Disclaimer: Hetalia pertenece a Hidekazu Himaruya, yo sólo utilizo a los personajes para analizar culturas y de paso divertirme.
Los españoles tenemos una colección de estereotipos con los que somos conocidos por todo el mundo, algunos realmente molestos la verdad. He logrado recopilar unos cuantos, pero si queréis podéis ayudarme con otros que no se me ocurran a mí. Así podremos desmentirlos uno a uno.
Espero que os guste mi primer fic de Hetalia.
¡A leer!
Los españoles son perezosos y les encanta dormir la siesta.
7:00. Esa era la hora en la que el despertador sonaba con fuerza por toda la habitación, indicando que era la hora de empezar la jornada laboral.
España no lo oyó hasta que el sonido se hizo tan insoportable y estridente que había despertado a medio vecindario y, ya de casualidad, a él. Abrió los ojos, molesto y se incorporó ligeramente para ver que había estado sonando durante casi siete minutos sin que él se enterase. Lo apagó y se quedó mirando el reloj atontado. ¡Dios! A esa hora no estaban puestas ni las calles, ¿no podía empezar a trabajar a las diez? Esa era una muy buena hora.
"Tengo que levantarme", se dijo a sí mismo. "No puedo llegar tarde otra vez o mis jefes se molestarán conmigo".
Podían jurarle a dios y a todos los ángeles que él lo había intentado, había intentado levantarse y empezar a prepararse, que hasta había sacado un pie de debajo de la manta dispuesto a pisar el frío suelo. Pero no pudo, cuando apoyó el pie derecho en el suelo y notó la diferencia de temperatura con respecto al otro pie y se sentó sobre la cama, volvió a echarse de forma inconsciente y sus ojos se cerraron sin poderlo evitar. El sueño volvía a hacer mella en él.
8:30. "Mierda, mierda, ¿cómo es posible que me volviese a dormir?". España corría saliendo del portal con toda la rapidez que le permitía el hecho de ir poniéndose el abrigo y sujetando el asa de su maletín con la boca a la vez que se llevaba el teléfono móvil a la oreja para avisar del problema que tenía. No sabía cómo había conseguido mantener en equilibrio todo lo que llevaba pero más o menos todo estaba bajo control para salir por fin a la calle y correr a su coche.
Pero cuál fue su sorpresa cuando vio que en el exterior llovía con tanta fuerza que parecía que caían piedras del cielo. ¡No podía creérselo! ¡Cómo el día podía haber empezado con tal mal pie!
Sabía que no le daba tiempo a coger un paraguas porque en teoría a esa hora era a la que debería estar ya en el Ministerio de Economía y, aunque sabía que la ministra era una persona muy paciente y muy comprensiva con los problemas ajenos, era muy inflexible con la puntualidad. Si no llegaba, seguramente le obligaría a releerse los balances en los que habían estado trabajando sin él y sin que nadie se los pudiese explicar.
Así que, sin poder hacer nada más, España se desabrochó el abrigo y se lo puso en la cabeza. Después salió corriendo cuidando que nada se le cayese, en dirección a su coche.
Éste le esperaba al otro lado de la calle. La noche anterior había llegado muy tarde y sin muchas ganas de hacer maniobras dentro del garaje, así que lo dejó aparcado cerca de su casa. Lo abrió mientras iba llegando y abrió la puerta de atrás para dejar el maletín y todo lo que llevaba empapado en la parte trasera para dar la vuelta completa en dirección al asiento delantero.
Pero cuando iba a abrir la puerta para meterse rápidamente, un coche con más velocidad de la que se podía permitir en una ciudad tan concurrida como Madrid, pasó por encima de un enorme charco que, por mala fortuna, estaba al lado suyo y le empapó de pies a cabeza.
