Con este capítulo doy inicio a la saga México aunque a su vez este trabajo pertenece a una saga aparte y aunque los relatos se pueden leer independientemente los unos de los otros si el lector quiere saber un poco más se recomiendan leer los tres. El primero de la saga es Inocuidad.
Capítulo 1: México tierra de mis amores
14 de agosto 1908.
Hacienda Ángeles Estado de México, México.
La noche había tejido su manto de estrellas que iluminaba como brillantes farolas la llanura, el suave cantar de los grillos se veía interrumpido por el aullar de algún perro y las contagiosas risas que salían del salón principal, de la pulquería o la taberna e incluso de las casas de la clase baja y media. A fuera de la hacienda los peones con sus ropas blancas y un buen zarape o gabán para protegerse del frío viento que comenzaba a sentirse en aquella época del año regresaban a sus hogares trayendo con ellos el ganado de las altas pasturas.
Las pequeñas casitas pintadas con cal y sus tejas rojas les daban la calurosa bienvenida junto con los aromas típicos que se desprendía de los braceros. Las mujeres de los jornaleros ya tenían preparando en sus comales calentados por leña de pino la cena de su familia. A las 8 de la noche los aromas de múltiples cocinas se conjugaban en el aire abriendo el apetito de aquellos que volvían después de una ardua jornada de trabajo.
La tenue luz proporcionada por las farolas de aceite y gas que alumbraban las principales calles del pueble le daban a aquellos hombros la apariencia de las ánimas benditas del purgatorio que regresaban a ver a sus familiares.
Una mujer ya entrada en años, con el cabello totalmente cano a excepción de un pequeño mechón de cabello que sobresalía orgullosamente de aquella apretada trenza de su peinado vestía vestido blanco bordado con flores de colores rojo, bermellón, naranja y melón apuraba a los recién llegado a que entraran a la hacienda. El patrón quería que todos estuvieran presentes para darle la despedida a su único hijo que partía al día siguiente rumbo a New York y de ahí a Liverpool.
Los peones terminaron el encargo de esa tarde y se retiraron con sus mujeres a limpiarse un poco, el patrón había dispuesto hacer una enorme fiesta y aunque la entrada a la casa estaba lógicamente restringida a los miembros más distinguidos de la sociedad el alcohol, el atole champurrado y unos buenos tamales no faltarían para todos.
Se habían dispuesto para tal evento sacrificar tres puercos bien cebados, una res con becerro, doce gallinas y catorce guajolotes. Desde muy temprano las criadas y las cocineras estuvieron trabajando en la cocina desplumando sin piedad, cortando, sazonado la carne e hirviendo la leche o cortando la masa para el atole y el champurrado.
Un delicioso aroma a canela, chocolate y especias bañaba toda la hacienda, el aroma era tan intenso que incluso para aquel joven que recién había llegado la noche anterior a bordo de una calesa tirada por cuatro briosos corceles proveniente de la estación del tren lo encontró irresistible. Su madre le había recomendado amorosamente que disfrutara de sus últimas horas en la hacienda y eso pensaba hacer.
Se vistió rápidamente con una camisa de algodón blanca, unos pantalones para montar y unas botas robustas. Bajo a almorzar entrando directamente a la cocina, él sol aun no salía por el horizonte y el reloj del gran salón marcaba las 6:45 de la mañana. Un enorme mastín le saludo moviendo enérgicamente la cola suplicando con la mirada algún pedacito de comida y una que otra caricia.
José María se agacho y sin apartar aquella sonrisa radiante de sus labios le acaricio la cabeza jalándole un poco las orejas. El chico amaba aquel perro que había sido su fiel compañía por muchos años, a su padre no le gustaba que su primogénito tuviera relación alguna con los peones ni con sus hijos pero a José poco o nada le importaba esa prohibición y cuando podía se escapaba con pinto, el mastín, los hijos de los peones y algunos muchachos de las demás familias e incluso de otras haciendas. De todos ellos con quienes mejor se llevaba era con los hijos del caporal dos años mayores que él.
