mover un dedo para hacerla, como siempre). No tenía tiempo para salir a conocer mujeres. De todas formas, aquello era algo secundario, así que no le daba importancia del todo.
Mientras tanto, Feliciano deseaba poder escuchar de qué estaban hablando aquellos tres. Lástima que estuviesen demasiado lejos de su campo auditivo. Lovino ya había empezado a notar que su hermanito no le estaba haciendo ni puto caso, y aquello le mosqueaba un poquito bastante.
- ¡Eh, Feliciano! ¿Qué coño estás mirando? ¡Préstame atención cuando te hablo, maldita sea!
- ¡Ve!- El joven dio un respingo, dándose cuenta de que estaba enfadado con él.- Lo siento, fratello... estaba distraído.
- Puedes jurarlo, maldición.- El mayor se cruzó de brazos, molesto.- Como has pasado de mí olímpicamente, hoy vamos a pedir una pizza. ¡Y no quiero pegas, joder!
- Entendido...- Feliciano bajó la cabeza, algo decepcionado consigo mismo por haberse distraído de tal forma.
Pocos segundos después llegó el profesor. Dio un soplido a su silbato para atraer la atención del resto de la clase, y cuando todos le estaban mirando, procedió a dar las órdenes.
- Bien, gracias por la atención. A ver, vamos a hacer un grupo con los de primero, y otro grupo con los de segundo.- Ordenó, y esperó a que los de cada clase se agruparan por separado.- Bien, los de primero darán diez vueltas al campo, y los de segundo darán quince.- Los quejidos de los alumnos de segundo le hicieron ponerse serio.- ¡Y no os quejéis, que sois más mayores!
- ¡Pero sólo por un año!- Se quejó Gilbert, saliendo en defensa de los de su clase.
- ¡Tú a callar, Gilbert, que estás repitiendo curso!- Gritó Carlos, molesto. El albino rió, y el resto del grupo rió con él. Aquel chaval siempre le daba problemas...- ¡No quiero pegas! ¡A correr!
Dio un pitido con su silbato y todos comenzaron a correr. Antonio fue a revolverle el pelo a Lovino antes de comenzar a correr también.
- ¡Nos vemos, Lovi~!- Gritó antes de ponerse con sus dos amigos, Francis y Gilbert.
- ¡Vete a la mierda, bastardo!- Le gritó el italiano, volviendo a peinarse. El Bad Touch Trío rió, y se adelantaron a todos en cuestión de segundos.
Ludwig observó cómo aquellos tres corrían, y chasqueó la lengua. Iban demasiado deprisa; les iba a dar algo. Él prefería ira un ritmo rápido, pero pausado. Después de todo, eran diez vueltas a un campo bastante grande. Se arriesgaba a sufrir un ataque de flato si iba muy despacio, y seguro que se cansaba si iba más deprisa.
Vash y Arthur parecían pensar igual que él. Iban cerca del alemán todo el rato, no porque fuesen amigos; que no lo eran, sino porque corrían a un ritmo muy similar. Aún así, el alemán siempre iba por delante.
Feliciano suspiró, resignado. No le gustaba correr. No entendía para qué les iba a servir correr porque sí. Es decir... pudiendo jugar a fútbol, ¿quién querría correr porque sí? Prefería ir despacio, así que se puso al ritmo de su hermano y de su primo Heracles. Así no gastaba energías y no se cansaba demasiado.
Lovino parecía frustrado.
- Feliciano, recuérdame por qué compartimos la clase con los de segundo.- Gruñó, molesto.
- Vee... porque sólo hay un profesor de Educación Física y nuestros horarios coinciden.- Contestó él, sin saber a dónde quería llegar.
- Mira a ese bastardo.- Lovino señaló al español con la cabeza.
- ¿Qué... pasa con él?- Preguntó Heracles, entre bostezos.
- ¡Que corre como un maldito desgraciado, eso pasa! ¡Nosotros apenas llevamos siete vueltas, y él lleva... ¿cuántas?! ¡Doce! ¡Doce malditas vueltas, joder!
