Capítulo 1.
Habían pasado 5 años desde que el chico de 17 años Peeta Mellark había ganado los Juegos del Hambre, ahora era mentor del distrito doce. Un chico guapo, rubio y atlético. Conocido en el capitolio por tener varias amantes en cada uno de los distritos.
Peeta Mellark el tributo vencedor del distrito 12.
Vivía solo, en la aldea de los vencedores, no quería la molesta compañía de su madre, ni la fastidiosa de sus hermanos. Al único que quería era a su padre, que había muerto en un "accidente trágico" después de que se rehusara a querer ser mentor.
Peeta veía a los tributos como cosas, realmente no le importaba lo que les pasara ni si sobrevivían, porque él sabía el dolor de ser un campeón. Por las noches despertaba gritando y sudando frío recordando todo lo que había tenido que pasar para ser un vencedor, una pieza más del Capitolio.
Haymitch, era su compañero en cuanto a mentores y su único amigo, por así decirlo. Y es que a Peeta no le gustaba tener mucho contacto humano fuera del sexo. No quería que la gente supiera sus debilidades, ni lo mucho que le atemorizaba volver al Capitolio cada año. Pero al menos aun faltaban 2 meses para la cosecha, por lo que se sentía más tranquilo.
-Esta casa está hecha un asco.
Peeta frunció el ceño y miro a Haymitch.
-Dime, ¿tu casa aún apesta a alcohol y a orines?
-Mi casa, muchacho, ahora es limpiada por alguien.
-Vaya ¡jamás imagine que Effie se atrevería a limpiar tus porquerías!
Haymitch escupió su trago y miró a Peeta divertido.
-Es una chica muy linda que vive en la Veta. No habla mucho, necesita el dinero y limpia bien. Además no está nada mal.
-Creo que es hora de que te largues.
Lo tomo del brazo y lo saco a empujones.
-Hey, tranquilo, mira ve a buscarla, era enserio, no te vendría nada mal algo de limpieza en este lugar.
-Lárgate.
Le cerró la puerta en las narices y fue a la cocina, a tratar de preparar uno de los pastelillos que su padre le había enseñado hacer.
Katniss Everdeen, era una chica alta, de cabello castaño y ojos grises y profundos. Preocupada siempre por el bienestar de su familia, tenía fama de ser una excelente cazadora. Vivía sola con su madre y su pequeña hermana Prim, su pequeña adoración.
Cruzaba de vez en cuando la cerca eléctrica para encontrarse con su mejor amigo en el bosque. Cazaban un rato y después iban a cambiar su caza por algo de comida y algunas veces dinero. Pero ahora era diferente, el Capitolio había subido los precios de todos, necesitaba el dinero más que nunca. A su madre se le acababan las medicinas para tratar gente y necesitaba de ellas para poder ganar algo de dinero. Pero conseguir medicinas así era muy caro. En Panem vivir era muy caro.
-Buenos días señor. Dijo tímidamente Katniss al entrar a la casa de Haymitch
-Buenos días, preciosa. Te dejo para que hagas tu magia en esta pocilga.
Katniss sonrió un poco y Haymitch se retiró. En realidad Katniss odiaba ese trabajo. Limpiar la casa de un hombre alcohólico, que no tenía ni el más mínimo respeto por sí mismo o por su vida, la hacía rabiar. Encontrar tres botellas de whisky u otra bebida, la sacaban de sus casillas, pero necesitaba el dinero.
Katniss estaba tan concentrada limpiando una mancha en el suelo, que no noto cuando la puerta de enfrente se abría.
-Haymitch, me llego esta botella a mi casa y parece que es tuya.
Katniss se sobresalto y tiro el trapo que traía en la mano. Nunca había visto a Peeta Mellark en persona, solo había oído hablar de él.
-Buenos días.
Dijo nerviosa, Peeta asintió con la cabeza, la pasó de lado, como si fuera otro mueble en la casa. Katniss lo miró ofendida. No era de esas chicas que eran fáciles de intimidar, y menos por el hecho de estar limpiando la casa de alguien.
-Buenos días.
Repitió más fuerte.