Entro a la cocina sonriéndole a su nana y tomando una hogaza de pan recién hecha que prácticamente se deshacía entre sus dedos con solo apretarla ligeramente. Una de las muchachas, una preciosa jovencita de piel morena y grandes ojos con enormes pestañas que conservaba cierto parecido con José se apresuró a servirle rápidamente un jarrito con atole recién hecho.
—Tenga cuidado señor. Acaba de hervir y está muy caliente ¿Quiere algo más para acompañar? Un tamalito de pollo con mole o uno verde, un pambazo o quizás unas quesadillas de huitlacoche, acaban de traer la harina del molino— La hermosa muchachita hablaba rápidamente y con cierta timidez como siempre sucedía cuando estaba con el hijo del patrón. Sus pequeñas manos, cuarteadas por tanto trabajar en la casa limpiando y ayudando de vez en cuando a su madre en la cocina, estrujaban con nerviosismo la mantilla de su delantal sin atreverse a levantar la vista.
—Gracias Ester. Unas quesadillas de huitlacoche con queso de cabra no estarían mal y si me puedes llevar una jarra con atole al comedor te lo agradecería mucho—La madre de la chica miraba con recelo aquella escena, con un golpe certero del machete bien afilado degolló a la gallina con un sádico placer sabiendo que el muchacho detestaba tal exceso. María había caído en la cama del patrón hacía ya catorce años y no quería su hija corriera la misma suerte.
Ambos chicos se volviendo hacia María, José le miro con una mueca de desaprobación el olor a sangre le daba un poco de nauseas. Jamás había entendido aquella mujer ¿Qué tenía en contra suya? No lo sabía y aunque usualmente no la veía desde que se fue a comenzar sus estudios a la capital y solamente regresaba durante las fiestas a la hacienda siempre se mostraba tan antipática, lo único bueno es que ya no la vería en al menos cinco años lo que durarían sus estudios en Inglaterra.
Con un pequeño ademán salió de la cocina remojando la hogaza de pan en el atole calientito, los deliciosos y reconfortantes olores revitalizaban todo su ser. Aspiro profundamente el vaporcito sentado en la mesa de madera del comedor con Pinto descansando a sus pies, Ester llego al poco rato con una jarra de caliente y espeso atole de chocolate y una canasta con pan dulce de entre sus ropas saco un pedacito de pan que le dio al perro.
Ester preparo la masa batiendo la harina de maíz hasta formar una suave pasta con la que hizo pequeños óvalos aplanados para las tortillas, las tortillas se inflaron en el comal y una vez que estuvieron cocinas las relleno con los hongos negros y flor de calabaza guisada. Sirvió las quesadillas en un plato de barro junto con una salsa roja hecha en el petate para acompañarlas.
Cuando José María termino de comer subió a su cuarto a empacar algunos recuerdos y fotografías para su viaje. De la maleta de cuero negro que descansaba a los pies de la cama saco un pequeño amarrado de cartas en las que venían unas de recomendación y entre ellas incluso una de parte del presidente Porfirio Díaz. Su abuelo había servido en el escuadrón comandado por el general Díaz durante la invasión francesa, e incluso según contaba había estado en el cerro de las campas durante el fusilamiento del invasor Maximiliano.
Guardo todas las cartas con mucho cuidado para que no se lastimaran, una pequeña sonrisa surco sus labios al leer el nombre del remitente escrito en elegantes letras góticas sobre el amarillento papel. Aquel hombre se había vuelto su padrino y gracias a él fue como pudo conseguir una estancia al lado del doctor McGregor uno de los más eminentes estudiosos de la época.