- Ve, es que ellos son mayores, tienen más resistencia...- Feliciano iba a argumentar algo más, cuando vio cómo los tres corredores se detenían de repente. Parecía que les estaba dando un colapso.
Ludwig suspiró, resignado. Sabía que acabaría pasando algo como aquello. Pero claro, qué remedio... si no iban a una velocidad adecuada o moderada, era inevitable que se cansaran. Todos vieron cómo primero, el francés paraba bruscamente, tratando de respirar, y cuando el profesor dejó de mirar, se escabulló en los vestuarios. Gilbert gritó, pidiendo un descanso, pero como éste le fue denegado, se resignó y continuó corriendo al mismo ritmo, hasta acabar las quince vueltas. Cuando terminó, se dejó caer en el suelo, agotado. Por otra parte, el español, en mitad de un ataque cardíaco, buscó apoyo en Lovino Vargas.
- Lovi... me muero...- Antonio se apoyó en el hombro del italiano, jadeando.
- Mi... ¡mira si me importa! ¡Aléjate, bastardo!- Respondió él. Aún así, Feliciano podía ver la preocupación en sus ojos.
- Sólo un poquito, Lovi...- Rogó el mayor, apoyándose de manera que casi le abrazaba. Lovino se sonrojó, frunciendo el ceño.
- Ve~ hermanito, déjale, que está muy cansado~- Le dijo Feliciano a su hermano mayor.
- D... ¡debería darte vergüenza, bastardo! Siendo de un curso superior, joder... eres un imbécil...- Continuó maldiciéndole por un buen rato, pero a pesar de ello, no le soltó ni le obligó a dejarle tranquilo.
Aunque Ludwig no comprendía muy bien la situación, (simplemente pensaba que el español estaba molestando al joven), Feliciano comprendía. Por eso mismo decidió alejarse un poco, para darles algo de espacio. Decidió acercarse a una de las chicas de su clase, para hablar con ella un poco y pasar el rato mientras corría. Quién sabe, quizás ésta vez aceptase su invitación a cenar juntos...
Mientras, Gilbert seguía colapsado en el suelo, (aunque nadie le prestaba atención), y Francis seguía desaparecido. La carrera pudo acabar en calma, con Ludwig como ganador. Aunque aquello no era ninguna sorpresa; el alemán sabía controlar bien su respiración y su ritmo, y siempre rendía al máximo. En realidad, siempre rendía al máximo, por lo que no era nada anormal verle destacar en casi todas las materias.
El profesor le felicitó dándole unas palmaditas en la espalda.
- Muy bien, Ludwig, como siempre. ¡Y el resto! ¡Ahora a jugar a fútbol!
Fue como si el ánimo de todos cambiase de repente sólo por escuchar la palabra "fútbol". Empezaron a reunirse y a hacer grupos, preparando sus equipos y charlando animadamente. Por otra parte, Francis había vuelto a aparecer. Y Antonio estaba la mar de animado.
- ¡Lovi, Lovi, tú conmigo!- Decía, con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿Dónde ha ido tu cansancio, bastardo?- Gruñó él, algo molesto.- ¿Y por qué mierda tengo que ir contigo?
- Porque entre los dos vamos a barrerlos a todos~- Rió.
- ¿No me estás olvidando, mon cher?- Preguntó Francis, haciendo un pucherito.
- Oh, Francis... eh... tú... te puedes poner de centrocampista si quieres... o de defensa... o puedes quedarte a descansar en el banquillo si quieres, no me importa...
- ¡Eh, que yo también juego muy bien!- Lloriqueó el rubio, sintiendo su honor herido.
- Es cierto, pero... últimamente estás desentrenado, así que... mejor quédate en el centro del campo, ¿sí?- Con esto, Antonio empezó a pensar dónde colocar al resto de jugadores. Y como era algo que le costaba un poco pensar, se quedó quieto en el sitio, sin prestarle atención a nada ni a nadie más. El francés, lloroso, decidió ir a buscar a Gilbert, (que seguía en el suelo), mientras planeaba su futura y seguramente lejana venganza.
