Calor gélido
Conjugaba un verbo especialmente difícil mientras intentaba encontrar la ruta a casa. Maldijo por lo bajo las lenguas flexivas. También maldijo a su profesora, que afirmaba que aquella lengua era más fácil que la suya. Se rascó la sien al llegar al alativo. ¿Por qué siempre, al llegar a ese punto?
Detrás de la esquina le sobresaltó encontrar a Chôji, que mascaba indolente un caramelo blando. La saludó con una leve inclinación, y una ropa llena de migas de las galletas que acababa de comerse. Ino le sacudió los hombros, molesta.
― Chôji, estás lleno de migajas...
Las placas de la armadura le resonaron al ser batidas. Él se ahuecó un tanto la coraza y se sonrojó con violencia.
― Lo siento. Las galletas de mi madre siempre están un poco secas. ¿Quieres?
Olían agradablemente a miel. Ino negó, con un rugido tímido de su estómago.
― A dieta otra vez, ¿no? ― el ninja frunció los labios, pero comenzó a andar junto con Ino―, y yo que pensaba invitarte a cenar para celebrar esa matrícula en protocolo...
Ino sonrió. Aquella nota había sido la más alta de la clase.
― A lo mejor te enseñaba unas cuantas cosas que no sabes, Chôji-kun...
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Naruto se desperezó. No estaba acostumbrado a levantarse tan tarde, así que el sol de media mañana le hirió los ojos. Gruñendo molesto, se tiró de la cama y buscó a tientas los pantalones.
Había llegado aquella misma mañana de misión, de una de las más largas. Nunca había pasado tanto tiempo fuera de la aldea, exceptuando los tres años de entrenamiento con Jiraiya-sama. Al llegar, a las cuatro y media de la madrugada, descubrió que había perdido las llaves de casa. Y el único amigo que sabía encontraría aún por la calle era Kiba. Era sábado, al fin y al cabo.
La mañana del domingo resultaba demasiado brillante.
Se estiró otra vez, abriendo la boca como un monstruoso sapo. Kiba estaba en el salón, tragando puré de avena. Por su terrible aspecto, parecía que no era capaz de mascar algo más sólido. "Al menos", pensó Naruto, " yo no tengo resaca".
Se saludaron con un gruñido, y Kiba le señaló el frigorífico. Naruto se bebió de golpe un litro de zumo de naranjas y, encontrando el resto de la ropa tirada por el salón, y el equipo en la entrada, salió a la calle arrastrando aún un poco de sueño.
La cosa pintaba mucho peor al doblar la esquina de su calle. Recordó el estado en que había dejado la casa al salir. Estaba tan excitado con la importancia de la misión que no se había preocupado de los meses que pasarían tirados los calcetines hediondos, la ropa sucia que rebosaba sobre la silla, los restos de cena y comida que aún quedaban en la encimera... el medio cartón de leche de la mesa, la cama completamente deshecha y a merced de aquella gotera... pensó también si el hecho de dejar las ventanas abiertas durante todo este tiempo habría influido en el suelo y la comida abandonada (qué diantres, cuando se fue era un verano demasiado caluroso)
Resopló. Estaba tan cansado aún que le dolía hasta pensar. Arrastró su pesimismo escaleras arriba, dejando que la bolsa se le escurriese del hombro y rozase con el suelo por el camino.
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Movió la ficha un espacio hacia delante, suspirando suavemente. Hacía calor, aunque ya estaban en otoño avanzado. Se espantó, perezoso, una mosca de la frente, y tomó el vaso de refresco, apurándolo de un trago.
Las piezas ya no estaban en su sitio.
― Kuso...
Tomó al niño en los brazos, sacándole una pieza de la boca. El pequeño se rió, divertido, mientras Shikamaru se limpiaba la mano en el chaleco.
― Como venga tu madre y te hayas tragado una pieza, me hace tragar a mí el tablero.
El bebé balbuceó, distraído. El ninja tomó al niño con ademán despreocupado y lo llevó a la sala. Allí hacía más fresco, porque las puertas de papel trazaban una ruta perfecta para el aire. El pequeño gateó por el tatami un rato, hasta que se topó con uno de sus mordedores, al que se dedicó con terca diversión.
Shikamaru lo observó atentamente, sentándose a su vez en el suelo junto a una pila de formularios sin rellenar.
― Parece mentira que seas tan guapo, teniendo en cuenta el padre que tienes...
