Capítulo 1
Despertó, sintiendo un gran dolor de cabeza, y se llevó la mano a la frente.
Podía recordarlo todo… Las conexiones a través de la Fuerza con Rey, su insistencia en volver a la luz… El dilema que le partía en dos, que le rompía por dentro y le hacía querer gritar sin parar, volverse loco…
La Oscuridad había sido todo para él durante tanto tiempo…
Pero todo había terminado cuando Hux había tomado el mando aprovechando un brote de ira de él, el Líder Supremo. Al principio, había sentido rabia, deseo de asesinarle por desobedecerle. Pero todo aquello se había visto superado cuando aquel perro inútil había dado la orden que lo cambiaría todo.
La orden de matar a Rey.
Por algún motivo, cuando Hux había pronunciado aquellas palabras, su mente se había quedado completamente en blanco. El odio había desaparecido. Y solo podía escuchar sus palabras, tan tiernas tiempo atrás, cuando él le había dicho que ella no estaba sola.
"Tú tampoco".
Tan solo pudo recordarla a ella. El contacto de sus manos. La decisión en su interior. Cómo brillaban sus ojos cuando acudió allí, arriesgándose a morir por confiar en él. Su calor corporal en la batalla, su torpe habilidad bruta con la espada…
Todo eso… Iba a desaparecer.
Ella iba a desaparecer.
Y un solo sentimiento le había inundado por completo, ahogándole. Pero esta vez, de una forma que jamás había sentido, cálida a pesar de formar un nudo en su garganta.
Y no había habido odio en él mientras había destruido sus propias naves, mientras había asesinado a Hux, mientras había caído de rodillas ante la Resistencia y, acto seguido, perdido la consciencia.
No.
Un poco de egoísmo, quizás. Dolor, un profundo dolor, y angustia. Pero, ante todo, algo que nunca creía poder sentir jamás. Algo que no merecía.
Cerró el puño y, con él, los ojos, sentándose en la camilla tras liberarse de la cúpula médica.
Su cuerpo aún se resentía. Suspiró.
A decir verdad, era una suerte que aún estuviera vivo. Aquella última batalla había sido demasiado para él. Si había sobrevivido, había sido por mantener a Rey a salvo.
Miró las palmas de sus manos.
Quizás no era una suerte, sino una desgracia.
Después de todo, ¿qué haría ahora? ¿Vivir con la Resistencia, reconstruir la República? ¿Quién podría confiar en él después de todo lo que había hecho? Aquellas manos… Con aquellas manos había asesinado a su padre, uno de sus seres más queridos. Con aquellas manos había aniquilado a flotas rebeldes, a aliados… ¿Y ahora iba a unirse a ellos? Ridículo.
Después de todo, quizás sí que estuviera solo.
—¿Ben?
Su corazón dio un vuelco en su pecho, reconociendo aquella voz inmediatamente.
Elevó los ojos, y ahí estaba ella. El fin de la guerra le había sentado bien: sus mejillas estaban más rosadas que nunca, y su pelo caía suelto a ambos lados de su cara. Abrió la boca, pero no supo qué decir.
Rey, apoyada en el marco de la puerta, esbozó una sonrisa.
—Me alegra ver que estás bien—dijo.
Él no respondió, sintiendo una punzada dentro de él. Era tan amable con él… Siempre lo había sido… Incluso ahora. A pesar de que él no lo merecía. Ella debería odiarle, insultarle, rechazarle. Quizás así, él pudiera aceptar sus pecados. Si ella era la que le castigaba, sería más que justo. Porque nadie le conocía mejor que ella.
Pero por algún motivo…
Rey se acercó a él, vacilando, paso tras paso. Acercó una mano a su rostro, y él se tensó, agarrándose fuertemente a la camilla, encogiéndose sobre sí mismo. Durante lo que parecieron segundos, quiso gritar, empujarla con la Fuerza y alejarla de él, tal y como había hecho tantas veces.
Sus labios temblaron, dudando un momento.
Pero algo en su interior gritaba ansioso por su contacto, suplicando por ella. Aunque sabía que no debería… Que debería mantenerse lejos de ella, por su bien, porque él no era más que un alma atormentada que solo traía sufrimiento a todo aquel que se acercara…
Aunque lo sabía, permaneció quieto, esperando el contacto.