Feliciano estaba emocionado. Aunque Monique había rechazado su invitación, ahora podría jugar a fútbol~ y a él le encantaba el fútbol~ además, estaba en el mejor equipo de todos, el de Antonio. Porque claro, al ser él el capitán del equipo de fútbol, lo de perder era algo imposible, ¿no?
Pero Ludwig no pensaba perder, de ninguna de las maneras. Él también era muy bueno jugando y, aunque no le gustara admitirlo, le daba rabia que el español le ganara siempre, por lo que cada vez se esforzaba un poco más. La rivalidad era obvia.
El partido comenzó con el sonido del silbato. Dos de los cuatro equipos formados pasaron al campo. Uno de ellos era el equipo de Antonio, y el otro era el de Arthur. Aquel inglés tampoco era nada malo jugando, así que deberían estar alerta. Los toques de balón eran increíbles, y los pases épicos. Pero Feliciano apenas los veía. El centro del campo no era su problema, él sólo debía de~ fen~ der~ el área, con su primo Heracles, que...
- ¡Eh! ... ¡Bigotudo! ¡Vuelve a tu portería!
- ¡Estoy en mi área, maldito griego! ¡Cállate y concentra tu mirada en el balón!
- No puedo... eres demasiado... feo.
- ¿¡Qué dices, idiota!?
Estaba peleando con el portero, Sadiq. Tanto él como el turco se llevaban a matar, así que éste tipo de escenas eran bastante corrientes.
- ¡Vee! ¡No es momento para pelearse!- Feliciano trató de detenerlos, cuando...
- ¡Pelota!- Gritó alguien.
Y... limpia en la red.
- ¡Golaaazo!- Arthur corría por el campo, súper orgulloso de su gol.
- ¡Vosotros dos, no os peleéis ahora!- Les gritó Antonio. Heracles se disculpó, pero eso no evitó que lo siguiera haciendo, para martirio de Feliciano, que les tocaba escucharles.
Como todos estaban de nuevo arriba y él no tenía nada que hacer, decidió evadirse de los insultos y puyas recíprocas de los otros dos concentrándose en otra cosa. Como por ejemplo... ... Ludwig, que estaba muy atento al partido desde el banquillo. El italiano le observó de reojo, tratando de no parecer muy obvio.
¿Que por qué se quedaba mirándole a él? Cierto, había muchas chicas guapas en las gradas, como por ejemplo Elizabeta, una amiga suya de la infancia, o Bella, una amiga de la infancia de Antonio, pero...
Es que... bueno, podría decirse que... Feliciano Vargas estaba enamorado. Enamorado de Ludwig, claro.
Todo comenzó apenas un par de meses atrás.
El italiano estaba totalmente feliz, canturreando por el instituto a la hora del almuerzo. Había tardado bastante en terminar el exámen de matemáticas, así que salía tarde de la clase, solo. Como pensó que todos estarían esperándole en el patio, se apresuró más de lo habitual y bajó los escalones de tres en tres. Al principio todo iba bien, pero la suerte quiso que el chico se resbalara en un charco de zumo que alguien había derramado, y el pobre vio su vida pasar por delante de sus ojos a velocidad vertiginosa.
Creyó que iba a morir, pero Ludwig le salvó, cogiéndole antes de que se estrellara contra el duro suelo.
Él también iba a su clase, y había acabado el examen el primero de todos... pero por algún motivo estaba rondando por allá, totalmente solo. Feliciano reparó en él por primera vez en todo lo que iba de curso. Al comenzar las clases aquel año, cuando los pasaron a los dos a la misma clase, le pareció un tipo muy grande y que daba mucho miedo, pero... parecía que podían hablar y todo. Al parecer el salía de la biblioteca y le había visto caer, por lo que le recogió, ningún misterio. Para Ludwig no era nada especial, pero para Feliciano era más que eso. Quería preguntarle si podían ser amigos, pero el alemán se fue antes de que pudiera preguntarle nada.