Se aplicó a los formularios con tedio. Hacer papeleo siempre le fastidiaba. El bebé gateó hasta él, asiendo aún el mordedor en la boca, por encima de los papeles extendidos.
― ¡Oye...!
Un segundo después, el bebé dormía acurrucado en el regazo del shinobi, con total despreocupación.
― En fin... ― Shikamaru acomodó con sumo cuidado la cabecita en una de sus rodillas ― mientras no ronques como tu madre...
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El tercero de los alumnos cayó desde una rama alta en medio de horribles alaridos. Las grandes sanguijuelas, del tamaño de un antebrazo, reptaban por su piel absorbiéndole sangre y chakra. A los pocos segundos se desplomó, inconsciente.
― Ya sólo quedan dos. Malditos ineptos...
Kiba gruñó, molesto. Los alumnos que se examinaban aquel año para el cuerpo de campaña eran una pandilla de inútiles. Shino se acercó en silencio al caído, y acarició la piel de las enormes sanguijuelas. Con suaves gorgoteos, las viscosas criaturas se deslizaron fuera del cuerpo que sangraba.
― ¿No crees que te has pasado un poquito con esos bicharracos, Shino? Quizá son demasiado para alumnos de este nivel.
Shino, como era costumbre, no contestó. Las gordas sanguijuelas, lentamente, volvían a los troncos y la espesura ronroneando.
Kiba se sentó junto a Akamaru, que había cazado al menos a trece alumnos shinobi en aquella tarde. Mascaba un guante con indolencia, sin perder de vista la espesura. De uno de los matorrales surgió Neji, con su byakugan a toda potencia.
― Deben haberse ido a casa, no están por aquí. El único que me ha burlado ha sido este ― señaló al último alumno caído, aplicándole maniobras sanadoras básicas ―, con esa capa oculta-chakra. Pero parece que nada se escapa a los insectos de Shino.
― Aún faltan dos ― susurró aburrido Kiba ―. Seguro que si Hinata estuviese con nosotros ya los habríamos cazado.
Neji asintió con cierto orgullo. El sigilo de la kunoichi ya le había dado algunos sustos en el pasado.
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Una extraña vaharada de perfume de melocotón le dio la bienvenida al entrar en la casa. Naruto parpadeó, sorprendido. Nunca su casa había estado tan luminosa, tan perfumada, tan... limpia. No había rastro de desperdicios, ni de ropa sucia. Los cojines estaban mullidos, los muebles impecables, había flores frescas sobre la mesa y las cortinas (Naruto no recordaba siquiera tener cortinas) flotaban libres al viento fresco de aquel calor impropio del otoño.
Entró en silencio, absorbiendo con su sorpresa la luz y el frescor de aquel hogar. Posó la mochila en el rincón de la salita donde solía hacerlo, y encontró un taburete allí. Lo reconoció como aquellas cuatro patas que sostenían las montañas de ropa usada en la cocina. En su lugar, una cesta de tela blanca. "Sakura me la regaló hace tiempo" recordó, asombrado "y yo nunca llegué siquiera a montarla".
Las hojas del balcón de la cocina estaban abiertas, y otras cortinas verde pálido bailaban en sus costados. Se asomó en silencio, casi con timidez.
Una mujer se apoyaba en la barandilla, una muchacha esbelta y de cabello moreno. Mechones de oscuro cabello le revoloteaban en el rostro, y en la nuca nacía una larguísima coleta trenzada en lienzo blanco, que recorría en su descenso un curvilíneo cuerpo enfundado en un breve uniforme de kunoichi. Llevaba la banda de Konoha atada al cuello, aunque Naruto sólo podía ver el nudo azul en la nuca. El ninja se sorprendió a sí mismo embobado con aquellas formas, las curvas de sus hombros, las líneas de sus piernas interminables, la concavidad de su espalda descubierta por la blusa, atada con un hilo al cuello...
― Eto...
― ¡Aaah!
La kunoichi dio un respingo y se lanzó al vacío, tan rápido que a Naruto le pareció un parpadeo. Se lanzó tras ella.
― ¡Oye! ¡Hey!
En un momento la había perdido de vista. Era condenadamente rápida. Naruto maldijo entre dientes mientras trataba de perseguirla, intentando adivinar por qué huía. "Pero si sólo quiero darle las gracias..."
― ¡Kage bunshin no jutsu!
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― Tadaimaaa...
