"Nosotros siempre estaremos unidos, desde el día que nos conocimos… No, puede que incluso mucho antes de eso. Por eso, no importa lo que pasé, siempre estaré unido a ti."
La vida, en conjunto con el destino y el universo, da muchas vueltas. Aunque nuestra vida sea efímera, algunos lazos son eternos. Perduran por los siglos de los siglos hasta que aquellos dos seres vuelven a encontrarse…
Prólogo: Una inesperada reunión.
Llovía y mucho. La gente caminaba por las calles apresuradamente para evitar quedar empapados hasta los huesos. Los que tenían la suerte de haber sido más precavidos y tomar un paraguas al salir del trabajo o de casa caminaban con más tranquilidad observando como el resto corría bajo la lluvia. Miré hacia arriba observando como las gotas de agua impactaban contra la impermeable tela de mi paraguas del conejo Chappy. Ciertamente aquella repentina lluvia había sido una sorpresa. Aunque hubieran estado anunciados pequeños chubascos aquello de pequeño no tenia nada.
Seguí caminando mientras escuchaba las pisadas de mis botas sobre los charcos. Sentí un escalofrío recorrer mis piernas pues a pesar de que llevaba un vestido de mangas largas, no era largo de falda y parte de mi piel estaba al descubierto.
También estaba empezando a hacer frío. Era algo raro dado que el verano estaba más bien cerca.
Traté de bajar más mi vestido, pero no cedía ni un poco. Suspiré. Si me enfermaba mis amigos se preocuparían demasiado. Sería mejor que acelerara mi paso para poder llegar antes a casa y darme una ducha de agua caliente.
Estaba tan distraída con estos pensamientos que acabé chocando con alguien. Mi paraguas cayó al suelo y sentí la lluvia enseguida caer sobre mí como una ducha de agua fría. Temblé un poco.
—L-lo siento… —Me disculpé con la persona con la que me había chocado, pero sin mediar palabra aquélla siguió con su camino. Recogí mi paraguas para evitar empaparme del todo y fue entonces que noté algo junto a él en el suelo. Al parecer se le había caído algo… — ¡Ey! Se te ha caído- —me interrumpí a mi misma pues ya no podía alcanzar a ver dónde se había marchado. Tampoco me había fijado bien de cómo era esa persona por lo que devolvérselo iba a ser complicado.
Me quedé mirando al objeto mojado en mi mano. Era una placa de madera con una calavera en el centro de ésta. Sentía algo proveniente de ella, pero no tenía ni idea de lo que era. Esperaba que no fuera muy importante para la persona que lo perdió. La metí en mi mochila y pensé en guardarla por si algún día era reclamada por su dueño o dueña.
El cielo estaba rugiendo con más fuerza que antes. Debía darme prisa ahora que mi ropa estaba mojada o me iba a enfermar en serio.
Ese día continuó lloviendo. Y el siguiente a ese. Y también al siguiente.
Estaba sentada en mi cama, con los brazos apoyados en el marco de la ventana mientras veía la lluvia caer afuera. Podría pensar que era Junio por como había estado lloviendo, pero aún era Mayo. Había querido salir con mis amigas, mas era imposible con ese tiempo tan horrible.
Solté un bufido y me dejé caer de espaldas sobre mi cama. Era un día muy aburrido. Ya había terminado mis tareas del instituto y no me quedaba nada más qué hacer. Parpadeé mientras me quedaba abstraída mirando hacia el techo, pensando en algo que pudiera entretenerme. Era en esos momentos más que nunca que notaba la soledad dentro de mi piso. Mis padres nunca estaban en casa así que yo misma me mudé a un lugar más pequeño donde la soledad no se sintiera tan amplificada como se sentía en mi antigua casa. Era demasiado grande para vivir yo sola en ella.
Un repentino ruido me asustó, haciéndome saltar de la cama para buscar la procedencia de aquel sonido. Sonaba como una especie de alarma. Me sorprendió bastante que el sonido proviniera desde el escritorio, concretamente de mi mochila. Lentamente abrí el bolsillo para descubrir de donde provenía el extraño –y empezando a ser irritante-, sonido. ¿La placa…?
Pocos segundos después dejó de dar aquella alarma y los ojos de la calavera dejaron de brillar. Rápidamente le di la vuelta a la placa, pensando que podría ser una alarma extraña a pilas, pero por más que lo miraba se veía como una placa y ya está. Ni pilas ni nada. ¿No me estaría volviendo loca por el aburrimiento, verdad?
Un fuerte estruendo me hizo saltar en el sitio. Por un momento pensé que se estaba avecinando una tormenta. Había sonado a un trueno y al mismo tiempo como si fuera algo completamente distinto. Las luces repiquetearon intermitente por varios segundos hasta quedarse encendidas de nuevo. Dejé la placa sobre la mesa dispuesta a salir de mi habitación para buscar mi linterna y preparar cosas que necesitaba en caso de que la luz se fuera.
Lo siguiente que ocurrió pasó demasiado deprisa. El cristal de la ventana se hizo trizas cuando algo se estrelló contra ella con tanta fuerza que incluso el marco de la ventana se desencajó y provocó varias grietas en la pared. Tras el impacto el objeto que se había estrellado contra la ventana la atravesó, cayendo en el interior de mi habitación. Yo estaba evidentemente en shock y no sabía cómo actuar ante lo que acababa de pasar. ¿Cómo reaccionar cuando alguien acaba de ser lanzado a tu ventana?
