DISCLAIMER: ni el universo de The Legend of Zelda ni sus personajes me pertenecen.
—La sequía parece ir para largo, majestades. Si no tomamos alguna medida, por pequeña que sea, temo que en un futuro podríamos sufrir una hambruna.
Los ojos azules de Zelda se clavaron en el rostro preocupado de aquel hombre, uno de los alcaldes de las varias villas que habían ido brotando en Hyrule en los últimos años, cuando la nación vivía una época de bonanza como no recordaban, que parecía estar llegando a su fin en algunas de las regiones más periféricas del reino. De hecho era ese el motivo por el que reuniones como aquella se estaban convirtiendo en un habitual en la vida de la princesa, reuniones de las que siempre salía con cierto dolor de cabeza ante la inutilidad que sentía al ver que apenas podía hacer nada para solucionar la situación.
—Creo que entenderá que no podemos influir en el tiempo —la joven giró la cabeza hacia su izquierda, observando al joven que había hablado con voz desinteresada, tan parecido a ella como una gota de agua a otra —Hacemos todo lo que podemos.
No le sorprendió lo más mínimo que Leoni, su hermano, hablara con aquel tono. Si bien ambos gemelos, la similitud física que compartían no se extendía a su carácter, mucho más brusco que el de su hermana. El joven intentaba llevar en todo momento el control del reino, pero siendo impaciente como era, muchas veces acababa perdiendo los estribos, y esa era una de esas ocasiones; Zelda se percató de ello al ver su clásico tic de enredar un mechón de su cabello rubio entre sus dedos, cosa que siempre hacía cuando estaba a punto de perder los estribos.
—Quizás sería buena idea intentar hacer pequeñas reservas de alimento por si la situación no mejorase —murmuró la princesa con voz suave —Así el pueblo podría contar con ciertas provisiones…
Leoni se giró hacia su hermana con el ceño fruncido al mismo tiempo que el rostro del alcalde allí presente se iluminaba ante la idea propuesta y comenzaba a hablar atropelladamente.
—Resultaría un consuelo pensar que, aunque la situación es crítica, podríamos tener ciertas reservas en un futuro si hacemos lo que la princesa ha propuesto…
Leoni no medió palabra, se limitó a hacer una mueca desdeñosa, mientras volvía a mirar al hombre, ignorando por completo a su hermana, que parecía preocupada por la reacción del joven.
—Precisamente esta mañana debatimos la opción de preparar silos con reservas de grano —Leoni pronunció aquella frase mientras masticaba cada palabra antes de escupirla —Consideré que era una opción factible, pero claro, tampoco conozco el alcance de la sequía. Invertir en una construcción semejante es una cuestión delicada, además de que no estoy seguro de si sería adecuado restringir aún más el acceso del pueblo a ciertos suministros como el grano.
Zelda suspiró, manteniéndose en silencio, mientras que sus dedos se crispaban sobre su regazo, odiando el orgullo de su hermano. Nunca se había producido la conversación que había mencionado, de hecho la idea de los silos se le había ocurrido a ella en aquel mismo momento, pero claro, Leoni siempre tenía que atribuirse el mérito. Era algo que llevaba haciendo desde que su padre falleció hacía cosa de tres años y el reino quedó en sus manos. Ya que Leoni fue el primero de los dos en nacer, intentó por todos los medios subir al trono, pero el testamento del anterior rey frustró sus intenciones: su padre, quizás temiendo que las ansias de poder corrompieran a los hermanos o quizás queriendo ser lo más equitativo posible, dejó establecido que sus dos hijos deberían reinar al mismo tiempo. Zelda no sabía si había sucedido tal cosa en el pasado, pero lo cierto era que, en los libros de historia que había leído a lo largo de su vida, nunca se mencionó el caso de que Hyrule fuera gobernado por una pareja de hermanos.
Observó a Leoni enzarzarse en una discusión con el alcalde allí presente, mordiéndose la lengua. Si bien en cierto modo le dolía ver que casi siempre sus aportaciones e ideas eran hechas propias por su hermano, prefería ver a su pueblo feliz que enzarzarse en una discusión con Leoni que quizás no llegaría a nada y que tal vez hiciera que sus propuestas fueran rechazadas por mera cuestión de orgullo de su hermano.