Entró en la salita y vio a Shikamaru enredado en sus toneladas de papeles, con el niño indolentemente dormido en el regazo, y rió bajito.
― Estás de foto...
― Cállate... mendokusai...
Tenten tomó al bebé con cuidado, y el pequeño se quejó perezosamente antes de acurrucarse en la cuna. La noche del otoño caía, lenta y silenciosa, y parecía que el frío por fin hacía acto de presencia.
― Tengo una nota para ti de Chôji.
― Gracias, Tenten. Pensaba que vendría Sakura ahora.
― Se ha quedado un turno más.
― Bueno... ― se estiró los miembros agarrotados y enrolló los pergaminos para meterlos en la mochila ― mientras duerma en casa... ayer se quedó toda la noche en el hospital, ¿sabes?
― Por mucho que queramos convencerla, sabes que no va a ceder ― Tenten recogió algunos juguetes esparcidos por los tatami. Shikamaru dobló la manta de colores y la guardó en su armario.
― Gracias por quedarte con el enano, Tenten. Chôji me dice en la nota que vamos a cenar juntos, si quieres te traigo algo después.
― De todos modos no tengo nada que hacer...
Ambos miraron el nudo de mantitas. Shikamaru resopló, cansado. Tenten sabía que era su manera particular de suspirar.
― Llegarás tarde. Y abrígate.
― ¡Nos vemos!
Cerró la puerta y se abrochó el chaleco. Era verdad: parecía que el frío llegaba al fin. Chôji lo aguardaba a la puerta del Yakiniku, y a su lado parloteaba Ino.
― ¡Dichosos los ojos! ― gritó la kunoichi, riendo abiertamente ― ya se me estaba olvidando tu cara, Shika-kun ¿O es que le estás cogiendo afición a lo de cuidar bebés?
― Vamos a comer y dejaos de cháchara ― cortó Shikamaru. No hacía falta convencer a Chôji a este respecto.
Un buen rato más tarde, con los estómagos más repletos y los ánimos más cansados, se dedicaron a charlar sobre las novedades de sus respectivas vidas. Hacía tiempo que los tres no se juntaban, y de veras lo echaban de menos (aunque el único que estuviera dispuesto a decirlo en voz alta fuese Chôji).
― Por cierto, felicidades, Ino ― susurró Shikamaru, adormecido por el calor del nihonshu ―. No debería decírtelo, porque es información confidencial, pero tu nombre resuena por los estrados del cuerpo diplomático.
Ino se ruborizó, sinceramente agradecida, e hizo una reverencia. Shikamaru nunca adulaba a nadie, y además sus contactos llegaban muy alto. Chôji alzó su copa de almíbar de fresas y brindó en silencio por aquel triunfo.
― Qué diablos... ― Shikamaru llenó dos vasitos de nihonshu y le forzó uno a Ino ― ¡KAMPAI!
― ¡KAMPAI! ― gritó también Chôji. Ino se sonrojó de veras, todos los ojos del Yakiniku estaban clavados en ella, e incluso algunos alzaban sus copas por empatía.
― Gracias...
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Genma fue el primero en aparecer en el claro. Tachó los nombres de los tendidos en el suelo, y anotó en verde el de Konohamaru y el de Moegi. Ambos, en colaboración, habían arrancado las bandas de los instructores surgiendo del suelo, desde donde ni los insectos de Shino, ni el olfato y el oído de Kiba y Akamaru, ni el byakugan de Neji podían detectarlos. Los tres sólo pudieron suspirar, "se nota que Naruto os dio clases..."
Kiba y Neji emprendieron camino hacia el hospital, donde les aplicarían unas curas básicas a los heridos. Todos sufrían daños de poca consideración. Algunos se lamentaban amargamente por su incapacidad, pero Kiba no pudo sino animarlos.
― Es cierto que esto no es nada comparado a las campañas de verdad ― le decía a una de las alumnas mientras el sanitario le disolvía los moratones de las sanguijuelas ―, pero yo tuve que presentarme tres veces antes de conseguir el puesto.
― Kiba...
Neji lo esperaba en la puerta de la salita. Sus alumnos los despidieron con respeto, y los dos les confortaron con una leve sonrisa.
― ¿Vas ahora?
― Sí ¿Dónde está Shino?
― Ya vino esta tarde, antes de comer. Tiene ejercicios nocturnos. Le he dicho a Akamaru que se llevase los equipamientos para tu casa.