—Disculpe joven, siento si le he interrumpido— Ester se encontraba en el marco de la puerta, prácticamente deshaciendo sus ropas de tantos tirones que le daba. Estaba nerviosa y si de por si se sentía inculta y sin ninguna gracia ese sentimiento se hacía más fuerte cuando estaba con José María que para ella era el hombre más culto y bueno que hubiera conocido— El caballo ya está ensillado y puede disponer de el en cuanto guste. También le prepare un itacate con unos tamalitos de elote por si tiene hambre.
El chico le sonrió poniéndose de pie dándole las gracias con un pequeño beso en la mejilla que hizo que todos los colores se le subieran al rostro a Ester que inmediatamente bajo la mirada y ni siquiera se dio cuenta de en qué momento su amo se había retirado.
Salió de casa apresurando el paso hacia las caballerizas, amaba esa sensación de libertad cuando cabalgaba tanto que lamentaba no hacerlo más seguido. El peón le entrego las riendas del hermoso semental negro con una estrellita blanca en la frente y las patas delanteras del mismo color, sus crines había sido trenzados con mucho cuidado para darle un mejor aspecto.
—Yo también te extrañe— El caballo le acaricio con el hocico el rostro pidiéndole alguna golosina a su amo— Si sé que estas molesto pero no naciste para tirar de una calesa y te habrías aburrido de todas formas.
De entre sus ropas José extrajo una zanahoria y se la ofreció al caballo para hacer las paces con él, el animal dudo en tomarla aunque al final la comió gustosamente. Se montó en el animal y salió despedido.
Las magníficas cordilleras con sus invencibles moles de piedra rozaban el cielo en tonos lechosos, de todas ellas destacaba el gigantesco volcán Popocatépetl y el Ixtaccíhuatl que por la lejanía comienzan a surgir como dos enormes gigantes de ensueño con sus cumbres nevadas y tan diáfanas.
Con el pulso acelerado se detiene a mitad de un camino polvoriento, respira profundamente llenándose con el fresco aire de montaña. Ligeramente echa la cabeza hacia atrás, hacia el pueblo, tan diferente y cerrado aquella libertad que le prometen las montañas.
Si sigue su recorrido llegara a Amecameca, una población sumamente antigua, que según dicen desde antes de la conquista ya era un centro de convivencia importante. Hace años que no lo visitaba, la última vez que fue cuando tenía apenas ocho años de edad y le recuerda como una villa alegre llena de mercaderes y canticos extraños que sus padres le obligaban a recitar también cuando entraron al convento de los frailes dominicos.
Podía seguir en línea recta y no tardaría en llegar ahí pero seguramente se perdería las fiestas y su padre le reprendería duramente. A veces no entendía si lo que su padre quería era brillar a través de él o intentaba impulsarlo. Sujeto con fuerza las riendas del caballo y le hizo volver cuando el sol brillaba en el cenit.
Ato las riendas del caballo en un duraznero a medio kilómetro de distancia de los sembradíos de la hacienda familiar, sentándose a la sombra del mismo abrió el itacate que Ester le había dado y teniendo mucho cuidado de no mancharse la ropa empezó a comer. El tedio del viaje desde la capital, aunque fuese en tren los asientos no eran muy cómodos, y con el estómago lleno pronto callo en los brazos de Morfeo.
Un par de horas más tarde abría lentamente los ojos al sentir como una pequeña mano le sujetaba del hombro, sonrió cuando logro enfocar el rostro delante de él, era Ester que le miraba preocupado, las mujeres se preocupaban siempre por cualquier cosa según su forma de ver.
—Señor no debería quedarse dormido podrían…— Ni siquiera la dejo terminar de hablar cuando ya la jalaba de la muñeca obligándola a que se sentara a su lado. José María apoyo la cabeza sobre el hombro desnudo de la chica y volvió a cerrar los ojos.
—Solo un ratito más Ester, estoy muy cansado y mañana tengo que partir de nuevo. Me gustaría quedarme aquí con todos ustedes— La muchacha no se hacía demasiadas ilusiones sabía que el otro estaba muy por sobre su nivel y aunque fuese amable José María se casaría con la mujer que sus padres designaran como la ideal.