Horas más tarde, cuando las audiencias que habían sido solicitadas para el día hubieron llegado a su término, Leoni se encerró en sus aposentos, no queriendo ver a nadie. Estaba harto de las quejas del pueblo llano, cansado de escuchar lamentos una y otra vez que iban dirigidos a él como si fuera el culpable de la situación, pero sobre todo estaba harto de su dichosa hermana.
Leoni podía ser muchas cosas, pero desde luego no era idiota. Era consciente de que Zelda se había ganado a pulso el cariño de los súbditos debido a su carácter gentil, además de que muchos parecían preferirla a ella como gobernante que a él. El motivo no le quedaba del todo claro, especialmente por el detalle de que ella no dejaba de ser una mujer, y éstas en su sociedad solían relegarse al ámbito doméstico. Era consciente de que, a lo largo de la historia de Hyrule, muchas princesas Zelda habían reinado, pero claro, su caso era diferente. Él fue el primero de los dos en venir al mundo, además de ser un varón; reinar era su derecho pero su hermana se lo había arrebatado, al menos en parte.
Si bien jamás lo diría en voz alta, en un oscuro rincón del joven anidaba la malsana obsesión de conseguir que la princesa dejara de ser un estorbo para poder ejercer su dominio sobre todo el reino. Si ella desaparecía, él podría imponer su voluntad sin tener que estar siempre temiendo el desacuerdo de Zelda o que ella derogara cualquier mandato que aprobase.
Pero claro, ¿cómo hacer que tu propia hermana desaparezca sin que todo resulte demasiado sospechoso? Matarla no era una buena opción, sobre todo porque era posible que las malas lenguas lo acabaran acusando a él… y las habladurías nunca le hacían bien a un monarca. Ya había habido casos de levantamientos contra soberanos que cayeron en desgracia para el pueblo y él no sería una excepción.
La única opción viable era la que ahora le estaba haciendo devanarse los sesos: casar a su hermana. Si Zelda contraía matrimonio con algún miembro de otra casa, abandonaría Hyrule, consiguiendo así Leoni hacerse con el control absoluto que tanto añoraba. Claro que primero debía encontrar el enlace más adecuado para, de paso, beneficiar a Hyrule de la boda de su hermana. Por eso había pasado las últimas semanas en la biblioteca del castillo, documentándose sobre las distintas naciones y pueblos que colindaban con el reino, empapándose con la historia del mismo para ver qué opciones descartar por ser más belicosas o por no aportar demasiados beneficios.
Y lo cierto era que había encontrado una que podría servirle tanto como para alejar por completo a su hermana como para prevenir una posible (y más que probable) invasión y guerra en un futuro.
Claro que para ello iba a tener que confiar en sus dotes de negociador, pues el pueblo que había despertado su interés no era conocido por ser precisamente pacífico.
Leoni se aproximó a la ventana de su dormitorio, para luego apoyarse en el alféizar de la misma. Sus ojos vagaron más allá de las casas que componían la ciudadela de Hyrule hacia la zona por la que el sol se estaba poniendo en ese mismo momento. Un aire seco proveniente del oeste azotó su rostro, caliente por las abrasadoras temperaturas del desierto que se encontraba en aquella dirección.
Sí, iba a necesitar toda su habilidad para conseguir negociar aquella unión y también que la suerte le fuera propicia, pero si todo salía bien, si finalmente se salía con la suya, habría solucionado dos problemas de una vez.
Llevaba un tiempo queriendo hacer una incursión en el fandom de The Legend of Zelda pero la verdad es que me daba algo de respeto, pues es un mundo muy desarrollado y ya se han escrito muchos fics ambientados en el mismo. Pero he aquí que anoche se me ocurrió esta trama y he decidido lanzarme a la piscina, pues hacía mucho que no se me ocurría una idea tan buena.
Si os ha gustado, agradecería que dejárais un review; no os va a llevar más de un minuto y siempre animan al ficker de turno a seguir subiendo.