― Gracias.
Caminaron en silencio por los pasillos blancos. El hospital, afortunadamente, estaba bastante vacío. Una buena temporada.
― A quien hace tiempo que no veo es a Tenten. ¿Qué tal le va?
― Hace poco que ha vuelto de la Arena. Los cursos con Kankurô le han servido de mucho. Veneno en las armas. Ahora es verdaderamente letal.
― Entonces ten cuidado de no enfadarla.
Cualquiera que no conociese a Neji no hubiera notado el leve temblor avergonzado.
― ¿A qué te refieres?
Kiba sonrió, haciendo que el shinobi se pusiera aún más nervioso. Una enfermera pasó ante ellos, hojeando un bloc repleto de papeles, y a Kiba se le borró la sonrisa del rostro. El olor a medicamentos y enfermedades para él era terriblemente fuerte. El gesto se le ensombreció.
― ¿Cómo lo lleváis?
― Bueno...
Neji cerró las manos vendadas, resignado. No le gustaba mostrar cuando se ponía triste o se sentía débil.
― Tratamos de no darle demasiadas vueltas. Ninguno de los tres podemos volver atrás. Es inútil seguir pensando en ello.
― Ya, pero...
― Hay que sobreponerse. Sobre todo pensando en ella.
― Tienes razón.
Miraban a través de un enorme cristal. Kiba reconoció los aparatos que estaban retirando: aún se acordaba de las cosquillas de la electricidad en los músculos. Varios meses atrás se quebró las dos piernas en una misión, y aquellas máquinas le habían permitido no perder el tono muscular en las semanas de reposo. Los sanitarios abrieron las puertas y se llevaron los aparatos. Más allá del cristal, Sakura arreglaba las ropas de cama y posaba breves caricias. Al verlos en el pasillo salió con una gran sonrisa en el rostro.
― ¡Chicos! Buenas noches. ¿Qué tal os va?
Kiba se adelantó, tomando la mano de Sakura. Neji se había deslizado en silencio en la habitación.
― Hemos venido por el cumpleaños. Pero las maniobras no han terminado hasta hace unos minutos. Sentimos presentarnos tan tarde.
― Muchas gracias por venir, es un gesto honorable por vuestra parte. ¿Quieres pasar? Quedan un par de minutos antes de que se cierre este ala del hospital.
― No, prefiero dejar a Neji solo...
Ambos miraron discretamente a través del panel. Neji se inclinaba levemente sobre la cama, el brillo azulado del chakra bailaba en sus manos, las venas de su rostro mostraban un ceñudo byakugan. Sakura se lo había dicho mil veces, pero él no podía evitar examinar a su compañero cada vez que lo visitaba.
― Gracias, chicos.
Kiba escuchó el susurro de Sakura, y la abrazó con calidez. Neji cerró sus ojos. Le habían dicho lo mismo que hacía siete meses.
― Feliz cumpleaños, compañero...
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― Mañana se nos presenta un día horrible ― Shikamaru se recostó, bostezando en el proceso ―, las visitas de protocolo son siempre tan aburridas...
― Es la primera vez que la Godaime me deja estar al frente de sus guardaespaldas ― Chôji se palmeó la barriga, satisfecho ―, mi padre está tan orgulloso que me ha mandado forjar una armadura nueva como regalo. Mi madre no deja de decírselo a todo el mundo con quien habla, en el barrio no se habla de otra cosa...
― Es un momento delicado, según dicen por el cuerpo diplomático ― Ino frunció el ceño, posando el rostro sobre las manos y apoyando los codos en la mesa ―. Necesitamos la ayuda de ese señor feudal. La frontera se ha debilitado demasiado desde el último ataque, perdimos muchos efectivos, y los cuerpos especiales no dan para más.
― Tsunade-sama tiene alrededor a todo su cuerpo de seguridad ― confirmó Chôji, gruñendo ―. Ni por todo el oro del mundo la dejaríamos desprotegida ahora. Si esos malditos espías han podido con los equipos de elite, perfectamente podrían atacarnos en cualquier momento.
Los tres permanecieron en silencio. Las derrotas sangrientas nunca entraban en sus planes, ni siquiera en sus peores pesadillas. La nación era fuerte y segura, pero hacía aguas por la frontera este. Aquel feudo tenía que quedar satisfecho y prestarles sus fuerzas, en vez de permanecer al margen como hasta aquel momento.