Logré que mi cerebro volviera funcionar al percatarme de que aquel chico estaba herido y sangrando, varios cristales habían cortado su piel y sus ropas. Corrí en su ayuda desde la puerta y me agaché a su lado.
— ¿E-estás bien? —Antes de que pudiera siquiera a tocar y revisar sus heridas, se abalanzó sobre mi tirándome al suelo mientras que un ensordecedor estruendo inundaba el lugar. Tosí al respirar un montón de polvo proveniente de los cimientos caídos.
Abrí mis ojos que ni había notado que había cerrado fuertemente para ver como algo cubría mi visión. Había alguien sobre mí. Mis ojos se cruzaron con unos color caramelo fugazmente antes de que se levantara y me tendiera su mano.
— ¿Estás bien? —preguntó esta vez, ignorando completamente que yo le había hecho esa pregunta primero. Asentí y tomé su mano.
Había muchas cosas que podría destacar de aquel chico. Desde sus inusuales ropas negras parecidas a las de un samurai, pasando por la enorme espada que portaba hasta su cabello de un vibrante color anaranjado. Él me estaba inspeccionando con la mirada, como si quisiera asegurarse de que yo realmente no había resultado herida. ¿De dónde había salido este chico tan extraño?
—Quédate detrás de mi y no te muevas de aquí—me sorprendió cuando volvió a hablar pero no protesté y me quedé detrás de él. No era capaz de entender qué estaba pasando ni porque él estaba tomando una posición ofensiva como si fuera a atacar a algo. Yo no podía verlo muy claramente en ese momento, pero juraría que vi la silueta de algo moverse más allá de la pared derrumbada de mi habitación.
Entonces el chico saltó fuera de la habitación y por un momento quise seguirle pensando que se había vuelto loco, mas recordé su advertencia de no moverme de dónde estaba. La parte racional de mi mente me estaba gritando que aquello era un sueño y que nada tenía ni pies ni cabeza, sin embargo, mis instintos me decían que era todo MUY real y que debía quedarme donde estaba por mi bien.
Escuché un aullido de dolor y aquella silueta casi invisible pareció desaparecer en el aire. Me quedé observando aún algo conmocionada como los relámpagos cruzaban el cielo y la lluvia seguía cayendo. Lentamente arrastré mis piernas hacia el borde del boquete que se había formado en la pared y me apoyé en él. La lluvia me golpeó la cara pero le resté importancia cuando miré hacia abajo para ver a alguien tirado en el suelo. ¡El chico de antes…! Miré hacia los lados buscando la manera de bajar, alarmada. Corrí hacia la puerta de mi habitación y hacia la salida, bajando rápidamente las escaleras exteriores hacia la calle. Cuando llegué frente a la casa me arrodillé frente al cuerpo, mis rodillas haciendo un sonido encharcado al caer sobre el mojado asfalto.
— ¡E-ey! ¿Estás bien?
Escuché una risita proveniente del chico, lo que hizo que me sintiera aliviada, pero no entendía por qué se estaba riendo.
—E-esa es mi frase… —pronunció entre algunos forzosos jadeos—. Una humana preocupándose por mí… Eso sí es gracioso.
Quise preguntarle a qué se refería con esas palabras pero no me dio tiempo pues cuando quise hacerlo ya se había desmayado. No podía dejarle en la calle bajo la lluvia. Agarré su brazo y lo pasé por detrás de mis hombros. Lentamente me levanté, pero era muy difícil pues era con diferencia más alto que yo. No estando dispuesta a rendirme, con paso lento pero seguro, logré que ambos llegáramos al interior de mi piso. Que ambos estuviéramos empapados era un dilema. ¿Y cómo podía tratar sus heridas? Eché mi cabello empapado y largo hacia atrás y suspiré.
Seguro que se me ocurría algo, no podía ser tan difícil.
Esa noche no conseguí pegar ojo. Estaba bastante cansada aunque al menos me alegraba que hubiera logrado tratar al chico sin ningún percance… O casi ninguno. Desvestirlo había sido un poco incómodo a pesar de que trataba de decirme a mí misma de que estaba inconsciente y que no se iba a enterar. Por otro lado luego recordé que su espada se quedó afuera y tuve que salir a buscarla –aprovechando que en algún momento la lluvia amaino-, pero esa maldita cosa pesaba el doble que el joven lo cual me llevó a pensar quién podía cargar con semejante monstruosidad. Prácticamente la arrastré hasta la entrada y allá la dejé recargada contra la pared. Otro problema era el boquete en la pared de mi habitación, no sabía qué hacer o cómo explicar por qué estaba ahí. Todo lo que había pasado esa tarde había sido tan bizarro que aún no podía creer que hubiera sido real. Me había pellizcado repetidas veces para comprobar que realmente no era un sueño.
Eran aproximadamente las cuatro de la madrugada cuando me quedé dormir sentada sobre una silla y con la cabeza apoyada en el borde del sofá donde había recostado al joven para que descansara mientras permanecía inconsciente.