Y, al fin, la mano de Rey se posó sobre su mejilla derecha, sobre la cicatriz que ella misma le había hecho. Sus ojos la recorrían junto a sus cálidos dedos, haciéndole estremecerse, sin poder apartar la mirada de ella y su expresión de concentración, tan suave como ella.
Quiso decir algo, pero no pudo. Apenas notaba su propia respiración, ni las lágrimas que comenzaban a caer por sus mejillas. Solo ella, sus dedos, su presencia allí, ante él, y la delicadeza con que le trataba, como si se tratara de algo verdaderamente importante.
—¿Ben? —dijo ella de nuevo, dubitativa—. ¿Estás bien? — Apartó la mano, frunciendo el ceño.
Con rapidez, casi un acto reflejo, asió su muñeca.
—No—dijo, su voz firme. Inspiró, obligándose a calmarse, y aflojó su agarre, llevando su mano de nuevo a su mejilla—. Por favor, no…
—¿Qué pasa? —Rey ladeó la cabeza, y en respuesta, su llanto aumentó. Ella, apurada, comenzó a limpiar sus lágrimas, confusa. Él, dejándose inundar por aquella sensación, enterró la cara entre los dedos de ella—. ¿Ben, puedes decirme qué te pasa?
—Eres tan cálida…—susurró él, sollozante, y apretó los dientes, cerrando los ojos. Agarró una esquina de su túnica con cuidado—. ¿Por qué… por qué haces esto?
—¿Hacer qué? —inquirió ella, perpleja, sin dejar de limpiar sus lágrimas.
—¿Por qué… por qué me tocas?
Rey soltó una suave carcajada.
—Vamos, Ben, deja de decir tonterías.
—¡Lo digo en serio! —bramó él, levantando la cabeza. Rey abrió mucho los ojos al encontrarse con aquel rostro desfigurado de dolor, aquella cara que tan bien conocía, y supo lo que él pensaba incluso antes de que lo dijera—. ¡No me merezco nada de esto! ¡Debería estar muerto! ¡¿Por qué no me matasteis?! ¡¿Por qué no acabasteis con mi miseria?! ¡¿Con este dolor que me reconcome por dentro?! —Dio un golpe a la camilla, y toda la estancia tembló. Rey, ante él, se mantenía impertérrita—. Después de tanto sufrimiento… de tantas cosas horribles… Solo la muerte puede remediar todo lo que hice.
—Ben—dijo ella, de nuevo con aquella voz tan dulce.
Formó puños con sus manos, su pecho ardiendo. Aquello solo era comparable al dolor de matar a su padre.
—¡No me hables así! —Se puso en pie, avanzando violentamente hacia ella, aullando, escupiendo el fuego en su interior, acorralándola contra la pared—. ¡Soy Kylo Ren! ¡El Líder Supremo! ¡Yo he traído la miseria a este universo! ¡Yo asesiné a Han Solo! ¡Yo eliminé a incontables rebeldes, tantos que no puedes hacerte ni idea! ¡Yo….! ¡Yo te hice sufrir! —El llanto no paraba. Golpeó con fuerza la pared, justo al lado de la cabeza de Rey, la frustración de nuevo acumulándose en su interior—. ¡Las vidas de tus amigos…! ¡De mi familia…! ¡Luke…! ¡Soy un estúpido, soy un inútil, un arrogante! ¡No merezco vivir, no merezco ser feliz! ¡Mi mera existencia supone la desgracia de este universo! ¡Así que, ¿por qué no me mataste, Rey?! ¡La muerte habría dolido menos que esto, que esta… cuchillada, este incendio que me corroe por dentro! —Ante la expresión neutra de la chica, volvió a golpear en el mismo sitio, furioso—. ¡Respóndeme!
—No eres Kylo Ren—respondió ella, su tono tranquilo, irguiéndose cuan alta era—. Nunca has sido Kylo Ren.
—¡Tú…!