—Pero señor no puede pensar así, tiene un mundo entero por descubrir. Muy pocos tienen el tiempo y el dinero suficiente para viajar al viejo continente y usted va a estudiar además una de las más nobles profesiones. Debería estar emocionado—La chica se sonrojo de golpe cuando se dio cuenta que el moreno ya no tenía los ojos cerrados y se había vuelto por completo hacia ella, sus ojos reflejaban una mezcla de diversión y malicia.
—Por como hablas pareciera que a ti te gustaría salir a explorar— Levanto una de sus manos acariciándole la mejilla derecha soltando una risita cuando la chica se apartó asustada como un conejo frente al cazador y sin posibilidades de escape.—No te preocupes no te voy hacer nada.
—Yo nunca pensé que usted podría hacerme algo malo señor— Murmuro la chica en un tono apenas audible sin atreverse a levantar la vista— Siempre ha sido muy bueno conmigo desde que no éramos más que unos escuincles.
—Aún recuerdo que a Carlos le gustaba jalarte de las trenzas cuando jugábamos. Era su forma de desquitarse, siempre fuiste la mejor jugando a las canicas y todos los chicos te envidiaban incluso yo cuando jugábamos—La chica ya ni sabía dónde meterse de tan avergonzada como se encontraba, jugar canicas no era lo que se llama un juego de niñas. Ella tenía sus muñecas pero nunca le llamaron la atención.
—No era tan difícil solo se necesitaba un buen ojo— alcanzo a decir hecha prácticamente un ovillo, cuando sintió que el otro se levantaba volvió la vista. José María le tendía la mano.
Ayudo a la chica a subirse al caballo y luego se montó el trotando hacia la casa, dejo que los peones de la cuadra se encargaran de consentir al animal, aunque sospechaba que el semental se había comido uno que otro durazno mientras él dormía y no tendría demasiada hambre.
A las 5 de la tarde la comida para el banquete se metió a los diferentes hornos y cazuelas, la comida fue servida en el gran salón. Su madre tiquismiquis como siempre había mandado hacer incluso unas pequeñas tarjetas con letras doradas, mismas que fueron puestas delante de la vajilla de plata de cada comensal a un lado de las copas de cristal austriaco que desprendían su singular brillo prismático cuando el haz de luz les tocaba sobre toda la mesa, para indicarle a cada comensal el lugar que deberían ocupar en aquella enorme mesa.
Los invitados fueron llegando lentamente y la fiesta comenzó formalmente a las 9 de la noche, todos los invitados vestidos elegantemente elogiaron la esquicitos de la comida y lo sublime de la bebida felicitando más de una vez a la anfitriona.
Después de la comida no falto en la sobremesa mientras las señoritas se retiraban a platicar sobre sus futuros planes, bodas o viajes los chicos se reunieron para felicitar a su compañero que se marchaba mientras que los adultos discutían sobre política y lo mucho que había avanzado la nación durante el gobierno del general Díaz.
—Dicen que las inglesas son muy quisquillosas y que no saben que es un hombre verdadero, seguramente te encuentras a muchas chicas interesantes por ahí José— El mencionado se sonrojo de golpe aunque pronto estaría en edad de buscarse una buena esposa que cumpliera con los criterios establecidos por su madre y contase con el adecuado linaje no iba a Inglaterra a buscar pareja sino a estudiar medicina.
—Carlos, José no va a buscar inglesitas simplonas. Para mujeres, y de las más bellas, solo México aquí las hembras se hacen rechulas de cara— Le reclamo Manuel, un joven de dieciocho años espalda ancha y brazos fuertes producto de todo el ejercicio que hacia lazando las cabezas de ganado. Manuel y Carlos eran los amigos más íntimos de José e hijos del caporal.