España era una persona muy paciente y comprensiva, Romano podía dar testigo de ello. Tanto que simplemente se quedó en silencio, notando el agua le chorreaba de su pelo a la cara. Podía haberse puesto a maldecir al maldito conductor y rezar por que le captase un radar y le pusiesen una multa, pero sólo se introdujo con toda la ropa mojada en el interior del coche con una sonrisa de resignación.
Consultó su reloj una vez más y vio que eran las ocho menos cuarto y se apresuró a meter la llave para arrancar y pisar el acelerador para comenzar a moverse en dirección a la carretera.
9:15 y no se movía del maldito atasco que se había formado en la carretera en la que se encontraba. España se desesperaba y daba golpecitos al volante cada vez más continuo por la impaciencia. ¿La gente no tendría que estar en sus trabajos desde hacía un rato?
Ignorando la ironía de su queja, comenzó a avanzar más lentamente pero sin pausa. En ese momento, oyó su teléfono móvil sonar y rápidamente pulsó el botón del manos libres para no perder de vista la carretera. Le llegó enseguida una voz que le era muy conocida:
—¡Buenos días, Francia!—le saludó mientras torcía en dirección al centro y se libraba por fin del atasco.
—Espagne!—oyó la voz melosa de uno de sus mejores amigos a través del altavoz—¿Estás trabajando?
—¡Qué va!—le contestó sin apartar la vista de la carretera—. Estoy en el coche.
—¿No dijiste anoche que tenías que estar a las ocho y media en el Ministerio?—preguntó Francia oyéndole reírse.
—¡Apártate de ahí, imbécil que invades el carril!—contestó de pronto España sobresaltando al francés antes de soltar un pitido con indignación—. Perdona, no es a ti. Un tío estaba metiéndose mal.
—Sois coléricos al volante—comentó simplemente—. Te iba a decir que llegué de madrugada a casa, pero que no me ha pillado Sarkozy ni nada. Ahora con su hija ya no se preocupa tanto por mí.
—Seguro que es muy mona la niña—le contestó con una sonrisa boba en los labios España—. Ojalá pudiera seguir teniendo a mis niños en casa.
—El caso es que te tenía que decir una cosa—siguió hablando Francia—. Italia ha pedido ayuda del Fondo Monetario Internacional y tenemos que ayudarles. ¿Te habías enterado?
—Ya lo sabía, el otro día hablé con Romano—contestó España repentinamente entristecido al acordarse de su querido Romano y su hermano—. Tengo que dejarte Francia, que ahora no es buen momento para hablar…—no pudo continuar hablando porque tuvo que volver a pitar por otro conductor despistado—¡Lo siento! Luego hablo contigo.
Se despidió y apagó el altavoz. Llovía con mucha fuerza y tuvo que aminorar la marcha para adentrarse en plena ciudad. La carretera era de doble sentido y ya llevaba a dos personas a las que tocaba el claxon. Miró el reloj otra vez y sintió que sudaba frío, iban a ser las diez. Le iban a matar.
10:00 Por fin se encontraba en uno de tantos despachos del Ministerio de Economía, una hora y media más tarde de lo esperado. Pero se había librado, cuando lo vieron empapado y con el traje hecho una pena por las prisas, a la vez de su aspecto más claramente desmejorado, pensaron que estaba enfermo y entendieron que con lo que estaban pasando últimamente, el que peor parte llevase era él.
España trató de disculparse, alegando que se había quedado dormido, pero los que allí estaban, insistían en que era normal por lo enfermo que se encontraba y que se olvidase de lo que había pasado. Cuando oyó decir eso, España creía que si no se controlaba, iba a lanzarse a los brazos de todas esas personas comprensivas y se sintió realmente culpable por haberse quedado dormido de verdad.
—Venga—había dicho la ministra dándole una palmada en el hombro con más fuerza de la que se esperaba—. Ahora nos tenemos que poner a trabajar de una vez.
Después de esto, le dejaron ir a secarse al servicio y arreglarse un poco el atuendo para no parecer un vagabundo y volvió para comenzar de una vez el trabajo que le esperaba. Pensó en Romano y se sintió más decidido a no ser él el siguiente en tener que pedir ayuda internacional. ¡Él era el jefe y no podía permitir caerse por una simple crisis!