—Y lo sé porque somos iguales, Ben—continuó ella. Dio un paso hacia delante, y él solo pudo recular, el calor de sus sentimientos haciéndole vacilar, haciéndole callar—. Todos tenemos oscuridad dentro. Y luz. Somos nosotros los que decidimos qué gana cada día. Y está bien tener de ambos a la vez. Y está bien estar confuso. Has hecho muchas cosas, imperdonables, es cierto, pero también sé que las hiciste por el torbellino de emociones en el que te encontrabas. Yo no soy una jedi, Ben. Ni tú eres un Sith. Nunca lo seremos. Porque en nosotros existe el equilibrio.
—¡Pero, yo…! —balbuceó.
Ella dio otro paso, tomando una de sus manos, y después la otra, y juntándolas ante ella.
—Es posible que hayas hecho cosas imperdonables. Es posible que no haya nadie dispuesto a confiar en ti. Pero yo sí, Ben. —Levantó los ojos de nuevo, mirándole con fijeza—. Yo confío en ti. Te conozco. Te conozco por dentro y por fuera. Sé lo que eres, sé cómo eres. Por eso te salvé. Por eso impedí que te asesinaran. Porque sé que fuiste tú quien le puso fin a esta guerra. Porque sé que dentro de ti hay luz, porque puedo verla.
—No, no, no…—sollozó él, sintiendo su alma romperse en mil pedazos—. Esto está todo mal… Yo…
—Ben—continuó ella—. ¿Recuerdas lo que te dije de que vendrías a mi lado, de que te unirías a mí?
—Yo vi lo contrario…—respondió él, perplejo por aquella intervención de pronto.
Ella esbozó una tierna sonrisa.
—Creo que ambos teníamos razón. El universo no necesita más Jedi. No necesita más Sith. Ambos sabemos lo que es la oscuridad, lo que es la luz. El universo necesita nuestro equilibrio. Nos necesita a nosotros.
—Por favor, Rey… Detente… No puedo… No puedo… —Él negó con la cabeza, apretando los dientes. Sin embargo, por algún motivo, era incapaz de apartar sus manos de las de ella.
—Claro que puedes, Ben. Lo he visto dentro de ti. Has llegado hasta aquí, sufriendo por ti mismo, atormentándote a ti mismo. Déjame que yo lleve un poco de esa carga. Déjame ser tu apoyo, y ayudarte en este camino. Déjame permitirte descansar, encontrarte a ti mismo de nuevo.
—No puedo, Rey—dijo él, su voz quebrándose de nuevo—. No puedo hacer esto.
La sonrisa de Rey se desvaneció.
—¿Por qué no, Ben? ¿Qué es lo que te detiene?
—Yo… Yo…
Las manos de él se crisparon, y supo que no podía guardar más el secreto. Se lo diría, y ella sabría por qué debía alejarse de él. Porque aquello era demasiado peligroso.
Levantó la cabeza y hundió sus pupilas en las suyas, memorizando una vez más sus facciones. Sus manos eran todo lo que podía sentir. Sus manos y el dolor punzante de su pecho.
—Te quiero, Rey. —Por algún motivo, tras confesarlo, sintió que un peso se evaporaba, su cuerpo más ligero, y su llanto se volvió más abundante—. Todo esto… Todo esto lo he hecho por ti. Por mantenerte a salvo. Por ti… Me he dado cuenta de que tenías razón. De que no puedo ser luz ni oscuridad al completo. No sirvo para eso, siquiera. Y aun así, sé que no puedes corresponderme. Porque no me lo merezco. Te he hecho tanto daño… He sido tan terrible contigo, en todos los aspectos… Con todos… Una persona tan horrible como yo no merece perdón, no merece vivir una vida feliz. Merece morir y, así, expiar todos sus pecados. Soy demasiado voluble, demasiado peligroso, demasiado irritable, demasiado… Estúpido. —Bajó la vista de nuevo, sus cabellos cubriéndole el rostro—. Lo siento. Deberías matarme ya. No pienso defenderme. No puedo hacerlo, aunque quisiera. Menos contra ti.
—Ben…
Rey soltó sus manos, y él cerró los ojos, sintiéndose totalmente vacío sin su contacto.
Pero así debía ser.