—Pero yo solo quiero ir a estudiar medicina, no puedo perder el tiempo con una chica sin importar de que nacionalidad sea. En Inglaterra ha habido grandes médicos cuyos descubrimientos son sumamente importantes como Edward Jenner— refiriéndose al inventor de la vacuna como tal, aunque otro centro importante para la medicina seria Italia Inglaterra presentaba un mejor panorama por sus relaciones con México en los últimos años y los grandes avances en todas las ciencias que se habían gestado en Gran Bretaña.
—José nadie te dice que no estudies pero no todo en esta vida son los estudios, seguramente tendrás tiempo para salir y conocer Londres. No se te olvide mandar uno que otro regalito a los que nos quedamos de este lado del charco.— La voz de barítono del señor de la casa termino con todas las charlas.
Vestido con un traje pulcramente planchado, traído desde parís de donde vienen todas las altas costuras, levanto la copa de vino que tenía en la mano. Su discurso fue un poco más largo de lo previsto.
—Y finalmente amigos y familiares estamos reunidos aquí para despedir a José María Hernández, va a comenzar su viaje por el viejo continente buscando la nobleza en una profesión que no solo requiere el sacrificio de un alma noble sino también entrega y fortaleza— Se volvió levantando unos centímetros más la copa. De todos los presentes seguramente el que estaba más avergonzado era sin duda su propio hijo que rogaba a dios porque se terminara pronto aquel discurso que ensalzaba de semejante manera su persona—Me gustaría que todos ustedes levanten sus copas para brindar por nuestro futuro doctor.
Un salud grupal junto con el tintineo del cristal al chocar las copas lleno la habitación, el ruido de esta solo se veía opacado por los vitoreo del populacho y los peones de la hacienda así como los jornaleros que tenía su propia fiesta en el enorme patio; Incluso hubo quien disparo unos cuantos tiros al aire en señal de júbilo.
Al terminar la fiesta José se retiró a su cuarto, abrió las ventanas y con una lámpara de aceite a la mano que le servía para iluminarse mejor abrió el diario que descansaba sobre sus rodillas, con mucho cuidado sumergió la pluma en el tintero y comenzó a escribir, solo sería una pequeña introducción para el nuevo capítulo de su vida.
14/Agosto/1908
No sé cómo debería sentirme, por un lado tengo miedo de encontrarme solo en Europa o de no tener los conocimientos ni la fortaleza necesaria para llegar a terminar mis estudios en una carrera de semejante nivel. Sé también que no debería ser pesimista, después de todo ya soy todo un hombre a mis dieciséis años debería haber aprendido a comportarme como tal ¿No?
Hoy mis padres me hicieron una despedida de gala y luces que en realidad lo único que logro fue hacerme sentir demasiado pequeño. Tengo miedo de defraudarlos y honestamente quisiera quedarme en capital pero siento que algo que esta fuera de mi me impulsa a seguir, descubriendo nuevos horizontes. Quizás es un anhelo irracional y demasiado juvenil pero si cierro los ojos lo único que puedo sentir es la brisa salada del mar que me mantiene atrapado entre sus redes noche y día.
Ansió el mar y la aventura es como si se tratara de una segunda piel, sé que si le hablo de esta forma a mi padre y a mi madre se horrorizaran porque ambos son de épocas tormentosas lo mismo que el abuelo que ve con cierto alivio que general Díaz haya asumido la presidencia después de tantos golpes de estado. Pero mi alama tiene matices muy diferentes a los que uso nuestro señor para embellecer las suyas.
Cerró el diario y lo metió en la pequeña bolsa de viaje que podía llevar consigo sin que tuviese problemas o los del departamento de transportes le obligaran a mandar con el resto de sus maletas. En ella también se encontraban su demás documentación personal junto con una buena suma de monedas de oro por si tenía problemas.