Un par de días después, Feliciano perdió el almuerzo. Bueno, o eso creía él; en realidad se lo había robado su hermano Lovino, pero no se había dado cuenta todavía de que su querido fratello tenía dos almuerzos y él ninguno. Ese mismo día, Ludwig dijo que no tenía hambre y le dio un poco del suyo. Las salchichas no le gustaban mucho, pero juró desde aquella mañana no hacerles ascos nunca jamás.
Por fin, al día siguiente, cuando estaba teniendo problemas guardando el material del gimnasio, Ludwig apareció de la nada y dijo que le ayudaría. Se quedaron solos un buen rato en el cobertizo, poniendo todo como lo habían encontrado, lo que les llevó un buen rato ya que habían utilizado muchas cosas. En aquel rato, Feliciano no pudo dejar de observar al rubio, sin saber por qué exactamente. No podía dejar de mirar lo alto y fornido que era, su pelo rubio y bien peinado, su piel clara y sus ojos azules y hermosos. Era una sensación extraña, lo de fijarse en un chico, pero no acababa de desagradarle. Primero lo tomó como admiración, ya que Ludwig era alto, fuerte, destacaba en todo... y además era buena persona. Era increíble.
Le tomó apenas un par de días darse cuenta de que se había enamorado.
No se atrevió a decir nada, por supuesto. Lovino odiaba a los alemanes, y como se le ocurriera decir que se había enamorado de Ludwig, le iba a gritar durante días. Tampoco sabía cómo se iba a tomar su abuelo todo aquello. Y... bueno, lo de confesarse no era una opción. Apenas se conocían, habían hablado un par de veces y ya está. Ni siquiera eran amigos. Feliciano no creía que aquello fuese suficiente como para gustarle al otro, así que no le diría nada. Primero debía acercarse más a él, y luego, si la ocasión se diese... actuaría.
Pero el italiano no se había dado cuenta de que estaba siendo muy obvio. Cualquiera que no le conociera pensaría que siemplemente era un chico extraño, hiperactivo y adorable, pero... desde hacía ya un par de semanas que Lovino se había percatado de que su fratellino estaba distraído. No hacía los deberes tan rápido ni tan bien como los hacía antes, (lo que le impedía copiarse de él cuando no los había hecho él), y la mayor parte del tiempo parecía... distraído. Notaba que había cambiado un poco, y no era el único. Romulus Vargas, su abuelo, también lo había notado. Lo hablaron un poco y decidieron darle un poco de espacio; estaba claro que se había enamorado.
Romulus pensaba que sería alguna chica, y eso pensaba Lovino también, hasta que notó que Feliciano miraba demasiado a cierto alemán. Quería preguntarle, y deseaba que ojalá sólo fuese su imaginación, pero no se atrevía. No se le daban bien esas cosas, y no quería acabar peleando con su hermano. Pensaba observarle un poco más antes de preguntárselo.
Pero es que... en serio era obvio.
Lovino aprovechó que la pelota había salido fuera del campo para observar al idiota de su hermano. Y en efecto, el muy imbécil estaba totalmente alelado, mirando a las gradas como un subnormal. Mirando a alguien que estaba en las gradas. Mirando a cierto alemán que estaba en las gradas. Y es que no se cortaba ni un pelo, el tío. ¿Acaso trataba de ser discreto? Típico de Feliciano, el espionaje no era para nada lo suyo.
Tan ocupado estaba maldiciendo a su hermano internamente, que al mayor se le olvidó que estaba jugando a fútbol. La pelota pasó por su lado antes de que pudiese siquiera darse cuenta. Fue demasiado tarde para recuperarla cuando regresó a la realidad. Arthur quiso tirar a portería, pero el balón se desvió un poco, yendo directamente hacia la cabeza de Feliciano. Por supuesto, éste estaba demasiado empanado como para darse cuenta.
- ¡Feliciano!- Lovino llamó a su hermano, tratando de hacer que reaccionase, pero no lo hizo a tiempo. El balonazo le dejó fuera de combate.