Ahora se encontraba allí, rodeado de un montón de personas y sentado frente a una pila de papeles que parecía no terminar con balances económicos, gráficos del instituto de estadísticas, análisis del euro en España y… más y más economía. La palabra "economía" le salía por las orejas: crisis económica, desaceleración económica, recesión económica, siesta económica…
"¡No pienses en la siesta!", se reprendió a sí mismo al darse cuenta del sueño que le estaba entrando sólo con ver tantos números. Cogió otra hoja que le acababan de pasar y vio que era una carta que venía desde Alemania, "Con que en España tenemos muchas vacaciones, ¿eh Alemania?", pensó disgustado y dejó la hoja en la mesa boca abajo para no verla.
Sus ojos volvían a cerrarse lentamente. Estaba muy desmotivado y no quería trabajar, no debía haber salido la noche anterior sabiendo que tenía que trabajar en algo tan importante como era el futuro de su país. Allí estaban junto a él montones de personas y sus respectivos gabinetes explicándole mil cosas que debía saber o hacer cuando fuera a la reunión de los miembros de la Unión Europea a Bruselas.
—¡Señor España! Tiene que echar un vistazo a esta nueva directiva europea—decía una de las vicesecretarias del ministerio que le tendía una hoja.
—También échele un vistazo al índice del PIB español en comparación con Alemania, Francia, Inglaterra y todos estos países europeos. Las diferencias son escandalosas—otra persona le decía por otro lado.
—Nuestra prima de riesgo ha bajado puntos con respecto a los días anteriores—decía en ese momento la ministra—. Es una vergüenza lo que nos han hecho las agencias, nosotros no estamos por encima de los italianos, no pensamos permitir que esto ocurra más, ¡somos un país solvente!
España trataba de prestar atención a todos, pero parecía que se habían puesto de acuerdo para volverle loco entre todos y no paraban de aparecer hojas y hojas por todas partes y ya no sabía ni de dónde salían.
Sin darse cuenta, desconectó y no pudo evitar recordar tiempos mejores. Se acordó de la playa y de lo a gusto que estaba tirado en la arena dejando que el sol le bronceara más la piel, de lo mucho que se divertía persiguiendo a Inglaterra por Ibiza simplemente para fastidiarle cuando iba de vacaciones allí o cuando Romano un buen día de primavera apareció por su casa en busca de tomates con su cara enfurruñada y sus malos modos, cuando Bélgica le traía chocolate en otoño se quedaban los dos solos comiéndolo con churros…
Sonrió de forma boba y se quedó en ese universo alternativo mientras a su alrededor, todos discutían y trataban de poner en orden los asuntos del día. Lo único que oyó de todo lo que decían era:
—¿Nos vamos a tomar un café?
12:00 y ya llevaba tres paradas para un café. La reunión con el equipo del ministerio de Economía había terminado hacía bastante y él tenía que quedarse examinando todos los papeles que le habían dejado después de una bronca por parte de la ministra por no hacerle caso y ahora tenía que hacer todo el trabajo él solo. Si no se hubiera distraído…
Había logrado escabullirse de la sala sin que nadie le viese para irse él solo a tomar un chocolate con churros. Mientras mojaba en el chocolate ardiendo y se lo llevaba a la boca, sonreía sintiéndose el hombre más feliz del mundo. ¿Por qué no podía ser todo tan delicioso como eso?
Fuera aún llovía y seguramente nadie le prestaría atención hasta mucho más tarde, así que optó por relajarse y disfrutar de ese rato de felicidad. Al fondo del lugar, estaba encendida la televisión, pero no llegaba a oírla ni quería. Todo de un modo u otro acaba teniendo que ver con la crisis y estaba harto de la crisis y de que todo el mundo le dijera lo que tenía que hacer.