A la mañana siguiente viajo desde el estado de México hasta New York cruzando los caminos polvorientos, las sierras imponentes con sus encumbradas cimas que parecían desafiar al tiempo con su perennidad. Incluso a los viajeros más experimentados se les encogía el corazón y no podían permanecer indiferentes a semejante bellezas naturales.
Ya fuese perdido entre los frondosos bosques, la inhóspita estepa o bien cuando el ferrocarril hacia cimbrar las vías desde una altura vertiginosa. Hicieron varias paradas y cambiaron de medio de trasporte en más de una ocasión antes de llegar a su destino.
El puerto de New York los recibió con su cacofonía habitual por donde uno mirase podía encontrar con rostros vacíos, en apariencia ocupados pero sin saber exactamente a donde ir. Aquella babel se balanceaba difícilmente amenazando a estallar en el momento menos pensado, al hombre siempre le han gustado los retos y levanta con desdén su puño ante las buenas costumbres creando un barrasco de colores, lenguas que se difaman las unas a las otras y manos habilidosas para tomar sin que el dueño se dé cuenta sus pertenencias.
Mientras José María y su tío buscaba entre la muchedumbre al señor Thompson, su contacto oficial con Inglaterra, no muy lejos de ahí el destino se prepara para cruzar y entretejer los hilos de vida de aquel joven aventurero en una historia que jamás lograría entender y cuya trascendencia sin duda solo sería palpable muchas generaciones después.
La taberna "Blue cat" no necesitaba tener mala reputación para alejar a los clientes habituales que bajaban del barco y esperaban tomarse un respiro antes de seguir su recorrido de la tierra prometida, tampoco era un lugar frecuentado por las hordas asiáticas que parecía multiplicarse como mangostas en época de siembra. Los chinos, en su mayoría ilegales, representaban la mano de obra barata para las grandes compañías ferroviarias de Estados Unidos.
Blue Cat incluso estaba situado en una de las mejores zonas pero increíblemente casi no tenía clientela. Al entrar uno podía sentirse claramente incomodo, un olorcito a formol y a muerte se desprendía desde las entrañas y de las tablas de madera apolilladas de las paredes, las sombras se hicieron con el local desde el primer momento en que fue abierto, más como una charada que con una verdadera puerta al infierno.
En una de los banquillos toscamente labrados en madera dura y vulgar, frente al espejo empañado de grasa, mugre y sudoraciones humorales se encontraba sentado un singular caballero que desentonaba como un cisne de blanco plumaje en un pantanal. Sus elegantes vestiduras y sus zapatos perfectamente lustrados parecían querer compartir la frescura y su vitalidad con aquella sórdida existencia.
Un enorme negro le sonrió mostrando sus blancos dientes perfectamente conservados y le tendió una carpeta de color marrón que el gentil caballero guardo en un maletín que llevaba consigo, incluso sin saber su nombre la elegancia de sus movimiento y aquel ligero acento le delataban inmediatamente como inglés.
—Es usted norteamericano ¿no es así señor Adams?— Pregunto educadamente el gentil hombre acomodándose el sombrero cuya sombra no pudo opacar sus chispeantes ojos verdes.
—Sí, mis abuelos eran esclavos provenientes de Cuba o África no lo recuerdo en realidad, pero yo nací en esta tierra como un supuesto hombre libre—El gigante negro chasqueo desaprobatoriamente la lengua lanzando un escupitajo al pequeño caldero de cobre que tenía a sus pies. El inglés ni se inmutó por aquel gesto tan vulgar aunque si lo encontró reprobatorio, por eso no le gustaba hablar con los americanos, tenían unas costumbres tan desagradables que sencillamente no las podía soportar—Pero espero que pronto pueda ser realmente libre convirtiéndome en un "hombre verdadero" ¿Sabe aún me faltan un par de pruebas?