El italiano despertó en la enfermería, pocos minutos después. Tenía un algodón en la nariz y un fuerte dolor de cabeza.
- ¿Ve?- Se incorporó un poco, todavía sin reconocer el lugar donde se encontraba.
- Oh, ¿ya has despertado?- La enfermera, Yekaterina Braginski, se giró para sonreirle. Sus enormes pechos hicieron un sonido extraño al hacerlo.- Llevas diez minutos así, comenzaba a preocuparme...
- Qué... ve... ¿qué ha pasado?- Preguntó Feliciano, confuso. No era que no se alegrase de ver a la joven enfermera, al contrario, cualquiera se alegraría de verla, pero... no entendía qué hacía allí. Él estaba observando a Ludwig disimuladamente, luego escuchó a su hermano llamándole, y...
- Tu hermano te trajo hace un rato, dijo que te habían golpeado con un balón en la cabeza.- Explicó ella.- Me asusté un poco porque estabas sangrando, pero ha resultado no ser nada grave... ¿estás bien? ¿te duele algo?
- Sólo la cabeza... un poquito.
- Bueno, quédate acostado un rato, ¿de acuerdo? Cuando deje de dolerte podrás volver a la clase... aunque faltan veinte minutos...
Feliciano suspiró, triste. No sólo se había alelado, sino que además le habían golpeado. Y ahora no podría terminar el partido. Qué rabia le daba. Se tumbó de nuevo y volvió a suspirar. Le iba a tocar quedarse ahí un buen rato. Menos mal que podía distraerse mirando la pared, que estaba decorada con dibujos de flores; un detallito por parte de los del club de arte. Él mismo había ayudado, ya que pertenecía al club. Se dedicó a contar las flores hasta que se le pasase el dolor de cabeza. Una, dos, tres, cuatro...
Pasó un buen rato tratando de contarlas. Se perdió cuatro veces, y una vez creyó haber contado mal, así que volvió a empezar desde el principio. Pero por fin logró contar cuarenta y siete flores. El dolor no había pasado; se preguntó por qué. Iba a hacer otra cosa, como contar todos los pétalos de todas las flores, pero escuchó a alguien hablando con la enfermera y se giró a ver.
- Creo que deberías volver a casa, hermana... a veces se hace un poco solitario sin ti.- Iván, su hermano pequeño, estaba allí, con cara triste.
- Pero tengo mucho trabajo, Iván... además, luego me toca el turno de noche en el supermercado, y... bueno, voy haciendo amigos, así que no quiero no asistir y que tengan una mala impresión de mí, ¿sabes?- Yekaterina estaba de espaldas, así que Feliciano no podía ver su expresión, pero también sonaba triste.
- ¡No me dejes sólo con ella, por favor!- Imploró Iván, agarrándola por la muñeca. Parecía que hasta estaba llorando.- ¡Me dice cosas extrañas y se empeña en llevar ese cuchillo por todas partes!
- Sólo quiere cocinar... no va a hacerte daño, te quiere mucho.- Razonó la mayor.
- ¡Demasiado!- Lloriqueó él. Feliciano estaba bastante sorprendido. Hasta Iván Braginski, que daba tanto miedo siempre, podía llorar. Se preguntó, temeroso, quién sería aquella chica que tanto miedo le daba. Seguro que debía ser verdaderamente aterradora para poner así al sádico de la clase.
- Lo siento mucho, Iván, pero mi jefe no me deja volver pronto a casa... ¡algún día, cuando sea rica, te lo compensaré, lo juro!
- ¡Pero es que siempre dices lo mismo! ¡No quiero que te vayas!
- ¡Lo siento! ¡Yo te quiero mucho, pero no puedo volver a casa todavía!
Al final estaban los dos llorando. Feliciano no se atrevía a moverse, por si acaso alguno de los dos notaba que estaba despierto y observando. No quería romper el momento, aunque no estaba muy seguro de que fuese un momento lindo. Se sentía bastante incómodo estar allí...
Pero entonces, el "lindo" momento fue interrumpido por una voz cantarina que venía del pasillo.