Peeta se volvió sorprendido, nadie le había hablado así desde que había ganado y esta chica que sobre todo era solo una mucama se había tomado la libertad de hablarle.
-Buenos días.
Contestó frio. Katniss volvió a lo suyo satisfecha y Peeta subió a la habitación de Haymitch ofendido.
-Haymitch.
Bufo, ahí estaba tirado de borracho en su cama, el cuarto apestaba como de costumbre, y por un segundo sintió pena por la chica que le hacía la limpieza.
-Peeta amigo.
Haymitch hablo con la mandíbula caída, así como suele hablar un borracho.
-La chica que te hace la limpieza
-Esta buena lo sé.
-No, no se que se ha creído, pero se ha atrevido a dirigirme la palabra.
Haymitch se levantó riendo y palmeo la espalda de Peeta.
-Amigo, no sé quién te dijo que por ganar los Juegos te hacías superior a los demás, al contrario.
Su mirada se obscureció y Peeta se levanto como si el toque de Haymitch quemará.
-Bueno, quiero contratarla. Solo espero que no me hable, eso es todo.
-Será muy difícil, he escuchado que es toda una fichita.
-Yo sabré controlarla.
-Pues si ella acepta adelante.
Peeta bajo las escaleras, exactamente iguales a las que estaban en su casa y busco a la chica. Entró a la cocina y la vio mirando a uno de los pocos árboles que había fuera del bosque en el distrito.
Peeta carraspeo y la chica se sobresalto un poco.
-Oh lo siento, no quería interrumpirla.
-No hay cuidado.
Katniss se levanto del banquillo y camino hasta la puerta trasera.
-No se vaya, necesito hablar con usted.
-¿Conmigo?
-¿Ve a alguien más por aquí?
Contestó molesto.
-¿Qué quiere?
-Venía a proponerte un trabajo. Limpiando mí casa
Katniss lo miró por un momento, Peeta descubrió sus ojos grises, extraños, pensó.
-No lo sé. Déjeme pensarlo.
-¿Estas en posición de hacerlo? No tengo su tiempo.
Katniss sabía que no tenía opción, pero realmente no quería limpiar la casa de ese hombre tan desesperante.
-Vale.
Suspiro.
-Mañana temprano. Te quiero frente a mi casa, no me gusta que me hagan esperar.
Katniss asintió, asimilando toda la información. Peeta salió apresurado por la puerta trasera y se metió a su pequeña recamara en donde le esperaban sus pinceles, cuadros y colores.
-Señor.
Katniss metió un poco la cabeza en la puerta del cuarto de Haymitch.
-Dime Haymitch preciosa, ¿Qué pasa?
-¿Podría salir para que limpie un poco su habitación?
-Suerte con eso, tengo que salir. Te veo mañana.
Le dio una pequeña palmada en el brazo y se fue. A Katniss le sorprendía la desfachatez de aquel hombre, dejar a una extraña en su casa, sin importarle si le roba algo o se adueña de su casa.
Entró al cuarto, la nariz de Katniss se arrugo, su vista se nublo, comenzaron a picarle los ojos por la peste. Salió corriendo. Ahora sabía porque le había deseado suerte.
Busco un trapo limpio en la cocina, se lo amarro en la mitad de la cara, se armo de valor y entro de nuevo al cuarto de Haymitch.
Peeta seguía pintando sin pensar, haciendo trazos y dibujos sin siquiera prestar atención, pensaba en los ojos grises de hacía un rato. En la chica, en la cosecha que se aproximaba.
Sus dibujos fueron tomando forma y se dio cuenta de que había comenzado a dibujar unos ojos. Unos ojos, los ojos de ella.
Peeta arrugo la hoja para arrojarla por la ventana. Desde la cosecha en la que había sido seleccionado, no había podido dejar de soñar con esos ojos. Con sus ojos lloros, sus miradas de esperanza.
Peeta sollozó un poco. Hubiera preferido morir, a sobrevivir los Juegos del Hambre.
Esa noche, por primera vez en 5 años, no soñó con esos ojos. Soñó con unos ojos grises, unos ojos grises muy extraños. Una cabellera castaña atrapada en una trenza.