Con una mezcla de condescendencia y reprobación el rubio asintió pensando para si mismo que la rama Norteamericana siempre había dado demasiados problemas, todo era mucho mejor en los viejos tiempos. En un gesto inconsciente acaricio con el pulgar la sortija que llevaba en la mano derecha, con un deleite casi enfermizo delineo los contornos del cuerpo de aquella sinuosa sapiente que entretejía su cuerpo en una complicado heptagrama.
—Lo entiendo a la perfección y dará el reporte adecuado a mis superiores para que tengan en consideración la ayuda que nos ha prestado tanto a la organización como a la mayoría de los hombres verdaderos— Ese tipo de hombres eran siempre carne de cañón. El inglés no pudo reprimir una sonrisa complaciente al ver como los ojos blancos de aquel negro se iluminaban ambiciosamente, claro que no le mentía pero tampoco le recomendaría para alcanzar semejante grado.
—Estoy sumamente agradecido con usted— Apresuradamente se puso a limpiar con el único trapo limpio, aparentemente en existencia en toda la taberna, un vaso todo empañado hasta dejarlo reluciente. Le sirvió del mejor ron que tenía pero su invitado apenas y toco el vaso— No se preocupe yo me encargare de "Limpiar" y hacer desaparecer cualquier evidencia. Además no creo que nadie extrañe a ese pobre viejo.
Escondido a medias entre las sombras descansaba un cadáver, apenas si se alcanzaba a distinguirle las piernas y los pies. Llevaba zapatos que en sus mejores tiempos debieron de ser finos pero en estos momentos solo podrían ser una piltrafa. Su nombre se había olvidado hacía ya muchos años ahora solo se le conocía como el viejo loco y excéntrico de la casa de la colina originario de Rhode Island, cuando llego a New York tampoco gozo de demasiada popularidad por la excentricidad de sus experimentos y por ser conocido como un afamado coleccionista de libros antiguos poseedor de algunos grimorios importantes.
—Es lo menos que podía esperar pero ¿En verdad tenía que matarlo? Hay que ser precavidos señor Adams, no se puede dejar llevar por los impulsos mundanos—Aparto delicadamente el vaso y se puso de pie pateando la suela del zapato del difunto con desdén. Igual que su padre le había enseñado a él y él a su vez a su hijo, solo debía de sentir aprensión por la muerte de un hombre verdadero los demás solo eran instrumentos necesarios pero nunca indispensables. —Con su permiso me retiro, mi barco no tarda en zapar y detesto llegar tarde.
Se despidieron con un ligero apretón de manos, cuando el rubio salió a la calle se limpió la mano con sarna temiendo que aquel ser tan repugnante pudiera haberle contagiado alguna enfermedad, si bien en la orden se jactaban de no discriminar rasgos tan superficiales como el color de piel o la religión si se desdeñaba a los cortos de pensamiento.
Ya en puerto el mexicano y su acompañante finalmente habían dado con el Thompson, un hombre ya mayor, demasiado viejo desde la perspectiva de José María como para realizar semejante viaje desde el viejo continente. Aquel viejillo con las mejillas sonrojadas, la piel tan blanca como el papel que hacia resaltar el color azulado de las venas en sus manos huesudas; lo único que parecía que aún mantenía algo de vida en aquel hombre eran sus ojos de un azul celeste que estaban pintados con vetas de curiosidad científica.
Media hora más tarde ya se encontraban a bordo del RMS Lusitania, aunque no quería parecer un pueblerino José debía admitir que tanto lujo lo deslumbraba y por lo visto, aunque eso no disminuía su vergüenza, no era el único. El señor Thompson rió divertido palmeándole la espalda con mayor fuerza de la que alguien esperaría para su edad y su constitución física.
El RMS Lusitania pertinacia a la naviera británica Cunard Line y había sido hecho para recordarles a los alemanas que en cuestiones de navegación y desempeño los británicos seguían a la alza, por lo que el barco podía llega a una sorprendente velocidad de 26 nudos y no solo servía para el trasporte de pasajeros sino que se le equipo para ser un barco de combate en caso de ser necesario.