― El problema es ― Shikamaru deslizó un pedazo de pan que aún quedaba en la mesa― que ese bastardo no parece fácil de contentar. Es uno de esos culos cuadrados que lo tienen todo, y a los que sólo se les pueden ofrecer caprichos. Y la aldea no está muy boyante, que digamos.
― Además mañana estaremos casi todos en la recepción ― Chôji dio vueltas al fragmento de pan con un dedo regordete ―, a ese tipo de gente le chiflan los desfiles. Y la verdad es que al cuerpo de shinobi no nos apetece especialmente estar de fiesta en las circunstancias en que nos encontramos… con tantos heridos…
Sus tres miradas se desviaron al unísono hacia la oscura silueta del hospital.
― ¿Habéis ido hoy?
― Ahá ― confirmó Chôji, en un susurro ―. Fui después de comer, me encontré con Shino.
― Yo no he podido ir, es un maldito problema encontrar un hueco estos días. ¿Cómo...?
― Igual ― respondió Ino, apesadumbrada, sin apartar la vista del hospital ―, siempre igual...
Recordó en un escalofrío aquel rostro ensangrentado, aquel cráneo destruido, y no pudo evitar estremecerse. Chôji posó una de sus grandes manos sobre el hombro blanco de la kunoichi.
― Duerme ― susurró, con su voz grave y tranquila ― no sufre, sólo duerme. Al menos no ha ido a peor.
― Pero...
― Sé lo que vas a decir ― la atajó Shikamaru ―, pero Chôji tiene razón. Algún día dará un brinco de la cama y nos estará doliendo la cabeza hasta el fin de los tiempos, ya verás.
Shikamaru tomó la mano distraída de Ino que se había deslizado hasta la mesa. Chôji las cubrió con la suya, y todos sonrieron.
― Es tarde ya ― rezongó Shikamaru ―, le dije a Tenten que le llevaría algo de cenar.
― Pareces un auténtico amito de casa, Shika-chaan.
― Urusei...
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Al final se había rendido. Al llegar al Bosque del Hokage, sobre los tejados del estadio (lo habían dejado allí, como testigo del sacrificio del Tercero), aquella kunoichi ligera como el viento se había desvanecido. Con las pocas fuerzas que tenía (no había dormido bien, ni siquiera había comido en toda la tarde) no era capaz de producir ni una copia más. Se sentó en una de las ramas rotas por Enma en su forma de pértiga, uno de sus lugares favoritos, y resopló agotado.
Las estrellas se asomaban a la noche fría. Se desató de la cintura la chaqueta que se había quitado en la carrera y con rapidez se la puso. El sudor que le cubría la piel se le estaba congelando.
― Al menos... ― susurró, agotado ― al menos me dejarás darte las gracias, ¿no?
La kunoichi se sobresaltó. Naruto sonrió con picardía. Las leves nubes de vaho entre las ramas no le habían pasado desapercibidas.
― Me parece que no es tan terrible... Gracias por cuidar de mi casa, ¡ni siquiera la reconozco!
La kunoichi se retrajo. Sentía arder el rostro, aunque se estuviese helando con el frío de la noche. Sonrió levemente antes de alejarse con una potente patada del suelo y perderse entre las sombras.
Naruto se echó hacia atrás, pero pronto descubrió que no era buena idea quedarse a la intemperie en aquel clima. Se sentó, levemente mareado por el esfuerzo, y elevó un lamento al aire oscuro.
― ¡Yaaaaaaaaahhh... Maldita sea! ¡Estoy a la otra maldita punta de la aldea!
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¡Aquí estoy de nuevo! Este primer capítulo es un poco confuso, ne? ;) Jijii… me apetece jugar un poco con el verdadero argumento antes de que se destapen las verdades.
Me encantan los reviews! Ejem, ejem… ;d
He dicho ya que me encantan los reviews? Sólo tenéis que dejar unas pocas líneas, en la casilla de debajo, sí, esa en la que pone "Submit Review". Estaré encantada de recibir todo tipo de opiniones, e incluso de que aquellos que ya han leído los otros fics hagan acto de presencia.
Pronto se irán aclarando las cosas, amigos!
Hatsune.
GLOSARIO
Tadaima: estoy en casa
Nihonshu: el nombre japonés del licor de arroz (lo que nosotros llamamos, algo erróneamente) sake.
Kampai: Salud! (al brindar)
Urusei: cállate.