- Hermanito~ ¿dónde estás~?- Aquella voz sonaba... escalofriante, en cierto modo. Tanto Iván como Feliciano se estremecieron.
- ¡Ahí viene! ¡Por favor, vuelve a casa en cuanto puedas!- Dijo Iván, antes de desaparecer corriendo por la puerta.
Se escucharon un par de gritos de terror antes de que se hiciera el total silencio. El italiano rezó para que al ruso no le pasase nada, por si acaso aquella chica le daba problemas. Entonces se dio cuenta de que ya no le dolía la cabeza, y de que empezaba a tener hambre. Se incorporó y se desperezó, fingiendo que había estado dormido todo el tiempo.
- Oh, Feli, ¿ya despertaste? ¿Estás mejor?- La mujer, sin saber que el chico lo había estado observando todo, sonrió inocentemente.
- Ve~- Él asintió, sonriendo a su vez.- Creo que volveré a casa... tengo hambre. ¿Qué hora es?
- Las dos y media.- Respondió ella, mirando su reloj de pulsera.- Es bastante tarde, deberías volver ya, tu hermano estará preocupado.
- Va bene~ pero antes he de ir a clase a por mi mochila~- Diciendo esto, el italo salió de la enfermería, despidiéndose con la mano.- Grazie, Yekaterina~
- De nada~ ¡ah, pero quítate el algodón de la nariz!
Y se fue, más animado. Aquel no había sido un buen día, pero bueno, el siguiente sólo podría ir mejor, ¿no? Optimista, tiró el algodón ensangrentado a una papelera y se dirigió a su clase. Cuando le faltaba poco para llegar vio como, del aula que se supone estaba vacía, salía una persona. Una persona que él reconoció al instante. Por instinto, el joven se escondió tras la esquina, con el corazón acelerado.
- Lu... ¡Ludwig! Ve... ¿por qué sigue aquí?- Murmuró para sí mismo. Volvió a asomarse, para observarle mejor. Quizás se había retrasado por algún motivo...
El alemán suspiró, resignado. No sólo se había tenido que quedar a recoger el material de deporte después de clase, sino que además había tenido que ir a por las cosas de su hermano a su clase. Entendía que se fuese de fiesta con sus amigos, pero que al menos se encargase de sus propios problemas...
Y además, al día siguiente él tenía examen de química. Lo llevaba bastante bien preparado, pero aún así debía repasar hasta el último momento, por si acaso. Quién sabe lo que podían preguntarle; debía llevarlo todo perfectamente memorizado. Así pues, había ido, después de recoger la mochila de su bruder, a su clase, a por los apuntes. Ahora llevaba dos mochilas, y un par de libretas bajo el brazo. Y se le había hecho tarde. Seguro que sus perros tendrían hambre.
Iba a ponerse en marcha, cuando sintió una presencia. Alguien le estaba observando.
Avanzó un par de pasos, inseguro. Después, se giró. No había nadie a su espalda. Tampoco parecía haber nadie a su alrededor, por lo que reanudó la marcha. Pero al dar un par de pasos, volvió a notarlo, y se giró inmediatamente. Aquella vez él fue más rápido.
- ¿¡Quién va!?- Gritó, creyendo distinguir una sombra tras una esquina.
- ¡Ve!- Feliciano apenas tuvo tiempo para esconderse de la mirada del rubio y salir corriendo. ¿Que por qué corría? Por acto reflejo, más bien. El chico huía muy rápido, por lo que no creía que le alcanzaría.
Corrió todo lo que pudo, hasta encontrarse con un callejón sin salida. Un pasillo cerrado, con una única puerta, que llevaba al armario de las escobas. Los pasos rápidos del alemán se escuchaban tortuosamente cerca. Presa del pánico, se escondió dentro y atrancó la puerta con una silla. Era un truco que le había enseñado su hermano para cerrar puertas, y funcionaba. Rogó porque aquella vez también funcionase. No quería ser encontrado y quedar como un rarito. Porque alguien que espía porque sí a otros no da una buena impresión. Temía que Ludwig se enfadase con él si le descubría, y no quería eso para nada.