Por eso, tras la sorpresa que sintió cuando ella asió su cabeza, echando sus cabellos hacia atrás, y le envolvió en un abrazo, solo pudo quedarse inmóvil.
—Te perdono por todo lo que me has hecho, Ben. Sé lo que te carcomía por dentro, y es justo lo mismo que te maltrata ahora. —Le apretó aún más contra sí, intentando hacerle sentir tan amado como debía haberse sentido antes de llamarse Kylo. Y a pesar de todo, él no le correspondía, sus brazos cayendo inertes a sus costados—. Has estado perdido durante mucho tiempo. Pero perderse tiene algo bueno, y es que cuando no sabes dónde estás, ni quién eres, puedes reconstruirte de nuevo. Elegir el destino que desees. Y sobre lo de no corresponderte… Esto puede que sea un poco egoísta de mi parte, pero también… También te quiero. —Rey rio, divertida por decir algo que llevaba tanto tiempo pensando que jamás podría confesar.
—R… ¿Rey? —dijo él, totalmente sorprendido. En su interior, algo cálido le inundó por completo, algo incluso más intenso que todo lo que ella le había hecho sentir hasta ahora, espeso como la miel.
—¿Mmhmm? —respondió ella en su pecho.
—¿Qué me estás haciendo? —susurró él, aún incapaz de abrazarla.
Ella rio.
—Ya te dije que nunca afirmé ser solo luz…
Él contuvo una carcajada y, en su interior, sus sentimientos parecieron calmarse y ordenarse un poco más.
El silencio se hizo en la sala.
—¿Rey?
—¿Sí?
—¿De verdad esto está bien? —preguntó, dubitativo, las lágrimas ya secándose en su rostro, su tono el de un niño inocente.
—Y si no lo está, ¿a quién le importa?
—¿Eh? —Él parpadeó, confuso.
Rey se separó un poco de él, frunciendo el ceño y mirándole a la cara, aún sin deshacer su abrazo.
—Si alguien quiere hacerte daño, le meteré una paliza. Aunque sea Finn.
Él la observó, sus ojos realmente llenos de determinación, y una sonrisa se abrió paso en su rostro.
—¿Qué pasa? —replicó ella, poniendo cara de enfadada.
Él negó con la cabeza, esbozando una leve sonrisa sin dientes, y la envolvió en sus brazos. Ella enarcó las cejas, sorprendida, y dejó que él la apoyara contra su pecho.
—¿Me ayudarás a remediarme a mí mismo? ¿A expiar mis pecados, de alguna manera?
—Siempre—respondió ella, sonriendo ampliamente, sintiendo la mano de él acariciar sus cabellos—. Después de todo, es lo que he estado haciendo todo este tiempo, ¿no crees?
Él sonrió.
La lucha en su interior continuaba. Pero, por primera vez en mucho tiempo, su corazón se regocijaba, casi dolorido por tanto amor a su alrededor.
Era posiblemente la peor persona del universo.
Pero si incluso así, si incluso conociendo todo el mal que había hecho, incluso conociendo el tormento en su interior… Si sabiendo todo eso, Rey le amaba…
Él podría continuar viviendo. Esforzándose.
Por ella.
Por él.
Cerró los ojos, bañándose en el calor corporal de la chatarrera que había salvado al universo. Que le había salvado. Y supo que tenía razón.
Puede que se hubiera perdido en la oscuridad. Puede que hubiera hecho cosas imperdonables guiado por Snoke, guiado por la Oscuridad.
Pero conviviría con ello.
Porque allí, entre sus brazos, existía una persona que le amaba por él mismo.
Y, aunque fuera un poco egoísta, podía continuar viviendo si así era.
Si tenía a Rey a su lado…
Podría volver a ver la luz en su día a día.
Porque él nunca había sido Kylo Ren. Kylo Ren jamás hubiera podido amar de aquella forma.
Él era el hijo de Han Solo. El hijo de Leia Organa. El discípulo de Luke Skywalker. El antiguo Líder Supremo.
Conocía la luz, y la oscuridad, y la soledad, y el amor.
Él era Ben Solo.
Y nunca, jamás, volvería a cometer los mismos errores.
No con ella a su lado.