Recordó lo poco que había hecho desde que la ministra le había dejado la pila de carpetas que tenía que revisar sobre la mesa y le había obligado a permanecer allí sentado como si fuera un niño pequeño. Pero todo le resultaba tan soberanamente aburrido que cuando se había querido dar cuenta, había creado con todos los clips de las carpetas la forma de un enorme tomate y le había gustado tanto que durante todo ese tiempo se había dedicado a hacer montones de formas de tomate. Era tan estúpido…
"No importa", se dijo mientras volvía a comer otro churro, "cuando vuelva me pondré a ello y lo terminaré. La jefa se sentirá tan orgullosa de mí que me dejará marcharme antes.
Tras referirse a su jefa del día, se levantó de la mesa y pagó lo que debía. Después de despedirse del local y en especial del camarero al que ya conocía de otras ocasiones, se marchó corriendo en dirección al Ministerio
14:00 ¡Por fin, la hora de comer! España se sentía pletórico porque había logrado estar casi dos horas seguidas trabajando. Bueno, no del todo, pero casi. Había terminado con la carpeta de los presupuestos que llevarían a Bruselas y apenas había comenzado con las cifras de deuda, pero había logrado avanzar un poco.
Miró sus figuras de tomates grandes y sus pequeños hijos tomate como los había acabado llamando cariñosamente en el intermedio entre presupuestos y deuda pública… ¡Hasta le había dado tiempo a inventarse una historia para ellos!
Tenía hambre a pesar de lo que había comido a lo largo de sus no tan cortos periodos de descanso y se marchó al restaurante del ministerio donde sabía que se comía muy bien.
Dejó todas las carpetas encima de la mesa y se marchó corriendo antes de quedarse sin sitio. ¡Ya después de comer y de la segunda reunión del día que tendría, terminaría con todo!
Se fue pensando en si en el menú tendría algo con tomate o con patata o que le daba igual porque toda la comida le gustaba.
16:30 Alguien le estaba golpeando con fuerza en el brazo y no sabía por qué. ¿Por qué no le dejaban dormir? ¿Dormir, cómo que dormir?
Abrió los ojos de golpe por el susto de haberse percatado que en esa fracción de segundo en la que había cerrado los párpados más de lo acostumbrado, se había quedado completamente dormido sentado y casi con la cabeza colgando del cuello.
—Señor España—volvió la cabeza para encontrarse con su asistente que le miraba preocupado—. Se ha quedado dormido.
España miró a todos los lados percatándose del desastre. ¡Se había quedado dormido en medio de la reunión! Pero parecía que nadie se había dado cuenta porque seguían atentos escuchando lo que la ministra decía. Se incorporó a una mejor posición y se disculpó con la mirada a su pobre asistente que seguía preocupado por su bienestar. Entonces miró a su ministra de Economía y puso la mejor cara de concentración e interés que podía permitirse.
Sin embargo el sopor de la hora que era, el calor que hacía en la sala y que no se había despejado con el pequeño susto que se había llevado, provocó que volvieran a cerrársele los ojos una vez más y que la cabeza se le nublase por el sueño. Trató de mantenerse con los ojos abiertos y tieso como un palo para evitar quedarse sopa otra vez, pero era imposible. La cabeza se le movía de un lado a otro por la pérdida de la fuerza en el cuello y los ojos le picaban de tanto soportar el sueño. Necesitaba dejar de luchar y dormirse de una vez. ¿Por qué no le dejaban dormir? Era la hora de la siesta, no la de trabajar.
—¿España?—oyó de pronto la voz de la ministra que le hizo sobresaltarse e incorporarse como si nada hubiera pasado—¿Te encuentras bien? ¿Alguna recesión?
—¡No!—negó él con la cabeza—. Sólo estoy cansado.
La verdad es que no conseguía espabilarse y sospechaba que en cuanto le dejaran de prestar atención se volvería a dormir y esa vez nada podría impedirlo. A lo mejor no se encontraba tan bien como él creía.
