El viento mece mis cabellos con algo de fuerza, trayendo el aroma de tierra mojada de uno de los jardines. El aroma que asocio con la felicidad.

Hoy me iré por primera vez de la comodidad y protección de la que ha sido mi casa durante toda mi vida. Hace varios meses que murió mi hermana y me han dicho que debo comportarme como un hombre, aunque parezca casi ridículo, porque me siento muy joven todavía. Debo estudiar en un colegio en Londres, igual que lo hizo papá.

Siempre han tratado de llenarme de normas y enseñarme mil cosas debido a mi posición y me pregunto si de todas ellas, algo de eso soy yo.

Ellos me hacen vestir con trajes elegantes, me dicen que cosas debo hablar, todo sobre el protocolo y buenas costumbres, pero yo muchas veces he desviado la mirada hacia aquello que no quieren que yo tenga: libertad.

Hoy, me vestí de gala porque fui a las tumbas de mi hermana y mis padres. Llevé mi gaita para dedicarle una canción a ellos, porque en mucho tiempo no podría volver a hacerlo y sin querer, me dieron ganas de llorar.

Siempre me digo que tengo que ser fuerte, tengo que estar sereno, pero eso no es fácil cuando todo lo que has amado desaparece debido a una posición, a una enfermedad o una tragedia. Aquello en lo que confiabas se te escapa de las manos como si quisieras atrapar la niebla.

Sin embargo, no todo ha estado mal.

En los momentos en los que más nostálgico me encontraba, me aparté mientras tocaba la gaita. Estaba tan sumergido en la melodía que mi padre me había enseñado, que me desvié demasiado del camino que tenía permitido transitar. Ese tiempo me hizo sentir que limpiaba mi alma de toda la tristeza, pero estaba demasiado lejos ya. Desde ahí podía verse una extensión grande de tierra y me di cuenta que había una colina un poco más allá.

Quise llegar a la cima para ver todo a mi alrededor y poder guardar la imagen en mi memoria porque no sabía cuanto tiempo tardaría en regresar. No me importaba si después me regañaban o terminaban castigándome por eso. Siempre han dicho que tengo una vena medio rebelde, seguramente es verdad.

Entonces la vi.

Una pequeña de cabellos rubios, todos ensortijados, llorando sobre la hierba en lo alto de la colina.

El sonido de mi gaita la distrajo de su llanto y fue cuando realmente pude escucharla hablar.

Debo reconocer que me hizo reír muy fuerte. Hizo que ese momento tan sombrío que había estado pasando, se disolviera de manera sorprendente. Y, después de darme cuenta que reía, me dije que sería mejor salir de ahí, pues no tengo permitido que otros me vean, es una norma que debo cumplir por seguridad.

Ese momento con ella me hizo sentir en paz. Sentir que renacía algo de esperanza, que no todo son momentos amargos, que se puede reír aunque acabes de llorar.