Sin duda era un buque elegante estaba dotado de cuatro chimeneas, turbinas y cuatro hélices, suficientes botes salvavidas de acuerdo a la normativa de la época, detectores de incendio y demás por no hablar del acabado final del mismo buque.
El joven moreno dejo sus pertenencias en el camarote de primera clase que le habían asignado, otro gran lujo que creía innecesario. Las ansias por salir de aventura le hicieron salir nomas el buque zarpó de puerto, cruzo varios pasillos sin darse cuenta de por dónde iba hasta que chocó contra un joven mucho mayor que él que le miraba con el ceño fruncido.
La atención del latino rápidamente se desvió de la molestia de aquel extranjero hacia sus enormes cejas que parecían aún más grandes al estar tan juntas, era como si un gusano peludo se hubiese posado en el rostro de aquel rubio. No pudo reprimir una sonrisita maliciosa, agito la cabeza recordando que ya no era un niño para andarse burlando de los defectos de las demás personas.
—Disculpe iba distraído y no me di cuenta de donde estaba— intento disculparse hablándole en inglés, si bien podría ser de cualquier nacionalidad el inglés se había vuelto un idioma bastante popular para las transacciones y los estudios. Por la cara de reprobación que había puesto el chico al escuchar su "horrible acento" estaba seguro que no era al menos norteamericano.
—Creme que ya me di cuenta que te cuesta mantener los ojos en el camino en vez de andar bobeando por pequeñeces. Como se nota que los latinos se sorprenden por niñerías— El joven rubio torció el gesto mirándole con superioridad lo cual molesto al moreno.
—No tienes que ser tan pedante y más si me estoy intentado disculpar contigo, actúas como si fueras el rey de roma— Se levantó sacudiéndose la ropa y tendiéndole a regañadientes la mano al rubio pero este la aparto de un manotazo y se levantó por su cuenta propia.
—No necesito tu ayuda y para tu información si pertenezco a la nobleza— Se enderezo completamente sin dejar de mirarle despectivamente como quien mira una cucaracha y le recalque su inferioridad— Soy el futuro decimoquinto conde de Meldeburg.
—Lo siento tanto decimoquinto conde de Meldeburg— se mofo haciendo una reverencia demasiado llamativa ante el rubio de ojos verdes— Y su excelencia se dignara a decirme…
Una voz interrumpió el duelo de miradas que tenían los dos chico, un hombre de presencia avasalladora y mirada dura llamo al chico con una nota de claro reproche en su voz golpeando el bastón que llevaba contra el suelo para darle énfasis a su demanda.
—Arthur te dije que tenías que esperarme en el camarote y estudiar hasta que yo volviera, creo que estoy siendo muy permisivo contigo. Regresa al cuarto ahora mismo.
El chico se despidió del latino dejándolo con la palabra en la boca por la sonrisa tan cínica que le había dirigido Arthur antes de girar sobre sus talones y darle la espalda obedeciendo aquel sujeto que parecía algún familiar. José apretó los puños intentando controlarse para finalmente sonreír, aquel rubio le había agradado y esperaba tener otra oportunidad de verlo, el viaje era largo así que confiaba en tener tiempo de sobra para ello, seguramente sería muy divertido.
ouououo
Notas de autor
El RMS Lusitania es el barco de lujo en el que está inspirado posteriormente el Titanic y el Olympic, aunque claro contaba con un mejor sistema de seguridad.
El 7 de mayo de 1915, el RMS Lusitania fue torpedeado a las 14:00 horas por el submarino alemán U-20 frente al viejo faro de Old Kinsale frente a las costas irlandesas causando la muerte de más de 1198 pasajeros incluidos 100 niños. La muerte de 234 ciudadanos estadounidenses fue probablemente una de las causas por la que . entró en la primera guerra mundial dos años más tarde.