—Estás enfermo, España—seguía hablando la ministra—. Dejaremos esta reunión para mañana.
—No, de verdad que estoy bien—trató de explicarse la nación desesperado—. Puedo aguantar toda la reunión, lo prometo.
Nadie parecía muy convencido, pero al ver la cara de determinación del país a pesar de lo mal que se veía, decidieron continuar con lo que estaban hablando. España se moría de sueño, pero volvió su empeño en atender y logró mantener la concentración hasta que llegó al final. Al menos había logrado comprender qué tenía de malo que la prima de riesgo subiera más puntos de los que debía.
19:00 Terminaron las reuniones del día y se encontraba en su casa desde hacía media hora trabajando lo que no había podido hacer en casa. Sentía que la cabeza le daba vueltas del agotamiento. Había visto en el día tantas estadísticas y fórmulas matemáticas que sabía seguramente que soñaría con economía durante toda noche.
Ahora se encontraba sobre su mesa con todos los papeles que le habían dado para que lo preparase para cuando fuese a Bruselas. Las cifras no estaban tan mal, pero podría estar mejor y el problema del paro era escandaloso…
—¡Pero cómo es posible que haya tanto paro!—dijo en voz alta llevándose las manos en la cabeza—. Algo raro tiene que pasar porque si no estaría medio muerto. ¡No puede haber tanta gente sin trabajo!
Trataba de buscar la respuesta y apoyó la cabeza sobre la mesa incapaz de comprender qué pasaba en su país. Eran imposible todas esas cifras, simplemente imposible.
Mientras buscaba la maldita causa de ese escandaloso paro y la razón de por qué él se encontraba a pesar de ello bien, sus ojos pasaron de forma inconsciente en dirección a su enorme huerto. Desde los grandes ventanales podía ver todo su campo cultivado y sobre todo sus tomates al lado de la ventana, muy grandes y perfectamente rojos. ¡Dios, tenía tanta hambre!
Se levantó para salir a recogerlos, pero antes de ello, se quedó mirando todos los papeles que le esperaban en la mesa. Sintió culpabilidad por dejarlo así, pero luego reflexionó y pensó que debía airearse y distraerse recogiendo su fruta favorita. "Pensaré en ello mientras estoy fuera", lo último que se dijo antes de marcharse al patio.
Pero allí, lo último que hizo fue pensar en la crisis. Nada más que vio lo espléndidos que estaban sus tomates, comenzó a emocionarse y dar gritos de felicidad. Todo lo agotado y deprimido que había estado todo el día, parecía haberse esfumado para ser sustituido por su habitual buen humor. En ese momento se sentía como si fuera la potencial mundial y comenzó a corretear por su huerto cantando alegremente. Como también había dejado de llover y el sol había vuelto a salir parecía que ello incrementaba su emoción por la vida.
Cuando recogió todo lo que había podido, volvió a trabajar ya por fin dispuesto a terminar con la jornada laboral tan estresante que había tenido. Pero cuando se fue a sentar, oyó el timbre de la puerta varias veces sin parar. España sonrió. Sabía de quiénes se trataban y fue corriendo muy contento a abrir la puerta.
No podía fallar, eran Francia y Prusia que habían ido a visitarle. Conocía ya la manera brusca y escandalosa que tenía de llamar a la puerta la ex nación Prusia, siempre queriendo llamar la atención:
—¡Ya era hora de que abrieras, España! No puedes hacer esperar a mi maravillosa persona—fue lo primero que dijo en cuanto le vio.
—¡Hola chicos!—les saludó con alegría—¿Qué hacéis aquí?
—Venimos a buscarte—le explicó Francia que se hizo notar enseguida—. Hace mucho que no nos vemos.
—Pero si tú estuviste ayer aquí por la noche—contestó España confuso.