Se apoyó contra la pared, temeroso, y escuchó atentamente. El silencio reinó por unos segundos, hasta que se escucharon de nuevo pasos, seguidos de la voz del alemán.
- ¿Sin salida...? Juraría que vino por aquí...- Ludwig bufó, confuso. Si no hubiese llevado dos mochilas, quizás podría haberle cogido, fuese quien fuese. Pero espera, pensó, quizás estuviese dentro del cuarto de las escobas... aquella puerta sólo podía cerrarse desde fuera y, por lo que podía observar, estaba abierta.
- Que no me encuentre, que no me encuentre, que no me...- Feliciano, que estaba repitiendo aquello en voz baja como si de un mantra se tratase, se sobresaltó al escuchar el pomo girar. No pudo evitar soltar un grito.- ¡Uwah!
- ¿Uwah?- Ludwig frunció el ceño.- ¿Quién está ahí dentro? ¿Eres tú el que me estaba espiando?
Feliciano, sin saber qué hacer, se quedó en silencio. ¿Qué podía hacer, o decir? Ya le había escuchado, era imposible fingir que no había nadie dentro. Tenía que contestarle, pero... pero... ¿qué decir? Quería morirse. Pensaba a toda velocidad, y al final acabó diciendo lo primero que se le ocurrió; algo que vio una vez en un programa de la tele.
- Yo...- se aclaró la garganta y puso una voz más aguda.- ¡Soy el hada de los tomates! ¡Vine para que seamos amigos! ¡Juguemos juntos!
- ¡Muéstrate!- Ludwig empujó la puerta, pero ésta no se abría.- El pestillo no está echado... ¿cómo puede ser?
- La... ¡la bloqueé con mi magia! ¡No quiero que me veas, porque soy un hada!
Ludwig no estaba para tonterías. No se creía para nada que hubiese un hada en aquel armario. Cierto, no podía abrir la puerta, pero... aquello debía tener alguna explicación científica y factible. La magia no existía. Y él iba a demostrarlo.
- Tendré que echar la puerta abajo...- Murmuró, haciendo crujir sus nudillos. Feliciano entró en pánico.
- ¡No! ¡Detente! ¿¡Qué ganarías con verme!?- Gritó, a punto de llorar. Ludwig levantó el puño, dispuesto a romper la puerta.
Cuando de repente, una voz le obligó a detenerse.
- ¡Ludwig-san!- El rubio se giró. Era Kiku, un alumno asiático de otra clase, compañero de estudios del alemán y amigo de Feliciano. Parecía a punto de colapsar de cansancio.- Ahí está... llevo buscándole un buen rato. ¿No se supone que debíamos ir a estudiar a su casa?
- Ah, es cierto...- entonces el alemán se acordó de su compromiso con el japonés. Con un suspiro, se separó de la puerta que había estado a punto de echar abajo.- ¡Por esta vez te dejo ir!- Gritó, con tono militar.
- ¿Con quién habla?- Preguntó el japonés, curioso.
- ... Con el hada de los tomates.
- ... ¿Eh?
Poco después, Feliciano pudo oírles marchar.
Su corazón latía increíblemente rápido, y le temblaban las piernas. Suspiró profundamente y se dejó caer en el suelo del cuarto, aliviado al no haber sido descubierto. De algún modo, lo del hada no había salido tan mal como pensaba. Aunque Kiku había ayudado bastante.
- Vee... grazie mile, Kiku...- Susurró, cerrando los ojos.
Y decidió quedarse ahí dentro hasta que lograra calmarse.
Yeeei~ Kaitogirl al habla! :D
Ésta es la historia gerita que me pidió la agradable, abrazable y maravillosa nayera99, que hizo la review número 300 en otro de mis fics, "Cafetería España"!
300 reviews son un montón, así que el fic será más largo, espero que os guste, le pongo mucho mucho amor~ ^3^
Si os ha gustado, dejad review~ el amor que me dais se agradece muuuucho~ :D
Hasta el siguiente capítulo!