—Digo los tres juntos y en plan de risas—se apresuró a decir Francia, para evitar a toda costa los gritos de indignación de Prusia exigiendo una explicación de por qué no le habían llamado a él.
—¡No puedo chicos, de verdad!—contestó España decepcionado—. Tengo mucho que hacer para la reunión en Bruselas.
—¡Oh vamos, Espagne!—exclamó Francia pasando su brazo por la espalda de su vecino, mano que pronto estaría en otros lugares más interesantes—. Todos sabemos que estás trabajando mucho—ante la mirada indignada de España, se apresuró a añadir—. No importa lo que diga Sarkozy de vuestra economía. Te aseguro que en el fondo piensa lo contrario.
—¡Venga España, necesito cerveza!—exclamó Prusia—. No puedes hacer venir a alguien tan asombroso como yo desde la otra punta de Europa para que me dejes plantado.
España miró a sus dos amigos que esperaban su respuesta, ansiosos y sintió pena por ellos. Habían ido a buscarle para estar juntos cuando podrían estar haciendo otras cosas. No podía dejarles tirados.
—Está bien—contestó finalmente—. Pero estaré poco rato, que tengo que trabajar.
Sus amigos asintieron conformes y le sacaron de casa sin que opusiera ninguna resistencia. Estaba seguro de que sería algo muy tranquilo, cenar, un par de copas, ligar y volverse a casa pronto para seguir trabajando. Era el plan perfecto.
Consultó su reloj y vio que eran casi las nueve de la noche. ¡Había estado casi dos horas en casa y ya llevaba la mitad del trabajo! Para que luego digan que no trabajaba.
—Sólo estaré hasta medianoche, chicos—les dijo antes de salir de casa.
—No te preocupes, mon ami—contestó Francia volviéndole a sobar sin que el español se diese cuenta de nada—. Sólo serán un par de copas de nada y nos vamos.
4:00. España abría la puerta de su casa de la manera más torpe que podía. Cerró tras de sí y trató de cerrar con dos vueltas con la llave, al tercer intento no golpeó la madera de la puerta y logró introducirla en la cerradura. Luego se dirigió al interior de la casa dando tumbos.
Se iba riendo solo y dando traspiés entre cortas carcajadas, se había pasado bebiendo esta vez y sentía que la cabeza le daba vueltas con tanta intensidad que sentía que en cualquier momento se caería al suelo y no se daría cuenta.
Tenía mucho sueño y se moría por irse a dormir. Había logrado convencer a Francia de que se fuese y que se llevase a Prusia, más borracho que los dos juntos, con él para que al día siguiente pudiese volver a la casa en la que vivía con Alemania. Ya no iba a trabajar, era algo totalmente imposible.
Autocompadeciéndose en su borrachera se encaminó a su habitación y se dejó caer sobre la cama, quitándose solo los zapatos y los pantalones por la mitad. Sólo quería dormir, nada más que dormir.
Pero antes de apagar la luz, miró su teléfono móvil y vio un mensaje. Era su jefe, el presidente del Gobierno que decía así:
"España, necesito que mañana estés en la Moncloa a las nueve de la mañana. Tenemos que trabajar en el asunto de la llegada de los diplomáticos de Iberoamérica."
Sintió ganas de tirar el móvil, pero simplemente puso el despertador y lo dejó sobre su mesita para despertarse al día siguiente a esa hora. ¿Es que nunca le iban a dejar dormir?
Conclusión: los españoles trabajan muchas más horas que el resto de Europa, pero son mucho menos productivos que los demás. Además se duerme menos por los ruidos y apenas tienen tiempo para dormir la siesta por el trabajo.
Espero que os haya gustado mucho. La verdad es que por lo general no solemos estar muy centrados en las cosas que importan, siempre surgen asuntos que nos interesan más o eso es lo que se dice. A mí por lo menos me pasa lo mismo que a España, cuando llega la hora de la siesta esté donde esté me da sueño. Todo es desde la generalidad, claro está.
¡Nos leemos!
